El Sabio Valle y el Santo Oficio

El Sabio Valle y el Santo Oficio es un cuento de Medardo Mejía, un periodista hondureño de orientación política marxista (Ver su autobiografía aquí). El cuento es un pedazo de propaganda anti-católica sin ningún sustento en la realidad. En él se presenta a José Cecilio del Valle, prócer hondureño, siendo perseguido por el Santo Oficio solamente por conversar en lenguas extranjeras. No hay ningún documento histórico que sustente esta fantasía. No hay ninguna evidencia, ni nunca se ha sugerido por parte de los historiadores, que José Cecilio del Valle haya renunciado a la religión católica, o que haya simpatizado con ideales políticos que fueran contrarios al catolicismo.

El tema de la Inquisición y el Santo Oficio ha sido objeto de manipulación histórica con fines políticos. En lo que concierne a los nuevos territorios conquistados por los españoles en el continente americano, al principio se utilizó la Inquisición para perseguir la idolatría de los indígenas, pero luego se decidió que al ser recién iniciados en la religión católica, sus errores provenían más de la ignorancia que de la rebeldía contra Dios.

Se calcula que en el Virreinato de La Nueva España, durante toda la época colonial, apenas se ejecutaron a 43 personas por parte de los tribunales inquisitoriales. Lo que es una cantidad baja para tres siglos en una extensión territorial considerable.1 La Inquisición no era una institución tan opresiva como nos lo quisiera hacer creer Medardo Mejía. Si la comparamos con la sangrienta persecución de opositores por parte del comunismo soviético, la Iglesia Católica aparece como una institución bastante moderada para su tiempo.

El doble rasero de Medardo Mejía se volvió evidente después de la caída de la Unión Soviética. Durante toda su vida él alabo un régimen tiránico y criminal que masacró a muchos de sus ciudadanos, mientras que menospreció e insultó a la relativamente tolerante Iglesia Católica. La realidad es que la Iglesia Católica sigue existiendo, mientras que el bolchevismo ruso cayó por su propio peso.

El Sabio Valle y el Santo Oficio

Por Medardo Mejía

José Cecilio del Valle

El Sabio Valle y el Santo Oficio es como decir la luz y las tinieblas. Muerto el rey Carlos III, monarca de la Ilustración, un año antes de la Revolución Francesa y ascendido al trono su hijo Carlos IV, éste hizo regresar a los jesuitas desterrados de los reinos españoles, hacía más o menos unos veinte años.

Los jesuitas regresaron siendo los mismos jesuitas: reaccionarios, ultramontanos, fanáticos, crueles, sin alma. Si ayer sirvieron para exterminar el protestantismo y las demás creencias deístas aunque no católicas, hoy llegaron para arrancar hasta la última raíz de la revolución democrática que se estaba desarrollando en Centro América.

Vigilaban a todo el mundo por medio de agentes especiales, situados en los distintos estratos de la sociedad. Había veedores y oidores desde las altas esferas hasta los bajos fondos. El confesor tenía entrada libre a cualquier hora del día y de la noche, con pretextos. La servidumbre de cada familia, por regla general, bajo promesas de salvación y gloria, tenía al tanto a los inquisidores de lo que se decía y pasaba en los hogares de su servicio.

El Santo Oficio llevaba libros en que anotaba diariamente los informes de los sospechosos. También levantaba por cuantos, claro está, en el mayor secreto. Hablamos en Derecho Canónico, desde luego. Eran delitos de presidio o reclusión mayor, y hasta de muerte en la hoguera, los culpables de materialismo, ateísmo y divulgaciones de doctrinas parecidas. La quema de personas no se llevó a cabo en el tiempo a que refiere este relato. Los sentenciados eran conducidos a México.

Especialmente el Santo Oficio perseguía a la Ilustración en el renombre de los Ilustrados. La Ilustración fue un movimiento cultural europeo del siglo XVIII, caracterizado por una gran confianza en la razón, en la crítica de las instituciones tradicionales y la difusión del saber.

José Cecilio del Valle era un ilustrado de renombre. En el reino de Guatemala nadie le llegaba a la altura del hombro. Por ese motivo era el centroamericano más conocido en el exterior, y era el más visitado por los viajeros del segundo descubrimiento, es decir, de los investigadores en los campos de las ciencias naturales.

Como a su casa llegaban ingleses, franceses, italianos, con quienes conversaba en estos idiomas y con los alemanes y escandinavos en latín, Valle era estrechamente vigilado por la servidumbre y seudo amigos de la familia. El hecho de conversar con los viajeros en lenguas distintas enfurecía a los miembros del Santo Oficio. Sus espías gracias podían decir que hablaba en jerigonza con sus visitantes. Y una criada vieja con más audacia se atrevió a afirmar que todas sus peroratas se reducían: “a hablar mal de Dios”.

Se hizo constar en libros esta declaración, pero no se le creyó porque la vieja apenas hablaba quiché.

Al darse cuenta Valle del acoso de que era objeto de parte del Santo Oficio, recurrió a una argucia ingeniosa. Se valió del cura de su parroquia para invitarlo a él y a los inquisidores a que comparecieran a su casa de habitación, donde se les haría conocer un hecho digno de ser visto. La visita tendría que hacerla a las cinco de la mañana en punto, con mucha cautela. Él los esperaría en la puerta principal, entrarían sin hablar y sin hacer ruido. Y hombres aquellos que cultivaban su ocio, fueron puntuales en la cita. Entraron en puntillas a la biblioteca, hasta que Valle, en voz baja, dijo:

—Vengan…

Anduvieron buen trecho entre numerosos y gruesos naranjos, viendo que en aquel momento se levantaba el disco magnífico del sol glorioso. Luego Valle les dijo:

—Ahora bajen la vista y conozcan a los adoradores del sol.

Cinco indios, en cuenta la vieja chismosa de la Inquisición estaba de rodillas, con las manos en alto, y luego se inclinaban con gran reverencia, por una, por dos, por tres, y por más veces, mientras modulaban un canturreo entre dientes…

El cura y los inquisidores estaban pasmados. Nada habían hecho contra el paganismo del reino. Y aquellos indios que estaban adorando al sol eran los espías de la Santa Inquisición.

Al notar los indios que habían sido vistos huyeron dando gritos. Había sido sorprendido su rito religioso. Y los jesuitas, confundidos de lo que habían visto, sin decir palabra, regresaron a su Santo Tribunal.

Visto en el libro Canasta Folklórica Hondureña, de Julio Eduardo Sandoval. Ediciones JES.

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