Leyenda del Lago de Yojoa

Lago de Yojoa

Tradición del lago de Yojoa

Por Jesús Aguilar Paz

De la dilatada llanura del tiempo, de donde las rosas negras de lo ignorado hoy, cubren los reinos muertos de lo que fue, viene esta raíz de oro que se llama Tradición del Lago de Yojoa: aroma de sepultada civilización, vislumbre de mortecina luminaria, que añora en nuestra alma otros avatares, guardados entre perfumes y mirras del embalsamado espiritual de los siglos.

Luz auténtica de la que alumbró las fogatas de Copán grandioso, de los que encendió el alma acrisolada de los Mayas, es esta leyenda que una vez oímos de boca de los contadores de cuentos en los caminos reales, de esos buenos hombres trabajadores, que cual archivos vivientes ponen bajo su cabeza, para dormirse, la suave seda de los pasajes encantadores, de los que es este mundo y ha sucedido, de los mozos que trabajando materialmente durante el día, no se olvidan del menester espiritual, por la noche.

Pues es tiempo de saber ya, que en el espacio que ocupa actualmente el Lago de Yojoa, se extendía una bellísima población, asiento de un poderoso Cacique, padre de tres hijos: un varón y dos mujeres, codicia éstas de mancebos apostados y bizarros, cuya fama de bellas y adorables, traspasó los umbrales del reino de Copán. Los Príncipes de aquel rico como poderoso reino, percatados de que estas niñas estaban en flor y que la primavera del amor reventaba por sus encantos corporales, dispusieron de las malas artes de una vieja bruja a falta de las buenas y nobles del verdadero amor, para poder robárselas, como medio fácil para ser dueños de las flores que embalsamaban el pensil que media entre los picos de Meámbar y el majestuoso Maroncho o Sta. Bárbara.

Consumado el rapto, al influjo de los poderes mágicos, el noble padre, desesperado por el robo de sus Princesas, dispuso inconsolable mandar a su hijo en busca de sus dos pobres niñas secuestradas en la ciudad real de Copán.

Aunque la empresa era peligrosa para el héroe que la desempeñara, este hermano de las raptadas no se arredró y al efecto, con el mayor sigilo, realizó su éxodo, hacia donde el sol se pone, cruzando ríos caudalosos, montañas inextricables y tierras de enemigos, todo lo cual logró efectuar sin que le pasase nada, hasta que al término de aquella luna, salvó las guardias que velaban por la floreciente ciudad maya Copán.

Pesquisando con el mayor tino, al fin averiguó a punto fijo, el lugar donde guardaban los Príncipes a sus hermanas, habiéndose disfrazado para frecuentar los lugares públicos, de indio vasallo de los copánides. Mas, viendo que le era imposible libertar a sus hermanas, por medio de la fuerza, aplicó sin saberlo, el dicho nuestro, de fuego contra fuego, es decir empleando las mismas armas que indecentemente usaron los magnates de Copán.

Una vieja bruja, enemiga de la que había prestado ayuda a los Príncipes, para consumar sus planes, supo por arte secreto, la misión del hijo del Cacique de Yojoa y buscándole, le encontró, ofreciéndole acto continuo ayudarle en su laudable cometido. Hizo la bruja ciertas cábulas, que dieron por consecuencia una maravilla: el encerrar a las dos Princesas raptadas en un huevo, para mayor comodidad en llevarlas a su país natal, huevo que fue entregado al joven príncipe de Yojoa, con la recomendación de conducirlo muy cuidadosamente, hasta llegar al palacio de su padre; que ya puesto allá lo quebrara en la cabeza encanecida del ofendido Cacique, que en hacerlo, saltarían las dos Princesas buenas y salvas a su lado.

Lleno de júbilo el joven emprendió su viaje de regreso, salvando todos los inconvenientes de la ida. Después de mucho andar, como dicen los cuentos, logró divisar su ciudad querida, rebosante de alegría. Pero desgraciadamente aconteció que al tiempo de ascender las gradas del palacio de su padre, del contento indescriptible, tropezó cayéndose y quebrando el valioso huevo, que en una mano conducía, con el mayor cuidado.

Entonces fue grande la pena de su corazón y el llanto desesperado de todo el mundo; mas, pasó con el contenido del encantado huevo no secaba y mas bien iba en aumento la humedad, hasta tener el aspecto de un charco de agua clara, visto lo cual por todos fue objeto de veneración, admiración y escrupuloso cuidado.

Día a día amanecía el pozo más grande y luego tuvo el aspecto de un precioso estanque. Y así, sucesivamente, fue en aumento, hasta que inundando la ciudad, la cubrió por completo, motivo por el cual, las ruinas de la población, existen en la actualidad en el fondo del lago. De esa suerte quedó formado el lago en la extensión que se le conoce.

El Príncipe heraldo participó del encanto, pues se afirma que encerrado por las aguas del lago, se convirtió en hermoso lagarto de oro, que se encarga de cuidar de las princesas, convertidas también en dos bellas sirenas, que hacen el prestigio del precioso Lago de Yojoa. Toda esta desgracia sucedió por haberse verificado el rapto de las dos hermanas, codiciadas por su extraordinaria belleza y quizá por la venganza de la vieja bruja burlada; la leyenda nada dice al respecto y yo tampoco.

De las ruinas de la ciudad, sólo quedaron libres de las aguas, las que el viajero puede contemplar hacia el lado de Los Naranjos, al norte del gran depósito de agua.

Y terminando este cuento, me meto por el hoyito de un fusil, para que tú, lector, me cuentes mil…1

Nikté-ha (La flor del agua)

Fue así como en el alba del Mundo Maya nació la vaporosa NIKTÉ-HA, entre un colchón de nenúfares que alfombra una región del azul lago de Yojoa. Brotó como Venus del fondo de las aguas, vestida de espumas y salpicada de gotas transparentes y marchó sobre movible espejo del lago chapoteado con los pies descalzos. Era en el tórrido abril, cuando la tierra recalentada por el ardiente sol del verano parecía exhalar vapores sofocantes. Los pájaros elevaban al cielo los picos entreabiertos pidiendo agua con chillidos estridentes. Las fieras rugían en la espesura del bosque con el tono incisivo que pregona urgencias de la especie y en el pesado ambiente flotaba el hálito misterioso precursor de una transformación. Lejos graznó el pato silvestre entre las cañas y las algas y los piches de picos sonrosados pasaron en bandadas buscando la humedad de los chagüites entre los densos camalotales.

El sol, pasado el Cénit, iniciaba el descenso hacia el fondo del ocaso cuando de súbito hirió la quietud de la tarde el eco de un grito triunfal exhalado por la garganta de una maravillosa figura femenina que desde los pétalos entreabiertos de un nenúfar figura se elevaba airosa en todo el esplendor de su hechizante belleza. Se había producido el milagro que presagiaba la atmósfera caldeada y NIKTÉ-HA ungida con aroma de nenúfares suave y delicada, vaporosa y primaveral nacía del agua como una flor.

Canek, el príncipe de Yojoa, pescaba aquel día sentado en su bote, cuando vio materializarse aquella aparición deslumbradora. Preso de temor remó hacia aquella tierra y corrió al pueblo a contar la extraña visión que había tenido.

Los ancianos escucharon el relato y dijeron:

— Es la Flor del Agua, NIKTÉ-HA, la hija del dios del lago. Apártate de su camino. Jamás intentes acercarte a ella porque provocará la ira de su padre. Ella no hace daño. Su aparición presagia buen invierno. Gusta de vagar sola enmedio de las algas espantando las aves bullarangueras.

Canek iba al lago todos los días, subía a su bote y se dirigía al sitio en que Nikte-Ha brotaba del agua. Y cuanto más la veía, más sentía que en su pecho se iba encendiendo una pasión devoradora que lo empujaba a la criatura del lago. Ella aparecía todos los días frente a él, le clavaba los ojos un instante y se esfumaba entre el colchón de nenúfares jugando con las mariposas.

Un día Canek no resistió más, y cuando ella emergió del agua, aproximó su bote y le dijo con vehemencia: Nikté-Ha, te amo. Escúchame. No huyas.

Ella se detuvo un instante y con una voz que tenía el tono cantarino del agua en las cascadas de Río Lindo le respondió:

— Yo no puedo amarte así. Puedes verme de lejos, pero no trates de acercarte, no te atrevas a tocarme ni intentes el sacrilegio de aprisionarme entre tus brazos porque mi amor es intangible como el rubor del alba o el fluido del perfume. Aléjate de mí porque morirás, yo me disolveré en un suspiro y tu pueblo perecerá ahogado por una inundación.

Pero el amor de Canek crecía en intensidad y un día olvidando los prudentes consejos de los ancianos y las advertencias de Nikté-Ha se dirigió al lago con la determinación de raptarla. Cuando ella apareció de su bote, le gritó:

— Nikté-Ha he venido a llevarte. Espérame que mi amor no espera.

Y se lanzó al agua detrás de la gentil figura que se desvanecía entre la neblina. Cayó cerca de un añoso tronco cubierto de musgos que flotaba a su lado y como no sabía nadar asió el tronco con ambas manos y se montó a horcajadas sobre él. Pero aquel que parecía inerte tronco cobró vida súbitamente, se agitó con gran violencia sacudiendo las aguas, y partió a gran velocidad hacia el centro del lago en donde se hundió con su carga.

Había otros hombres en el pueblo de Yojoa pescando cerca del lugar en que ocurrió la tragedia quienes presos de espantosa angustia presenciaron la forma en que pereció el príncipe. Corrieron al pueblo a contar la desgracia y algunos comentaron:

— Es posible que lo que el príncipe creyó un tronco haya sido un lagarto gigantesco cubierto de algas, como aparecen algunos de tarde en tarde.

— No, sentenciaron los ancianos. Fue el terrible castigo que inflige el dios del agua a aquellos que se atreven a tocar a Nikté-Ha. Iremos al lago a hacer ofrendas y rogativas para aplacar su ira y evitar que nuestro pueblo sea destruido por una inundación.

El pueblo de Yojoa llegó a tener mucha importancia durante la colonia, pero la antigua leyenda con la amenaza de una inundación del lago perduraba todavía en 1856, año en que llegó a Yojoa el Misionero de Jesús Subirana, quien fue enterado de lo que la tradición venía transmitiendo desde tiempo inmemorial. El misionero recomendó a los moradores abandonar el pueblo y trasladarse a otro lugar que llamó San Francisco de Yojoa, explicando:

— No sé si la leyenda tiene su origen en algún acontecimiento místico, pero lo que sí veo es que el peligro de una inundación es real y que es mejor prevenir que lamentar.

Es es la historia del abandono del antiguo pueblo de Yojoa por culpa del príncipe aquel que quiso mancillar la diáfana albura de Nikté-Ha, en cuyo antiguo lugar ha quedado solitaria su hermosa iglesia; y es la historia también de la creación del pueblo de San Francisco Yojoa.2


  1. Fuente: Tradiciones y Leyendas de Honduras, por Jesús Aguilar Paz. Visto en Canasta Folklórica Hondureña, de Julio Eduardo Sandoval. 
  2. Leyendas Mayas, por Pedro Aplícano. Visto en el libro Canasta Folklórica por Julio Eduardo Sandoval. 

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