Cuatro Palabras Audaces ponen fin a una Fiesta Palaciega


Gral. Terencio Sierra

Por: Froylán Turcios

Aquel día hallábase el presidente Sierra en una de las raras fechas felices de su calendario. Por humanidad, y entre manifestaciones estruendosas, pasó en el Congreso no recuerdo qué iniciativa suya que juzgaba de gran trascendencia en el futuro del país. Para celebrar el acontecimiento invitó a los diputados y algunos de sus amigos a tomar con él y a sus ministros una copa de champaña.

En el pasillo que servía de comedor a la familia presidencial reinaba el más desbordante entusiasmo. La servidumbre iba de un lado para otro con bandejas de aceitunas, frutas frescas, galletas, sandwichs, copas de coñac cinco estrellas, y toda clase de exquisitos vinos: porto, vermouth, jerez, moscatel. Las risas y las conversaciones formaban un solo rumor de colmena.

De pronto callaron todos, pues comenzaba a circular el champaña.

De pie, de frac y con una copa en la mano, Sierra pronunció un corto brindis patriótico, que al punto fue contestado por varios palaciegos con frases de la más espesa adulación. Íbase ya por la tercera ronda, y nadie pensaba en discursos, cuando alguien golpeó la mesa, reclamando silencio…

Era el talentoso licenciado Manuel Membreño, quien con impasible dureza de expresión en el semblante, y con voz aguda y un tanto agresiva, dijo más o menos lo siguiente:

—General Sierra: —Estamos festejando aquí una de las innumerables farsas con que el poder público procura engañar al pueblo. Somos todos actores en un sainete ridículo que alguna vez debiera avergonzarnos. Ni usted, ni los diputados que servilmente curvan de miedo en su presencia el espinazo, ni ningún hondureño creen que se realizará lo que decretó el Congreso por orden suya. Juro que no lo creen, como yo no lo creo; y, sin embargo todos nos prestamos a tomar un papel en esta comedia grotesca. Usted está acostumbrado a la frase melosa de los turiferarios, y, por lo mismo mis francas palabras deben estar resonando en sus oídos como la expresión de la más audaz intemperancia o como las desacordes vociferaciones de un demente. Pero es preciso que las oiga entre la consternación de los pusilánimes y el secreto aplauso de los hombres íntegros, para que usted no se imagine que todo el pueblo hondureño es una manada de asnos rebuznando al compás de los embustes oficiales.

Un rayo cayendo sobre la regocijada concurrencia no habría producido la sorpresa y el espanto que causaron aquellas exageradas expresiones. Todos miráronse con las caras alargadas. Concentrando después su atención en el gobernante. Éste hallábase como el que ha recibido un balazo y no sabe en qué sitio. Sus amarillentos ojos movíanse rápidamente como los del tigre próximo a saltar. Así pasó medio minuto en el que no se oyó el vuelo de una mosca. Ni por un millón de dólares habría ninguno querido estar en la piel del licenciado Membreño.

—Vea, pariente, —exclamó al fin el temible jefe con voz resonante, rompiendo el dramático silencio —usted mismo lo ha dicho: es irresponsable de las grandes ofensas que gratuitamente ha proferido contra mí. Por su boca habló algún malévolo espíritu que el demonio del alcohol puso en su lengua. Rotundamente se equivoca al juzgar farsantes a los ciudadanos que con la mayor energía trabajamos por el progreso y la gloria de Honduras. Usted no es más que un…

En ese instante se sintió cariñosamente cogido por un brazo. Su hija Brígida, enterada por algún amigo de lo que pasaba, le habló en voz baja… Tras de una corta vacilación, dejando la copa intacta sobre la mesa, hizo un saludo y desapareció por la puerta que se abría a sus espaldas.

Cada cual buscó su sombrero, y entre el ruido de los que se marchaban, oyóse un grito del presidente:

—¡Detengan en la guardia al señor Membreño!

A éste se le habían evaporado los traidores tragos y pálido y nervioso explicaba su actitud a los que partían. Al oir aquella orden acercóse a mí —y aunque no nos hablábamos hacía muchos años, por motivos que no es del caso explicar—, me pidió que interviniera en su favor. Así lo hice en el acto con doña Carmen, quien me facultó para que dijera al jefe de la guardia que le dejara salir. Entre tanto Sierra, aunque calmado con amenas pláticas de sus más íntimos cortesanos, y con fricciones de agua de Colonia en la cabeza, paséabase en camisa con el puro en la boca, bufando a lo largo de la estancia.

Marzo de 1938.

Tomado del libro «Anecdotario Hondureño», por Froylán Turcios.

3 comentarios en “Cuatro Palabras Audaces ponen fin a una Fiesta Palaciega

  1. Liliana

    Que fuerte discurso, pero es una triste realidad, que el pueblo se convierte en un asno, al no estar pendiente de las leyes que emite el congreso nacional.

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  2. RIGOBERTO RAMON R.RAMIREZ

    LA SOCIEDAD HONDUREÑA SE HA CARACTERIZADO POR ´´LA ENVIDIA,LA INGRATITUD Y LA TRAICION!»…SI EL BENDITO YESHUA EL MESIAS DE ISRAEL FUE TRAICIONADO POR OTRO:JUDAS,QUE NO PODEMOS ESPERAR DE ESTA TRAICION!COMO COMENTABA LA PROFETIZA LIZ´´HERMANO TODOS TENEMOS UN JUDAS EN NUESTRAS VIDAS»!!!….AL TIO ABUELO SIERRA LA FAMILIA RECUERAD MUCHAS GRATAS COSAS ENTRE ELLAS LAS QUE EN SU VIAJE A ESPAÑA Y POR SER ESPAÑOLES SEFARDITAS DE LAS ISLAS CANARIAS,UTILIZO SU POSICION PARA ATRAER A HONDURAS UN GRUPO DE JUDIOS ITALIANOS INVERSORES QUE TRAJERON A LA CEIBA CAPITALES PARA INSTALAR LA STANDARD,CLARO FUE EL INGENIERO SIERRA QUE ACTUO COMO CONTRALOR DE BARCOS DE LOS VACCARO QUE ENTUSIASMO A ESTOS A VENIR Y HACER DE LA CEIBA LA ´´NOVIA DE HONDURAS» Y DE ALLI SURGIO LA BELLEZA DE LA INDUSTRIA BANANERA -PUES FUE EL GENERAL SIERRA QUE INSTRUYO A LA STANDARD EN LA TECNOLOGIA QUE ADQUIRIO EN LAS CANARIAS ESPOAÑOLAS Y QUE DON TERENCIO SIERRA FUE EL ARTIFICE AL ENSEÑAR EL ARTE DE PRODUCIR,EXPORTAR Y GANAR SEMBRANDO LOS FAMOSOS´´MINIMOS» O LLAMADOS BANANOS EN EL MUNDO!….CONVIRTIENDO A HONDURAS EN LA PRIMERA POTENCIA FRUTERA DEL MUNDO!!ALLA A LA SAZON DEL SIGLO XX.QUE ELOHIM EL SANTO DE ISRAEL BENDIGA LAS AMERICA.

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