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Comentario sobre el himno a Lempira

Estatua de Lempira

El himno a Lempira es un claro ejemplo de lo que algunos llaman religión cívica, y específicamente de un culto laico a los héroes de la patria.

(Ver letra del himno a Lempira).

En este himno, al indio Lempira se le presenta como un semidiós en su afán libertario y se le alaba por su compromiso ético de defender la patria contra sus enemigos.

Podríamos pensar que el epíteto de semidiós que se aplica a Lempira es un tanto exagerado, lo que se conoce como el recurso literario de la hipérbole, pero esa exageración nos llama a prestar respeto a la figura del héroe.

Desde el principio se nos invita a entonar un himno a Lempira, porque fue un patriota de heroico valor.

Se exalta a Lempira como un héroe por guiar a su pueblo en la lucha contra la invasión extranjera y se le pide a los que escuchan el himno —y se sobreentiende que se dirige específicamente a los hondureños— a que participemos de esa exaltación del héroe cantando el himno a él dedicado.

Esto se puede entender como un culto a un héroe, un culto que el Estado de Honduras incentiva a través de la Secretaría de Educación, ya que a los niños y jóvenes se les enseña a cantar este himno en los centros educativos y, a entenderlo.

La figura de Lempira ocupa un lugar importante de la identidad nacional. Todos los que han pasado por el sistema educativo hondureño conocen la historia de Lempira, de como resistió a la invasión española, y cómo fue asesinado a traición.

Además, la moneda de Honduras se conoce como lempira. A Lempira se le rinde homenaje en el día consagrado a él, que es el 20 de julio de cada año. En ese día se hacen en las escuelas recreaciones teatrales de la muerte de Lempira, y se hacen concursos de belleza para niñas vestidas de indias.

La historia del indio Lempira, en la manera que se cuenta por el sistema educativo oficial, tiene un claro propósito de formación moral y cívica. Se nos pide que nos identifiquemos con Lempira y que imitemos su ejemplo de luchar por la patria. Lempira es un ejemplo de patriota.

El himno a Lempira recalca esto diciendo que fue grande con toda grandeza, y que fue puro con toda pureza. Todo esto es parte de una hipérbole que nos quiere llamar la atención sobre su ejemplo moral.

Su ejemplo moral contrasta con la emboscada de que fue víctima por parte de sus enemigos, quienes los llamaron para negociar la paz solo para ser asesinado a traición. El contraste es en blanco y negro: Lempira y su pueblo es bueno, y los españoles son malos.

El carácter de adoctrinamiento moral de esta historia resalta tanto, que algunos académicos sospecharon que la historia de Lempira pudo haber sido un mito inventado, que el indio Lempira mismo ni siquiera existió. Sin embargo, el historiador Mario Felipe Martínez descubrió un documento en archivos coloniales en España que confirma la existencia real del cacique Lempira.

La sorpresa es que el documento da otra versión del desenlace de la muerte de Lempira, que en lugar de ser asesinado a traición, muere al ser vencido limpiamente en un duelo, a manos de un español, que en el documento pide recompensa al rey de España por semejante proeza.

Sin embargo, el historiador Longino Becerra considera que la versión del antiguo documento de la muerte de Lempira puede ponerse en duda, ya que hay un claro interés pecuniario que mueve al redactor del documento a jactarse del asesinato del cacique. Becerra mismo acusa a los que dudan de la historia oficial de poseer una escasa fibra patriótica.1

Lo que queda fuera de duda es la existencia del cacique Lempira y de su lucha por la liberación de su pueblo.

Y más allá de la exactitud histórica, lo que importa para el sistema educativo oficial es el valor inspiracional y formativo del relato.

El relato de Lempira, el himno a él consagrado y las celebraciones alrededor de su figura forman parte de una religión civil hondureña, de un culto laico hondureño a los héroes y próceres de la patria.

Se podría objetar que Honduras no necesita un culto laico a los héroes ya que la mayoría de los hondureños profesamos la religión cristiana. La religión cristiana —en sus versiones católicas, protestantes y evangélicas— inspira el comportamiento ético de la mayoría de los hondureños, y esto sería suficiente en lo que se refiere a la formación moral de los hondureños.

El problema es que al ser Honduras un estado laico —al menos en lo que se refiere a las leyes y a las formas— no se puede impulsar abiertamente un adoctrinamiento religioso en el sistema educativo. Necesitamos entonces una enseñanza laica de valores morales, y para eso recurriremos a la figuras de héroes y próceres laicos.

Además, la religión cristiana misma es deficiente en lo que respecta a valores cívicos y a una exaltación de la identidad nacional. El catolicismo romano —su nombre lo indica— tiene un origen histórico y cultural específico que no responde a los intereses de Honduras, y otro tanto se puede decir de las iglesias evangélicas, que en su mayoría son de origen e inspiración estadounidense.

Necesitamos mitos de identidad propios, o al menos eso estima el sistema educativo.

Un problema con los mitos laicos de formación cívica es que al igual que los mitos religiosos pueden ser objeto de una deconstrucción o demolición téorica. El mito de Lempira no deja de ser problemático. La forma en que se presenta a los indios como buenos y a los españoles como malos no deja de ser una simplificación grosera de la realidad.

Lempira se nos presenta como un proto-hondureño, como un hondureño antes de que se formara el Estado de Honduras, pero es obvio que el cacique Lempira representaba a una identidad local indígena que no tenía nada que ver con el moderno Estado de Honduras. Dicho crudamente: Lempira no era hondureño ni se sentía hondureño.

Además, con el mito de Lempira se nos pide que nos identifiquemos con los pueblos indígenas y su lucha, y que por otro lado despreciemos la conquista española. El problema es que el pueblo hondureño es de herencia mixta, tanto genéticamente como culturalmente, y que al odiar nuestra herencia española estamos odiando a una parte importante de nosotros mismos. La realidad es que nuestra herencia cultural española pesa mucho más, no en vano la mayoría de los hondureños hablamos español y adoramos a Jesucristo.

Testimonio de la herencia cultural española son las danzas folklóricas hondureñas que promueve la Secretaría de Educación, que al igual que las de otros países hispanoamericanos, tienen su origen en la colonia española.

Quizás sería más saludable tratar de reconectarnos con el pasado español a tratar de fingir que somos indígenas pre-coloniales. El orgullo de celebrar ser un Estado independiente con su propia historia nos impide hacer eso. Estamos empeñados en celebrar nuestra independencia de España cada año, pero Honduras —como un Estado independiente— carece de una historia gloriosa de la que podamos tomar inspiración. La misma historia oficial de la independencia es un mito2.

Otro problema es el fracaso de Lempira. Lempira fracasó en su lucha por la soberanía de su pueblo indígena. Su sacrificio no sirvió de nada. El culto a Lempira promueve la exaltación romántica de causas fracasadas. Esto también va en la línea de otros mitos laicos hondureños, como la muerte de Morazán, y el verso del himno nacional que dice que serán muchos, Honduras, tus muertos, pero todos caerán con honor.


  1. Evolución histórica de Honduras. 2009. Longino Becerra. Editorial Baktún. Página 68. 
  2. El mito de la Independencia de Honduras en el 15 de septiembre de 1821 

Comentario sobre la poesía «Águilas Conquistadoras» de Luis Andrés Zúñiga

Esta poesía (ver texto completo) es una crítica al imperialismo de Estados Unidos en Latinoamérica, y particularmente en Honduras.

A principios del siglo XX Estados Unidos mandó marines a Honduras para salvaguardar los intereses de las compañías bananeras ante la inestabilidad política en Honduras, lo que provocó una reacción patriótica de algunos intelectuales hondureños como el escritor Froylán Turcios y el periodista Paulino Valladares.

En la poesía se recuerda la historia que representa el mito fundacional de Estados Unidos, con los peregrinos de Inglaterra huyendo de la persecución religiosa. También nos recuerda el ideal puritano de Estados Unidos como la nueva tierra prometida, como el nuevo Israel o el nuevo pueblo escogido de Dios, como la historia de la tradición bíblica escrita para una nueva generación.

En estimación del autor, Estados Unidos tuvo unos orígenes humildes que estaban basados en buenas intenciones, pero que se corrompió al aumentar su poder económico y militar, así como un torrente se ensucia al aumentar su caudal.

Por causa de esa corrupción ahora el imperio americano nos muestra ahora sus homicidas manos, queriéndose apoderar de los territorios de lo que algunos llaman el «patrio trasero» de Estados Unidos, desde México hasta el canal de Panamá, y lo hace con la violencia de las armas.

El poeta hace un llamado a todos los pueblos de herencia española en el continente americano a resistir con valor la invasión norteamericana, estando dispuestos a combatir sin importar si al final de la batalla los encuentra la amarga derrota y la aniquilación total, por que quizás al final del alma de la raza surgirá un resplandor. Este llamado de luchar hasta la muerte se hace eco de las palabras del himno nacional hondureño que nos dice que serán muchos Honduras, tus muertos, pero todos caerán con honor.

En la actualidad, sin embargo, la estrategia del imperialismo americano es mucho más sutil y pocas veces recurre directamente a invasiones militares para hacer valer sus intereses en el resto del continente americano, le basta hacer valer su influencia política y económica en forma indirecta y detrás de bambalinas. No va a poner a un gobernador político a gobernar directamente en nombre de Estados Unidos, sino que apoyará a los políticos locales que sean dóciles a sus intereses, utilizará medios indirectos, organismos internacionales como la OEA y el FMI para presionar a favor de sus intereses, intervendrá discretamente en los procesos electorales, perseguirá a sus enemigos utilizando el sistema judicial de los países, (sicariato judicial o lawfare) y apoyará discretamente golpes de Estado cuando sea necesario, como lo hizo en Honduras en el 2009.

El problema de Honduras, es que al ser un país pequeño, tendrá dificultad para luchar contra un gran poder hegemónico —como lo es Estados Unidos— para luchar por su independencia. Honduras se independizó de España solo para caer poco después en las garras del imperialismo americano. Se necesita el despertar de los pueblos de toda Hispanoamérica, combatir a las oligarquías locales aliadas del imperio, combatir la desinformación que nos sirven constantemente los medios de comunicación y una estrategia de lucha internacional para hacer retroceder la intervención americana en nuestros países.

Eso sería lo ideal, pero parece poco probable. Los pueblos latinoamericanos están divididos, tanto entre sí como a lo interno. Sin embargo, no todo está perdido. Existen indicios de que el imperio angloamericano se está debilitando día tras día por causa de su propia ineptitud. Existe el goteo constante de una migración masiva de gente de habla española que está entrando en Estados Unidos, ya sea legalmente o ilegalmente. Esta inmigración masiva cambiará la distribución demográfica de ese país. Los hispanohablantes seremos mayoría en ese país y dirigiremos sus instituciones. ¡El futuro pertenece a los que hablamos español!

Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos explotando los temores de la población nativa que teme ser desplazada, pero ha demostrado incapacidad para cumplir con sus promesas de campaña. Sus enemigos a lo interno son poderosos y quieren acoger a los migrantes con los brazos abiertos. ¡No hay nada que pueda detenernos! ¡Si el presidente Donald Trump no puede detener la inmigración nadie lo hará! Estados Unidos recibirá su justo castigo por su prepotencia imperial, y Honduras está tomando un papel protagónico en una invasión pacífica con sus ciudadanos que hará morder el polvo al imperio angloamericano a través de las caravanas de migrantes.

Encuentran especies raras en la ‘Ciudad Blanca’ en Honduras

Un equipo de científicos descubren todo un ecosistema de especies raras en la Mosquitia hondureña.

La Ciudad Blanca

En el año 2015 se hizo un descubrimiento de un sitio arqueológico en la Mosquitia hondureña que algunos relacionaron con la legendaria «Ciudad Blanca».

Una expedición de científicos —que tuvo que ser trasladada en helicópteros por el difícil acceso de la zona— encontró objetos hechos de tierra, entre ellos una pirámide, y una colección de esculturas de piedra que pueden haber sido ofrendas fúnebres.

El aviador Charles Lindberg divisó desde el aire en 1920 una supuesta ciudad en medio de la densa selva hondureña, lo que parecía confirmar leyendas ancestrales sobre una supuesta ciudad perdida. Desde entonces se ha intentado encontrar esa ciudad sin éxito. Los objetos encontrados en el 2015 pueden indicar la existencia de un lugar de culto y peregrinación, y no necesariamente estarían rodeados de un centro urbano.

Según Douglas Preston, quien escribió un libro detallando las vivencias en su viaje junto con la expedición científica del RAP, los arqueólogos ya no creen en la existencia de una sola «Ciudad Blanca», sino que habría existido una civilización completa con varias ciudades. Preston detalló su experiencia e investigación en el libro La ciudad perdida del dios mono

No sabemos el nombre de esta civilización o grupo humano, ni tampoco conocemos mucho de él. Todavía falta mucho por investigar y estudiar sobre este tema.

Y mientras se investiga el tema antropológico, se ha aprovechado para documentar la vida silvestre animal de esta zona de bosques prístinos, en la que raramente ha pisado una planta de pie humano.

Un equipo de científicos del Programa de Evaluación Rápida (RAP, por sus siglas en inglés) de Conservación Internacional, en el que participaron científicos hondureños, hizo una expedición a la zona en el año 2017 y recién hace un par de semanas ha publicado los resultados en un reporte completo. Se nos informa que se descubrieron 22 especies de animales que se creían extintas en el resto del territorio hondureño, como el escarabajo tigre, el escarabajo hércules, el murciélago de rostro pálido, la lapa verde o gran guacamaya verde, el pecarí de labios blancos y la falsa serpiente de coral.

El escarabajo Hércules, o Dynastes Hércules, es el escarabajo más largo del mundo. Los machos de esta especie usan sus largos cuernos para luchar contra otros machos para poder reproducirse con potenciales parejas sexuales. El escarabajo tigre solamente se había encontrado en Nicaragua y se consideraba ya extinto.

El murciélago de rostro pálido es un mamífero volador de pelo castaño que tiene un hocico erguido.

La lapa verde tiene unas plumas verdes muy llamativas que la ayudan a camuflarse entre los árboles.

El pecarí de labios blancos es una especie que está relacionada en forma lejana con los cerdos, y de hecho parece un cerdo negro. Se les encuentra deambulando en manadas.

Al director del Programa de Investigación Rápida, Trond Larsen, le sorprendió particularmente la presencia de pecaríes en la zona, ya que «necesitan áreas grandes y se mueven a través de amplias zonas para sobrevivir».

En total, los científicos del RAP descubrieron 246 especies de mariposas y polillas, 30 especies de murciélagos y 57 especies de anfibios y reptiles.

El equipo podría haber encontrado también una especie de pez nueva para la ciencia. Un pez vivíparo o poecilo que da a luz a descendientes vivos.

Toda esta diversidad biológica apenas perturbada por el ser humano, con procesos ecológicos y evolutivos que permanecen intactos, es una riqueza —para Honduras y para el mundo— que merece ser cuidada. Los principales peligros que se cierne sobre esta zona es la tala ilegal de madera, el narcotráfico y la cría ilegal de ganado en la zona.

De hecho este ecosistema casi prístino se encuentra incluido en la reserva de la Biósfera del Río Plátano, y como tal está protegido por las leyes hondureñas. Además el presidente Juan Hernández se comprometió a cuidar la zona cuando se hizo el hallazgo arqueológico en el 2015, pero la falta de fondos de un país pobre dificulta hacer realidad esta promesa.

Afortunadamente, se ha creado la Fundación ‘Kaha Kamasa’, que significa «Ciudad Blanca» en lengua misquita, para financiar la protección de la zona, así como para continuar con el proyecto de investigación científica.

Bibliografía

Lost city discovered in Honduran jungle

Creatures thought to be extinct found alive in Honduras’ ‘Lost City’

‘Extinct’ creatures found alive in ‘lost city’ deep within Honduras rainforest

Exploration of ‘Lost City’ in Honduras Uncovers Trove of Rare Life Forms

Field notes from the Lost City

Dozens of Creatures Thought to Be Extinct Found Alive in ‘Lost City’ in the Jungle

La ciudad perdida del dios mono

Luis Andrés Zúñiga

Luis Andrés Zúñiga

Por: Marcos Carías Reyes

«Este gran don Ramón…» decía el enorme Rubén aludiendo al insigne cincelador de la prosa castellana; don Ramón María del Valle Inclán. Frente a la efigie de nuestros más aquilatados varones de pensamiento, exclamamos: este gran Luis Andrés del olímpico laurel.

Hélo aquí: en una pose aparece con el cabello desordenado y mostachos a lo Cyrano: en ésta, los laureles gallardamente conquistados adornan su cabeza de artista. Porque, eso es Luis Andrés Zúñiga. Un artista del verso y de la prosa: un artista de su propia vida y de su propio YO. Ese YO artístico que naufraga en los medios ignaros lo ha defendido con las armas que guarda en su panoplia filosófica y anímica. Lo ha conservado, quizás no intacto: o preso en un corateral, que ya no cabe en nuestros días esa posibilidad y está envejecida tal actitud, pero sí rodeado de los atributos que todo artista ha de poseer para serlo. Conste que no nos referimos a la caricatura del artista como podría llamarse esa colección de gestos artificiosos y de falsos ademanes, sino a las esencias íntimas que lo bañan y a las excelsitudes muy personales que lo distinguen.

En la quietud del claustro, dentro de ese silencioso recogimiento que invita a la meditación y al éxtasis, libre de cadenas la voluntad y de complicaciones la vida, el numen encuentra hospitalario alero para el vuelo suave, el hondo filosofar y la creación estética. Surgen así obras de serenidad y de beatitud y la emoción es cual río subterráneo, diáfano y tranquilo. «No refleja las selvas lujuriantes llenas de endriagos; ni se precipita enfurecido al vórtice de los abismos. Mas, esta existencia de cenobitas sólo algunos artistas la disfrutaron en la antigüedad; y en nuestra era es casi imposible, aunque no infecunda, pues si bien es cierto que el pulso de la Humanidad da la norma de las creaciones del pensamiento, también el silencio es generador de obras maestras. El artista ha de vivir en una continua vigilia; en un estado de alerta constante para que su numen no quede preso en la clásica torre de cristal, pero al, al mismo tiempo, ha de defenderlo de las bajezas y ruindades con que el contacto diario le amenaza. Para algo se es poseedor de un don especial— y cobardía moral, como defección estética, sería arrastrarlo por el cieno donde moran los espíritus mezquinos.

Este gran Luis Andrés, como el polifacético Heliodoro, han continuado siendo artistas en este mundo enfermo de secular neurosis. Más singular el caso del segundo ya que Heliodoro lleva en sus venas el vértigo cosmopolita y Luis Andrés se quedó en el «cuarto brujo» haciendo vida vernácula, mantenidas en alto sus calidades estéticas y filosóficas, pues Luis Andrés es un esteta y un filósofo.

Pequeño, esbelto, ágil, cimbreante cual un junco; erguida la cabeza, viva la mirada, elocuente la expresión, brummeliano el ademán, en Luis Andrés Zúñiga todavía vive el magnífico triunfador en los Juegos Florales de 1915, bello certamen digno de imitación; ejemplo de un alborear luminoso ¡lástima por fugaz! en la bruma. Nos parece verle aún, con los ojos del niño, cuando declamó sus versos, proclamando la Reina del torneo:

«Alba blanca, luz de aurora,
es vuestro nombre, Señora,
que al pronunciarlo ilumina,
un vocablo evocador,
nombre de gema marina,
nombre de perla y de flor.
Suave nombre, voz alada,
voz risueña y perfumada
que suena en el corazón,
cual melodioso oleaje
o como aura en el boscaje
que dijera su canción.
Noble Reina, soberana!
Cual la luz de la mañana
habéis podido reinar
sobre un mundo dilatado;
que hay margaritas del prado y
hay margaritas del mar»…

Llevando en alto la grímpola de «Los Conspiradores» entró en la hermosa batalla del poeta-dramaturgo; y salió del redondel con los laureles de la victoria. Un coro de hosannas jubilosos cantaría en su espíritu; y el artista hubo de experimentar el sabor de ese magnífico néctar que, llámese Gloria, Fama o Triunfo, produce tan maravillosas embriagueces, especialmente si se trata de una victoria del Espíritu, de una Gloria ganada por el cerebro. En «Los Conspiradores» desfilan nobles, plebeyos, aldeanos y militares. Se ve a intervalos la arrogante figura del General Morazán y se asiste a la derrota de la carcomida aristocracia que pretendía mantener sus privilegios; y amparar sus abusos en los escudos de los Aycinenas. Un bello episodio de aquellos tiempos en que se asistía al derrumbamiento de un orden social ya degenerado y entre los dolores y los espasmos del parto surgían nuevas concepciones ideológicas y renovadas arquitecturas políticas.

Así, Luis Andrés Zúñiga es dramaturgo, poeta, prosista, filósofo, fabulista y psicólogo, de la más alta calidad. Coloca en cimas deslumbradoras, entre fragor de truenos y relampaguear de Apocalipsis, los encendidos estandartes de sus «Águilas Conquistadoras»:

«Un día zarpó un barco de la vieja Inglaterra
Con rumbo al Occidente, hacia ignorada tierra
Que hallábase escondida tras las curvas del mar.
El barco iba cargado de tristes inmigrantes
De Quakers que iban a esas tierras distantes
A buscar una patria y formar un hogar.
Nuevo pueblo de Israel, de místicos guerreros
Que de su patria huyeron, con penates y aceros,
De su conciencia oyendo la imperativa voz! …
… Al fin sus ojos vieron una costa florida
Que en la América libre les reservaba Dios.
Como robusto roble que en un día creciera
Y que la vasta sierra con sus ramas cubriera
O singular producto de monstruosa aleación;
Lo que fue débil niño se tornó en gigante.
Esa mísera tribu, en la tierra pujante
Se tornó de improviso en pujante Nación.
Y así como es muy limpio al nacer el torrente
Y que al crecer enturbia su linfa transparente
Hasta que llega, enorme, pero sucio hacia el mar.
Así !oh Yanquilandia, hija de puritanos¡
Armadas nos enseñas las homicidas manos
Y nuestra noble tierra pretendes conquistar.

Se escucha un grito de águilas tras el lejano monte;
Los búfalos ya asoman por el vasto horizonte:
¡Son hijos de la bruma en las tierras del sol!
El quetzal ya revuela sobre la cumbre enhiesta
Y se escucha un rugir en la negra floresta:
¡Son los bravos cachorros del gran león español…»

Desciende en seguida de esa montaña, sobre la cual ha lanzado rayos fulminatorios contra la política imperialista que en un tiempo de ingrata recordación deshonró la memoria de Washington y de Lincoln y haciendo gala de un mimetismo encantador se transforma en el bardo enamorado que ritma suaves endechas pulsando las frágiles cuerdas del laúd en «Lucy»; vuelve a borbotar con renovados ímpetus el torrente de la sangre; cabalga velozmente la fantasía y allá va el poeta asido de las crines de un fogoso corcel, sobre los palpitantes belfos, en la «Canción de las Walkyrias»; fatigado de correr por esos alucinantes mundos de Sigfrido y los Nibelungos, trémulo todavía con el estruendo de la tetralogía wagneriana, el aeda refúgiase en un monasterio; encuentra la calma espiritual de un franciscano y su melancolía beatífica fluye en «Todo es Nada,» hasta que Mefistófeles llama a las puertas de la abadía que señalaremos como de la penitencia y de la meditación; y el bardo se incorpora recordando a Julieta y a Margarita, a Helena y a Eva; sale de su encierro y clama a un mercader:

«Anda a Golconda y tráeme, mercader trashumante
un collar prodigioso de amatistas y una
fabulosa sortija que corone un diamante
cuyas aguas contenga una enorme fortuna.
Tráeme nácares finos. De ese nácar triunfante mercader,
nunca olvides que el Ofir es la cuna:
De esas perlas tráeme, de epidermis radiante
cuya luz es hermana de la luz de la luna.
Y a esas cosas floridas —mi regalo de boda—
añade el oro del Rimac, si a tu gusto acomoda
y cofres ambarinos con sedas de Nipón;
que eso será tan solo lo que daré a mi amada,
a la que dar quisiera la Cólquide encantada
y el rico vellocino que enloqueció a Jasón..»

En ocasiones vaga por los bosques, halla paz en la vida oscura del campesino, pero la imaginación hierve:

«Dichoso leñador que en la montaña
estás en tu labor, entretenido
y a la luz de la tarde, ya rendido
regresas jubiloso a tu cabaña.
En tu alma limpia, a la maldad extraña,
no suena el eco del mundano ruido,
la eterna sinfonía del gemido
que el dolor de nuestra alma desentraña.
Pero esa dicha que en tu pecho alienta
no tiene mucha miel ni es luminosa
pues tu obscura ignorancia la sustenta.
Más vale el fuego de la lucha ardiente,
más vale nuestra vida tempestuosa
muy llena de dolor, pero consciente.»

lo cual no obsta para que se sienta «poeta y aldeano»; dialogue con las flores como Rouseau, se tienda a reposar a la orilla de los riachuelos como Tennyson y admire el cuadro patriarcal que ofrecen los bohíos.

***

Las «Fábulas» constituyen un capítulo muy singular en la obra de Luis Andrés Zúñiga, que no es vasta, sino selecta.

Modelos de ingenio, de agilidad y sutiliza psicológica; de prosa amena y castiza, en su género y en nuestro país, las «Fábulas» no tienen ascendencia, ni descendencia. Son únicas. Y como únicas, dueñas son del rarísimo don de la originalidad.

Si en sus poemas, Luis Andrés se revela como un inspirado portalira; y en sus ensayos, escritos en prosa marmórea por lo tersa y repujada, como un filósofo, en las «Fábulas» alcanzó una cumbre hasta la cual nadie ha ascendido ni antes, ni después de él. Y, tanto en unos aspectos, como en los otros, vive, aparece siempre el artista; el artista nato que hay en su persona, mientras el hombre camina con paso tranquilo por los ásperos senderos del mundo, con la íntima conciencia de su valía; y deja que a la vera del «cuarto brujo» corran tumultuosas las aguas de la vida, quizás saturado de aquella honda serenidad que conocieron los discípulos de Pitágoras.

Tomado del libro «Hombres de Pensamiento» por Marcos Carías Reyes. Segunda Edición, 2006.