Archivo de la categoría: historia

Efemérides del mes de Diciembre en Honduras

Diciembre 2, 1829 Morazán toma posesión de la jefatura del Estado de Honduras
Diciembre 2, 1934 Destrucción de Copán y Santa Rita por un terremoto
Diciembre 5, 1954 El presidente Juan Manuel Gálvez delega el poder a su vicepresidente, Julio Lozano Díaz, quien luego asumirá como presidente de facto.
Diciembre 11, 1821 La Junta Consultiva de Guatemala confiere a Tegucigalpa el título de ciudad.
Diciembre 11, 1825 Se decreta la primera Constitución del Estado de Honduras.
Diciembre 19, 1881 Se crea el departamento de Colón.
Diciembre 20, 1557 Comayagua recibe el título de ciudad.
Diciembre 22, 1971 Honduras recupera las Islas del Cisne o Santanilla.
Diciembre 23, 1906 S.M. Alfonso XIII Rey de España dicta el Laudo Arbitral que define nuestra frontera con Nicaragua, desde el portillo de Teotecacinte hasta el mar.
Diciembre 23, 1969 Fallece en Tegucigalpa Tiburcio Carías Andino, ex-presidente de Honduras.
Diciembre 26, 1915 La ciudad de Gracias es destruida por un terremoto.
Diciembre 26, 1860 El Vicario del Cid lanzó una excomunión contra el Presidente José Santos Guardiola, que fue luego suspendida por la Santa Sede.

La probidad gubernamental y las regalías a los funcionarios públicos

Por Augusto Irías Cálix

En aquellos lejanos tiempos cuando nos iniciábamos en los estudios en la Facultad de Derecho en Tegucigalpa; me encontraba en el segundo piso del Hotel Honduras, frente al Parque Central en compañía de una prima y una pariente que venían de Estados Unidos; cuando llegó el Cnel. y Licdo. TOMÁS ROJAS CANELAS, amigo y paisano de la ciudad de Juticalpa; y me dijo: “Dentro de unos momentos llegará mi sobrino el DR. JUAN MANUEL GÁLVEZ: (EL FUTURO PRESIDENTE DE HONDURAS), a él le gusta tener sinceros y buenos amigos, y por eso te lo presentaré; como sabes, yo soy LIBERAL, pero ya estoy muy viejo; y deseo aprovechar esta oportunidad para ayudar a mi familia.

En efecto: a los pocos minutos llegó el Dr. GÁLVEZ acompañado de un grupo de amigos y fui presentado, tuvimos una amena plática y llegamos a ser muy buenos amigos.

En aquellos tiempos se acostumbraba que el “11 de junio” (Día del Estudiante), el Presidente concediera un avión, para que un grupo de estudiantes viajara a algún lugar de la República a disfrutar de ese privilegio; y en esas condiciones me encontraba a las 7 de la noche en casa del Presidente Gálvez, solicitándole una avión de la empresa “SAHSA”, para viajar a la ciudad de La Ceiba; el cual nos fue concedido.

Esa noche estábamos en la sala de la casa del Presidente Gálvez las siguientes personas: El Dr. Esteban Mendoza, Ministro de Relaciones Exteriores —el mejor ministro que hemos tenido en esa rama—; el que impuso la regla de los exámenes por oposición como condición para desempeñar los cargos diplomáticos y consulares en el exterior. Y recordamos que bajo esos requisitos fueron nombrados embajador y secretario de la embajada de Honduras en Francia el Dr. Carlos Roberto Reina y como secretario del buen amigo y paisano Dr. Enrique Ortez Colindres.

También se encontraba allí el Cnel. y Licdo. Roberto Palma Gálvez, el Licdo. Santiago Chavarría y el jefe de la Fuerza Aérea Cnel. Héctor Caraccioli.

En amena plática nos encontrábamos, cuando llegó un amigo del Dr. Gálvez, el Sr. Jesús Sahury; y le manifestó que venía a cumplir una misión de “la colonia árabe”, la cual consistía en un regalo de un automóvil “Cadillac” negro, y le ofrecía las llaves del mismo al Dr. Gálvez; el cual le dijo lo siguiente: “Mi querido amigo Jesucito: Siento mucho decirte que no puede aceptar este regalo, ya que yo tengo afuera un carro “Packard” verde nuevo, y yo casi no lo uso; ya que voy a la Presidencial a pie. Me les dice a los amigos de “la colonia árabe”, que les agradezco mucho, pero es como si lo hubiera aceptado. Gracias!”.

Después que se fue don Jesús Sahury, el Dr. Gálvez nos dijo: Si hubiera aceptado ese regalo le hubiera costado muchos millones de lempiras al erario público; ya que en estas circunstancias estos regalos se pagan con creces!!!

Qué regalo de honestidad y honorabilidad de este humilde y gran ciudadano, que como un segundo Gral. José Trinidad Cabañas, nos deja su trayectoria luminosa en el inmaculado azul cielo de la patria; para que las presentes y futuras lo imiten.

En esta permanente crisis política, económica e inseguridad ciudadana y jurídica en que vivimos, debido a que no se puede enfrentar la responsabilidad de gobernar para beneficio del pueblo, en un constante diálogo de sordos, con el que se quiere favorecer a grupos privilegiados que lo que pretenden es el asalto al Poder Público.

Ya es tiempo que se reestructure el gabinete de gobierno y que recuerde quiénes lo llevaron al poder; y que se produzca de inmediato “EL CAMBIO YA”.

Tomado de La Tribuna del 29 de noviembre del 2010.

Las narraciones del Ing. Pompilio Ortega acerca del Padre Subirana

Principia el Ing. Ortega con “El Misionero”, en el que afirma: “Tenía que suceder”, dicen las viejecitas. “Así lo anunció El Misionero”, sin admirarse de lo que ven, pues aseguran que todo lo que sucede fue profetizado por él, y que todo cuanto dijo era la purísima verdad…. Este hombre tenía un poder de atracción extraordinario y por muchos motivos puede colocársele entre los humanos de espíritu vidente, que tienen el don de profetizar y adivinar lo que ha sucedido…”

Entre las historias cuentan las siguientes:

“El Misionero y Ña Leona.”

Esta señora había seducido a un hombre casado, con quien vivía maritalmente en Opoteca, Depto. de Comayagua. Al llegar el Misionero, ella se alejó del lugar… Cuando iban para otro lugar el Misionero dijo a los acompañantes: “tened cuidado, que pronto nos encontraremos con una pantera: es una leona”. Por la vuelta del camino vieron asomar a Ña Leona, que venía de huir. Allí viene, dijo el Misionero, y se quedó en silencio hasta que ella estuvo cerca. “Mujer, le dijo: no mal te pusieron Leona”. La señora le pidió perdón. “Anda, le dijo, devuelve su marido a aquella mujer y su padre a aquellos hijos”.

“El Misionero y el hechicero”.

En el pueblo de Ojos de Agua, Depto. de Comayagua, había un hombre a quien todos temían porque practicaba la Magia Negra y era hechicero en toda forma. Dicen que iba a la iglesia a solas para cortar pedacitos a la piedra de Ara; que se hacía lechuza, coyote y hasta hormiga; era, en una palabra, el terror de aquellas sencillas gentes… Gracias a la intervención del Misionero, el viejo dejó las hechicerías.

“Profetizó la venida de extranjeros”.

“No pasarán cincuenta años”, les decía, “sin que este bello país de ustedes sea invadido por extranjeros de todas las naciones de la tierra: los sajones, los chinos y los judíos serán los primeros. Aseguren sus propiedades ejidales para que siempre tengan donde trabajar en común; porque los dueños de los terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Uds. se descuidan, por la facilidad con que viven, pero día vendrá en que todo será distinto; necesitarán mucho dinero para sostener la vida, y eso lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del extranjero. Trabajen y dejen los vicios para que no vallan a perder su bella tierra”.

“El Misionero y los Indios”.

Donde fue verdaderamente admirable el Misionero, fue en la región de Yoro y Olancho, con los indios xicaques y payas. Por miles bajaban hombres, mujeres y niños a donde él estaba, para ser bautizados. Unos decían que venían a donde él porque habían soñado, otros porque lo habían adivinado, otros porque veían a sus amigos venir hacia él, y así por el estilo.

El misionero les enseñó a vestirse, a leer y a creer en Dios. Cuentan que cuando quiso bautizar al cacique Cohayatlbol, éste y el sacerdote tuvieron una larga discusión. El cacique le decía que a él le convenía creer en Malotá (Dios del Mal) mas que en el Dios de los cristianos, porque el primero nada le prohibía, mientras que el segundo le restringía sus derechos. El Misionero hizo que le diera un fuerte dolor de cabeza y después le preguntó: ¿Te ha dolido la cabeza alguna vez? —En estos momentos me duele más que nunca, dijo el cacique—. Si te dejas bautizar, agregó el Misionero, ese dolor se te quitará inmediatamente. Cohayatlbol se admiró tanto de aquel milagro, que le dio permiso para bautizar a toda su gente. Esto sucedía en las proximidades del nacimiento del río Cuyamapa. En un bello paraje al pie de las montañas de Pijol: extensas sabanas verdes, pinares espesos combinados con los bosques de liquidámbar; todo fragante, fresco y vivificante. En este lugar se encuentra la aldea de Subirana, para cuyos habitantes el recuerdo de aquel hombre constituye la mejor página de su historia.

EL MISIONERO CASTIGA A UNA MUJER DESNATURALIZADA

Terminada la misa, pues no hubo sermón, llamó a una señorita de aquel pueblo por su nombre. “Fulana de tal pase a las gradas del altar”, dijo el Misionero, sin bajarse del púlpito. Esta obedeció. El Misionero dijo a los fieles que lo siguieran y toda la procesión se dirigió a unos cerros vecinos; llegando por fin a un sitio pedregoso… El Misionero, dirigiéndose a la desfallecida mujer, le dijo: “Levanta esa piedra”. La mujer no podía levantarla… El Sacerdote le dijo: “Ayer tuviste fuerza para colocar esa piedra donde está y hoy no la puedes levantar, haz un nuevo impulso, pues Dios quiere libertar tu conciencia y salvar a este pueblo de un gran peligro”.

La mujer levantó la piedra, bajo la cual estaba enrollada una enorme culebra. Tómala en tus brazos, dijo el terrible juez… Tan pronto como el diabólico animal estuvo en sus brazos, levantó la cabeza que se prendió en uno de los pechos de la señora.

“Todos a la iglesia”, dijo el Misionero y entonces la procesión fue encabezada por la señora que amamantaba la serpiente. Cuando estuvieron de regreso, el padre ordenó a la señora que colocara la culebra en una esquina del templo, y principió un sermón en el que condenaba la conducta de ciertas mujeres que por salvar efímeras apariencias sociales, asesinan a los hijos… Al terminar, se dirigió a la señora en estos términos: “Toma tu hijo. Vete a darle sepultura en el lugar donde se entierra a los cristianos y da gracias a Dios, que por mi medio te has librado de la vida de amargura que te preparaba tu conciencia”. La estupefacción fue general cuando al dirigir las miradas hacia el lugar donde habían colocado la culebra, vieron a un niño con moretes en la garganta, estaba muerto, manos infames lo habían estrangulado…

“El Misionero en Esquías”.

Llegó a hospedarse en casa de Escolástica Flores. A poco de haber llegado, llamó a la señora y le dijo: “Tu hija Clara ha sido invitada para un baile esta noche, ¿verdad?”. Sí, señor, contestóle Escolástica. “Pues no la dejes ir”, terminó el Misionero. La muchacha fue al baile, sin que lo notaran. El Misionero le dijo a la señora Flores: “Prepárate para entre nueve meses”, y así fue.

El Misionero y la Legión.

En una ocasión dijo a los habitantes de Esquías, que en aquel lugar había una legión de espíritus malos; que era necesario hacer una plegaria general para conjurarla, que todos los vecinos fueran a la iglesia al siguiente día. En el momento en que el Misionero hacía la imprecación, oyeron un ruido semejante al retumbo de un volcán que hace erupción y se sintió un fuerte temblor de tierra…; pero a una palabra del Misionero todo quedó en calma…

“Apersoga una mujer en la plaza”.

Existía en aquel pueblo una señora casada que había abandonado a su marido para irse a vivir en concubinato con su padrastro. El Misionero la mandó a llamar, y como ella negara lo que hacía, dando muestras de disgusto y falta de respeto, el Misionero la mandó apersogar en el centro de la plaza, diciéndole: “Bestia humana, así permanecerás esta noche, y ya verás lo que está reservado para todas las de tu clase”. A eso de la media noche se desató un huracán horroroso… Al día siguiente vieron a la mujer, ya sin el lazo, dirigirse a casa de su marido, sin explicar a nadie lo que había visto en aquella horrible noche.

“Como aquél que multiplicó los panes”….

En la aldea de Rancho Grande, entre Esquías y El Espino, existía el rancho público más grande de la vía. Al llegar a este lugar el Misionero, quien por mucho tiempo fue asistido por el señor José de la Cruz Hernández, vecino de El Espino (San Jerónimo, Depto. de Comayagua), oyó que éste le decía: ¿Qué haremos con toda esta gente en este lugar donde no hay dónde comprar comida? —“¿Qué tienes en la cocina nuestra?”, le preguntó el Padre. “Nada más que un poco de arroz”, replicó el cocinero. “Pues ponlo a cocer y les das”, y continuó aquél, al parecer ignorante que el arroz no era más que unas cuantas puñadas. El cocinero lo puso a cocer, y todos comieron, sin que faltara para nadie.

“El novio que intentó engañar al Misionero”.

Lo que era de cajón en cada lugar donde el  Padre Subirana llegaba, eran los casamientos. Ruedas interminables de contribuyentes, viejos y jóvenes… El ciudadano Domingo Cruz, abuelo materno del profesor Augusto Urbina, formaba parte de una interminable rueda de aspirantes a matrimonio, en Sulaco. Contaba el señor Cruz que al llegar con la vista hasta donde cierto sujeto, le dijo: “Esa no es la que será tu esposa, anda y entrega esa niña a sus padres y vuelve mañana con fulana de tal, a quien debes tomar por esposa. ¿Qué creías que iba a hacer ella para criar esos cuatro hijos que con ella tienes? El mencionado sujeto obedeció.

“La ciudad subterránea”.

A muy avanzada edad murió hace pocos años don Francisco Durón, hijo de don Lucas, el mismo de los Guacos. Contaba don Chico que su padre había ido con la comitiva de cueveños, hoy trinitecos, a dar un paseo por una ciudad subterránea cuya entrada se abría al lado norte del cerro Casque, invitado por el Misionero Subirana. (En el Depto. de Comayagua).

“Admirables consejos”.

Lo primero que el Misionero Subirana hacía al llegar a un pueblo, era aconsejar a sus habitantes que permanecieran en él, si le parecía situado en un buen lugar, o que le abandonaran si adivinaba un futuro peligroso. Muchos pueblos se cambiaron de localidad y otras tantas aldeas se fundaron por su iniciativa.

La muerte del misionero

Para morir, el Misionero Subirana escogió la casa de un enemigo suyo. Cuentan que en las proximidades de Santa Cruz de Yojoa, vivía un hombre para quien el nombre del Misionero era una continua pesadilla. Siempre hablaba mal de él y terminaba diciendo: “Le odio, le odio; si le viera de cerca acabaría con él”.

El Misionero dijo a sus indios que les dejaría porque ya se acercaba el fin de su vida y le faltaba que hacer una conquista. Ellos lloraron su ausencia por largo tiempo.

Llegó a la casa de su gratuito enemigo, y en cuanto lo vió, lo llamó por su nombre, diciéndole: — “He escogido tu casa para pasar los últimos momentos de mi vida sobre la tierra, que por cierto ya están muy cerca”. El hombre olvidó completamente su odio y prodigó al Misionero toda clase de atenciones.

“La Fuente de Subirana”.

El último milagro que hizo estando en esta vida aquel hombre extraordinario, fue cerca del lugar donde murió en El Potrero de Oliva. Cuentan que el antiguo enemigo en cuya casa se hospedaba, se disgustó por la aglomeración de gente en su casa, especialmente porque el agua les quedaba lejos. Al notar eso, el Misionero le dijo: “No te apures por eso, que de dejaré una fuente aquí cerca de tu casa”, y saliendo al campo, escarbó el suelo con el dedo y de allí brotó una fuente de agua… Es la Fuente de Subirana….

“Palabras y Sonrisas, una semana después de muerto”.

Cuando su última hora fue llegada, dijo al nuevo amigo que su deseo era que su cuerpo fuese enterrado en la iglesia de la ciudad de Yoro. Una inmensa procesión de indios vino de todas aquellas montañas a cargar los queridos restos. Cinco días duró el viaje y era sorprendente la liviandad del ataúd. A pesar de que esto sucedió en la época de lluvias ni una gota de agua cayó donde ellos iban; los aguaceros caían a su alrededor, pero nunca sobre los que lo llevaban, y el cuerpo del Misionero, en vez de descomponerse como los otros humanos, despedía un perfume de rosas. Entre llantos y frase cariñosas, entró aquella procesión fúnebre en la iglesia de Santiago de Yoro. El cura de la parroquia hizo abrir el ataúd para ver por última vez el rostro de aquel hombre maravilloso, dando en sus labios inertes un suave beso de despedida. El Padre Subirana abrió los ojos y con una sonrisa en sus labios yertos, le dijo: “Siete años después de haber depositado mi féretro en esa fosa abrirás mi sepulcro y encontrarás un tesoro”. Y cerró sus ojos azules, esta vez para siempre.

“Guacos en una procesión funeraria”.

La parte cómica en las tradiciones que con tanta veneración recuerda nuestro pueblo acerca del Misionero Subirana, la forman las inevitables orejeadas que daba a los amigos de la Magia Negra. “Mi tata quien sabe que tenía, no ve que él fue uno de los que orejeó el Misionero, por brujo, y eso de los guacos en su entierro, nada que me ha gustado”. Este era el epílogo de un cuento que una buena señora contaba a mi madre, cuando yo todavía era un muchacho.

“A principios de este siglo [XX] murió en el caserío de la Meseta (La Trinidad, Depto. de Comayagua) un anciano a quien yo conocí… Desde que don Lucas entró en el período de agonía, principió a reunirse gran número de guacos en la arboleda vecina, poniendo una nota casi tenebrosa con su agorero canto: “ya ca-bó…… Ya ya ya cabó”. Aquellas aves no se retiraron hasta que salieron con el difunto para enterrarlo en el cementerio de pueblo, y los guacos volando de rama en rama acompañaron la procesión fúnebre, o mejor dicho formaron otra que en vez de caminar por el suelo, volaba por el aire, y los macabros graznidos no cesaron hasta que el difunto fue cubierto de tierra… El guaco nuestro es el mismo Yacabó del Orinoco, especie de gavilán….

Fuente: Patrios Lares, por Pompilio Ortega. Visto en El Misionero Español: Manuel Subirana, de Ernesto Alvarado García. 1964.

Pompilio Ortega

Nació en La Libertad, Comayagua (1890), falleció (1959). Autor de: Nociones de agricultura. Tegucigalpa, 1921, El cultivo del café en Honduras. Tegucigalpa, 1946, Patrios lares. Tegucigalpa, 1946, y numerosas cartillas relativas al cultivo del cafeto. De acuerdo a José Reina Valenzuela, «dedicó sus estudios no solo al agro hondureño sino a recopilar sus tradiciones y leyendas, recogiendo pacientemente la música nacional en pueblos y aldeas para formar el alma musical de nuestro folklore».

Tomado de «Diccionario de Escritores Hondureños». Mario R. Argueta. Editorial Universitaria. U.N.A.H.

El Padre Manuel de Jesús Subirana, Misionero Español en Honduras

Por Luis Mariñas Otero

Toda la extensa zona donde ejerció su actividad Subirana, unos 50.000 Kms. cuadrados, lleva su huella. Organizó a los indios de la región, dispersos en las selvas, en pueblos para los que consiguió del General Medina tierras de buena calidad.

La actividad primordial de Subirana, durante los ocho años que residió en Honduras fue la Misionera, en la que encontró un terreno casi virgen. En Luquigüe, departamento de Yoro, había existido durante un siglo un importante centro misional de los franciscanos para la evangelización de los jicaques, pero a partir de 1826 se suspendió el envío del modesto subsidio de 664 pesos que se remitía de Comayagua para sus sostenimiento y en la época de Subirana la Misión había desaparecido. Ejemplos similares se multiplicaban en el resto del país.

Así en el Archivo Parroquial de Comayagua se conserva una autorización, de fecha 17 de diciembre de 1858, para que construya y bendiga Ermitas y cementerios de nueve pueblos “para que los 4.345 indios toacas, payas y hicaques que el señor Misionero Presbítero Don Manuel Subirana ha instruído y bautizado en los Departamentos de Olancho y Yoro puedan ir acostumbrándose a los actos religiosos”.

Considerado por todos como “benemérito de la instrucción Pública” años despues, un Presidente, nada sospechoso de clericalismo, Paz Barahona, ordenó colocar el retrato de Subirana en el Salón de Honor de la Escuela Normal de Tegucigalpa, en atención a los servicios que prestó a la educación de Honduras.

Pero no solamente ha pasado a la posteridad el recuerdo de Subirana como catequizador nuestro. Su labor entre los indios de Yoro, Olancho y la Mosquitia no se limitó a lo espiritual sino que, en una época en que el Gobierno estaba lejano y sus representantes en las zonas atrasadas del país tenían poderes casi omnímodos, la actuación del Padre Subirana rebasa las fronteras de lo religioso y educativo para ocuparse del bienestar material y del progreso de las comunidades indígenas donde misionó.

Consiguió del Gobierno del Presidente Medina tierras para sus feligreses, realizando así una obra eficaz en bien de los mismos, que nos resume el Dr. Vallejo de esta forma:

“A pesar de que ha transcurrido tiempo considerable desde la muerte del padre Misionero, no ha habido ningún sacerdote de esta Diócesis que haya sentido la tentación de seguir tan noble ejemplo, no obstante de que hay algunos con pretensiones de inteligentes y virtuosos, razón por la cual las conquistas hechas por el padre Subirana, no solamente no han progresado, ni conservándose siquiera, sino que casi están perdidas.

“El padre Subirana con el principal objeto de despertar en los indios selváticos el amor a los trabajos agrícolas y crearles de esta manera intereses permanentes, y emanciparles de la ignorancia por medio de la instrucción, pidió al gobierno varias concesiones de terrenos que se otorgaron en legal forma, y que se encuentran en el Archivo Nacional, con los nombres de Anisillo, Agua Caliente, Camalote, Candelaria, Guajiniquil, Jimía, Ojo de Agua, El Pate, Palmar, Pintada, Santa Marta, San Francisco, Las Vegas y Tela.

“Muerto Subirana, que fue una desgracia y materia de dolor para los indios, olvidándose de ellos los directores de las cosas espirituales, el Gobierno del General Medina dispuso que los Gobernadores Políticos del Departamento fueran curadores de los indios y administraran el producto de sus trabajos.

“Este nuevo cargo conferido a los Gobernadores de la sección de que me ocupo, fue por algún tiempo manzana de discordia entre los pro-hombres de la ciudad de Yoro y del Departamento, por las especulaciones, a que se aseguraba se prestaban las guardas o curadurías. Afortunadamente todo esto ha desaparecido y los aborígenes han mejorado un tanto su lamentable situación”.

El 27 de Noviembre de 1864 a los ocho años de su incansable actividad en Honduras murió el Misionero, tan pobremente como había vivido, en un caserío cercano a Santa Cruz de Yojoa, el Potrero del Olivar, que el pueblo bautizó con el sublime nombre de Subirana del Olivar que el uso ha consagrado…

Fuente: El Misionero Español: Manuel Subirana, por Ernesto Alvarado García. 1964.