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Reseña del libro "Riqueza para Todos"

Dr. Carlos Sabillón

Carlos Sabillón tiene la solución para sacar a Honduras de la pobreza en tan solo cuatro años, según cuenta en su libro «Riqueza para Todos».

El economista asegura que la clave estaría en obtener rápidamente unas elevadas tasas de crecimiento económico que harían desaparecer el desempleo y la pobreza en tiempo record, a través de un sencillo manejo de la política macroeconómica.

Carlos Sabillón ha dedicado toda su vida a la búsqueda de la fórmula que permita sacar a Honduras de la pobreza, y después de haber sacado varias carreras universitarias y doctorados, y aprendido varios idiomas, todo con el objetivo de resolver este acuciante problema, ha logrado dar con la fórmula para el crecimiento económico, según su opinión.

Sabillón llama a su doctrina «manufacturismo», ya que, según su estudio de la historia económica de los países en desarrollo, todos tienen en común la manufactura y el desarrollo fabril como motor del desarrollo.

Sabillón echa por tierra y desacredita las teorías económicas sobre el desarrollo vigentes en el ámbito académico, tanto de izquierda como de derecha, y refuta con estadísticas los lugares comunes o clichés en los que se basa la política económica hondureña, y demuestra en forma convincente que solo el crecimiento económico acelerado es la respuesta a los problemas de desempleo, salud, educación y seguridad.

Sabillón considera que los responsables de la pobreza han sido los políticos que han dirigido al país, que han sido tanto corruptos como ignorantes en temas económicos. Rechaza la idea de que el hondureño tenga una inclinación cultural hacia la pereza, o que Honduras, por ser un país pequeño, esté siempre condenado al subdesarrollo. Sabillón gusta de citar el ejemplo de países como Luxemburgo, Suiza, Singapur y Qatar, que son más pequeños que Honduras, pero que han logrado impresionantes tasas de crecimiento económico.

En su opinión, lo que necesita Honduras es un dirigente sabio y honesto que lo guíe hacia el desarrollo.

Muchos de los problemas de Honduras se pueden resolver con crecimiento económico, por lo que este tema debería ser de interés para todos, sin embargo, muchos hondureños adoptan una actitud pesimista en cuanto al futuro del país, y les parece que los temas económicos son muy complicados, por lo que Sabillón trata de apelar en su libro a los intereses de varios sectores, aún los de aquellos a los que no les interesa el tema económico.

Él argumenta que con crecimiento económico es posible disminuir la delincuencia, aumentar los espacios y el tiempo para la recreación, permitiendo más oportunidades para encontrar el amor de pareja. Para los que viven la pasión futbolística, Sabillón les dice que el crecimiento económico puede convertir a Honduras en una potencia futbolística. Para los que se interesan por los derechos humanos y los derechos de la mujer, Sabillón demuestra con cifras que los derechos humanos son más respetados en los países con mayor crecimiento económico.

Sabillón tiene una gran fe en la ciencia para resolver los problemas humanos, sin por eso caer en el ateísmo, como lo hacen otros. Su inclinación siempre fue hacia las ciencias sociales, aunque desconfía de las teorías económicas aceptadas en círculos académicos.

Su enfoque en el crecimiento económico para resolver los problemas sociales podría dar la impresión de un economicismo crudo, pero en realidad es todo lo contrario. Él no cree que cada persona solo debe buscar su propio bienestar, y que mágicamente el sistema de mercado produciría un nivel óptimo de bienestar social. Su vida misma da testimonio de un servicio desinteresado a favor de la humanidad. Él no cree que el dinero sea lo más importante en la vida, sino servir a los demás; y es la ciencia, no el dinero, lo que ha mejorado el nivel de vida de la humanidad.

Este libro consiste en una sucesión de artículos independientes entre sí, todos con el tema en común del desarrollo económico enfocado hacia Honduras. Al final cuenta la historia de su vida, relatando su heroica búsqueda de la solución para la pobreza a través de la ciencia económica.

Mi crítica

Simpatizo con la crítica de Sabillón hacia el establisment académico de la economía, pero considero que este libro no explica la doctrina del manufacturismo, ni siquiera en forma esquemática. Solo se conforma con repetir que la manufactura es la clave del desarrollo, pero no explica que políticas debe seguir el gobierno para estimular la manufactura y producir esas asombrosas tasas de crecimiento del 30% anual.

Sus artículos estimulan la curiosidad y el deseo de conocer más sobre la doctrina del manufacturismo, pero esa curiosidad no se ve plenamente satisfecha. Tampoco se encuentran referencias hacia un desarrollo más profundo de la teoría, aunque Sabillón afirma que él ha debatido sus ideas con muchos expertos del campo de la economía, y los ha vencido intelectualmente.

A través del libro uno puede comprender que Sabillón considera que él es la persona más adecuada para dirigir los destinos de Honduras, ya que solo él tiene los conocimientos necesarios para producir crecimiento económico a una velocidad acelerada, y solo él ha dedicado su vida a buscar la solución para los problemas de Honduras. Esta afirmación puede molestar a más de alguno, por su falta de modestia, pero no por eso debe desecharse. Sabillón intentó postularse a una candidatura presidencial independiente, pero por alguna razón no lo consiguió.

Algunas partes de su recuento biográfico parecen difíciles de creer, como cuando asegura que después de culminar sus estudios de economía le ofrecieron un trabajo que consistía en visitar hoteles de lujo.

En general, Sabillón parece demostrar una tendencia hacia el narcisismo, hacia un concepto exagerado de la importancia de su propia persona, pero es fácil ver que si los reclamos que Sabillón hace son ciertos, las implicaciones son enormes.

La teoría de que la manufactura es lo más importante parece sugerir que hay que concentrar las inversiones del gobierno en este sector, en desmedro de otras áreas como la salud y la educación, lo que puede ser rechazado por personas de izquierda, además de que una posible incursión del gobierno en el campo de la manufactura puede ser rechazado por sectores de derecha.

Prisión Verde, de Ramón Amaya Amador: Resumen del libro

Esta novela es sin duda una de las más populares en Honduras, no por la perfección de su arte literario, sino por su valiente denuncia de las condiciones de explotación de los trabajadores hondureños por parte de las compañías bananeras norteamericanas. Su autor, Ramón Amaya Amador, quien trabajó por un tiempo en los campos bananeros como regador de veneno, al ingresar en el periodismo decidió denunciar las condiciones de explotación que él presenció de primera mano, lo que le ganó la antipatía del régimen dictatorial de Tiburcio Carías Andino —quien defendía los intereses de las bananeras— por lo que tuvo que salir exiliado del país.

Ramón Amaya Amador hace uso de su experiencia en los campos bananeros para elaborar su novela. El propósito del autor —más que hacer un aporte literario— es crear una conciencia política que produzca un cambio social que mejore las condiciones de vida de los trabajadores hondureños.

Según el escritor Armando García, Prisión Verde “ha sido el libro más perseguido del país. Por mucho tiempo fue prueba de convicción para el encarcelamiento. Los viejos de mi pueblo aún bajan la voz al sólo mencionar su nombre. Muchas veces fue enterrado vivo en la soledad de los patios después del Golpe de Estado” (Armando García, 1997).

Los campos bananeros son descritos en la novela como una “prisión verde”, por la misteriosa atracción que ejercen sobre los trabajadores que viven ahí, quienes a pesar de ser explotados y vejados en ellos, sienten el impulso a quedarse trabajando ahí a pesar de todas las dificultades.

Amaya Amador empieza su relato en el ambiente de una de las oficinas de las compañías, en la que un “jefe gringo” —Mister Still— intenta convencer al terrateniente Luncho López para que le venda sus tierras a la compañía bananera. En su intento para convencerlo le ayudan dos amigos de López: Sierra y Cantillano, quienes ya vendieron sus tierras e intentan influenciar a su amigo para que haga lo mismo, pero él se rehusa tercamente.

Después de la reunión con los terratenientes, aparece en mala facha el señor Martín Samayoa, quien después de haber derrochado el dinero que le dio la compañía por su terreno, buscaba la ayuda de Mister Still para que le diera un trabajo de capataz, pero éste lo despreció y lo mandó a buscar trabajo de peón. Desalentado por el desaire y sin dinero, Samayoa tuvo la suerte de conocer al campeño Máximo Luján, quien lo llevó a vivir a su casa, un lugar miserable en el que vivía hacinado con otros trabajadores de la bananera y le consiguió trabajo como regador de veneno.

El capataz de la compañía, que le dio el trabajo a Samayoa, y para el cual trabajaba también Máximo Luján, era un hondureño que hablaba con acento agringado, por que era tanto su servilismo que quería imitar a sus jefes, con lo que se ganaba el desprecio y la burla de los que para él trabajaban, aunque por razones obvias no se atrevían a decírselo de frente.

En cada episodio del libro siempre hay alguna injusticia de parte de la Compañía que provoca la indignación de los campeños. Aunque no todos tienen la misma conciencia de su situación, hay quienes se han acostumbrado a la opresión, la ven como lo más normal del mundo, y no protestan. Pero el grupo de Máximo Luján va adquiriendo cada vez más conciencia social. En contra de los que proponen la violencia ciega como respuesta a la opresión —como el viejo Lucio Pardo— Luján propone que la victoria de la clase obrera reside en su capacidad de organización, y que hasta que no hayan creado su propio partido político y derribado a la dictadura no podrá haber un cambio en las condiciones de vida de los campeños.

La lectura de unos periódicos obreros, que Luján comparte en tertulias por las noches con sus compañeros, le confirman en sus convicciones revolucionarias y le ofrecen nuevas perspectivas. La muerte de un compañero regador de veneno —Don Braulio— produce indignación y hace reflexionar a los campeños. Frente al cadáver de su compañero, quien murió doblegado por la tuberculosis en plena faena, Luján dice: “Este hombre fue uno de los tantos engañados y explotados. Puso su fuerza vital en las plantaciones, primero con el anhelo de hacer fortuna y, después, por la necesidad de ganar un mendrugo. ¡Se lo comió el bananal! Murió de pie, con la ‘escopeta’ en la mano, sirviendo a los amos extranjeros”.

Sobre los partidos políticos tradicionales: el Partido Nacional y el Partido Liberal, Luján opina que “tienen la misma esencia: oligarquía; padecen la misma enfermedad: demagogia; y sirven al mismo patrón: las Compañías Bananeras”… “En política necesitamos algo distinto al caudillismo tradicional, al compadrazgo, al paternalismo de las ‘gorgueras’. Necesitamos que los anhelos de las masas trabajadoras se plasmen en un ideal político, y este ideal, en un verdadero partido de los trabajadores, partido revolucionario de verdad. Ya no debemos creer en los hombres-ídolos: de sus promesas está llena nuestra historia política”.

Las mujeres también son víctimas de la opresión capitalista de las bananeras. La miseria obliga a muchas campeñas a dedicarse a la prostitución. A una mujer del grupo de Luján —Catuca Pardo— el capitán Benítez la viola, la deja embarazada y luego no se hace cargo del niño. Un jefe gringo —Míster Jones— se enamora de Juana, otra mujer del grupo de Luján, pero ésta tiene marido, por lo que rechaza sus ofrecimientos. Ante esto, otro jefe gringo decide mandar a matar al marido para dejarle abierto el camino a su compañero. Luego de un tiempo, Juana hace un acuerdo de sexo regular para el gringo enamorado a cambio de dinero, además de un trabajo como regadora de veneno. Esto lo hizo para ayudar al hijo de Catuca. Juana nunco supo quien había matado a su marido. El agringado capitán Benítez también estuvo involucrado con ese asesinato.

Al terrateniente Luncho López lo convencen para que trabaje como productor independiente de banano, con un acuerdo con la compañía. Luncho López se ilusiona con su nuevo papel de empresario bananero, pero la compañía no le provee de los insumos acordados y le hace caer en la ruina. Ahí se da cuenta que lo engañaron para hacerlo caer en la quiebra para forzarlo a vender su propiedad. Pero López aun así se niega tercamente a venderles. Ante esta negativa, el gobierno nacionalista interviene, y amenaza quitarle sus tierras por la fuerza. Luncho López muere de tristeza, por que él había sido un gran defensor de la dictadura nacionalista. Ahí se dio cuenta de la actitud apátrida de las autoridades del gobierno.

Los otros terratenientes Sierra y Cantillano terminan en la ruina luego de ser estafados en un negocio por Estanio Párraga, un abogado de la Compañía que también era diputado del Congreso Nacional. Estanio Párraga era el abogado que había engañado a Luncho López. Sierra y Cantillano terminan pidiendo trabajo de peones en la compañía, como ya le había tocado a Martín Samayoa.

La situación de los trabajadores empeora cuando suben de precio los productos de los comisariatos, que eran propiedad de la misma compañía. A los trabajadores el gobierno les cobra impuestos para crear escuelas y hospitales, y sin embargo no reciben ninguno de esos servicios.

Cuando muere un conductor de una grúa en un accidente, un jefe gringo se enoja con el difunto por echar a perder la máquina con valor de miles de dólares y grita encolerizado: “¡Mejor se hubieran matado cien desgraciados!”. Esto provoca una gran indignación de los trabajadores que no soportan tantas vejaciones, por lo que deciden ir a la huelga. Y deciden nombrar a Máximo Luján como director de la misma, quien acepta el cargo a pesar de que piensa que la huelga se ha hecho en forma prematura.

Lo que sucede a continuación le da la razón a Luján. La huelga es rápidamente reprimida por los militares. A los compañeros de Luján se los llevan presos, y a él lo matan y lo entierran debajo de una mata de plátano.

El viejo Lucio Pardo, como venganza de la muerte de Luján, a quien le tenía aprecio como si fuera un hijo, hace volcar el motocarro en el que se conducían un jefe gringo: Míster Foxer; dos capataces: Encarnación Benítez y Carlos Palomo; y el coronel que mató a Luján. Todos ellos mueren en el accidente. Los jefes gringos quieren dar un castigo ejemplar, y por medio de torturas pretende hacer confesar a Lucio y sus amigos sin lograrlo. Pero los ex-terratenientes Sierra y Cantillano, que no son tan fuertes, confiesan bajo tortura un crimen que no cometieron. Ya iban a matar a Sierra y Cantillano cuando Lucio Pardo, con el fin de liberar a los inocentes, se presenta ante sus verdugos para confesar que él fue el autor del atentado.  Lucio Pardo muere ahorcado a mano de los militares.

El libro se cierra con los amigos recordando a Máximo Luján y su legado: “La prisión verde no es solo oscuridad. Máximo encendió en ella el primer hachón revolucionario. Otros cientos de hermanos se encargarán de mantenerlo enhiesto”.

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Ética para jóvenes de Longino Becerra (Resumen)

El libro “Ética para Jóvenes” de Longino Becerra pretende ser un manual práctico de orientación ética; no es un libro académico sobre diferentes teorías filosóficas sobre la ética, tampoco es un libro religioso.

Y esto último puede sorprender a más de alguno, ya que en nuestra sociedad es muy común identificar los valores éticos con los valores religiosos, de tal manera que muchos piensan que el que no tiene religión no tiene ética.

Pero Longino Becerra no necesita echar mano de la religión para hablar de ética, de hecho, él expresa en este libro su creencia de que no hay vida después de la muerte, y que con más razón la vida humana es un valor supremo.

Tampoco se dedica Longino Becerra en este libro a atacar la religión –como lo hacen muchos ateos fanáticos– aunque él defiende su ética secular como superior a la ética cristiana, ya que en su opinión, esta última se basa en el temor y obediencia ciega a una autoridad exterior: Dios, y no a la interiorización de una recta conciencia ética, en la que la autoridad moral está dentro de sí y no fuera de sí.

Según Becerra, un cristiano diría: “no actúo de esta manera porque me castiga Dios”, cuando lo correcto es decir: “no hago esto o aquello porque mi conciencia me dice que no lo haga”.

A pesar de su secularismo, Becerra rechaza el relativismo ético, y sostiene la tesis de una ética objetiva para todos los tiempos, ya que en su opinión, los valores éticos fundamentales no cambian, lo único que cambia es su aplicación.

Citando extensamente al sociólogo Alvin Toefler con el fin de analizar la crisis de valores actual, Becerra divide la historia de la humanidad en cuatro períodos básicos: 1) Período de la caza y recolección, 2) Período de la Revolución Agrícola, 3) Período de la Revolución Industrial, y 4) Período de la Revolución Informática.

La primera crisis de valores que analiza Becerra es el paso del período agrícola al período industrial, en el que se pasa de la familia extendida a la familia nuclear; y la segunda crisis de valores cuando pasamos de la Revolución Industrial a la Revolución Informática, en la cual nos encontramos ahora. En este lapso de tiempo la vida se ha ido acelerando, al par que los valores tradicionales se han ido erosionando.

A pesar de estos cambios, Becerra considera que la familia es un valor fundamental que nunca cambia, porque está anclado en la misma naturaleza humana.

Becerra rechaza la visión católica del sexo como algo pecaminoso promulgada por San Agustín, pero también rechaza considerar el sexo como la satisfacción de una necesidad puramente biológica. “No hay que satanizar al sexo, pero tampoco hay que animalizarlo”, nos dice. Hay que rechazar la promiscuidad y optar por hacer del sexo una expresión del amor.

Longino Becerra cree que el amor de pareja es un valor fundamental. El amor tiene un fundamento firme en las afinidades que existan en los miembros de la pareja. La meta de todo joven sano debería ser casarse y tener hijos, aunque no sin antes tener los recursos necesarios para sostener una familia, aunque no sea con holgura de medios.

Rechazando ciertas tendencias modernas, Becerra rechaza la homosexualidad, la pederastia, el sadomasoquismo, el travestismo, etc., como desviaciones sexuales, y nos advierte: “El que padece desviaciones sexuales, cualesquiera que éstas sean, es, a no dudarlo, un candidato no solo para la infelicidad, sino también para la tragedia. Recuerda esto siempre”. También rechaza las relaciones sexuales con prostitutas como algo opuesto a la ética.

Para Becerra, la manera más efectiva de formar una sólida conciencia ética es primero formar una conciencia social, es decir, interiorizar los valores de la sociedad en que vivimos, haciendo nuestro todo aquello que es bueno para el grupo social al que pertenecemos.

Cada joven debe tener un proyecto de vida, y buscar un equilibrio entre el ser y el tener. Debe buscar preparse, buscar una fuente de ingresos con la que ayudar a sus padres y formar su propia familia.

Hay que rechazar la holgazanería y aprovechar bien el tiempo preparándose aacadémicamente, trabajando en algo útil o formándose éticamente. En el ámbito del trabajo hay que mantener la disciplina laboral y buscar la excelencia en todo lo que hacemos, cumpliendo sin reservas las obligaciones que nos impone el trabajo.

Debemos escoger a nuestras amistades, que sean personas con valores, y evitar a aquellas que dan un mal ejemplo. Debemos escoger a nuestra pareja, una persona con la que tengamos afinidades y a la que amemos. Cultivar una buena reputación, un buen nombre. Honrar a los padres, honrar a la patria, proteger nuestro entorno, formar una conciencia ecológica, luchar por el bien común.

Becerra rechaza la idea de que el patriotismo es un valor obsoleto. Siguiendo a Heinz Dieterich, Becerra cree que existe un “protogobierno formado por el G-8 que busca una globalización manipulada con el fin de potenciar los monopolios globales que se han constituido en dichas naciones”.

En contraste con la globalización que promueve el protogobierno, la planetización es un fenómeno natural inevitable, pero aun en este último caso, las diferencias regionales constituyen las unidades de construcción básicas que hacen posible la estabilidad de una sociedad planetizada, por lo que el patriotismo jamás será un valor obsoleto.

Memorias de un patero empedernido

Hace tiempo que había visto el libro en mi casa. Era un libro amarillento y apolillado, con la foto de un patero «fondeado» al pie de una puerta en la calle, una víctima más del alcohol. El título del libro: «¡Desastre!». Se miraba un «desastre» de libro, negativo y aburrido: insignificante. Por eso nunca le hice caso.

Hoy, después de tantos años, empecé a leerlo, y me pareció muy interesante y digno de compartir.

Es la historia de un patero (alcohólico) de Comayagüela, que hizo de su condición un estilo de vida. Una historia que es al mismo tiempo divertida y edificante, graciosa y conmovedora, vulgar y espiritual. Llena de hondureñismos, de nuestras formas de hablar cuando estamos en confianza, de «malas palabras» y expresiones pintorescas.

El autor, Mario Rivera R., nos muestra el singular mundo de la cultura etílica, de la cual el fue un practicante consumado, y este es su curriculum:

Profesión Patero empedernido
Colegios a los que asistió Todos los estancos de Honduras
Materias Guaro, chicha, cususa, alcohol, etc
Maestros que tuvo Todos los pateros de Honduras
Lugares de recreo Aceras, callejones, calles, etc.
Logros obtenidos El desprecio, la miseria, la humillación y el descrédito familiar
Tiempo que bebió Veinticuatro años consecutivos
Especialidades Cususa dentro y fuera del país
Post-Gradudado El Chiverito y otros

Ser patero se vuelve una «profesión», ya que es difícil que toleren a una persona en permanente estado de borrachera en un centro de trabajo, por muy permisivos que sean los jefes.

Don Mario, nuestro autor y protagonista, era ayudado por su padre, el abogado Alejandro Rivera Hernández. Fue así que este podía darse el lujo de beber constantemente sin trabajar durante 24 años consecutivos. Por eso él llegó a decir: «En mi larga carrera de alcohólico, considero sin lugar a equivocación que me he metido una piscina olímpica de guaro».

Pero esto no quiere decir que el señor Mario Rivera haya disfrutado del lujo y el ocio. Cuando no le daban para la bebida, don Mario asaltaba su propia casa, llevándose objetos de valor, vendiéndolos «a precio de gallo muerto» para comprar guaro. Fue por esto que eventualmente salió a vivir a la calle en condiciones lamentables. Dormía en el suelo, junto con otros pateros.

Su refugio para pasar la noche fue frente a la «Escuela Nacional de Bellas Artes», cuando ésta no estaba cercada. A este dormitorio de pateros le llamó «Pensión a los cuatro vientos». Allí hacía él sus necesidades fisiológicas.

Para mantener este maldito vicio, don Mario y sus compañeros recurrían a la comercialización de las «cachas». En el siguiente pasaje don Mario explica qué eran las «cachas» y cómo las comercializaban:

Nuestras casas tenían que estar bien resguardadas de futuras incursiones, porque de lo contrario perfectamente se podía organizar un baile y quedaban sin nada. No existía día del mundo donde no salieran a relucir las oportunas y benditas cachas, por nuestras manos desfilaban artículos de valor, de tamaño y de importancia tales como prendas de valor, ropas de hombre, de mujer, cochecitos de niño, zapatos, prendas íntimas que a veces llevaban la mancha distintiva de la menstruación, indicativo de que no hacía muchos días la habían tenido nuestras hermanas, tía, etc.; en resumen, con nosotros no había nada que escapara.

Para quemar (vender) toda esta gama de cachas, no había que pensarlo dos veces, encaminábamos nuestros pasos a donde el controversial hombre de negocios turbios, TUSA, que en siglas quería decir: T… Trapos, U… Usados, S… Sociedad, A… Anónima. Era un hombre de pequeña estatura, cuerpo enjuto, ojos vivísimos, y más que todo con un conocimiento en su profesión extraordinariamente definido.

El padre de don Mario no podía regalarle ropa o pagarle la pensión en un hotel por que su hijo lo vendía todo para convertirlo en guaro. La buena ropa que le regalaban la vendía, y prefería andar en harapos. Prefería dormir en el suelo que dejar de beber; peor aun, prefería dejar de comer que dejar de beber, y no tenía escrúpulos en burlar la buena voluntad de su padre para así mantener su maldito vicio.

Su padre tenía una paciencia franciscana; a pesar de ser tan malagradecido, él apoyó a su hijo hasta el final, y le mandaba dinero a donde quiera que él estuviera, dinero que él malgastaba en trago.

En su degradación, don Mario tuvo relaciones aberrantes con homosexuales a cambio de dinero. Hasta lo hizo con un señor cura en la misma sacristía. Don Mario se acostó con él mientras sus compinches pateros observaban por el ojo de la cerradura.

Éstos le hicieron la broma de que parecía un «fotógrafo del mercado San Isidro». Y es que antes los fotógrafos metían la cabeza en un manto negro para tomar las fotos. De manera similar don Mario se habría metido en la sotana del cura, con él adentro.

La muerte de su padre complicó las cosas para don Mario, pero éste siguió manteniendo su vicio. Fue cuando don Mario empezó a tener varios hijos cuando empezó a darse cuenta de lo insostenible de su comportamiento, y de lo urgente de la necesidad de un cambio. Encontró trabajo y fundó un grupo de Alcohólicos Anónimos que lo ayudó a mantenerse sobrio.

Y así termina la historia. No sé si don Mario haya logrado mantener su sobriedad, supongo que para este tiempo ha de haber muerto, pero espero que su testimonio no se pierda.