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Resurrexit

Por: José Antonio Domínguez
(hondureño)

En los tiempos gloriosos ya distantes
en que andaba en la tierra el Nazareno
y la flor del milagro no era un mito,
aconteció lo que contaros quiero.

En la remota comarca cuyo nombre
ha olvidado la Historia según creo
hubo entre dos ejércitos rivales
un combate reñido muy sangriento.

Y estando de camino al otro día
con su amado discípulo el Maestro,
cruzaron a los rayos de la aurora
el campo de cadáveres cubierto.

Bien pronto al escuchar los dolorosos
ladridos que lanzaba un pobre perro,
al sitio se acercaron donde exánime
dormido al parecer yacía el dueño.

Era un joven de pálido semblante
y de agraciado y varonil aspecto
cuya temprana vida cortó en breve
un proyectil que penetró en su pecho.

Aún de sus yertos ojos se advertía
una gota rodar de llanto acerbo.
¡quizá tendría madre y también novia!
¡Tal vez le amaban mucho y era bueno!

—Mucho habrán de sentirlo sus parientes,
pero él es ya feliz— dijo el Maestro.—
Y en tanto, junto al amo dando vueltas,
proseguía ladrando el pobre perro.

¡Escena singular! Cual si implorara
algún auxilio sobrehumano de ellos,
aquel pobre animal con sus aullidos
parecía empeñado en conmoverlos.

Y al ver que vacilaban, sus clamores
tornaba al punto en agasajos tiernos;
a sus pies gemebundo se arrojaba
y hablar tan sólo le faltaba al perro.

—¡Qué amor tan entrañable y casi humano
revela ese animal!— exclamó Pedro.
Por su fidelidad ¡cuál se traslucen
de su amo los hermosos sentimientos!

¡Qué lástima de joven, se diría
que no debió morir; y que si el cielo
otorgarle quisiera nueva vida
le ablandara las quejas de ese perro.—

Absorto Jesucristo meditaba.
De su místico arrobo al fin saliendo
—Tienes razón— le dijo a su discípulo.
Merecía vivir ese mancebo.—

Y aplicando sus manos al cadáver
cicatrizó la herida de su pecho;
y en nombre del Creador de cielo y tierra
volvió la vida al que se hallaba muerto.

Luego sumióle en sueño delicioso:
acalló los ladridos de su perro,
y después a los rayos de la aurora
se alejó de aquel sitio con San Pedro.

Marzo de 1903. (*)

(*) Pocos días después de haber escrito esta bella poesía, nuestro infortunado amigo Domínguez se suicidó en Juticalpa, a los 34 años de edad (5 de abril de 1903). Tomado de la revista Ariel, dirigida por Froylán Turcios.

Las narraciones del Ing. Pompilio Ortega acerca del Padre Subirana

Principia el Ing. Ortega con “El Misionero”, en el que afirma: “Tenía que suceder”, dicen las viejecitas. “Así lo anunció El Misionero”, sin admirarse de lo que ven, pues aseguran que todo lo que sucede fue profetizado por él, y que todo cuanto dijo era la purísima verdad…. Este hombre tenía un poder de atracción extraordinario y por muchos motivos puede colocársele entre los humanos de espíritu vidente, que tienen el don de profetizar y adivinar lo que ha sucedido…”

Entre las historias cuentan las siguientes:

“El Misionero y Ña Leona.”

Esta señora había seducido a un hombre casado, con quien vivía maritalmente en Opoteca, Depto. de Comayagua. Al llegar el Misionero, ella se alejó del lugar… Cuando iban para otro lugar el Misionero dijo a los acompañantes: “tened cuidado, que pronto nos encontraremos con una pantera: es una leona”. Por la vuelta del camino vieron asomar a Ña Leona, que venía de huir. Allí viene, dijo el Misionero, y se quedó en silencio hasta que ella estuvo cerca. “Mujer, le dijo: no mal te pusieron Leona”. La señora le pidió perdón. “Anda, le dijo, devuelve su marido a aquella mujer y su padre a aquellos hijos”.

“El Misionero y el hechicero”.

En el pueblo de Ojos de Agua, Depto. de Comayagua, había un hombre a quien todos temían porque practicaba la Magia Negra y era hechicero en toda forma. Dicen que iba a la iglesia a solas para cortar pedacitos a la piedra de Ara; que se hacía lechuza, coyote y hasta hormiga; era, en una palabra, el terror de aquellas sencillas gentes… Gracias a la intervención del Misionero, el viejo dejó las hechicerías.

“Profetizó la venida de extranjeros”.

“No pasarán cincuenta años”, les decía, “sin que este bello país de ustedes sea invadido por extranjeros de todas las naciones de la tierra: los sajones, los chinos y los judíos serán los primeros. Aseguren sus propiedades ejidales para que siempre tengan donde trabajar en común; porque los dueños de los terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Uds. se descuidan, por la facilidad con que viven, pero día vendrá en que todo será distinto; necesitarán mucho dinero para sostener la vida, y eso lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del extranjero. Trabajen y dejen los vicios para que no vallan a perder su bella tierra”.

“El Misionero y los Indios”.

Donde fue verdaderamente admirable el Misionero, fue en la región de Yoro y Olancho, con los indios xicaques y payas. Por miles bajaban hombres, mujeres y niños a donde él estaba, para ser bautizados. Unos decían que venían a donde él porque habían soñado, otros porque lo habían adivinado, otros porque veían a sus amigos venir hacia él, y así por el estilo.

El misionero les enseñó a vestirse, a leer y a creer en Dios. Cuentan que cuando quiso bautizar al cacique Cohayatlbol, éste y el sacerdote tuvieron una larga discusión. El cacique le decía que a él le convenía creer en Malotá (Dios del Mal) mas que en el Dios de los cristianos, porque el primero nada le prohibía, mientras que el segundo le restringía sus derechos. El Misionero hizo que le diera un fuerte dolor de cabeza y después le preguntó: ¿Te ha dolido la cabeza alguna vez? —En estos momentos me duele más que nunca, dijo el cacique—. Si te dejas bautizar, agregó el Misionero, ese dolor se te quitará inmediatamente. Cohayatlbol se admiró tanto de aquel milagro, que le dio permiso para bautizar a toda su gente. Esto sucedía en las proximidades del nacimiento del río Cuyamapa. En un bello paraje al pie de las montañas de Pijol: extensas sabanas verdes, pinares espesos combinados con los bosques de liquidámbar; todo fragante, fresco y vivificante. En este lugar se encuentra la aldea de Subirana, para cuyos habitantes el recuerdo de aquel hombre constituye la mejor página de su historia.

EL MISIONERO CASTIGA A UNA MUJER DESNATURALIZADA

Terminada la misa, pues no hubo sermón, llamó a una señorita de aquel pueblo por su nombre. “Fulana de tal pase a las gradas del altar”, dijo el Misionero, sin bajarse del púlpito. Esta obedeció. El Misionero dijo a los fieles que lo siguieran y toda la procesión se dirigió a unos cerros vecinos; llegando por fin a un sitio pedregoso… El Misionero, dirigiéndose a la desfallecida mujer, le dijo: “Levanta esa piedra”. La mujer no podía levantarla… El Sacerdote le dijo: “Ayer tuviste fuerza para colocar esa piedra donde está y hoy no la puedes levantar, haz un nuevo impulso, pues Dios quiere libertar tu conciencia y salvar a este pueblo de un gran peligro”.

La mujer levantó la piedra, bajo la cual estaba enrollada una enorme culebra. Tómala en tus brazos, dijo el terrible juez… Tan pronto como el diabólico animal estuvo en sus brazos, levantó la cabeza que se prendió en uno de los pechos de la señora.

“Todos a la iglesia”, dijo el Misionero y entonces la procesión fue encabezada por la señora que amamantaba la serpiente. Cuando estuvieron de regreso, el padre ordenó a la señora que colocara la culebra en una esquina del templo, y principió un sermón en el que condenaba la conducta de ciertas mujeres que por salvar efímeras apariencias sociales, asesinan a los hijos… Al terminar, se dirigió a la señora en estos términos: “Toma tu hijo. Vete a darle sepultura en el lugar donde se entierra a los cristianos y da gracias a Dios, que por mi medio te has librado de la vida de amargura que te preparaba tu conciencia”. La estupefacción fue general cuando al dirigir las miradas hacia el lugar donde habían colocado la culebra, vieron a un niño con moretes en la garganta, estaba muerto, manos infames lo habían estrangulado…

“El Misionero en Esquías”.

Llegó a hospedarse en casa de Escolástica Flores. A poco de haber llegado, llamó a la señora y le dijo: “Tu hija Clara ha sido invitada para un baile esta noche, ¿verdad?”. Sí, señor, contestóle Escolástica. “Pues no la dejes ir”, terminó el Misionero. La muchacha fue al baile, sin que lo notaran. El Misionero le dijo a la señora Flores: “Prepárate para entre nueve meses”, y así fue.

El Misionero y la Legión.

En una ocasión dijo a los habitantes de Esquías, que en aquel lugar había una legión de espíritus malos; que era necesario hacer una plegaria general para conjurarla, que todos los vecinos fueran a la iglesia al siguiente día. En el momento en que el Misionero hacía la imprecación, oyeron un ruido semejante al retumbo de un volcán que hace erupción y se sintió un fuerte temblor de tierra…; pero a una palabra del Misionero todo quedó en calma…

“Apersoga una mujer en la plaza”.

Existía en aquel pueblo una señora casada que había abandonado a su marido para irse a vivir en concubinato con su padrastro. El Misionero la mandó a llamar, y como ella negara lo que hacía, dando muestras de disgusto y falta de respeto, el Misionero la mandó apersogar en el centro de la plaza, diciéndole: “Bestia humana, así permanecerás esta noche, y ya verás lo que está reservado para todas las de tu clase”. A eso de la media noche se desató un huracán horroroso… Al día siguiente vieron a la mujer, ya sin el lazo, dirigirse a casa de su marido, sin explicar a nadie lo que había visto en aquella horrible noche.

“Como aquél que multiplicó los panes”….

En la aldea de Rancho Grande, entre Esquías y El Espino, existía el rancho público más grande de la vía. Al llegar a este lugar el Misionero, quien por mucho tiempo fue asistido por el señor José de la Cruz Hernández, vecino de El Espino (San Jerónimo, Depto. de Comayagua), oyó que éste le decía: ¿Qué haremos con toda esta gente en este lugar donde no hay dónde comprar comida? —“¿Qué tienes en la cocina nuestra?”, le preguntó el Padre. “Nada más que un poco de arroz”, replicó el cocinero. “Pues ponlo a cocer y les das”, y continuó aquél, al parecer ignorante que el arroz no era más que unas cuantas puñadas. El cocinero lo puso a cocer, y todos comieron, sin que faltara para nadie.

“El novio que intentó engañar al Misionero”.

Lo que era de cajón en cada lugar donde el  Padre Subirana llegaba, eran los casamientos. Ruedas interminables de contribuyentes, viejos y jóvenes… El ciudadano Domingo Cruz, abuelo materno del profesor Augusto Urbina, formaba parte de una interminable rueda de aspirantes a matrimonio, en Sulaco. Contaba el señor Cruz que al llegar con la vista hasta donde cierto sujeto, le dijo: “Esa no es la que será tu esposa, anda y entrega esa niña a sus padres y vuelve mañana con fulana de tal, a quien debes tomar por esposa. ¿Qué creías que iba a hacer ella para criar esos cuatro hijos que con ella tienes? El mencionado sujeto obedeció.

“La ciudad subterránea”.

A muy avanzada edad murió hace pocos años don Francisco Durón, hijo de don Lucas, el mismo de los Guacos. Contaba don Chico que su padre había ido con la comitiva de cueveños, hoy trinitecos, a dar un paseo por una ciudad subterránea cuya entrada se abría al lado norte del cerro Casque, invitado por el Misionero Subirana. (En el Depto. de Comayagua).

“Admirables consejos”.

Lo primero que el Misionero Subirana hacía al llegar a un pueblo, era aconsejar a sus habitantes que permanecieran en él, si le parecía situado en un buen lugar, o que le abandonaran si adivinaba un futuro peligroso. Muchos pueblos se cambiaron de localidad y otras tantas aldeas se fundaron por su iniciativa.

La muerte del misionero

Para morir, el Misionero Subirana escogió la casa de un enemigo suyo. Cuentan que en las proximidades de Santa Cruz de Yojoa, vivía un hombre para quien el nombre del Misionero era una continua pesadilla. Siempre hablaba mal de él y terminaba diciendo: “Le odio, le odio; si le viera de cerca acabaría con él”.

El Misionero dijo a sus indios que les dejaría porque ya se acercaba el fin de su vida y le faltaba que hacer una conquista. Ellos lloraron su ausencia por largo tiempo.

Llegó a la casa de su gratuito enemigo, y en cuanto lo vió, lo llamó por su nombre, diciéndole: — “He escogido tu casa para pasar los últimos momentos de mi vida sobre la tierra, que por cierto ya están muy cerca”. El hombre olvidó completamente su odio y prodigó al Misionero toda clase de atenciones.

“La Fuente de Subirana”.

El último milagro que hizo estando en esta vida aquel hombre extraordinario, fue cerca del lugar donde murió en El Potrero de Oliva. Cuentan que el antiguo enemigo en cuya casa se hospedaba, se disgustó por la aglomeración de gente en su casa, especialmente porque el agua les quedaba lejos. Al notar eso, el Misionero le dijo: “No te apures por eso, que de dejaré una fuente aquí cerca de tu casa”, y saliendo al campo, escarbó el suelo con el dedo y de allí brotó una fuente de agua… Es la Fuente de Subirana….

“Palabras y Sonrisas, una semana después de muerto”.

Cuando su última hora fue llegada, dijo al nuevo amigo que su deseo era que su cuerpo fuese enterrado en la iglesia de la ciudad de Yoro. Una inmensa procesión de indios vino de todas aquellas montañas a cargar los queridos restos. Cinco días duró el viaje y era sorprendente la liviandad del ataúd. A pesar de que esto sucedió en la época de lluvias ni una gota de agua cayó donde ellos iban; los aguaceros caían a su alrededor, pero nunca sobre los que lo llevaban, y el cuerpo del Misionero, en vez de descomponerse como los otros humanos, despedía un perfume de rosas. Entre llantos y frase cariñosas, entró aquella procesión fúnebre en la iglesia de Santiago de Yoro. El cura de la parroquia hizo abrir el ataúd para ver por última vez el rostro de aquel hombre maravilloso, dando en sus labios inertes un suave beso de despedida. El Padre Subirana abrió los ojos y con una sonrisa en sus labios yertos, le dijo: “Siete años después de haber depositado mi féretro en esa fosa abrirás mi sepulcro y encontrarás un tesoro”. Y cerró sus ojos azules, esta vez para siempre.

“Guacos en una procesión funeraria”.

La parte cómica en las tradiciones que con tanta veneración recuerda nuestro pueblo acerca del Misionero Subirana, la forman las inevitables orejeadas que daba a los amigos de la Magia Negra. “Mi tata quien sabe que tenía, no ve que él fue uno de los que orejeó el Misionero, por brujo, y eso de los guacos en su entierro, nada que me ha gustado”. Este era el epílogo de un cuento que una buena señora contaba a mi madre, cuando yo todavía era un muchacho.

“A principios de este siglo [XX] murió en el caserío de la Meseta (La Trinidad, Depto. de Comayagua) un anciano a quien yo conocí… Desde que don Lucas entró en el período de agonía, principió a reunirse gran número de guacos en la arboleda vecina, poniendo una nota casi tenebrosa con su agorero canto: “ya ca-bó…… Ya ya ya cabó”. Aquellas aves no se retiraron hasta que salieron con el difunto para enterrarlo en el cementerio de pueblo, y los guacos volando de rama en rama acompañaron la procesión fúnebre, o mejor dicho formaron otra que en vez de caminar por el suelo, volaba por el aire, y los macabros graznidos no cesaron hasta que el difunto fue cubierto de tierra… El guaco nuestro es el mismo Yacabó del Orinoco, especie de gavilán….

Fuente: Patrios Lares, por Pompilio Ortega. Visto en El Misionero Español: Manuel Subirana, de Ernesto Alvarado García. 1964.

Pompilio Ortega

Nació en La Libertad, Comayagua (1890), falleció (1959). Autor de: Nociones de agricultura. Tegucigalpa, 1921, El cultivo del café en Honduras. Tegucigalpa, 1946, Patrios lares. Tegucigalpa, 1946, y numerosas cartillas relativas al cultivo del cafeto. De acuerdo a José Reina Valenzuela, «dedicó sus estudios no solo al agro hondureño sino a recopilar sus tradiciones y leyendas, recogiendo pacientemente la música nacional en pueblos y aldeas para formar el alma musical de nuestro folklore».

Tomado de «Diccionario de Escritores Hondureños». Mario R. Argueta. Editorial Universitaria. U.N.A.H.

El Padre Manuel de Jesús Subirana, Misionero Español en Honduras

Por Luis Mariñas Otero

Toda la extensa zona donde ejerció su actividad Subirana, unos 50.000 Kms. cuadrados, lleva su huella. Organizó a los indios de la región, dispersos en las selvas, en pueblos para los que consiguió del General Medina tierras de buena calidad.

La actividad primordial de Subirana, durante los ocho años que residió en Honduras fue la Misionera, en la que encontró un terreno casi virgen. En Luquigüe, departamento de Yoro, había existido durante un siglo un importante centro misional de los franciscanos para la evangelización de los jicaques, pero a partir de 1826 se suspendió el envío del modesto subsidio de 664 pesos que se remitía de Comayagua para sus sostenimiento y en la época de Subirana la Misión había desaparecido. Ejemplos similares se multiplicaban en el resto del país.

Así en el Archivo Parroquial de Comayagua se conserva una autorización, de fecha 17 de diciembre de 1858, para que construya y bendiga Ermitas y cementerios de nueve pueblos “para que los 4.345 indios toacas, payas y hicaques que el señor Misionero Presbítero Don Manuel Subirana ha instruído y bautizado en los Departamentos de Olancho y Yoro puedan ir acostumbrándose a los actos religiosos”.

Considerado por todos como “benemérito de la instrucción Pública” años despues, un Presidente, nada sospechoso de clericalismo, Paz Barahona, ordenó colocar el retrato de Subirana en el Salón de Honor de la Escuela Normal de Tegucigalpa, en atención a los servicios que prestó a la educación de Honduras.

Pero no solamente ha pasado a la posteridad el recuerdo de Subirana como catequizador nuestro. Su labor entre los indios de Yoro, Olancho y la Mosquitia no se limitó a lo espiritual sino que, en una época en que el Gobierno estaba lejano y sus representantes en las zonas atrasadas del país tenían poderes casi omnímodos, la actuación del Padre Subirana rebasa las fronteras de lo religioso y educativo para ocuparse del bienestar material y del progreso de las comunidades indígenas donde misionó.

Consiguió del Gobierno del Presidente Medina tierras para sus feligreses, realizando así una obra eficaz en bien de los mismos, que nos resume el Dr. Vallejo de esta forma:

“A pesar de que ha transcurrido tiempo considerable desde la muerte del padre Misionero, no ha habido ningún sacerdote de esta Diócesis que haya sentido la tentación de seguir tan noble ejemplo, no obstante de que hay algunos con pretensiones de inteligentes y virtuosos, razón por la cual las conquistas hechas por el padre Subirana, no solamente no han progresado, ni conservándose siquiera, sino que casi están perdidas.

“El padre Subirana con el principal objeto de despertar en los indios selváticos el amor a los trabajos agrícolas y crearles de esta manera intereses permanentes, y emanciparles de la ignorancia por medio de la instrucción, pidió al gobierno varias concesiones de terrenos que se otorgaron en legal forma, y que se encuentran en el Archivo Nacional, con los nombres de Anisillo, Agua Caliente, Camalote, Candelaria, Guajiniquil, Jimía, Ojo de Agua, El Pate, Palmar, Pintada, Santa Marta, San Francisco, Las Vegas y Tela.

“Muerto Subirana, que fue una desgracia y materia de dolor para los indios, olvidándose de ellos los directores de las cosas espirituales, el Gobierno del General Medina dispuso que los Gobernadores Políticos del Departamento fueran curadores de los indios y administraran el producto de sus trabajos.

“Este nuevo cargo conferido a los Gobernadores de la sección de que me ocupo, fue por algún tiempo manzana de discordia entre los pro-hombres de la ciudad de Yoro y del Departamento, por las especulaciones, a que se aseguraba se prestaban las guardas o curadurías. Afortunadamente todo esto ha desaparecido y los aborígenes han mejorado un tanto su lamentable situación”.

El 27 de Noviembre de 1864 a los ocho años de su incansable actividad en Honduras murió el Misionero, tan pobremente como había vivido, en un caserío cercano a Santa Cruz de Yojoa, el Potrero del Olivar, que el pueblo bautizó con el sublime nombre de Subirana del Olivar que el uso ha consagrado…

Fuente: El Misionero Español: Manuel Subirana, por Ernesto Alvarado García. 1964.

Las Pastorelas del Padre José Trinidad Reyes

Por: Rómulo E. Durón

Nueve Pastorelas escribió el Padre Reyes:

Noemí; que todas las personas de su tiempo, que le sobreviven, reconocen por la más antigua.

Micol; que según la copia de fecha más remota, que obra en mi poder, fue escrita el 15 de diciembre de 1838. Esta fue dedicada a las señoritas Rafaela y Juana Rovelo, y se estrenó, a lo que recuerdan algunas personas, en 1841, aunque es de presumir que se haya estrenado antes, dada la fecha de su composición.

Neftalia, la que compuso para las señoritas María Antonia e Isidora Reyes, la segunda de las cuales fue escogida para el papel de Séfora.

Zelfa, dedicada a las señoritas Manuela Vega (después de Ugarte); Juana Vásquez (después, de Bonilla); y Maclovia Bonilla (después de Dávila).

Rubenia, dedicada a las mismas personas a quien dedicó Zelfa. En varias representaciones se ha suprimido el acto primero, o sea, las Posadas de José y María, que han creído algunos obra independiente; pero la intervención de estos personajes en el último acto, que también han acostumbrado suprimir, quita toda duda de que las Posadas forman parte de Rubenia. Por lo demás así consta en el manuscrito más antiguo que poseo.

Elisa, que compuso para las señoritas Juana y Jerónima Godoy, se estrenó el 2 de febrero de 1851, día de Candelaria. La señorita Teodora González (despues, de Vigil) y don Juan Ramón Jereda, primeros que la estrenaron, sacaron copia de ella por saberla de memoria: el original quedó en poder de la familia Godoy, y se perdió.

Albano, que dedicó a la señorita Raimunda Milla (después, de Moncada). Refiérese que se iba a estrenar en 1851, pero que se quedó ensayada y no se representó por haberse anunciado que apedrearían a los pastores por las alusiones a ciertos personajes políticos. Otros afirman que, no obstante la amenaza, se dio la representación.

Olimpia, la cual dedicó a la señorita Trinidad Borjas, y se estrenó en 1855. Al representarse por segunda vez, se perdió el original.

Y finalmente Floro, o sea la Pastorela del Diablo, la cual casi no parece del Padre Reyes, tan defectuosa es la copia que de ella se conserva. De ésta, don Miguel R. Ugarte me ha informado que se imprimió en vida del Padre Reyes: ¿se habrá salvado algún ejemplar impreso? ¡Dios lo quiera!

Tomado del libro José Trinidad Reyes: Rubenia, Olimpia. Biblioteca Básica de Cultura Hondureña.