Archivo por años: 2009

Eduardo Bähr

Nació en Tela (1940) Autor de Fotografía del Peñasco. Tegucigalpa, 1969. El Cuento de la Guerra, Tegucigalpa, 1973, Mazapán, Tegucigalpa 1981. Guerra a la Guerra (en colaboración con Roque Dalton). Tegucigalpa, 1982. En opinión de Manuel Salinas, Bahr y Julio Escoto «se sitúan en la vanguardia de la nueva narrativa hondureña al romper definitivamente con los esquemas tradicionales del cuento criollista… Su libro, El Cuento de la Guerra es quizás el más importante del nuevo cuento hondureño, tanto por el enriquecimiento técnico como por los temas que plantea. Además es el primer tratamiento serio que literariamente se realiza del problema de la guerra hondu-salvadoreña. «Premio Nacional Arturo Martínez Galindo» en 1971. Actualmente escribe una novela: El animalero y los cuentos de los demás; El diablillo Achis (cuentos infantiles) (1991). Para Helen Umaña «no puede evadir los transfondos amargos en la visión de la realidad, la abierta o solapada ironía, las atmósferas kafkianas o las fotografías del absurdo… La visión general que Eduardo Bahr tiene del país es la de un gigantesco absurdo… En sus cuentos nada es producto de la precipitación o de la espontaneidad. Hay estudio y fecunda asimilación de lo realizado en otras latitudes. No hay imitación burda, sino un creativo logro que incorpora a la cuentística hondureña diferentes técnicas narrativas, patrimonio de la literatura de nuestra época. Fotografía del Peñasco, preparó con dignidad, no solo el camino para el cuento de la guerra, sino también, el camino para los cuentistas de las generaciones posteriores».

Galardonado por el Gobierno de Chile con la Medalla Gabriela Mistral, la más alta distinción que ese país otorga a intelectuales extranjeros. Además de narrador es actor de cine y teatro, crítico de arte, teatro y literatura. Parte de su obra ha sido traducida al alemán, inglés, francés, polaco, holandés y ucraniano. Para Roberto Castillo «Eduardo Bahr maneja el absurdo con verdadera maestría».

Tomado de «Diccionario de Escritores Hondureños» de Mario R. Argueta.

Evaluación de Impacto Ambiental

El año pasado, cuando cursé la clase de Educación Ambiental, me tocó hacer una investigación sobre «Licencias Ambientales». La información que obtuve en la DGA (Dirección de Gestión Ambiental) de la SERNA, me fue muy útil.

Quiero compartir esa información con quien pueda necesitarla.

Estos son los documentos que adjunto:

  • Evaluación de Impacto Ambiental (Proceso de Autorización). Presentado por el Lic. Oscar Enrique Iglesias. DECA/SERNA (Power Point)
  • Reglamento del Sistema Nacional de Evaluación de Impacto Ambiental. SERNA (Power Point)
  • Procedimiento de Denuncia Ambiental. SERNA (Power Point)
  • Reglamento de Residuos Sólidos. SERNA (PDF)

Pueden descargarlos aquí:

El robo de la Virgen de Suyapa

Por Longino Becerra

En medio del escándalo político descrito anteriormente, producto de la vulgar riña por un negocio asqueante, se produjo otro hecho que conmovió las fibras más profundas del pueblo hondureño. Nos referimos al robo de la estatuilla que representa a la Virgen de Suyapa, ocurrido en la madrugada del 2 de septiembre de 1986. Individuos sin escrúpulos, pensando que podían tener un alto provecho con los ornamentos de la imagen, violentaron la entrada del viejo Santuario e hicieron lo mismo con el retablo del Altar Mayor. La increíble acción fue descubierta a las 6:00 a. m. del mismo día, cuando el personal encargado del templo fue a disponerlo para los servicios religiosos de la mañana. Pocos minutos después se presentaron varios agentes de la Dirección Nacional de Investigaciones (DIN) en el sitio para tomar huellas dactilares y otras evidencias que pudieran conducir a la captura de los cleptómanos. También llegó el juez Primero de Letras de lo Criminal, Rafael Medina Irías, con el mismo propósito.

El pueblo hondureño se enteró del inaudito hecho a través de los noticiarios matutinos. Como era de esperarse, la información paralizó a la gran mayoría de los connacionales, seguidores del catolicismo y, por tanto, devotos de la Virgencita de Suyapa. Al llamado que lanzó el Arzobispo Héctor Enrique Santos para que «todos los fieles hijos de la Virgen rezaran con fervor a fin de lograr su retorno a casa», centenares de personas se dirigieron a pie hacia la basílica dispuestos a cumplir su solicitud. Muchos de estos fieles hacían el viaje musitando sus plegarias y no eran pocos los que lloraban con profundo dolor, tanto o más que si la desaparecida fuera un miembro muy cercano de la familia. Una anciana viuda, doña Amelia Morales, exclamó con fuerza y transida de angustia: «¡Nos hemos quedado solos!» «¡Nos hemos quedado solos!». Quienes la rodeaban repitieron de inmediato esta expresión acongojada, por lo que el camino hacia la basílica de Suyapa se volvió un lamento multitudinario.

Muchos ancianos hondureños recordaron, en su gran pena, que no era la primera vez que la Virgen de Suyapa sufría un asalto en su retablo. La primera de ellas ocurrió entre 5:00 y 6:00 a. m. del domingo 17 de abril de 1936 o sea 50 años atrás, de cuyo suceso publicó una notable crónica «La Época», el único diario que permitía el régimen político de entonces. Pero el hurto de aquella fecha no tuvo como móvil fundir los adornos metálicos que rodeaban a la imagen para hacer con ellos vulgares monedas. El motivo fue entonces un acto inconsciente de amor. ¿Porqué era inconsciente? Porque la persona que sustrajo la imagen era una enferma mental que, al rezarle ese domingo a la Inmaculada, escuchó de ella el pedido de «llevarla a pasear porque nadie la extraía de la caja transparente donde la metieron». La susodicha persona, era, pues, una mujer y se llamaba Dolores Chávez, conocida como «La Loca Lola» en el barrio de Comayagüela donde residía. Se supo que fue ella, porque, ya de regreso a Tegucigalpa, como a las 7:00 a. m., encontró varias señoras que iban para Suyapa a encenderle velas a la Virgen. A esas damas les dijo «La Loca Lola»: «Regresen a encenderlas en mi casa porque aquí llevo a mi TÍA». Al llegar al Santuario dichas señoras y enterarse de que la Virgen había desaparecido, recordaron las palabras de Dolores y las repitieron ante los sacerdotes, quienes muy bien conocían a la devota demente.

Cuando leemos la crónica del diario «La Época» sobre el suceso de 1936 y lo comparamos con el de 1986, nos surge la ocurrencia de pensar que estamos frente al mismo acontecimiento reflejado en un espejo, tan parecidos son en los efectos emocionales que produjeron, las reacciones explosivas del pueblo y los juicios que suscitó entre muchos. Para el caso, el autor dice: «La alarma se hizo inmediatamente por todos los rumbos y en todos los círculos sociales, notándose hasta indignación en los más religiosos. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿A qué hora? ¿Quién? Y toda la capital se puso en movimiento, tanto como jamás se había visto». También se refiere con las siguientes palabras al júbilo del hallazgo: «Tan pronto se supo el encuentro de la VIRGEN [esto ocurrió a media mañana del mismo domingo 17 de abril], la alegría cundió por todas partes. De la casa de la alienada la trajeron a la iglesia de Comayagüela, en procesión. Las campanas de la iglesia repicaban como nunca y una gran muchedumbre de personas de toda clase, de ambos sexos, de todas las edades y razas inundaron el templo ansiosos de ver a su adorada Patrona».

En el caso del segundo robo, es decir el de 1986, fue también bastante rápido el descubrimiento de la desaparecida imagen. A las 7:30 p. m. del mismo día del hecho una persona que no quiso identificarse llamó a las radioemisoras para informar que la Virgencita -tres pulgadas de alto desde la peana hasta la cabeza- había sido depositada en un sanitario del conocido restaurante «Merendero de don Pepe», en el centro de la Capital. Servidores de este negocio fueron de inmediato al sanitario y, efectivamente, hallaron allí la pequeña estatua envuelta en un fragmento de periódico. Monseñor Héctor Enrique Santos oficializó la noticia a las 8:20 p. m., después de confirmarla en el lugar. A partir de ese momento comenzaron en el Santuario de Suyapa, así como en el Parque Central, las manifestaciones de alegría por la gente que concurrió a ambos lugares. Mientras tanto, la imagen, a la cual le habían quitado su corona y su manto, fue entregada a manos expertas con el fin de que le restablecieran su decoración y su atuendo. Al completarse dicho trabajo, fue devuelta el sábado 13 de septiembre de 1986 a su hogar en el Santuario de Suyapa por una enorme multitud de fieles, en la que intervinieron el Presidente Azcona y numerosos funcionarios de su Gobierno. Asimismo, se hizo presente una unidad de la Academia Militar que contribuyó al brillo del solemne acto religioso.

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Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras», de Longino Becerra. Editorial Baktun (2009).

Así murió Gustavo Álvarez Martínez

La Biblia en una vida y en una muerte

Por Longino Becerra

Gustavo Álvarez MartínezCuatro días estuvo Álvarez en San José. El 5 de marzo, a la 1:00 pm. salió para Miami, a donde llegó a las 7:00 pm. En el aeropuerto fue recibido por autoridades norteamericanas las que lo llevaron a un alojamiento que le tenían predestinado. Su estancia en Norteamérica dura cuatro años, desde el 5 de marzo de 1984 hasta el 9 de abril de 1988, período en el cual se ocupó, básicamente, de dos cosas: 1) hacer informes sobre la situación política y militar del área centroamericana para organismos de inteligencia, y 2) asistir a los cultos de la iglesia protestante El Nazareno, a donde hubo de incorporarse por influencia de una hermana carnal suya, interesada en ayudarlo a compensar los desequilibrios emocionales que le producía el recuerdo de los crímenes perpetrados en Honduras. Inconforme con las condiciones de vida que llevaba en Norteamérica, pues él esperaba un trato mejor allí, según lo expresó en declaraciones publicadas en el diario La Tribuna el 4 de mayo de 1987, decide volver al país el sábado 9 de abril de 1988.

El arribo a las 3:40 desde Miami se hizo bajo estrictas medidas de seguridad y nadie pudo entrevistarlo. Fue hasta el día siguiente, domingo 10, que el periodista de ACAN-EFE, German Reyes, pudo hablar con él en la propia casa del General. Allí, ante varias preguntas específicas, declaró: «No temo por mi vida porque soy cristiano; obedezco lo que dijo Cristo en sus palabras y vivo de acuerdo a eso… Si alguien cree que yo he hecho eso [desaparecer y asesinar personas] y tiene algo contra mí, que me lo demuestre pero en los tribunales y que no anden hablando tonterías en la calle. No descarto que los subalternos que tuve hayan cometido algunas violaciones. Cuando se ocupan puestos en las Fuerzas Armadas, a uno siempre le cargan el muertito. Eso a mí no me preocupa. Primero me cargaron 300; luego me bajaron a 100, me hicieron un favor. No sé, me han ido bajando la cuota. A todos los que me hicieron daño los he perdonado, así como Dios me perdonó mis pecados, y yo no tengo que ser juez de nadie. Regreso a Honduras como un cristiano que recibió a Jesucristo como mi Señor y Salvador en agosto de 1985. Así como Dios me sacó de Honduras, porque fue por su voluntad que perdí mi trabajo y mi carrera, por su misma voluntad regreso al país».

Eso hizo exactamente, es decir, dedicarse a hablar de Cristo y del perdón de sus pecados. A los pocos días de su retorno comenzó a vérsele con una Biblia bajo el brazo en varias congregaciones protestantes de Tegucigalpa. Algunas veces los pastores lo hacían subir al púlpito para que predicara, lo que le fue formando en la cabeza otra paranoia distinta a la de matar: la idea de que iba en camino a la santidad. Así lo dijo el 25 de octubre de 1988 en La Ceiba, como informó al día siguiente un reportero de Diario Tiempo. «El ex-jefe de las Fuerzas Armadas, general Gustavo Álvarez Martínez, afirmó en comparecencia pública estar en proceso de «santificación», gracias a que el Espíritu Santo ha permitido que «muera lo negativo» y nazca dentro de él una nueva criatura». Lo que preocupó a varios sectores del poder político, hondureño y norteamericano, es que durante esas comparecencias de fanatismo religioso Álvarez aludía a los hechos en que se vio involucrado diciendo que él «obedeció órdenes de autoridades superiores, así que no era el único responsable».

De ese modo vino a sumarse un motivo más de los muchos que ya tenían varias fuerzas políticas interesadas en liquidarlo físicamente, unos por venganza y otros por miedo a que hablara más de la cuenta. Así llegó el miércoles 25 de enero de 1989. El general salía de su casa en la colonia Florencia Norte, de Tegucigalpa. Iba en busca, a las 10:15 a. m., de su hermano Armando Álvarez para que lo acompañara a una librería religiosa con el objeto de seleccionar un ejemplar de la Biblia que utilizaría durante una próxima campaña evangelizadora promovida por iglesias protestantes de Estados Unidos. Lo acompañaba en esta diligencia su chofer, el costarricence Adolfo Abreu. Al llegar su automóvil a la intersección del Bulevar Suyapa, frente a la Iglesia Episcopal, hizo el alto de rigor. En ese instante, un grupo de hombres que lo esperaban con uniformes de la Empresa de Energía Eléctrica y armados con subametralladoras, dispararon varias ráfagas sobre el vehículo, matando en el acto al chofer e hiriendo al tico Abreu. Por su parte, Álvarez recibió 18 proyectiles en distintas partes del cuerpo y no murió en el acto, por lo que, según Abreu, alcanzó a decir: «¡Ay, no hagan eso conmigo!». Varios minutos después, en ruta hacia el hospital, expiró.

¿Quién mató a Álvarez ese 25 de enero de 1989? Un grupo de izquierda, el «Movimiento Popular de Liberación Cinchonero (MPL-C)» dio un comunicado ese mismo día para atribuirse la hechura de la acción. Sin embargo, el documento no convenció a muchas personas por su pésima redacción, su estilo poco acorde con el habitual en una izquierda imbuida de doctrina revolucionaria y el empleo de giros propios de los ejércitos profesionales. Además, el comando que ejecutó la acción necesariamente tuvo que contar con un efectivo servicio de inteligencia para conocer el movimiento que iba a realizar Álvarez a esa hora, hecho que no estaba en la capacidad del modesto grupo «Cinchonero», aunque tuviera la asistencia del «Farabundo Martí» de El Salvador, como había ocurrido en el secuestro del avión SAHSA el 27 de marzo de 1981 y el asalto a la Cámara de Industria y Comercio el 17 de septiembre de 1982. Tomando el cuenta el tipo de operativo montado contra Álvarez y las numerosas fuerzas que en ese momento deseaban silenciarlo, entre ellas la CIA, el ejército, los guerrilleros de Honduras y El Salvador, los compinches suyos en APROH o en el gobierno, etc., siempre quedó la duda acerca de quién realmente mató al general aquella mañana de enero.

Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras» de Longino Becerra (2009). Editorial Baktún.