Salutación a los Poetas Brasileros

Juan Ramón Molina

Para Flavio Luz y Elysio de Carvalho

Por: Juan Ramón Molina

Con una gran fanfarria de roncos olifantes,
con versos que imitasen un trote de elefantes
en una vasta selva de la India ecuatorial,
quisiera saludaros —hermanos en el duelo—
en las exploraciones por la tierra y el cielo,
en el martirologio de los circos del mal.

Mi Pegaso conoce los azules espacios.
Su cola es un cometa, sus ojos son topacios,
el rubio Apolo y Marte cabalgarían en él;
relinchará en los céspedes de vuestro bosque umbrío,
se abrevará en las aguas de vuestro sacro río,
y dormirá a la sombra de vuestro gran laurel!

Venir pude en la concha de Venus Citerea,
sobre el áspero lomo del león de Nemea,
en el ave de Júpiter o en un fiero dragón;
en la camella blanca de una reina de Oriente,
en el cuerpo ondulante de una alada serpiente,
a bordo de la lírica galera de Jasón.

O en la fornida espalda de un genio misterioso,
o envuelto en la vorágine de un viento proceloso,
o de una negra nube en el glacial capuz;
en la marea argentina de una luna de mayo,
asido del relámpago flamígero de un rayo,
o con los duendes gárrulos que juegan en la luz.

Mas en Pegaso vine desde remotos climas,
—señor, príncipe, rey o emperador de rimas—
sobre el confuso trueno del piélago febril.
¡Salve al coro de Afiones de estas tierras fragantes!
¡A todos los Orfeos del país de los diamantes!
¡A todos los que pulsan su lira en el Brasil!

Tal digo, hermanos míos en la prosapia ibérica.
Saludemos la gloria futura de la América,
que todas las espigas se junten en un haz.
Unamos nuestras liras y nuestros corazones,
que ha llegado el crepúsculo de las anunciaciones,
para que baje el ángel de la celeste paz!

Augurio de ese día se ve en el horizonte.
Hoy tres aves volaron desde un florido monte;
yo las miré perderse en el naciente albor;
un cóndor —que es el símbolo de la fuerza bravía—
un búho —que es el símbolo de la sabiduría—
y una paloma cándida —símbolo del amor—.

Dijo el cóndor, gritando: la unión da la victoria,
el búho, en un silbido: el saber da la gloria,
la paloma, en su arrullo: el amor da la fe.
Yo —que escruto el enigma de nuestro gran destino—
ante el casual augurio del cielo matutino,
siguiendo los tres pájaros en éxtasis quedé.

Pero Pegaso aguarda. Sobre su fuerte lomo
gallardamente salto en un instante, como
el Cid sobre Babieca. Me voy hacia el azur.
¿Acaso os interesa mi suerte misteriosa?
¡Buscadme en mi magnífico palacio de la Osa,
o en mi torre de oro, junto a la Cruz del Sur!

Huelga del Amor

Indios se Niegan a Tener Hijos Para que No los Conviertan en Esclavos

Por: Winston Irías Cálix

Al igual que el Cacique Lempira, los indígenas olanchanos son héroes autóctonos de la soberanía nacional. Defendieron con la vida sus tierras, sus mujeres y su cultura y combatieron con firmeza a los invasores. En una de estas batallas perdió la vida el famoso conquistador Juan López de Grijalva, quien se había destacado en México junto a Hernán Cortés.

Consumada la conquista, los indígenas fueron convertidos en esclavos en su propia tierra, destinados a morir en la explotación minera y también vendidos en el extranjero como fuerza de trabajo. Al respecto, mi amigo, el poeta, escritor y gran historiador olanchano, don Medardo Mejía, repetía: «¡Qué tierra tan padecida y tan sufrida!», y así lo expresó varias veces en su destacado drama «La Ahorcancina».

Don Medardo me explicó que al iniciar la conquista los indios de Olancho protagonizaron la primera huelga de América, consistente en una acción de resistencia contra el sexo, abstinencia total, para que las mujeres no resultaran embarazadas y no nacieran niños que en su juventud fueran convertidos en esclavos.

Curiosamente, a ese rechazo se le denominó «La Huelga del Amor», durante la cual «los indios juraron por sus dioses no tocar indias para no producir inditos, que crecidos eran cazados y llevados a Trujillo, donde sus captores los cambiaban por vino».

«A los indios se les herraba y eran conducidos en barcos de carga a la Española (Santo Domingo), isla en la que se les vendía por segunda vez para llevarlos a los cañaverales, a trabajar sin descanso, hasta la muerte», es el relato conmovedor de don Medardo en torno al ultraje y sufrimiento a que fueron sometidos los indígenas olanchanos.

«La ‘Huelga del Amor’ triunfó en el siglo XVI. Ya no volvieron los cargueros de Santo Domingo a Trujillo por más esclavos indios» pero su sufrimiento no terminó.

El maltrato, los abusos y el asesinatos de indígenas por parte de los españoles continuó, aunque el Reino Hispano ya había enviado evangelizadores con la misión, además, de que los conquistadores les dieran un trato humano.

A pesar de esta actitud de la Iglesia Católica, ocurrió una tragedia como consecuencia de lo sucedido entre un capitán español, Alonso Daza, y un jefe indígena tawahka capturado durante un enfrentamiento armado, hecho ocurrido en el municipio de Catacamas.

Inesperadamente, el cacique abofeteó fuertemente a Daza, pero este gesto de dignidad y orgullo de la raza tuvo un castigo cruel: Según historiadores, el capitán español le ató «la mano izquierda con una liga a la cintura y le clavó la derecha contra un árbol, con una herradura de caballo y ocho clavos».

Al ser encontrado con sus súbditos, el jefe nativo preparó su venganza, lamentablemente consumada en un evangelizador; los hechos se desencadenaron cuando el reverendo Esteban Verdelete y sus acompañantes visitaron a los indígenas y les increparon que estarían condenados si no cambiaban su religión, actitud que causó aun más disgusto y terminaron por darles muerte.

Varios sacerdotes ofrendaron su vida en su tarea cristianizadora, ya que los abusos de los conquistadores provocaba algunas veces una actitud hostil de los indígenas en su contra, como ocurrió con Fray Verdelete.

Tomado del libro «Catacamas: del ayer al año 2000» de Winston Irías Cálix.

La Fiesta de San Juan

Garífunas tocando tambor

Por: Raúl Arturo Pagoaga

Baila el negro de Cristales
en la fiesta de San Juan,
pasa la danza caribe
por las calles, frente al mar
baja de los caribales
con tun tun de tambores
alboroto de colores
deja la danza al pasar
y se oye el canto que va
del tambor al cucutá.

Sus cuerpos saltan de gozo
¡Yamanuga! ¡Cucutá!
San Juan los llama congos
que son peces de alquitrán.

Negro, tambor y bambú.
Señor de la danza negra,
negro que danza en Trujillo
y grita en una honda U
y gruñe diciendo «millo»
Negro, tambor y bambú.

La gran fiesta de San Juan
trajeada de rojo seda,
va corriendo las calles
para cambiar por la danza
el brillo de una moneda.

Negro, tambor y bambú,
que va con su cumba ronca
ardiendo maraca al son
por espantar el tabú
que lleva en el corazón.
¡Negro, tambor y bambú!

Es la fiesta de San Juan
que viene del caribal
Señor del cucutá,
Señor del casabe y pan
que bajo el sol de Trujillo
bailando están,
bailando están.

Y baila, bailando baila,
con su ritmo de betún,
morenero de Cristales,
barracones de bambú.
Suena el tambor y la cumba,
las maracas epilépticas
y el grito hueco de la A…
Y se rompe el medio día
frente al espejo del mar,
una ronca gritería:
¡Yamanuga! ¡Cucutá!

Tomado del libro «Tres Ensayos Literarios», por Raúl Arturo Pagoaga. Tegucigalpa, 1986.