Por: J. Augusto Irías Cálix
Periódicamente, y durante varios siglos, se han venido dando epidemias mortales que atacan a nivel mundial. Se recuerda la fiebre bubónica, que afectó al mundo en los tiempos del famoso profeta Nostradamus, por la cual el vidente tuvo que sufrir la muerte de su esposa. También las epidemias de las gripes de 1918 y después de la Segunda Guerra Mundial —incluido el el cólera morbus, la gripe asiática, la gripe española, la fiebre amarilla— siendo esta última la que interrumpió la construcción que hacían los franceses del canal de Panamá.
Allá por la segunda mitad del segundo período presidencial de Fraklin Delano Roosevelt, de los Estados Unidos de Norteamérica, se fundó una institución denominada “Alianza para el Progreso”, cuyos objetivos principales eran la construcción de la carretera Panamericana, para que uniera al continente, y la erradicación de las enfermedades producidas por los mosquitos Aedes Aegypti y Anófeles.
El director de esta campaña fue el famoso Nelson A. Rockefeller, quien visitó Tegucigalpa en varias oportunidades, hospedándose en el hotel Panamericano, donde fue visitado por periodistas de los diarios El Cronista, Diario El Día y Diario La Época.
En ese tiempo se fundaron instituciones como el STICA (Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola), y la Escuela Agrícola Panamericana, conocida como “El Zamorano”, con las cuales se impulsaban los diferentes aspectos agroindustriales de Honduras.
Para combatir el mosquito portador de varias enfermedades se distribuyeron gratuitamente productos químicos como el DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), el Clordano, el Aldrín y el Dieldrín, que tenían un efecto residual de diez meses al fumigar las casas.
Los técnicos del SNEM (Servicio Nacional de Erradicación de la Malaria) de Honduras utilizaron con éxito estos químicos en los hogares.
Con estos productos se eliminaron plagas de cucarachas, jates, alacranes, escorpiones, ratones, culebras y pulgas (pulga corriente y pulga de nigua).
El doctor Ramón Custodio López y el abogado César Dolores Baquedano pueden dar testimonio de la efectividad de las campañas del SNEM.
En ese tiempo no existía la enfermedad del dengue, y con las fumigaciones semestrales se eliminaron los problemas de plagas. Pero al parecer estos productos tenían el inconveniente de ser muy baratos, y su prohibición —a raíz de la publicación del tendencioso libro “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson— hizo más rentable el negocio de los plaguicidas y pesticidas.
El último director del SNEM —el doctor Carlos Alirio Cruz— quien también fue viceministro de Salud en el gobierno de Ricardo Maduro, se preparaba para emprender la lucha contra el dengue mediante el DDT cuando lamentablemente murió en el 2,002 en un accidente automovilístico en Río Dulce, cerca de Tegucigalpa.
A pesar del efecto residual del DDT, si éste tan solo se hubiera utilizado en la fumigación de paredes de casas y solares baldíos no hubiera habido mayor daño al medio ambiente y hoy no tendríamos esta epidemia del dengue —tanto en su versión clásica como del dengue hemorrágico— la leishmaniasis y otras plagas.
Recientemente la doctora Elsa Palou, epidemióloga del Hospital del Tórax, manifestó que el efecto de las actuales fumigaciones en las casas solo dura 48 horas, mientras que el abate solo tiene un efecto de 60 días (Aunque se ha descubierto que hay zancudos que han desarrollado resistencia contra el abate, según la entomóloga Karla Cantarero). En contraste, el DDT tiene un efecto residual de seis meses.
Con unas 20 o 30 toneladas de DDT y Clordano se eliminaría definitivamente las plagas de mosquito de Honduras. Lo que se necesita es voluntad política y hacer a un lado los mitos y prejuicios sobre el DDT y productos similares.