Conferencia del historiador mexicano Luis Chávez Orozco en 1941. El señor Chávez Orozco fue embajador de México en Honduras.
Distinguido auditorio:
He sido invitado por la directiva del Instituto Internacional de Cultura Hondureña a participar en este ciclo de conferencias. Yo, por mi parte, he aceptado agradecido, por la oportunidad que se me brinda para entrar en contacto intelectual y directo con el pueblo de este país que tan gentil acogida me ha brindado.
Hay, sin embargo, un motivo más para hablar sobre Morazán y ese es quizá el más importante de los que determinan el tema de mi plática. Tenemos los mexicanos una deuda con Morazán y yo, como mexicano y como historiador, vengo a pagarla.
Yo estimo que Morazán, como Bolívar, como Morelos, como Martí y como Washington, dentro de sus aspectos poliformes, tiene facetas cuyo brillo se proyecta hacia adelante y trazan un camino a la democracia continental, y considero que nuestra acción defensiva contra todas las asechanzas que pueden presentarse, será más eficaz, porque será más popular, si la ponemos al amparo de la doctrina por la cual lucharon con tanto heroísmo.
Decía yo al principio que como historiador y como mexicano, declaraba que mi país contrajo una deuda con Morazán y que se deseaba pagar esa deuda confesándola públicamente. No hay otro modo para liquidar créditos de esa índole, sino es reconociendo, con toda lealtad, el servicio.
México debe a Morazán el impulso que lo llevó a plantear su reforma social de 1833-1834. Porque Morazán inició la revolución pequeño-burguesa en estos países ístmicos, dando al liberalismo el sentido que siempre ha tenido en todos los pueblos y en todas las épocas, por eso México, que siguió sus huellas, es deudor de Morazán.
Centro América, en los albores del Siglo XIX, poseía ya un estrato social que aspiraba, no sólo con vehemencia, sino, con una gran conciencia; por superar una etapa cultural, hasta entonces encadenada a las limitaciones mentales de la Escolástica; pugnaba por establecer nuevos postulados económicos con vista a satisfacer los intereses de todas las clases sociales y destruir un estado de cosas en donde la riqueza era patrimonio casi exclusivo de un sector privilegiado; y anhelaba, en fin, una serie de conquistas materiales para acelerar el desarrollo económico del país; ya empezaba a la sazón el clamor por los caminos, por la colonización de las cosas, por la posesión de una marina mercante.
La pequeña burguesía centroamericana formulaba estos anhelos, en términos objetivos, con la objetividad con que Humboldt a la sazón planteaba los problemas de México. A lo largo de las páginas del periódico que dirigía José Cecilio del Valle, EL AMIGO DE LA PATRIA, cuya publicación se inició antes de que la patria misma naciera, vemos hasta que grado de desarrollo había llegado la pequeña burguesía centroamericana.
La existencia y la madurez de la pequeña burguesía centroamericana explican en primer lugar el advenimiento de Morazán a la vida pública y sus triunfos militares y políticos. Morazán, pienso yo, escaló el poder empujado por el estrato social del cual José Cecilio del Valle fue el portavoz, y su obra como estadista fue posible gracias a la madurez mental propia que le permitió rodearse de un puñado de hombres sinceramente representativos de los anhelos de las masas progresistas.
No voy a exponer en qué forma Morazán y Molina y Leonardo Pérez y el Dr. Gálvez se entregaron a la empresa de destruir la estructura feudal en que vivía el país para encaminarlo por los derroteros de la vida moderna. Una empresa de esta índole corresponde realizarla a los patriotas hondureños y en general centroamericanos que quieran interpretar una de las etapas más luminosas de la Historia de América y me concreté a tratar exclusivamente el objetivo de mi plática que no va más allá de determinar hasta que grado es deudor México a Morazán, en su condición de líder de un movimiento de liberación y de progreso.
Cuando en México, el sudamericano Vicente Rocafuerte vivía oculto por haberse atrevido a publicar un folleto en que tímidamente sostenía la tesis de la tolerancia religiosa, en Centroamérica se decretaba en mayo de 1832.
Cuando uno de los capítulos más importantes de la MEMORIA del secretario de Justicia y Negocios eclesiásticos de México lo constituía el tema de la recaudación de diezmos, en Centro América se decretaba la abolición de ese tributo. Cuando en Centroamérica se decretaba la desamortización de los bienes de las comunidades religiosas en 28 de julio de 1829, en México estaba a punto de escalar el poder la administración que mayores concesiones hizo al clero.
Cuando en México se confesaba el Gobierno incapaz de reformar la educación superior y se entregaba en manos de particulares la elemental, en Centroamérica se dictaban los decretos de 9 de junio de 1830 y del 1° de marzo de 1832.
Ahora bien, ambas disposiciones, pero sobre todo la segunda, significan, dentro del movimiento cultural de América Latina, la primera fórmula legislativa para estructurar la educación popular en un sentido francamente democrático.
El espíritu de esta ley, comparable con la que reformó la educación nacional francesa, inspirada por Condorcet y aprobada en abril de 1792 por la Asamblea Legislativa, fue para México el apoyo ideológico gracias al cual los Gómez Farías y los Mora y los Goroztiza y los Rodríguez Puebla, se entregaron a la empresa de redactar la ley de octubre de 1834, creadora de la fecunda Dirección General de Instrucción Pública.
Sin duda se pensará que estoy echando mano de un artificio para suspender el ánimo de mis oyentes a quienes se supone deseo sorprender. No, no se trata de eso; soy enemigo de los artificios y me gusta llamar las cosas por sus nombres. Deuda es y como deuda vengo a saldarla declarando por primera vez en la Historia de la Historia que el movimiento liberal, que lo que en México llamamos Reforma, por su inspiración, estuvo determinado por la orientación que adoptó la política de Francisco Morazán. En otros términos, que a Morazán no solo hay que verlo como al líder de la pequeña burguesía progresista centroamericana, sino como al inspirador del movimiento pequeño burgués que sacudió a México al concluir el primer tercio del siglo XIX.
Ahora bien, este dato que yo quiero dejar indeleblemente consignado, como válido científicamente dentro de una interpretación de la Historia de México, estimo que hay que hacerlo valer también para apreciar mejor el alcance y el valor de la personalidad de Morazán. En otros términos, quiero decir que si por algo Morazán no sólo es un héroe hondureño, si por algo Morazán es algo más que un estadista centroamericano, si por algo Morazán tiene título para ser exhibido con valor continental, es porque su doctrina política y social superó las fronteras de su país y fue a fructificar en el corazón mismo de la República mexicana.
Yo bien sé que esto va a provocar polémicas. Las gentes no resisten muy fácilmente la luz de una verdad. Es tan difícil aceptar que a un personaje consagrado por la tradición se le resten méritos, como que se le aumenten. Por eso la crítica histórica generalmente tiene que polemizar. ¿Quién no se asusta cuando alguien afirma que D. José Cecilio del Valle se adelantó a la fórmula definitiva del ideal bolivariano y que seguramente el planteamiento que hizo de la Unión Americana tenía bases todavía más objetivas, reales y trascendentes que las que concibió el héroe de Ayacucho?
Pues otro tanto sucede, me imagino yo, cuando a los méritos consagrados por la tradición, agregamos a Morazán otros que lo hacen superar el marco dentro del cual siempre lo hemos visto colocado.
No acierta uno a saber quién subió más alto. Mientras Morazán y los hombres que se movían a su alrededor desquiciaban la estructura feudal centroamericana, haciendo de la educación un instrumento para forjar una sociedad democrática más justa y humana, Bolívar, en el sur, se preparaba a a morir garantizando para el futuro de la América nuestra el advenimiento de un régimen de libertad.
Ni más arriba, ni más abajo. Morazán está al par de Bolívar y nosotros los hermanamos en un sentimiento de veneración.
No es una aberración ni tampoco es una casualidad que el movimiento reformista pequeño burgués se haya planeado y desatado en Centro América antes que en México. Si las cosas sucedieron así es porque así tenían que suceder. Se me dirá que argumentar en estos términos tiene poca validez científica. Pues bien, presentaré mi tesis en otra forma, para quitarle todo matiz de dogmatismo.
Si Centro América dio, antes que México, el primer paso para destruir el régimen feudal heredado de la Colonia, es porque en Centro América, por circunstancias políticas, el régimen feudal sólido y fuerte como era, era sin embargo, menos sólido y menos fuerte que en México. Y eso permitió el juego de una serie de fuerzas bajo cuyo impulso actuaban en su propio beneficio, intereses pequeño-burgueses.
Si nosotros tratáramos de definir lo que fue el régimen colonial novo-hispano por las manifestaciones que nos exhibe la historia de Centro América en las postrimerías del siglo XVIII, desnaturalizaríamos lamentablemente la realidad.
En el México dieciochesco no es posible concebir una Sociedad Económica de Amigos del País como la que floreció en Guatemala y en cuyo seno Liendo y Goicochea, exponían sin temor a ser aprehendidos por la Inquisición, las teorías científicas más avanzadas. Se dirá que la sociedad fue suprimida en 1974, pero este dato sirve para demostrar hasta dónde llegó el atrevimiento intelectual de los socios. Se responderá que la Nueva España tuvo su Liendo y Goicochea en Díaz de Gamarra… Es posible que el paralelo sea justo, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que Díaz de Gamarra exponía su cátedra en latín y publicaba sus libros en el mismo idioma, lo que les daba facilidad para obtener el imprimatur. Un libro en latín no entrañaba riesgos… Se agregará que la Nueva España nos dio el presente de un José Antonio de Alzate, naturalista cuyo nombre figuró entre las nóminas de las Sociedades Cientificas de Europa… también esto es cierto, pero ni Alzate se asomó al estudio de las ciencias sociales, como Liendo y Goicochea, ni tampoco se atrevió demasiado por los campos de la filosofía moderna.
Si no tuviéramos más datos en relación con Centro América que el testimonio que implica la existencia de José Cecilio del Valle y sus obras, podríamos afirmar que en Centro América, en vísperas de consumar su independencia política había alcanzado ya un sensible desarrollo social que se manifestaba en la actitud de su pequeña burguesía. En otros términos, José Cecilio del Valle, no se hubiera estructurado mentalmente como un economista discípulo de Smith, de una reciedumbre que no tiene paralelo en su época, en Hispano América, si al mismo tiempo no hubiera habido un estrato social que le sirviera de base. Nosotros no creemos que los hombres puedan desarrollarse como las flores en el invernadero…
Para concluir, se me permitirá que me repita a mí mismo: “América, la juvenil, América ha de salvarse del desastre, será positivamente un campo de asilo de la cultura, en la medida en que tengan la suficiente imaginación para dar una nueva vida a sus grandes héroes continentales, a los que nos lanzaron a la vida independiente y a los que nos orientaron por el camino de nuestra liberación», como el ínclito reformador Francisco Morazán, gloria de Centro América, gloria de América, gloria de la humanidad.
Tegucigalpa, D.C., 29 de julio de 1941.