Por: Daniel Laínez
Vengo a pedir perdón por todos los humanos;
vengo en nombre, Maestro, de la Diosa Razón.
Abeles y Caínes ¡todos somos hermanos,
y para todos debes tener tu absolución…!
A los crueles tiranos que soñándose reyes
subyugan a los pueblos pisoteando sus leyes!
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
Al vanal periodista y al poeta mercenario
en cuyas manos trémulas se agita el incensario:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
A los tristes avaros que sin ningún decoro
no duermen custodiando sus talegones de oro:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
Y a los amigos ruines que con guantes de razo
nos hieren las espaldas al darnos un abrazo:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
Perdónalos, Rabino, ruega por todos ellos
Siembra en sus pobres pechos la semilla del Bien.
Que tu palabra irradie magníficos destellos
a través de los siglos de los siglos. Amén.
Al militar perverso y al pueblo Sancho Panza
que con promesas vanas emprenden la matanza:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
A las turbas salvajes de fieros asesinos
que en pos de sangre y oro recorren los caminos:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
A los hambrientos jueces que enfermos de avaricia
por un montón de cobre pervierten la justicia:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!
A las madres sin nombre, que —cual crueles alimañas—
destruyen despiadadas el fruto de sus entrañas:
¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!
A las damas infieles de instinto indecoroso
que por esplín o hastío le faltan al esposo:
¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!
A las tristes rameras con ojos de locura,
en cuyos pobres pechos no anida la ternura:
¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!
A los pálidos clérigos, hipócritas, sensuales,
que gustan de los Siete Pecados Capitales:
¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!