Por Raúl Gilberto Tróchez
Mi madre campesina soñaba en el maíz
que va cayendo al surco cuando el invierno llega;
cuando, amorosamente, la linfa que lo riega,
vuelve a la fronda verde y al pájaro feliz.
Mi madre campesina, ¡Cómo aprendió a querer!
con gratas sinfonías de prestos aguaceros;
con pecho atormentado de alondras y jilgueros
que desgranaban trinos en cada amanecer.
Mi madre campesina tenía la dulzura
del fruto que se pinta del sol canicular;
del monte a las estrellas, no conocía el mar,
pero Ella era otro mar de amor y de ternura.
El agua de la fuente copió su imagen bella;
—su agilidad de garza con traje dominguero—;
allí se vieron juntos la estrella y el lucero
con el afán celeste de competir con ella.
Crujió la grama verde bajo su pie desnudo
que iba tomando el rosa de la distante aurora;
así, despreocupada, alegre y soñadora,
la halló el amor primero con su lenguaje mudo.
Mi madre proletaria, no tiene aquel tesoro
que trajo de la aldea, y hoy, vive del recuerdo,
con la única tristeza, de un hio que no es cuerdo
porque hace madrigales bajo las tardes de oro….
Es un lindo poema, Lo he buscado tantas veces, porque es tan lindo.