Archivo de la categoría: literatura

Relato de un muchacho de Brooklin

Por: Froylán Turcios

Mi pequeña hermana Katie tenía los cabellos amarillos y los ojos castaños. Era grave y dulce y muy silenciosa. Por la casa deslizábase levemente como una sombra, con su ligero vestido y sus medias azules. Yo adoraba a Katie, y el día en que cumplió nueve años, la víspera de Navidad, le regalé mi muñeco automático, único juguete que tenía.

II

Gustábame verla con su escobilla de plumas sacudiendo el polvo del salón, o cuando me decía muy seria, como una persona mayor, levantando el índice:
– Jack, es preciso que cuides más tu traje de terciopelo. Ayer, al limpiarlo, repuse dos botones que le faltaban.
Y sonreía suavemente, viéndome turbado.
Ella, tan pequeñuela, tenía para conmigo ternuras inolvidables.

III

En los crudos inviernos, antes de acostarse, acercábase de puntillas a mi cama.
¿Katie, eres tú? – le decía.
Sí, Jack. Vine a ver si tienes frío.
Y después de arreglar el cobertor sobre mi cuello, me besaba alejándose sin hacer ruido.

IV

Cierta noche, al regresar de Coney Island, cuyas magias de luz le encantaban, Katie se sintió muy enferma. Y al día siguiente su mal empeoró. Fueron inútiles los esfuerzos que el médico hizo para salvarla. Katie se moría.
Yo no me separaba de su lecho, petrificado de espanto. Parecíame que, al morir ella, todo acababa para mí.
– Jack -me dijo, incorporándose sobre la almohada, con los ojos encendidos por la fiebre, en la horrible medianoche-, sé muy bueno y no olvides a tu pobre Katie, siento morir porque te quería mucho…

V

Fueron sus palabras postreras. Vistiéronla de blanco y la cubrieron de rosas pálidas y de jazmines. Y así, más blanca entre tantas blancuras, Katie era más linda que los ángeles.
Antes de colocarla en la caja de seda, besé sus manos frías y sus grandes ojos castaños.

VI

En aquella tarde obscura la enterraron bajo un sauce cubierto de nieve, en el triste cementerio de Greenwood.
Allí reposa la pequeña Katie. Y yo, que desde que se fue vivo sin alma, cuando paso por aquel sitio lúgubre, siento que mi corazón deja de latir y que mis ojos se llenan de lágrimas.

Tomado de «La Tribuna», del sábado 2 de marzo de 1985.

El final de Ramón Ortega

Por: José R. Castro

La muerte de un poeta olvidado

El poeta hondureño Ramón Ortega, autor de la poesía «Verdades Amargas», murió en avanzado estado locura. Este es un viejo artículo de los años treinta escrito por un guatemalteco.

De tierra de pinares nos llega la noticia: Ramón Ortega, el poeta de la lírica suntuosa y exquisita, que desde hace muchos años apacentaba en la conventual ciudad de Comayagua, su divina locura, ha muerto, se ha hundido en el lago sin playas de la muerte.

Allá por el año 1912, cuando en Honduras floreció una generación literaria de espíritus inquietos, caídos ahora todos por la mano inexorable del destino, comenzó este apolonida a dar el oro purísimo de su estro, los crisoberilos rutilantes de sus sonetos magníficos, las astromelias fragantes de sus hondas estrofas sentimentales.

Ramón Ortega hubiera sido en Centro América si el destino no lo hubiera sumido en la demencia desde hace como 16 años, un poeta de originales concepciones, parecido en la suntuosidad de sus producciones con aquel otro demente que en Asunción floreció hace muchos años y que se llamó Julio Herrera y Reissig.

Al escribir estos párrafos en evocación del gran poeta, queremos referir una de sus últimas anécdotas, cuando ya las sombras de la locura habían invadido su espíritu inquieto y su cerebro que fuera antaño fanal luminoso en la penumbra literaria de nuestro medio ambiente.

Llegamos nosotros de la capital de Honduras hasta la antigua ciudad colonial donde ambulaba a la ventura el pobre poeta sumido en la miseria, olvidado por todos, y dispusimos hacerle una visita. Cuando llegamos a su domicilio nos habló con toda la locura que tenía en su inquietud, de varios asuntos literarios, y luego, con una conruscación indecible en su mirada, puso en nuestras manos unos papeles sucios que nos dijo eran sus últimas producciones literarias, y que nosotros debíamos vender en Tegucigalpa, según el pensó en su locura, a la mejor revista ilustrada por la suma de dos millones de libras esterlinas.

Tomamos nosotros en nuestras manos los infolios olvidados que el poeta demente nos diera, y uno de tantos sábados llenos de hastío los desenvolvimos y nos pusimos a pasar nuestra inquieta mirada por las páginas. Tuvimos una inmensa sorpresa por los versos y prosas del poeta, escritos en la plenitud de su locura. Recordamos que el primero de los versos se llamaba «Elegancias», y comenzaba así:

ELEGANCIAS

Por aquel casto ensueño, en épico lirismo,
debajo de las rotondas, en el crinstamismo
se aplauden los remémberes en flebil arrogancia,
sobre un cardenalicio medallón de añoranza.
Y el múrice guregüesco y el cálido espadín,
con remembraciones de un doliente violín,
Suena lejos el piano de Charelain directo,
de la galantería y el sonido selecto,
detrás de los horizontes del cerúleo perfecto,
un bouquet clavelino, sabroso, ribereño…
La bandeja de plata, con los exuberantes
melocotones finos, junto a los finos guantes.

No podemos recordar, lo demás del original y desconcertante poema de Ortega, escrito como lo hemos dicho, en el cenit de su demencia mental. Claro que es una concatenación de palabras incoherentes y de ideas absurdas, pero demuestra, en medio de todo, la maestría con que este apolonida de legítimos carteles manejaba el idioma. Leímos después la segunda parte de su poema titulada «Elegancias en prosa… Decía al principio:

«En los días grises de desaliento, cuando el viento sopla muy sonoramente sobre el dril ilusorio de las arboladuras de los barcos mercantes, ha sentido el cardenalicio y perfumado deseo de estar recostado sobre una confortable chaisse – longue de ébano, fumando aromáticos cigarrillos de marihuana, tomando un vaso de cerveza, una copa de champaña galo en un fino cristal de bohemia, posiblemente un vaso de aguardiente con una, dos, tres, cuatro o cinco aceitunas… etc.».

Pobre poeta Ortega que escribió los sonetos más hermosos y más ricos en sentimiento y en fantasía de la tierra de los pinares rumorosos. Todo el mundo lo olvidó hasta que un día el doctor Ricardo Alduvín lo llevó a un sanatorio de Tegucigalpa pero ya era tarde, hacía ya diez y seis años que el poeta Ortega vivía en otro mundo y fue vano el esfuerzo de la ciencia para hacerlo volver.

Rosas negras de las de Porfirio Barba Jacob colocamos sobre la tumba lejana del gran poeta olvidado, rosas negras de olvido que fueron las que siempre exornaron los floreros de la inmensa casona colonial donde apacentó su divina locura y vivió en íntimo coloquio con los espíritus, especialmente con el de Oscar Wilde y Herrera y Reissig. (Tomado de la revista «Alma Latina» que dirigía doña Graciela Bográn en S.P.S., año de 1933).

Guatemala, febrero de 1933.

Tomado de «La Tribuna», del sábado 2 de marzo de 1985.

Mi dulce Patria

Bandera hondureña ondeando al cielo

Por: Juan Ramón Ardón

Patria es todo lo que amamos, en la presencia y en el recuerdo. Patria es amor y esta palabra alada, dulce, rítmica, colorida, vibrante como un colibrí y expresiva como brazos maternales, lo comprende todo y sus raíces, esplendentes como un astro, se profundizan en la historia. Los griegos le rindieron pleitesía en diferentes manifestaciones.

Quien dijo que la Patria era el hogar abandonado, pensó en el Gran Hogar: en ese todo con su cielo y su Geografía. El amor a la Patria principia en la cuna: cuando el niño abre sus ojos a la vida, contempla a un ser querido: la mujer que lo llevó en su vientre y cuyas miradas reflejan amor, abnegación y sacrificio: tres vocablos que contienen admirablemente todo lo que significa amor.

Y como la Patria es amor, sus hijos la rodean de abnegación y sacrificio. Es necesario re-estructurar la lección de Patria en los centros de enseñanza. Para que en la mente y en el corazón de los niños y los jóvenes se grabe mejor la santa esplendidez de Patria.

Porque Patria no sólo es Geografía: con su cielo, su árbol, su valle, su montaña, su mar, sus gentes. Patria es algo más grande, más expresivo, más sugerente. Patria es sentimiento, noble y sagrada pasión. Patria es Honor, es Soberanía, es Integridad Territorial. Es la tierra bendita que nos heredaron nuestros mayores y de niños, principiamos a quererla y admirarla, hasta en el árbol hasta cuyas ramas llegábamos con nuestros pies descalzos, para alcanzar la fruta que deleitaba nuestro paladar.

En nuestra vieja, querida e inolvidable escuelita, existía en el centro del solar, un árbol de jícaro que sólo nos es suficiente cerrar los ojos para verlo de nuevo tal como lo contemplamos de niños. Esas cosas sencillas, también representan la Patria. Lo presente y lo que permanece dormido en el tiempo, cuando uno se encuentra lejos de la Patria, lo recuerda hasta con lágrimas en los ojos. No existe mejor representación de la Patria que sus símbolos: El Himno, la Bandera, el Escudo. Son preseas que viajan con nosotros a todas partes.

Tomado del libro «Días de Infamia» de Juan Ramón Ardón, que trata sobre la guerra de El Salvador contra Honduras en 1969.

Día del Estudiante

El día del estudiante fue creado por Acuerdo Gobernativo del 28 de Mayo de 1922, en homenaje al Padre José Trinidad Reyes, quién nació el 11 de Junio de 1797, en la ciudad de Tegucigalpa.

La fecha del aniversario del Padre Reyes fue declarada en reconocimiento a los méritos que poseía, como hombre, como hondureño y como sacerdote.

Fue el Padre Reyes un virtuoso al servicio de la Religión Católica y, en cumplimiento de sus mandamientos, se dedicó a servir a sus feligreses, satisfaciéndoles sus necesidades materiales y religiosas, cultivándoles la mente y la conciencia por medio del alfabeto, música, poesía, ceremonias religiosas y reuniones populares, formando así la armonía entre los convivientes y haciendo efectiva y perdurable la paz en los hogares y en los medios social y nacional.

Si las personas adultas tuvieron la escuela práctica que procura el bienestar personal y social, no fue menos su acción tras la conquista del bien para el niño y para el joven de la comunidad tegucigalpense.

En el convento de San Francisco fue maestro de primeras letras y, en el convento de la Merced, en donde residía, fue mentor de la juventud, ya dándoles los conocimientos de que era menester, ya apoyándoles en sus anhelos de conquistar niveles mayores de cultura hasta dotarla de la actual Universidad de Honduras, de la que fue su primer Rector, cumpliendo mandatos de las supremas autoridades del Estado, quienes a su vez, lo invistieron con el honroso y merecido título de Doctor, dados sus conocimientos científicos y artísticos y la inteligencia con que le favorecieron el Ser Supremo y la naturaleza.

Por su acción de dar ciencia y cultura a sus compatriotas, se dispuso destinar como «DÍA DEL ESTUDIANTE» el Aniversario del Nacimiento del Ilustre Patricio; acontecimiento que en sus primeros años se celebró con veladas, conferencias, exposiciones, actos públicos con diversos tópicos educativos, desfiles escolares, juegos deportivos, humorísticos, etc, que en verdad respondían a la obra que realizó y a los méritos que poseía aquel Santo Sacerdote e ilustre hondureño.

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Tomado de la «Antología de las Fiestas Escolares Hondureñas», de la Profa. Alma Nubio Briceño de Zúniga, y el Prof. Hernán Zúniga Reyes. (Colección Artística), que a su vez lo tomó del libro «Calendario Cívico Escolar, Ministerio de Educación Pública de Honduras, marzo de 1980.

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