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Letanía Final

Por: Daniel Laínez

Vengo a pedir perdón por todos los humanos;
vengo en nombre, Maestro, de la Diosa Razón.

Abeles y Caínes ¡todos somos hermanos,
y para todos debes tener tu absolución…!

A los crueles tiranos que soñándose reyes
subyugan a los pueblos pisoteando sus leyes!

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

Al vanal periodista y al poeta mercenario
en cuyas manos trémulas se agita el incensario:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

A los tristes avaros que sin ningún decoro
no duermen custodiando sus talegones de oro:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

Y a los amigos ruines que con guantes de razo
nos hieren las espaldas al darnos un abrazo:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

Perdónalos, Rabino, ruega por todos ellos
Siembra en sus pobres pechos la semilla del Bien.

Que tu palabra irradie magníficos destellos
a través de los siglos de los siglos. Amén.

Al militar perverso y al pueblo Sancho Panza
que con promesas vanas emprenden la matanza:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

A las turbas salvajes de fieros asesinos
que en pos de sangre y oro recorren los caminos:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

A los hambrientos jueces que enfermos de avaricia
por un montón de cobre pervierten la justicia:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

A las madres sin nombre, que —cual crueles alimañas—
destruyen despiadadas el fruto de sus entrañas:

¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!

A las damas infieles de instinto indecoroso
que por esplín o hastío le faltan al esposo:

¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!

A las tristes rameras con ojos de locura,
en cuyos pobres pechos no anida la ternura:

¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!

A los pálidos clérigos, hipócritas, sensuales,
que gustan de los Siete Pecados Capitales:

¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!

Los mitos de Pataka-ko, el héroe civilizador de los Pech

Una interpretación etnológica

Se trata de un gobernante de las eras primordiales, su dominio era terrenal; nacido de una princesa de la tierra y un Dios o Watá.

Desde la perspectiva histórica se trataría de un sacerdote, necromático, curandero o chamán que gobernó al pueblo indígena y que les enseñó los ritos como el “Katoká” (ceremonia propiciatoria de una curación) y el “Kech” (rito de agradecimiento); les enseñó a curar dándoles el “sombreé” (el soplo) y otros medicamentos más. Inició a su pueblo en el conocimiento de la naturaleza, el hombre y el cosmos.

Este semi-dios tenía poderes mágicos y chamánicos, lo que permite que cada momento de su historia se convierta en epopeya y su pueblo considere que a su gesta civilizadora se deban como cultura, asignándole la función de “padre civilizador”. En su misión civilizadora de enseñar los desconocido el Ka-ko viaja sobre la serpiente de colores “Pirikata” o arco iris, al inframundo. Conoce los secretos de la naturaleza terrenal e intenta conocer el mundo celestial y robar los bienes culturales, mediante la astucia, se transforma en varios animales, esto, gracias a sus poderes y compañeros terrenales, de los cuales recibe consejos, como por ejemplo: la pirikata que lo acompaña por las aguas del inframundo, el zorro en la tierra y el murciélago en la oscuridad.

La lucha cósmica se establece al entrar al dominio celestial el Dios terrenal, siendo vencido este último al arrancarle el corazón, el Kinis Kabok pok, o sea, el Tigre Celestial guardián del Kako.

Es claro que en la cosmogonía Pech, el universo está regido por dos grandes dioses: el Pataka-ko Celestial y el Kako Terrenal, nuestro padre.

El Dios terrenal crea orden en los tiempos primordiales en su inicio de acción divina: posee poder sancionador y santificador. Hasta la época de contacto colonial, en el universo mítico Pech, no podemos hablar de un monoteísmo sino de un dualismo natural.

Pataka-ko desaparece en el horizonte histórico con la evangelización que aún no finaliza, primero con la iglesia católica utilizando el poder de la colonia; hoy en día la iglesia “La Profesía” [sic] que son promovidas por misioneros norteamericanos, intentando apropiarse de la cosmovisión del indio obligándolo a que renuncie a sus ceremonias y ritos, pues según su doctrina, para estar bien con Dios nada más se requiere fe y no de cultos heredados de sus antepasados.

Tomado del libro Mitos, Leyendas y Ritos de los Pech, de Lázaro H. Flores.

Biografia del Padre Manuel de Jesús Subirana

Padre Manuel de Jesús Subirana

Nació este abnegado sacerdote en la ciudad de Manresa, de la Provincia de Barcelona, España.

A la edad en que sus facultades vigorosas se abrían a todas las fuentes del saber, hizo su ingreso en el Seminario de la ciudad de Vich, habiéndose ordenado en dicho centro religioso el año de 1834.

Ejerció hasta 1845 los servicios cristianos en su ciudad natal, y fue durante ese tiempo cuando sintió una fuerza suprema que, orientándolo hacia la vida apostólica, vióse en el deber de presentarse a su Ordinario, solicitándole facultades para recorrer la Diócesis de la ciudad que lo vió nacer y, con el carácter ya de Misionero, visitó también la de Barcelona, observando una conducta evangélica y edificante que inspiraba toda fe.

Mas, el destino le había señalado América como el campo ávido donde debía ofrendar las bondades de su vida ejemplar. Y en 1850 embarcóse hacia estas tierras y vino al Arzobispado de Cuba, donde emprendió su papel de Misionero, bajo la protección del Arzopispo don Antonio María Claret y Clara y su Secretario el Presbítero Felipe Rovira. Permaneció en Cuba hasta el año de 1856, llevando con fervor a todos los rumbos de la isla la religión cristiana y sufriendo, por la inclemencia del clima, terribles enfermedades que pusieron en peligro su vida preclara.

Del 8 de julio de 1856 al 17 de enero de 1857 ejerció su apostolado en la Diócesis de San Salvador, bajo la dirección benéfica del Reverendísimo doctor Tomás Saldaña y Olivares.

En el mismo año de 1857 vino a la Diócesis de Comayagua, ocupando en aquella época la Sede Episcopal del ilustrísimo Hipólito Casiano Flores, quien lo autorizó para que, al desempeñar su ministerio, usara de grandes privilegios, a fin de llevar a cabo su misión humanitaria.

En el año de 1859 pasó nuevamente a la Diócesis de San Salvador y en 1860 a la de Nicaragua, siendo el Obispo de esta Diócesis el doctor Bernardo Piñol y Aycinena.

En el mismo año de 1860 regresó a Honduras, escogiendo como centro de sus actividades evangélicas la ciudad de Yoro, cabecera del departamento del mismo nombre. Cruzó toda esta región, haciendo las jornadas, casi en su mayor parte a pie, por lo accidentado de los caminos. Aunque infundió la caridad cristiana en otros lugares, tuvo especial predilección por las numerosas tribus selváticas (los jicaques) de esta zona, que se hallaban en un lamentable estado de salvajismo. Conocedor no sólo de su lengua (la de Cervantes), como la de la Iglesia, la francesa y quizá otras más, habló con perfección los dialectos de los jicaques, de tal manera que con ellos se entendía a maravilla. En su informe de 27 de junio de 1864, rendido al Obispo, doctor Juan de Jesús Zepeda, y que escribió en lenguaje sencillo y místico, se destaca el hecho de haber catequizado a los indios de Machigua (cerca de la ciudad de Yoro), El Siriano, Luquigue, Santa Marta, Jimía, Sompopero, Pueblo Quemado (hoy Subirana, reducción a la que él mismo dio su nombre), Tablón, Mataderos, Lagunitas, Cuchillas, Tigre, San Francisco, La Bolsita, Caridad, Ocote Paulino, Alvarenga y muchos caseríos y villorrios más, levantando en muchos de estos lugares ermitas a donde concurrían los indios a oír sus prédicas cristianas y abriendo al mismo tiempo escuelas, pues decía él en el informe aludido “les he puesto rezadores y maestros de escuela”. Cristianizó a 2.000 Mosquitos, 150 Tuacas, 700 Payas, 5.500 Jicaques y a 2.000 caribes de la Mosquitia. Atendió a los redimidos indígenas no sólo en el orden religioso, sino que, preocupándose por el porvenir de ellos, logró del Gobierno civil algunos terrenos fertilísimos que él midió con toda exactitud.

A los treinta años de haber emprendido una labor evangelizadora, bajó a la tumba aquel virtuoso Misionero, el 27 de noviembre de 1864, en el lugar llamado “Potrero de los Olivos”, situado al Norte y en la jurisdicción de Santa Cruz de Yojoa, del actual departamento de Cortés, y cumpliendo un deseo suyo, fue conducido desde aquel lugar hasta la ciudad de Yoro, en cuya iglesia fueron inhumados sus restos.

Sesenta y tres años pesan ya sobre aquella fecha fúnebre en que la vida luminosa de aquel hombre místico apagóse para siempre; sus anécdotas le recuerdan con religiosidad vehemente, y hoy día, en la procelosidad de nuestra vida social y política, su figura se destaca con iluminaciones de APÓSTOL, SANTO y PROFETA.

APÓSTOL, porque convertido en un Cristo, no sólo para las tribus selváticas del litoral nórdico del país, catequizó y redimió de la obscuridad y olvido a aquellas gentes en cuyas almas aún no había penetrado el rayo luminoso de la cristiandad, el pan consolador de la fe; porque, cual un maestro de la verdad, llevó al lado de la CRUZ el ALFABETO que civiliza; porque vertió el encanto de su virtud en los corazones cosechando mansedumbre y paz, luz en los cerebros, incrementando la instrucción y el progreso entre aquellos hijos de la selva que él, con la suave palabra de la dulzura y la mirada penetrante de la convicción, conquistó para incorporarlos a la Humanidad civilizada.

SANTO, porque fué un modelo de castidad y virtud, a cuyo ejemplo no pudo resistir el vicio de la vida secular y abandonada de nuestros pueblos, avivando en ellos, con la fuerza de su prestigio y los actos de su vida, el santo temor a Dios; porque dotado de un don especial y raro en estos tiempos, patentizó ante los pueblos la Divina Providencia, encauzándolos en la verdadera Moral y castigando a los incrédulos y perversos. (Su infinidad de anécdotas, recordadas por la tradición como verdaderos milagros, han llegado hasta Roma y se espera que algún día la Iglesia canonizará a este diáfano varón y llegue a figurar en el sagrado calendario de los santos de la tierra).

PROFETA, porque dueño de una visión clara del mundo y de las cosas, anunció la escasez de los granos, el verano perpetuo y la sequedad de los ríos y multitud de cosas más que cuentan los ancianos y que se están mirando en estos tiempos, tal como lo predijo la MISIÓN —como también llamaban a aquel virtuoso sacerdote.

Hoy, con el tiempo, brota de nuestros corazones la hermosa flor de la gratitud y se recuerda a aquel cruzado de la fe como un Apóstol, un Santo y un Profeta.

Tegucigalpa, 17 de septiembre de 1927.

Fuente: Revista Tegucigalpa, Serie 10, Número 40, del 2 de octubre de 1927). Citado en el libro El Misionero Español: Manuel Subirana, de Ernesto Alvarado García. 1964.

Día de la Biblia en Honduras

El día nacional de la Biblia se celebra en Honduras el último domingo de Septiembre.

Esta celebración fue instituida en forma oficial por el Congreso de la República en el año de 1988. La moción fue presentada por Glen Solomon, que en ese tiempo era diputado por el departamento de Islas de la Bahía.

El día nacional de la Biblia es celebrado exclusivamente por las sectas evangélicas, ya que la Iglesia Católica ya tiene definido el día de la Biblia como el 30 de septiembre, en honor a San Jerónimo, distinguido biblista católico autor de la La Vulgata, la traducción de la biblia al latín.

Algunas sectas evangélicas salen a desfilar en las calles este día, portando pancartas exaltando este libro sagrado, que en realidad es una compilación de varios libros. Ellos recomiendan la lectura de la Biblia para encontrar la salvación espiritual y la formación en valores éticos.

Lectura de la Biblia en las escuelas

En el año 2000, siendo presidente del Congreso el profesor Rafael Pineda Ponce, se aprobó una ley que ordenaba la lectura de pasajes selectos de la Biblia en las escuelas. Esta ley, que fue aprobada en forma demagógica cuando Pineda Ponce aspiraba a la presidencia de la República, nunca se puso práctica por ser obviamente anti-constitucional, ya que la Constitución de Honduras establece que la educación debe ser laica.

El decreto que ordenó la celebración del día nacional de la Biblia, declarándola como «libro predilecto de los hondureños», también debería de revisarse, ya que a un Estado laico, como es el de Honduras, no le corresponde legislar en asuntos de religión.