Hace tiempo que había visto el libro en mi casa. Era un libro amarillento y apolillado, con la foto de un patero «fondeado» al pie de una puerta en la calle, una víctima más del alcohol. El título del libro: «¡Desastre!». Se miraba un «desastre» de libro, negativo y aburrido: insignificante. Por eso nunca le hice caso.
Hoy, después de tantos años, empecé a leerlo, y me pareció muy interesante y digno de compartir.
Es la historia de un patero (alcohólico) de Comayagüela, que hizo de su condición un estilo de vida. Una historia que es al mismo tiempo divertida y edificante, graciosa y conmovedora, vulgar y espiritual. Llena de hondureñismos, de nuestras formas de hablar cuando estamos en confianza, de «malas palabras» y expresiones pintorescas.
El autor, Mario Rivera R., nos muestra el singular mundo de la cultura etílica, de la cual el fue un practicante consumado, y este es su curriculum:
Profesión Patero empedernido Colegios a los que asistió Todos los estancos de Honduras Materias Guaro, chicha, cususa, alcohol, etc Maestros que tuvo Todos los pateros de Honduras Lugares de recreo Aceras, callejones, calles, etc. Logros obtenidos El desprecio, la miseria, la humillación y el descrédito familiar Tiempo que bebió Veinticuatro años consecutivos Especialidades Cususa dentro y fuera del país Post-Gradudado El Chiverito y otros
Ser patero se vuelve una «profesión», ya que es difícil que toleren a una persona en permanente estado de borrachera en un centro de trabajo, por muy permisivos que sean los jefes.
Don Mario, nuestro autor y protagonista, era ayudado por su padre, el abogado Alejandro Rivera Hernández. Fue así que este podía darse el lujo de beber constantemente sin trabajar durante 24 años consecutivos. Por eso él llegó a decir: «En mi larga carrera de alcohólico, considero sin lugar a equivocación que me he metido una piscina olímpica de guaro».
Pero esto no quiere decir que el señor Mario Rivera haya disfrutado del lujo y el ocio. Cuando no le daban para la bebida, don Mario asaltaba su propia casa, llevándose objetos de valor, vendiéndolos «a precio de gallo muerto» para comprar guaro. Fue por esto que eventualmente salió a vivir a la calle en condiciones lamentables. Dormía en el suelo, junto con otros pateros.
Su refugio para pasar la noche fue frente a la «Escuela Nacional de Bellas Artes», cuando ésta no estaba cercada. A este dormitorio de pateros le llamó «Pensión a los cuatro vientos». Allí hacía él sus necesidades fisiológicas.
Para mantener este maldito vicio, don Mario y sus compañeros recurrían a la comercialización de las «cachas». En el siguiente pasaje don Mario explica qué eran las «cachas» y cómo las comercializaban:
Nuestras casas tenían que estar bien resguardadas de futuras incursiones, porque de lo contrario perfectamente se podía organizar un baile y quedaban sin nada. No existía día del mundo donde no salieran a relucir las oportunas y benditas cachas, por nuestras manos desfilaban artículos de valor, de tamaño y de importancia tales como prendas de valor, ropas de hombre, de mujer, cochecitos de niño, zapatos, prendas íntimas que a veces llevaban la mancha distintiva de la menstruación, indicativo de que no hacía muchos días la habían tenido nuestras hermanas, tía, etc.; en resumen, con nosotros no había nada que escapara.
Para quemar (vender) toda esta gama de cachas, no había que pensarlo dos veces, encaminábamos nuestros pasos a donde el controversial hombre de negocios turbios, TUSA, que en siglas quería decir: T… Trapos, U… Usados, S… Sociedad, A… Anónima. Era un hombre de pequeña estatura, cuerpo enjuto, ojos vivísimos, y más que todo con un conocimiento en su profesión extraordinariamente definido.
El padre de don Mario no podía regalarle ropa o pagarle la pensión en un hotel por que su hijo lo vendía todo para convertirlo en guaro. La buena ropa que le regalaban la vendía, y prefería andar en harapos. Prefería dormir en el suelo que dejar de beber; peor aun, prefería dejar de comer que dejar de beber, y no tenía escrúpulos en burlar la buena voluntad de su padre para así mantener su maldito vicio.
Su padre tenía una paciencia franciscana; a pesar de ser tan malagradecido, él apoyó a su hijo hasta el final, y le mandaba dinero a donde quiera que él estuviera, dinero que él malgastaba en trago.
En su degradación, don Mario tuvo relaciones aberrantes con homosexuales a cambio de dinero. Hasta lo hizo con un señor cura en la misma sacristía. Don Mario se acostó con él mientras sus compinches pateros observaban por el ojo de la cerradura.
Éstos le hicieron la broma de que parecía un «fotógrafo del mercado San Isidro». Y es que antes los fotógrafos metían la cabeza en un manto negro para tomar las fotos. De manera similar don Mario se habría metido en la sotana del cura, con él adentro.
La muerte de su padre complicó las cosas para don Mario, pero éste siguió manteniendo su vicio. Fue cuando don Mario empezó a tener varios hijos cuando empezó a darse cuenta de lo insostenible de su comportamiento, y de lo urgente de la necesidad de un cambio. Encontró trabajo y fundó un grupo de Alcohólicos Anónimos que lo ayudó a mantenerse sobrio.
Y así termina la historia. No sé si don Mario haya logrado mantener su sobriedad, supongo que para este tiempo ha de haber muerto, pero espero que su testimonio no se pierda.