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Por: Juan Ramón Molina
estás, radioso y desnudo—
mientras que, sombrío y mudo,
tengo fiebre.
Dulce niño,
grácil cosa,
como rosa, como armiño
como armiño, como rosa.
Pobre rey,
que ningún vasallo adula,
que sonríes a la mula
o que lloras junto al buey.
Del trotar
va acercándose el rumor,
del corcel de Baltasar,
del camello de Melchor
y el onagro de Gaspar.
En la noche —ardiente y bella—
los divinos magos ven,
que ya se paró la estrella
sobre el místico Belén.
Sus tesoros
te darán, que son inmensos:
púrpuras, mirras, inciensos,
perfumes, diamantes y oros,
mientran danzan los pastores,
tañendo sus caramillos,
en los prados
argentados
aromados
de tréboles y tomillos;
y —en las bóvedas celestes—
cantan himnos y alabados
de los ángeles las huestes.
Niño Dios, pequeño rey,
que un almita azul alientas,
¿Tienes frío? Te calientas
con el vaho de ese buey.
Si ningún vasallo adula
el milagro de tus ojos
de violeta, está la mula
contemplándote de hinojos.
Tu
orfandad presto se fue:
ya tienes tu manto tisú,
un magnífico ajuar que
una maga preparó,
y tu cuello lucir ve
un collar como de O.
Bien quisiera
presentarte —como don—
la hechicera
sortija de Salomón:
o un par de azules palomas
de un exótico país,
o las mágicas redomas
en que guardó sus aromas
Belkiss,
cuando —ávida de placeres—
en pos de un rey, todo luz,
hizo su viaje de Citeres
sobre un nevado avestruz.
Ni una ofrenda, ni una cosa
fabulosa
te he de dar,
ni una perla milagrosa
de los joyeles del mar:
ni una estrella luminosa,
ni un sutil velo de tul,
que —en un arca de topacio—
escondí, cerca de la Osa,
en mi lírico palacio
del azul.
Mas te regalo esta flor,
—albo y rubio serafín—
flor de amor, flor de candor…
¡La que respetó el dolor
al arrasar mi jardín!
“Tierras, Mares y Cielos” (1982).
Editorial Universitaria Centroamericana —EDUCA—
Al parecer, Rubén Darío habría tomado elementos de este poema para escribir su poesía “Rosa Niña”, según señala Julio Escoto, en el prólogo al citado libro “Tierras, Mares y Cielos”.