Por: Augusto C. Coello
¡Oh! Bandera esplendorosa,
¡Oh! Bandera sacrosanta…
Cuando subes lentamente,
cuando subes majestuosa sobre el asta
y a los besos aromados de la brisa,
te despliegas como un ala
que se tiende bajo el cielo,
temblorosa y agitada,
me imagino que de pronto
en un ímpetu iniciaras
la parábola de un vuelo milagroso
por la comba inmensa y diáfana.
Y me finjo que es tu vuelo
como el vuelo azul de un águila
sobre nieves sempiternas;
como el vuelo azul de un águila
sobre cumbres milenarias que los siglos,
que los siglos y la nieve hicieron blancas.
Tú has cruzado los caminos de los astros aclamada
por las hurras de las épicas legiones,
el estrépito feral de la batalla,
el clamor de la victoria
y las áureas estridencias de la fama.
Tú has cruzado los caminos de los astros
a los vientos de la guerra desplegada,
por las manos del epónimo caudillo,
que en las gestas legendarias,
a galope victorioso por las cumbres
o las fértiles cañadas,
frente al pasmo de los siglos escribiera,
con los rayos de su espada,
la epopeya resonante de la Gloria,
la epopeya de la Gloria y de la Patria.
Te conocen las auroras
sonrosadas,
cuando en éxodos errantes
por los riscos y los páramos ondeabas,
cobijando las cabezas de los héroes
que, en falanges apretadas
y sonámbulos de ensueños imprecisos,
con la planta ensangrentada
iban siempre tras la Tierra Prometida
en la inútil ansiedad de su esperanza.
En los rojos mediodías,
a través de las ciudades domeñadas,
por las calles tumultuosas
bajo de arcos y guirnaldas,
al estruendo de los vivas
y el clamor de las campanas,
por las calles tumultuosas
triunfalmente desfilabas…
En los rojos mediodías,
que el incendio de los solos abrillantan,
resaltaban sus colores tus estrellas,
del combate entre las rojas llamaradas.
Y te han visto los crepúsculos dolientes,
de la noche frente al ara,
tras el término sangriento de la lucha
despiadada,
con los pliegues desgarrados
desmayada y macilenta sobre el asta,
como garza adormecida
que ha ocultado su cabeza bajo el ala.
Y al cuajarse sobre el campo los crespones
de la sombra densa y vasta,
te han dorado los reflejos mortecinos
de las trágicas ciudades incendiadas.
Cuántas veces, cuántas veces
de retorno hacia la Patria
todavía tembloroso y anhelante
pleno el pecho de nostalgia
escrutando el horizonte,
en los ojos puesta el alma,
tras el límite indeciso de la tierra,
tras el límite ondulante de las aguas,
con las ansias ardorosas de un amante
te buscaba…
Y evocando tus colores,
en mi cálido espejismo no atinaba,
presintiéndote a lo lejos,
si era el cielo con el mar, a la distancia
confundidos,
o eras tú, Bandera mía, que en la playa,
como madre que amorosa aguarda al hijo,
me esperabas.
¡Oh! Bandera esplendorosa,
¡mi Bandera azul y blanca!
Cuando subes lentamente,
cuando subes majestuosa sobre el asta,
y a los besos aromados de la brisa
te despliegas como un ala
que se tiende bajo el cielo,
temblorosa y agitada.
Como ansío en mis anhelos fervorosos
que, a los vientos desplegada,
en la luz de las auroras
o en los rayos de la tarde reflejada
en tu vuelo al infinito,
en tu vuelo prodigioso te elevaras
tras las cúspides más altas de la Gloria,
tras las cumbres más radiosas de la Fama…
—
Bandera de la Patria
Por: Carlos Manuel Arita Palomo
Bajo el encanto diáfano del día
se retrata la Patria en tus colores
y el alma se emborracha de alegría
para irse a confundir con tus fulgores.
El patriota te mira y se extasía,
eres la musa azul de sus amores,
y por ti siente el pueblo la poesía
de tus gloriosos pliegues bicolores.
Tú llevaste la paz a los confines
y anunciaste a la Patria la victoria
al acorde inmortal de los clarines.
Bandera del amor y de la gloria:
¡Por ti tiene la Patria paladines
y tiene porvenir y tiene historia!