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Francisco Morazán, prócer de Centro América

Francisco Morazán Morazán nació en la ciudad de Tegucigalpa, el 3 de octubre de 1792. Fueron sus padres don Eusebio Morazán y doña Guadalupe Quezada de Morazán.

Francisco Morazán no fue alumno de academia militar alguna, ni estuvo en servicio activo en ningún cuartel para prepararse en el arte de la guerra. Su admirable estrategia militar fue innata, cultivada en el momento trágico, exigido en defensa de la Libertad y de la Justicia de los pueblos centroamericanos.

Morazán comenzó a figurar en la vida pública centroamericana el 28 de septiembre de 1821, que llegaron a Tegucigalpa los Pliegos de la Independencia, y se dio a conocer a los habitantes de la Villa, el contenido de los oficios que se denominaron: “Los Pliegos”, que no eran más que el acta de separación que el Reino de Guatemala hizo de la Madre España, el 15 de ese mismo mes y, el manifiesto que, sobre el particular emitió el capitán general del reino don Gabino Gaínza.

Durante la jefatura del Estado ejercida por el licenciado don Dionisio de Herrera, el general Francisco Morazán fue nombrado secretario; en dicho opuesto, dio a conocer su talento y valor militar en la defensa del sitio de Comayagua del 7 de abril al 9 de mayo de 1827, y se definió como estratega, librando la batalla de La Trinidad, el 11 de noviembre del mismo año, en la que obtuvo triunfo contra las autoridades centroamericanas arbitrarias, representadas en Honduras por el coronel Justo Milla.

Morazán, en su calidad de Jefe de Estado de Honduras, regresó a pacificar el país. Logrado su objetivo pacifista, Morazán se dedicó a organizar su Ejército Aliado Protector de la Ley.

Convocado el pueblo a elecciones para elegir presidente Federal, entraron en contienda eleccionaria don José Cecilio del Valle y el general Francisco Morazán. El Congreso Centroamericano hizo el escrutinio de votos y, no teniendo ninguno de los contendientes mayoría, declaró electo al general Francisco Morazán para el período 1830-1834. Morazán tomó posesión de su elevado cargo el 16 de septiembre del año de su elección.

En el primer período de gobierno centroamericano de Francisco Morazán, dedicó sus energías y entusiasmos a hacer efectivos en Centro América, los principios democráticos; se reglamentó la instrucción pública, se estableció la Academia de Estudio, se organizó el ejército, se estimuló la función de la Universidad de San Carlos, del Colegio de Abogados y del Protomedicato, se protegió a las industrias y se organizó el organizó el servicio diplomático. Durante este primer período de gobierno federal tuvo que librar en territorio salvadoreño y contra sus respectivos jefes de Estado (José María Cornejo y Joaquín San Martín).

Próximo el período para elegir nuevo presidente Federal, entraron en contienda eleccionaria don José Cecilio del Valle y el general Morazán. Por elección popular resultó favorecido Valle, más no ocupó tan delicado cargo porque falleció el 2 de marzo de 1834. El Congreso Federal, con motivo de la muerte de Valle, convocó al pueblo centroamericano a elecciones, resultando electo, por segunda vez, para el cargo de Presidente Federal, el general don Francisco Morazán, quien tomó posesión el 14 de febrero de 1835.

Se presentó ante Morazán don José de Aycinena, del Partido Conservador, para excitarle a que asumiera la DICTADURA, dada la gravedad de los actos cometidos por Rafael Carrera. El general Morazán contestó con indignación al proponente que: “no podía dar aquel paso por estar en pugna con los principios democráticos que él profesaba”. Fracasado Aycinena en su oferta al general Morazán, tocó el turno a don Manuel Francisco Pavón, quien recibió por respuesta: “que se sometía a la suerte que combatiendo por todas partes tal vez sucumbiría; pero sucumbiría con honor”. Por tercera vez don Mariano Rivera Paz, en su función de presidente del Estado y Juan José Aycinena, conferenciaron con el general Morazán, tratando de convencerle de la conveniencia de hacerle dictador. Sus gestiones no tuvieron resultado favorable. Agotadas las gestiones hechas por los políticos, los jefes de gobierno y jefes de la nobleza, ante el general Morazán, por que se decidiere por la dictadura; las damas de la aristocracia intervinieron halagando la vanidad del presidente Federal.

No logrando la nobleza y el clero de Guatemala quebrantar la moral del general Morazán por medio de la ambición de mando para que violara los principios democráticos, dispusieron prestar  su mayor apoyo a Rafael Carrera; para estimular al máximo su ambición de gloria y, por lo tanto, su esfuerzo de suprimir del escenario centroamericano al general Morazán. Mas, como el medio en todo efectivo para lograr dicha supresión era el de la emboscada, para el asesinato, pusieron en ejecución sus proyectos en el lugar denominado “El Guapinol”, siendo la víctima del disparo, el licenciado Juan E. Milla, joven hondureño, recién nombrado secretario privado de Morazán, quien marchaba al lado de su jefe.

Un segundo atentado ocurrió en la hacienda de Arrazola. Se le preparó debidamente una habitación de la casa, comunicada con otro cuarto en donde se encontraban varios individuos armados, con órdenes severas de suprimir de la vida al valioso centroamericano. A la hora de cometer su crimen, los asesinos se acobardaron y con la mayor prudencia huyeron para no ser descubiertos.

Morazán tomó posesión por segunda vez del cargo de presidente Federal el 14 de febrero de 1835. Su función, como tal, terminó al ser emitido el decreto del 30 de mayo de 1838 por el Congreso Federal, reunido en San Salvador.

En la madrugada del 16 de septiembre de 1839, un grupo de facciosos enviaron de inmediato una comisión a solicitar del jefe de Estado el depósito del gobierno en don Antonio J. Cañas, conminándole a que, si no accedía, su familia sería pasada a cuchillo. Morazán, una vez que reflexionó, dijo a los comisionados: “Los seres que mis enemigos tienen en su poder, son para mí sagrados y hablan vehementemente a mi corazón, pero soy el jefe de Estado y, mi deber es atacar; pasaré sobre los cadáveres de mis hijos, haré escarmentar a mis enemigos, y no sobreviviré un solo instante más a tan escandaloso atentado.”

Morazán marchó tras los comisionados hacia la capital. Reforzó su tropa con los ciudadanos fieles a su gobierno; tomó la plaza y rescató a su familia sin haber recibido ésta el menor daño.

Al amanecer del 25 de septiembre, Morazán, a la cabeza de 500 salvadoreños, atacó a las fuerzas aliadas, derrotándolas en dura lucha. El jefe invasor huyó herido, dejando abandonado todo lo que le acompañaba.

El 8 de abril de 1840, en el puerto de la Libertad, Morazán se embarcó en la goleta «Izalco». Desembarcó en playas panameñas. Se dirigió a la ciudad de David donde escribió su célebre MANIFIESTO AL PUEBLO CENTROAMERICANO.

Después de permanecer seis meses en David, marchó al Perú, llamado por el mariscal Gamarra, presidente de aquel país. A su ingreso le hizo varias ofertas, Morazán declinó todas ellas. Después de tres meses en la ciudad de Lima, Morazán recibió firmada el 22 de agosto, una proclama del Supremo Director del Estado de Nicaragua; en ella llamaba con urgencia a los centroamericanos a defender la soberanía de la nación, violada por los ingleses, ocupando el puerto de San Juan del Norte e imponiendo el reconocimiento del rey mosco, creado en territorio centroamericano por Inglaterra.

De acuerdo con el punto 2º del convenio de El Jocote, se convocó a una Asamblea Constituyente, la que el 10 de julio de 1842, eligió al general Morazán, Jefe Constitucional del Estado.

El 11 de septiembre de 1842, Florentino Alfaro se insurreccionó en Alajuela y marchó a San José a la cabeza de 350 hombres que estaban listos para enfrentarse al problema bélico que surgiera con Nicaragua. La familia de Morazán fue apresad en la calle, y conducida a la habitación de don José Antonio Pinto.

Morazán se dirigió a Cartago, en esta ciudad residía su amigo Pedro de Mayorga, en cuya casa se hospedó. La esposa de Mayorga informó a sus huéspedes de la acción repugnante de su esposo de haber ido a dar cuenta de la presencia de ellos en su casa, después de haberle recibido con las mayores atenciones. Minutos después Morazán, J. Miguel Saravia y Vicente Villaseñor eran reducidos a la prisión. A la sala de los prisioneros se presentó el oficial Daniel Orozco a manifestar que el ejército vencedor pedía se engrillara a los presos. Tal petición deprimió a J. Miguel Saravia que apeló a sus pistolas para suicidarse. Morazán se las quitó. Vicente Villaseñor se apuñaló en el costado izquierdo. Saravia tomó un veneno que conservaba en un anillo. Morazán se mantuvo sereno en la ruda prueba a la que le sometían sus enemigos. Solicitó no retiraran del lugar el cadáver de Saravia y se dedicó a atender a Villaseñor.

Por orden de J. Antonio Pinto, los prisioneros fueron trasladados a San José, al general Villaseñor se le condujo en hamaca. A Morazán se le permitió ir montado. Mas, al llegar al sitio de las Moras, el capitán Benavides ordenó se desmontara.

A la vista de tanta gente en actitud de recogimiento, Morazán dijo al señor Vijil: “Con qué solemnidad celebramos nuestra independencia”. Los prisioneros fueron alojados en el edificio de la Corte. En la capital josefina les condenaron sus enemigos a la pena capital.

Ningún tribunal se reunió para oir y juzgar a conciencia a los prisioneros. J. Antonio Pinto dispuso su ejecución. Tal disposición se les comunicó dos horas antes de cumplirse la orden. Morazán dictó a su hijo Francisco su testamento. Lo hizo con calma y lucidez de su inteligencia, actitudes propias de un hombre superior.

Morazán, antes de ir al patíbulo pidió se le permitiera dirigir una circular a los demás gobiernos centroamericanos, lo que no se le concedió.

Caminó con paso firme de la prisión al lugar en donde fue ejecutado. A Villaseñor le condujeron en una silla. Morazán le sentó en el banquito y le arregló el cabello diciéndole, al propio tiempo: “Querido amigo: la posteridad nos hará justicia”. Al despedirse de sus amigos legó sus restos a El Salvador y, les rogó los trasladasen a aquella tierra.

Morazán rogó al jefe de la columna que cumpliría la sentencia, le permitiera el mando del fuego. Concedida esta gracia, dijo a los tiradores: “Apuntad bien, hijos”. Luego, entreabriéndose la camisa, se quitó un relicario que entregó a don Mariano Montealegre, rogándole depositarlo en manos de su señora Josefa. Corrigió una puntería que observó mala y dijo: “Ahora bien… ¡Fuego!”. La descarga fue estrepitosa, confusa, por el humo de la pólvora se le vio levantada su cabeza y se le escuchó decir: “¡Estoy vivo!”… Una nueva descarga de fusilería cegó su vida.

La ejecución de Francisco Morazán y Vicente Villaseñor tuvo lugar a las 6 de la tarde del día 15 de septiembre de 1842, en el propio día del veintiún aniversario de la separación del Reino de Guatemala, colonia de España.

Tomado del suplemento de El Heraldo: “Evolución histórica de la independencia de Honduras”, del martes 7 de septiembre del 2010.

Oración del Hondureño

Por: Froylán Turcios

¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací!

Fecunden el sol y las lluvias sus campos labrantíos; florezcan sus industrias y todas sus riquezas esplendan magníficas bajo su cielo zafiro.

Mi corazón y mi pensamiento, en una sola voluntad, exaltarán su nombre, en un constante esfuerzo por su cultura.

Número en acción en la conquista de sus altos valores, factor permanente de la paz y del trabajo, me sumaré a sus energías; y en el hogar, en la sociedad o en los negocios públicos, en cualquier aspecto de mi destino, siempre tendré presente mi obligación ineludible de contribuir a la gloria de Honduras.

Huiré del alcohol y del juego, y de todo cuanto pueda disminuir mi personalidad, para merecer el honor de figurar entre sus hijos mejores.

Respetaré sus símbolos eternos y la memoria de sus próceres, admirando a sus hombres ilustres y a todos los que sobresalgan por enaltecerla.

Y no olvidaré jamás que mi primer deber será, en todo tiempo, defender con valor su soberanía, su integridad territorial, su dignidad de nación independiente; prefiriendo morir mil veces antes que ver profanado su suelo, roto su escudo, vencido su brillante pabellón.

¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací!

Libre y civilizada, agrande su poder en los tiempos y brille su nombre en las amplias conquistas de la justicia y del derecho.


Froylán Turcios

Froylán Turcios nació el 7 de julio de 1875 en la ciudad de Juticalpa, Olancho. Fue escritor, poeta, periodista y político. Es considerado uno de los intelectuales más importantes de principios del siglo veinte. Ejerció el puesto de Ministro de Gobernación, fue diputado del Congreso Nacional y delegado de Honduras ante la Sociedad de Naciones en Ginebra, Suiza. Fue un patriota que se opuso firmemente al intervencionismo norteamericano en Honduras.

En su función de periodista dirigió diario El Tiempo y fundó varias revistas, como «Ariel» y «Esfinge». Es autor de la Oración del Hondureño. Escribió varios libros de novelas, cuentos y poesía. Escribió la letra del Himno al Árbol y el Himno a Morazán. Muere en San José de Costa Rica, el 20 de noviembre de 1943, de un paro cardíaco. Sus restos mortales fueron sepultados en Tegucigalpa.


Froylán Turcios

Por: Carlos Manuel Arita Palomo

Maestro de la prosa y del ensueño
artífice de imágenes preciosas,
fueron las nueve musas su beleño
y las letras sus armas primorosas.

Su vida fue como un hermoso sueño
lleno de evocaciones luminosas,
y no ha habido en la historia un hondureño
que sembrara en la patria tantas rosas.

Deslumbraron cual gemas sus escritos,
tiene su obra: alientos infinitos,
y es afluente del Guayape su canción.

Son «Esfinge» y «Ariel» como un santuario,
nos legó en sus memorias un ideario
y está en Annabel Lee su corazón.

La historia del cacique Lempira

El cacique Lempira

Lempira fue un importante líder de la resistencia indígena contra la dominación española. Su zona de operaciones fue un extenso y áspero territorio en la mitad sur de lo que ahora es el departamento de Lempira en Honduras.

El cronista Antonio de Herrera describe a Lempira —cuyo nombre significa ‘Señor de la Sierra’— como “de mediana estatura, espaldudo y de gruesos miembros, bravo y valiente y de buena razón, nunca tuvo más de dos mujeres y murió de 38 a 40 años”.

En el año de 1537, después de la muerte del cacique Entepica, de quien fue lugarteniente, Lempira logró convocar a 200 pueblos para que pelearan unidos contra los españoles, incluyendo a la tribu de los Cares, tradicionales enemigos de la tribu de los Cerquines a la que pertenecía Lempira.

Lempira logró persuadir a 30,000 hombres para luchar por su libertad, y ofreció ser su capitán para conducirlos a la victoria, prometiendo afrontar los mayores peligros, porque consideraba inaceptable que tantos hombres valientes fueran sometidos por unos pocos extranjeros.

Los guerreros se posicionaron en sitios altos y fortificados, llamados “peñoles” por los españoles, a los que conducían a toda la comunidad con abundantes provisiones.

Los principales peñoles de la alianza indígena fueron el cerro Gualapa, el pico de Congolón, el cerro de Coyocutena, el Peñón de Cerquín, el cerro de El Broquel y las lomas de Gualasapa.

Pero el atrincheramiento más importante fue sin duda el Peñón de Cerquín, dirigido por el propio Lempira. El gobernador español de la provincia, Francisco Montejo, entendió que si se quería avanzar en el proceso de la conquista había que apoderarse de esta fortaleza, para lo cual designó al capitán Alonso Cáceres, quien con sus hombres sitió al peñol durante seis meses; pero los indios —que estaban con sus mujeres e hijos bien aprovisionados de víveres— resistieron valientemente el sitio, causando numerosas bajas españolas con sus fechas provistas de agudas piedras de pedernal.

Viendo la valiente resistencia indígena el capitán Alonso Cáceres decidió tomarse la fortaleza por medio de la traición. Para ello dispuso que un soldado se aproximase con su caballo a una roca donde Lempira estaba de pie, y que, mientras le hacía proposiciones de paz, otro soldado cabalgando a la grupa, le disparara con su arcabuz. La estratagema se cumplió al pie de la letra, y al morir el capitán indígena, la numerosa tropa que lo acompañaba se dispersó por los montes, y poco después se rindió a los españoles.

El cronista Herrera narra así el episodio de la traición: “el capitán Cáceres ordenó que un soldado se pusiese a caballo, tan cerca que un arcabuz le pudiese alcanzar de puntería, y que este le hablase, amonestándole, que admitiese la amistad que se le ofrecía; y que otro soldado estando a las ancas, con el arcabuz le tirase; y ordenado de esta manera, el soldado trabó su plática y dijo sus consejos y persuasiones, y el cacique le respondía que ‘la guerra no había de cansar a los soldados ni espantarlos, y que el que más pudiese vencería’; y diciendo otras palabras arrogantes, más que de indio, el soldado de las ancas le apuntó cuando vio la ocasión, y le dio en la frente, sin que le valiese un morrión, que a su usanza tenía, muy galano y empenachado”.

Por tradición se sostiene que Lempira cayó en el sitio de Piedra Parada, cerca de el Pico Congolón, aunque también hay otro sitio conocido como Piedra Parada cerca de Erandique; pero las investigaciones en el terreno conducen a pensar que el héroe indígena pereció en el propio Peñón de Cerquín.

El historiador hondureño Mario Felipe Martínez ha puesto en duda la versión de la muerte de Lempira de Antonio de Herrera, después de descubrir en el Archivo de Indias una probanza que presentó en 1558 ante las autoridades españolas de México el soldado Rodrigo Ruiz.

El documento es de suma importancia, porque confirma la existencia real de Lempira —al que algunos hondureños de escasa fibra patriótica consideran una leyenda— el nombre del cacique (al que se refiere como El Empira), la descripción de la guerra y el escenario de la misma.

El propósito del soldado Rodrigo Ruiz al escribir esta probanza era impresionar a las autoridades españolas con el fin de obtener una pensión para los últimos años de su vida. Allí Rodrigo cuenta la hazaña de haberse enfrentado solo ante Lempira, provisto de su espada y rodela, llevando su cabeza como trofeo y recibiendo en el camino muchas heridas de parte de los indios, heridas que casi le provocan la muerte.

Aunque Rodrigo apoya su dicho con el informe de varios testigos —algunos supuestamente presenciales— no se puede confiar totalmente en el testimonio de unos compañeros de guerra dispuestos a ayudar a su amigo en un hecho de unos veinte años atrás.

Por su parte el obispo Cristóbal de Pedraza —quien se destacara por su defensa de los indígenas— en una fecha tan fresca como lo es el 18 de mayo de 1539 informa desde Gracias a los Reyes de España que a Lempira fue necesario vencerlo con ‘cierta industria’, es decir, no en combate frontal, como dice Ruiz.

Fuente: Evolución Histórica de Honduras.
Longino Becerra. (2009)

José Trinidad Cabañas

José Trinidad CabañasNació en Tegucigalpa en 1805 y falleció en Comayagua en 1871. Presidente constitucional de la República del 1 de marzo de 1852 al 18 de octubre de 1855. Sus padres fueron José María Cabañas y Juana Fiallos de Cabañas.

Estudió en el Colegio Tridentino de Comayagua y se inició en la carrera de armas en 1827, defendiendo al Jefe de Estado Dionisio de Herrera cuando el país fue invadido por tropas federales, bajo el mando de José Milla, enviadas por el presidente federal Manuel José Arce.

Participó con el General Francisco Morazán en casi todas sus campañas, y obtuvo todos los grados militares en los campos de batalla de los cinco países centroamericanos, siempre como soldado de la Federación, en la que creyó ciegamente. Fue ministro y presidente del Congreso en El Salvador; ostentó diversos cargos militares y ejerció la presidencia hondureña entre 1852 y 1855. Durante su gestión presidencial se intentó por primera vez en la historia centroamericana construir un ferrocarril interocéanico; para ello realizó gestiones con el diplomático Ephraim G. Squier, si bien no lograron concretarse ante la imposibilidad de obtener apoyo financiero de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Cuando Cabañas fue derrotado por aliados de Carrera emigró a Nicaragua, donde se entrevistó con el filibustero William Walker. Éste le ofreció armas y soldados para recuperar el poder, poniendo como condición asumir la dirección personal de las operaciones militares; sin embargo esta condición no fue aceptada por Cabañas. En 1864 los gobiernos de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua exigieron al de Costa Rica que le negara asilo tanto a él como a otros morazanistas, pero la petición no fue oída por las autoridades costarricenses.

Gracias a esta valiente actitud, Cabañas pudo permanecer en Costa Rica hasta 1867, cuando regresó a su patria natal.

El presidente José María Medina lo nombró intendente de la aduana de Trujillo, pero Cabañas renunció a los tres meses y no quiso cobrar sueldo alguno. Se retiró a Comayagua donde compró una pequeña propiedad a orillas del Selguapa y se dedicó al oficio de lañador, en tanto que la patria entera le prodigaba sus respetos.

Sus restos fueron sepultados en la iglesia de San Sebastián con los honores propios de su condición de general de división y ex presidente de la República. Figura en la lista de hondureños más prominentes y su valentía legendaria ha sido motivo de inspiración para muchos, entre ellos José Trinidad Reyes, quien le cantó en elegantes octavas reales.

Tomado del libro “Historia de Honduras: Nivel Superior” de Guillermo Varela Osorio, que a su vez lo tomó de la “Enciclopedia de Honduras”. Editorial Océano, España 2001.