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El Padre Manuel de Jesús Subirana, Misionero Español en Honduras

Por Luis Mariñas Otero

Toda la extensa zona donde ejerció su actividad Subirana, unos 50.000 Kms. cuadrados, lleva su huella. Organizó a los indios de la región, dispersos en las selvas, en pueblos para los que consiguió del General Medina tierras de buena calidad.

La actividad primordial de Subirana, durante los ocho años que residió en Honduras fue la Misionera, en la que encontró un terreno casi virgen. En Luquigüe, departamento de Yoro, había existido durante un siglo un importante centro misional de los franciscanos para la evangelización de los jicaques, pero a partir de 1826 se suspendió el envío del modesto subsidio de 664 pesos que se remitía de Comayagua para sus sostenimiento y en la época de Subirana la Misión había desaparecido. Ejemplos similares se multiplicaban en el resto del país.

Así en el Archivo Parroquial de Comayagua se conserva una autorización, de fecha 17 de diciembre de 1858, para que construya y bendiga Ermitas y cementerios de nueve pueblos “para que los 4.345 indios toacas, payas y hicaques que el señor Misionero Presbítero Don Manuel Subirana ha instruído y bautizado en los Departamentos de Olancho y Yoro puedan ir acostumbrándose a los actos religiosos”.

Considerado por todos como “benemérito de la instrucción Pública” años despues, un Presidente, nada sospechoso de clericalismo, Paz Barahona, ordenó colocar el retrato de Subirana en el Salón de Honor de la Escuela Normal de Tegucigalpa, en atención a los servicios que prestó a la educación de Honduras.

Pero no solamente ha pasado a la posteridad el recuerdo de Subirana como catequizador nuestro. Su labor entre los indios de Yoro, Olancho y la Mosquitia no se limitó a lo espiritual sino que, en una época en que el Gobierno estaba lejano y sus representantes en las zonas atrasadas del país tenían poderes casi omnímodos, la actuación del Padre Subirana rebasa las fronteras de lo religioso y educativo para ocuparse del bienestar material y del progreso de las comunidades indígenas donde misionó.

Consiguió del Gobierno del Presidente Medina tierras para sus feligreses, realizando así una obra eficaz en bien de los mismos, que nos resume el Dr. Vallejo de esta forma:

“A pesar de que ha transcurrido tiempo considerable desde la muerte del padre Misionero, no ha habido ningún sacerdote de esta Diócesis que haya sentido la tentación de seguir tan noble ejemplo, no obstante de que hay algunos con pretensiones de inteligentes y virtuosos, razón por la cual las conquistas hechas por el padre Subirana, no solamente no han progresado, ni conservándose siquiera, sino que casi están perdidas.

“El padre Subirana con el principal objeto de despertar en los indios selváticos el amor a los trabajos agrícolas y crearles de esta manera intereses permanentes, y emanciparles de la ignorancia por medio de la instrucción, pidió al gobierno varias concesiones de terrenos que se otorgaron en legal forma, y que se encuentran en el Archivo Nacional, con los nombres de Anisillo, Agua Caliente, Camalote, Candelaria, Guajiniquil, Jimía, Ojo de Agua, El Pate, Palmar, Pintada, Santa Marta, San Francisco, Las Vegas y Tela.

“Muerto Subirana, que fue una desgracia y materia de dolor para los indios, olvidándose de ellos los directores de las cosas espirituales, el Gobierno del General Medina dispuso que los Gobernadores Políticos del Departamento fueran curadores de los indios y administraran el producto de sus trabajos.

“Este nuevo cargo conferido a los Gobernadores de la sección de que me ocupo, fue por algún tiempo manzana de discordia entre los pro-hombres de la ciudad de Yoro y del Departamento, por las especulaciones, a que se aseguraba se prestaban las guardas o curadurías. Afortunadamente todo esto ha desaparecido y los aborígenes han mejorado un tanto su lamentable situación”.

El 27 de Noviembre de 1864 a los ocho años de su incansable actividad en Honduras murió el Misionero, tan pobremente como había vivido, en un caserío cercano a Santa Cruz de Yojoa, el Potrero del Olivar, que el pueblo bautizó con el sublime nombre de Subirana del Olivar que el uso ha consagrado…

Fuente: El Misionero Español: Manuel Subirana, por Ernesto Alvarado García. 1964.

En mi país – Guillermo Anderson

Letra

En mi país, de guamil y sol ardiente
se ve la historia en los rostros de la gente
hermosa tierra vuelo de gaviota herida
tenés la luz que va repartiendo vida.
Sos la semilla y sos la fuerza en el arado
tenés el alma en el bullicio del mercado.

Suenen la guitarra y la marimba
las maracas con el acordeón
que suenen la flauta y la caramba
suenen el tambor y el caracol.

En mi país, rumor de mar selva y quebrada
están el sabor de la naranja y la guayaba
está el color de la flor que no marchita
está el olor a café en la tardecita
y aquí está el África en canción vida y tambores
leyenda negra cayuco lleno de flores.

Suenen la guitarra y la marimba
las maracas con el acordeón
que suenen la flauta y la caramba
suenen el tambor y el caracol.

Para quererte el corazón mío no alcanza
pero esta luz, multiplica la esperanza
en que la selva no combata al fuego sola
y que la espina se convierta en brassavola.

Suenen la guitarra y la marimba
las maracas con el acordeón
que suenen la flauta y la caramba
suenen el tambor y el caracol, en mi país.

Apuntes biográficos sobre Guillermo Anderson

Nació en la Ceiba, Atlántida Honduras, el 26 de febrero de 1962.

El apellido Anderson lo obtiene de su abuelo paterno, George Henry Anderso, el cual fue un estadounidense hijo de emigrantes suecos que llegó a la costa norte de Honduras a trabajar en una compañía bananera.

La comunidad garífuna que vive en La Ceiba influenció el estilo musical de Anderson, que consiste en mezclar ritmos tropicales y percusiones garífunas con música contemporánea.

Guillermo Anderson celebró la naturaleza y la vida sencilla en Honduras. Transmitió en su arte una preocupación por la conservación del medio ambiente y la cultura autóctona. Sus canciones son historias sobre la vida diaria y las luchas de la gente común en Honduras.

Su estilo llamó la atención del personal diplomático de varias embajadas en Honduras, y por eso recibió invitaciones para cantar en otros países, lo que lo llevó a cosechar aplausos en todo el continente americano, en Europa y Asia.

Fue a Estados Unidos a estudiar Letras. Se graduó en la Universidad de California de Santa Cruz en 1986, especializándose en literatura hispanoamericana.

Al regresar a La Ceiba en 1987 creó el grupo artístico y cultural COLECTIVARTES junto con un grupo de amigos extranjeros.

Guillermo Anderson se da a conocer con el tema «En mi país», una canción patriótica que exalta la belleza de la vida en Honduras y hace referencia a su folklore y sus símbolos.

Su tema más popular es «El encarguito», una canción en la que habla de varias comidas tradicionales de Honduras y la nostalgia que por ella sienten los hondureños cuando están fuera de su país.

Sobre el reggaetón opinaba que «el problema no es la forma, sino el contenido».

Guillermó Anderson también escribió tres libros: «Del Tiempo y el Trópico», «Bordeando La Costa» y «Ese mortal llamado Morazán».

Murió el 6 de agosto de 2016 de un cáncer de tiroides.

Honduras

Por: Carlos Manuel Arita Palomo

Honduras, adorada Patria mía,
tierra de luz, de amor y de quimera,
con sus campos de eterna primavera
y su maravillosa geografía.

Su tierra legendaria es de poesía,
como un sueño radioso es su bandera,
su campiña fragante y hechicera
y sus cielos de sol y pedrería.

Sus valles son inmensos y grandiosos,
sus ríos y sus lagos luminosos
y gemas rutilantes son sus mares.

Sus próceres excelsos son su gloria,
su pasado inmortal toda su historia
y un verdeante cantar son sus pinares.

José Santos Guardiola

José Santos GuardiolaEl 1 de noviembre de 1816, en una casita humilde situada en las proximidades de la antigua Dirección General de Policía de Tegucigalpa, vino al mundo José Santos Guardiola, elemento destinado a ser una de las más grandes y distinguidas figuras de la política hondureña.

José Santos Guardiola fue hijo ilegítimo de don Esteban Guardiola, nacido en Villa Seca, provincia de Tarragona, Cataluña, y de doña Bibiana Bustillo, nativa de Tegucigalpa.

A los seis años de edad Guardiola recibió las primeras letras en una escuela privada y más tarde asistió a la única escuela municipal de varones existente en esa ciudad. Su padre lo llevó más tarde al mineral de San Antonio de Oriente y allá le impartió variados conocimientos hasta darle la preparación corriente que en su tiempo recibían los jóvenes de familia importante.

Cuando el General Francisco Morazán estableció en Tegucigalpa la imprenta del Estado, Guardiola aprendió tipografía y cuando el Coronel José Antonio Márquez abrió una escuela militar bajo la dirección del coronel colombiano Narciso Benítez, el inquieto joven fue uno de los primeros cadetes.

Guardiola nació para la carrera de las armas. Sus primeras acciones bélicas las libró al lado de las fuerzas morazánicas, pero más tarde, siguiendo al General Francisco Ferrera, tomó parte en las campañas estimuladas por éste en contra de Morazán y sus ideas. Se convirtió en un militar de prestigio, de probado valor y de grandes habilidades en el arte bélico, cualidades que le franquearon el camino hacia todos los ascensos hasta llegar al de Capitán General.

Fue Ministro de Relaciones Exteriores y General en Jefe de lucidos ejércitos, con los cuales impuso su nombre en toda el área centroamericana infligiendo severas derrotas a los jefes rivales, tales como los Generales José Trinidad Cabañas, José Antonio Carballo y Nicolás Angulo. Fue desafortunado al medirse con el General nicaragüense José Trinidad Muñoz, pero en el combate de El Sauce este jefe perdió la vida en plena acción contra Guardiola.

Guardiola fue presidente de Honduras desde el 17 de febrero de 1856 hasta el 11 de enero de 1862 y se significó como un gobernante progresista, defensor de la autonomía nacional, defensor de las libertades públicas y dispuesto a formar clima a las realizaciones liberales por la vía de la evolución antes que por la de la revolución.

Logró la reincorporación de las Islas de la Bahía y la Mosquitia al territorio de Honduras y acuñó un apogtema que cumplió estrictamente durante su gestión de gobernante: “La palabra debe curarse con la palabra”.

Murió a manos de un grupo de fríos asesinos el 11 de enero de 1862 en la ciudad de Comayagua.

Tomado del libro Efemérides Nacionales, Tomo II. De Víctor Cáceres Lara. Publicaciones del Banco Central de Honduras. 1980.

Biografia del Padre Manuel de Jesús Subirana

Padre Manuel de Jesús Subirana

Nació este abnegado sacerdote en la ciudad de Manresa, de la Provincia de Barcelona, España.

A la edad en que sus facultades vigorosas se abrían a todas las fuentes del saber, hizo su ingreso en el Seminario de la ciudad de Vich, habiéndose ordenado en dicho centro religioso el año de 1834.

Ejerció hasta 1845 los servicios cristianos en su ciudad natal, y fue durante ese tiempo cuando sintió una fuerza suprema que, orientándolo hacia la vida apostólica, vióse en el deber de presentarse a su Ordinario, solicitándole facultades para recorrer la Diócesis de la ciudad que lo vió nacer y, con el carácter ya de Misionero, visitó también la de Barcelona, observando una conducta evangélica y edificante que inspiraba toda fe.

Mas, el destino le había señalado América como el campo ávido donde debía ofrendar las bondades de su vida ejemplar. Y en 1850 embarcóse hacia estas tierras y vino al Arzobispado de Cuba, donde emprendió su papel de Misionero, bajo la protección del Arzopispo don Antonio María Claret y Clara y su Secretario el Presbítero Felipe Rovira. Permaneció en Cuba hasta el año de 1856, llevando con fervor a todos los rumbos de la isla la religión cristiana y sufriendo, por la inclemencia del clima, terribles enfermedades que pusieron en peligro su vida preclara.

Del 8 de julio de 1856 al 17 de enero de 1857 ejerció su apostolado en la Diócesis de San Salvador, bajo la dirección benéfica del Reverendísimo doctor Tomás Saldaña y Olivares.

En el mismo año de 1857 vino a la Diócesis de Comayagua, ocupando en aquella época la Sede Episcopal del ilustrísimo Hipólito Casiano Flores, quien lo autorizó para que, al desempeñar su ministerio, usara de grandes privilegios, a fin de llevar a cabo su misión humanitaria.

En el año de 1859 pasó nuevamente a la Diócesis de San Salvador y en 1860 a la de Nicaragua, siendo el Obispo de esta Diócesis el doctor Bernardo Piñol y Aycinena.

En el mismo año de 1860 regresó a Honduras, escogiendo como centro de sus actividades evangélicas la ciudad de Yoro, cabecera del departamento del mismo nombre. Cruzó toda esta región, haciendo las jornadas, casi en su mayor parte a pie, por lo accidentado de los caminos. Aunque infundió la caridad cristiana en otros lugares, tuvo especial predilección por las numerosas tribus selváticas (los jicaques) de esta zona, que se hallaban en un lamentable estado de salvajismo. Conocedor no sólo de su lengua (la de Cervantes), como la de la Iglesia, la francesa y quizá otras más, habló con perfección los dialectos de los jicaques, de tal manera que con ellos se entendía a maravilla. En su informe de 27 de junio de 1864, rendido al Obispo, doctor Juan de Jesús Zepeda, y que escribió en lenguaje sencillo y místico, se destaca el hecho de haber catequizado a los indios de Machigua (cerca de la ciudad de Yoro), El Siriano, Luquigue, Santa Marta, Jimía, Sompopero, Pueblo Quemado (hoy Subirana, reducción a la que él mismo dio su nombre), Tablón, Mataderos, Lagunitas, Cuchillas, Tigre, San Francisco, La Bolsita, Caridad, Ocote Paulino, Alvarenga y muchos caseríos y villorrios más, levantando en muchos de estos lugares ermitas a donde concurrían los indios a oír sus prédicas cristianas y abriendo al mismo tiempo escuelas, pues decía él en el informe aludido “les he puesto rezadores y maestros de escuela”. Cristianizó a 2.000 Mosquitos, 150 Tuacas, 700 Payas, 5.500 Jicaques y a 2.000 caribes de la Mosquitia. Atendió a los redimidos indígenas no sólo en el orden religioso, sino que, preocupándose por el porvenir de ellos, logró del Gobierno civil algunos terrenos fertilísimos que él midió con toda exactitud.

A los treinta años de haber emprendido una labor evangelizadora, bajó a la tumba aquel virtuoso Misionero, el 27 de noviembre de 1864, en el lugar llamado “Potrero de los Olivos”, situado al Norte y en la jurisdicción de Santa Cruz de Yojoa, del actual departamento de Cortés, y cumpliendo un deseo suyo, fue conducido desde aquel lugar hasta la ciudad de Yoro, en cuya iglesia fueron inhumados sus restos.

Sesenta y tres años pesan ya sobre aquella fecha fúnebre en que la vida luminosa de aquel hombre místico apagóse para siempre; sus anécdotas le recuerdan con religiosidad vehemente, y hoy día, en la procelosidad de nuestra vida social y política, su figura se destaca con iluminaciones de APÓSTOL, SANTO y PROFETA.

APÓSTOL, porque convertido en un Cristo, no sólo para las tribus selváticas del litoral nórdico del país, catequizó y redimió de la obscuridad y olvido a aquellas gentes en cuyas almas aún no había penetrado el rayo luminoso de la cristiandad, el pan consolador de la fe; porque, cual un maestro de la verdad, llevó al lado de la CRUZ el ALFABETO que civiliza; porque vertió el encanto de su virtud en los corazones cosechando mansedumbre y paz, luz en los cerebros, incrementando la instrucción y el progreso entre aquellos hijos de la selva que él, con la suave palabra de la dulzura y la mirada penetrante de la convicción, conquistó para incorporarlos a la Humanidad civilizada.

SANTO, porque fué un modelo de castidad y virtud, a cuyo ejemplo no pudo resistir el vicio de la vida secular y abandonada de nuestros pueblos, avivando en ellos, con la fuerza de su prestigio y los actos de su vida, el santo temor a Dios; porque dotado de un don especial y raro en estos tiempos, patentizó ante los pueblos la Divina Providencia, encauzándolos en la verdadera Moral y castigando a los incrédulos y perversos. (Su infinidad de anécdotas, recordadas por la tradición como verdaderos milagros, han llegado hasta Roma y se espera que algún día la Iglesia canonizará a este diáfano varón y llegue a figurar en el sagrado calendario de los santos de la tierra).

PROFETA, porque dueño de una visión clara del mundo y de las cosas, anunció la escasez de los granos, el verano perpetuo y la sequedad de los ríos y multitud de cosas más que cuentan los ancianos y que se están mirando en estos tiempos, tal como lo predijo la MISIÓN —como también llamaban a aquel virtuoso sacerdote.

Hoy, con el tiempo, brota de nuestros corazones la hermosa flor de la gratitud y se recuerda a aquel cruzado de la fe como un Apóstol, un Santo y un Profeta.

Tegucigalpa, 17 de septiembre de 1927.

Fuente: Revista Tegucigalpa, Serie 10, Número 40, del 2 de octubre de 1927). Citado en el libro El Misionero Español: Manuel Subirana, de Ernesto Alvarado García. 1964.