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Decreto del Día de la Mujer Hondureña

DECRETO N° 60

El Congreso Nacional DECRETA:

Art. 1°. Declarar “Día de la Mujer Hondureña” al veinticinco de enero de cada año.

Art. 2° Facultar al Poder Ejecutivo para que emita el reglamento que estime conveniente.

Art. 3° Este decreto empezará a regir desde el día de su promulgación.

Dado en Tegucigalpa, D. C. en el Salón de Sesiones a los ocho días del mes de febrero de mil novecientos cincuenta y cuatro.

F. Salomón Jiménez.
Presidente del Congreso Nacional.

Prisión Verde, de Ramón Amaya Amador: Resumen del libro

Esta novela es sin duda una de las más populares en Honduras, no por la perfección de su arte literario, sino por su valiente denuncia de las condiciones de explotación de los trabajadores hondureños por parte de las compañías bananeras norteamericanas. Su autor, Ramón Amaya Amador, quien trabajó por un tiempo en los campos bananeros como regador de veneno, al ingresar en el periodismo decidió denunciar las condiciones de explotación que él presenció de primera mano, lo que le ganó la antipatía del régimen dictatorial de Tiburcio Carías Andino —quien defendía los intereses de las bananeras— por lo que tuvo que salir exiliado del país.

Ramón Amaya Amador hace uso de su experiencia en los campos bananeros para elaborar su novela. El propósito del autor —más que hacer un aporte literario— es crear una conciencia política que produzca un cambio social que mejore las condiciones de vida de los trabajadores hondureños.

Según el escritor Armando García, Prisión Verde “ha sido el libro más perseguido del país. Por mucho tiempo fue prueba de convicción para el encarcelamiento. Los viejos de mi pueblo aún bajan la voz al sólo mencionar su nombre. Muchas veces fue enterrado vivo en la soledad de los patios después del Golpe de Estado” (Armando García, 1997).

Los campos bananeros son descritos en la novela como una “prisión verde”, por la misteriosa atracción que ejercen sobre los trabajadores que viven ahí, quienes a pesar de ser explotados y vejados en ellos, sienten el impulso a quedarse trabajando ahí a pesar de todas las dificultades.

Amaya Amador empieza su relato en el ambiente de una de las oficinas de las compañías, en la que un “jefe gringo” —Mister Still— intenta convencer al terrateniente Luncho López para que le venda sus tierras a la compañía bananera. En su intento para convencerlo le ayudan dos amigos de López: Sierra y Cantillano, quienes ya vendieron sus tierras e intentan influenciar a su amigo para que haga lo mismo, pero él se rehusa tercamente.

Después de la reunión con los terratenientes, aparece en mala facha el señor Martín Samayoa, quien después de haber derrochado el dinero que le dio la compañía por su terreno, buscaba la ayuda de Mister Still para que le diera un trabajo de capataz, pero éste lo despreció y lo mandó a buscar trabajo de peón. Desalentado por el desaire y sin dinero, Samayoa tuvo la suerte de conocer al campeño Máximo Luján, quien lo llevó a vivir a su casa, un lugar miserable en el que vivía hacinado con otros trabajadores de la bananera y le consiguió trabajo como regador de veneno.

El capataz de la compañía, que le dio el trabajo a Samayoa, y para el cual trabajaba también Máximo Luján, era un hondureño que hablaba con acento agringado, por que era tanto su servilismo que quería imitar a sus jefes, con lo que se ganaba el desprecio y la burla de los que para él trabajaban, aunque por razones obvias no se atrevían a decírselo de frente.

En cada episodio del libro siempre hay alguna injusticia de parte de la Compañía que provoca la indignación de los campeños. Aunque no todos tienen la misma conciencia de su situación, hay quienes se han acostumbrado a la opresión, la ven como lo más normal del mundo, y no protestan. Pero el grupo de Máximo Luján va adquiriendo cada vez más conciencia social. En contra de los que proponen la violencia ciega como respuesta a la opresión —como el viejo Lucio Pardo— Luján propone que la victoria de la clase obrera reside en su capacidad de organización, y que hasta que no hayan creado su propio partido político y derribado a la dictadura no podrá haber un cambio en las condiciones de vida de los campeños.

La lectura de unos periódicos obreros, que Luján comparte en tertulias por las noches con sus compañeros, le confirman en sus convicciones revolucionarias y le ofrecen nuevas perspectivas. La muerte de un compañero regador de veneno —Don Braulio— produce indignación y hace reflexionar a los campeños. Frente al cadáver de su compañero, quien murió doblegado por la tuberculosis en plena faena, Luján dice: “Este hombre fue uno de los tantos engañados y explotados. Puso su fuerza vital en las plantaciones, primero con el anhelo de hacer fortuna y, después, por la necesidad de ganar un mendrugo. ¡Se lo comió el bananal! Murió de pie, con la ‘escopeta’ en la mano, sirviendo a los amos extranjeros”.

Sobre los partidos políticos tradicionales: el Partido Nacional y el Partido Liberal, Luján opina que “tienen la misma esencia: oligarquía; padecen la misma enfermedad: demagogia; y sirven al mismo patrón: las Compañías Bananeras”… “En política necesitamos algo distinto al caudillismo tradicional, al compadrazgo, al paternalismo de las ‘gorgueras’. Necesitamos que los anhelos de las masas trabajadoras se plasmen en un ideal político, y este ideal, en un verdadero partido de los trabajadores, partido revolucionario de verdad. Ya no debemos creer en los hombres-ídolos: de sus promesas está llena nuestra historia política”.

Las mujeres también son víctimas de la opresión capitalista de las bananeras. La miseria obliga a muchas campeñas a dedicarse a la prostitución. A una mujer del grupo de Luján —Catuca Pardo— el capitán Benítez la viola, la deja embarazada y luego no se hace cargo del niño. Un jefe gringo —Míster Jones— se enamora de Juana, otra mujer del grupo de Luján, pero ésta tiene marido, por lo que rechaza sus ofrecimientos. Ante esto, otro jefe gringo decide mandar a matar al marido para dejarle abierto el camino a su compañero. Luego de un tiempo, Juana hace un acuerdo de sexo regular para el gringo enamorado a cambio de dinero, además de un trabajo como regadora de veneno. Esto lo hizo para ayudar al hijo de Catuca. Juana nunco supo quien había matado a su marido. El agringado capitán Benítez también estuvo involucrado con ese asesinato.

Al terrateniente Luncho López lo convencen para que trabaje como productor independiente de banano, con un acuerdo con la compañía. Luncho López se ilusiona con su nuevo papel de empresario bananero, pero la compañía no le provee de los insumos acordados y le hace caer en la ruina. Ahí se da cuenta que lo engañaron para hacerlo caer en la quiebra para forzarlo a vender su propiedad. Pero López aun así se niega tercamente a venderles. Ante esta negativa, el gobierno nacionalista interviene, y amenaza quitarle sus tierras por la fuerza. Luncho López muere de tristeza, por que él había sido un gran defensor de la dictadura nacionalista. Ahí se dio cuenta de la actitud apátrida de las autoridades del gobierno.

Los otros terratenientes Sierra y Cantillano terminan en la ruina luego de ser estafados en un negocio por Estanio Párraga, un abogado de la Compañía que también era diputado del Congreso Nacional. Estanio Párraga era el abogado que había engañado a Luncho López. Sierra y Cantillano terminan pidiendo trabajo de peones en la compañía, como ya le había tocado a Martín Samayoa.

La situación de los trabajadores empeora cuando suben de precio los productos de los comisariatos, que eran propiedad de la misma compañía. A los trabajadores el gobierno les cobra impuestos para crear escuelas y hospitales, y sin embargo no reciben ninguno de esos servicios.

Cuando muere un conductor de una grúa en un accidente, un jefe gringo se enoja con el difunto por echar a perder la máquina con valor de miles de dólares y grita encolerizado: “¡Mejor se hubieran matado cien desgraciados!”. Esto provoca una gran indignación de los trabajadores que no soportan tantas vejaciones, por lo que deciden ir a la huelga. Y deciden nombrar a Máximo Luján como director de la misma, quien acepta el cargo a pesar de que piensa que la huelga se ha hecho en forma prematura.

Lo que sucede a continuación le da la razón a Luján. La huelga es rápidamente reprimida por los militares. A los compañeros de Luján se los llevan presos, y a él lo matan y lo entierran debajo de una mata de plátano.

El viejo Lucio Pardo, como venganza de la muerte de Luján, a quien le tenía aprecio como si fuera un hijo, hace volcar el motocarro en el que se conducían un jefe gringo: Míster Foxer; dos capataces: Encarnación Benítez y Carlos Palomo; y el coronel que mató a Luján. Todos ellos mueren en el accidente. Los jefes gringos quieren dar un castigo ejemplar, y por medio de torturas pretende hacer confesar a Lucio y sus amigos sin lograrlo. Pero los ex-terratenientes Sierra y Cantillano, que no son tan fuertes, confiesan bajo tortura un crimen que no cometieron. Ya iban a matar a Sierra y Cantillano cuando Lucio Pardo, con el fin de liberar a los inocentes, se presenta ante sus verdugos para confesar que él fue el autor del atentado.  Lucio Pardo muere ahorcado a mano de los militares.

El libro se cierra con los amigos recordando a Máximo Luján y su legado: “La prisión verde no es solo oscuridad. Máximo encendió en ella el primer hachón revolucionario. Otros cientos de hermanos se encargarán de mantenerlo enhiesto”.

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Indígenas Pech que creen en extraterrestres

Por: Winston Irías Cálix

Pech creen que sus antepasados se comunicaban con extraterrestres

Esta raza, que otrora ocupara parte del municipio de Catacamas, conserva su propio lenguaje y elementos culturales; su estatura promedio es de 1.65 m, complexión fuerte, piel cobriza clara, rostro ligeramente ovalado, cabello liso, muy fino y escasos bigote y barba.

Mantienen la autoridad ancestral de un cacique, aunque en los últimos años lo han relegado más bien al nivel de un orientador, por su fuerza moral, porque las comunidades son administradas por un consejo de tribus.

Aun cuando el cacique ejercía absoluto poder, tuve oportunidad de observar en una comunidad pech la forma concertada en que esa máxima autoridad tribal tomaba desiciones. Ocurrió en La Danta, Culmí, en 1971, cuando le consulté sobre la conveniencia o no de un proyecto de desarrollo, el jefe observó uno a uno el rostro de una docena de personas que le seguían en el mando. Sus colaboradores no hablaron, pero él interpretó sus semblantes y dio respuesta conforme al criterio de la mayoría.

Hasta ese año mantenían una arraigada vida comunitaria: Poseían bosques, cultivos, granjas apícolas, avícolas y porcinas en común, práctica ancestral que se ha ido debilitando; para entonces, cuando una pareja se casaba o formaba su hogar por unión libre toda la comunidad le construía su casa.

Los Pech son una de las excepcionales culturas autóctonas del mundo que creían en la existencia de vida extraterrestre, según lo han revelado en los últimos años, pero con muchísima reserva, ancianos de las tribus a sus jóvenes dirigentes.

En cada tribu había un personaje especial, llamado “Watá”; era depositario de la sabiduría ancestral y seleccionaba a su sucesor, quien debía mantener en secreto todos sus conocimientos.

Si bien la tribu tenía su cacique, como lo conservan con todas sus funciones en Nueva Subirana, aun este jefe consultaba muchos asuntos con el sabio. Prácticamente existía una autoridad para dirigir las actividades terrenales y una autoridad espiritual: El “Watá”.

Este personaje tenía poderes sobrenaturales y poseía tanta sabiduría que predecía los acontecimientos y curaba las enfermedades con ritos, plantas y sustancias animales, según la tradición.

Aunque parezca inverosímil, la creencia de los pech es que el “Watá” se comunicaba con espíritus de otros planetas, tal lo que han revelado hace pocos años ancianos de Santa María del Carbón, de acuerdo al testimonio del dirigente de la Federación de Tribus Pech de Honduras (FETRIPH), Carlos Alberto López Catalán.

Incluso en la tradición pech hay un cuento muy particular que se refiere a una odisea espacial del “Watá”.

“Antes de esta Era, un extraterrestre visitó una de las comunidades pech y le reveló que en el ‘Séptimo Planeta’ habitaba otro “Watá”. El pueblo se reunió y le pidió a su jefe espiritual que visitara ese hermoso lugar para convencerse de la existencia de su “tucayo”. Después de una peligrosa odisea, el líder indígena conoció a su rival, se enfrentó a él, fue derrotado, pero con ayuda de una diosa pudo regresar vivo a la Tierra”, según la Mitología Indígena.

El “Watá” dominaba la naturaleza pero dejó de existir a partir de la conquista española, que intentó destruir la cultura y abolió la religión pech para convertirlos a otra fe, refirió López Catalán.

Fieles a su tradición, el dirigente aseguró que los pech siempre creen que “existen humanos en otros planetas”, pero “los gobiernos poderosos no quieren que se sepa para no intranquilizar a la humanidad, porque no se descartaría una posible conquista de La Tierra”, de acuerdo a su pensamiento.

Tomado del libro «Catacamas- del ayer al año 2000» de Winston Irías Cálix.

El libro “Pueblos Indígenas y Garífuna de Honduras (una caracterización)”

Este libro del antropólogo Mario D. Rivas, que surgió como un estudio financiado por el Servicio Holandés de Cooperación Técnica y Social (SNV), es el resultado de extensas visitas de campo y del estudio de la bibliografía existente en varios idiomas. El objetivo del estudio era servir de base para la política de cooperación de esta organización con los pueblos indígenas.

En palabras del historiador Marvin Barahona: “El valor presente de esta obra consiste en la laboriosa elaboración de una síntesis abarcadora de los problemas más acuciantes de nuestros pueblos indígenas en la actualidad, una obra por largo tiempo esperada entre nosotros. Hemos tenidos trabajos monográficos valiosos sobre los pueblos étnicos de Honduras; sobresalen los de A. Chapman sobre los lencas, de J. M. Tojeira sobre los jicaques, de innumerables autores sobre los misquitos y los sumos, y bastante menos sobre los chortís y los pech, pero nunca, hasta hoy, una obra de conjunto, actualizada, revalorizada con testimonios vivos y heredera de una bibliografía que se ha enriquecido con el aporte de investigadores extranjeros, pero poco conocida en nuestro medio”.

En este estudio no se idealiza a los pueblos indígenas, ni se los mira como pieza de museo, tampoco es un libro de historia. Al contrario, se trata abiertamente con la cruda problemática actual de las etnias de Honduras.

El libro consta de siete capítulos, cada uno de los cuales se ocupa de una etnia en particular, en este orden: los lencas, tolupanes, chortís, garífunas, pech, tawahkas y misquitos.

Los garífunas y los misquitos no son propiamente hablando grupos autóctonos de Honduras, sin embargo, estos pueblos tienen una presencia cultural tan significativa que ningún estudio que trate sobre las minorías étnicas de Honduras estaría completo sin incluirlos.

Publicado por primera vez en 1993, y habiendo visto la luz de varias reimpresiones, este libro tiene el potencial de servir de base para futuras investigaciones, y para la creación de políticas de Estado, especialmente ahora que el gobierno de Lobo Sosa creó la Secretaría de las Etnias.

El libro Pueblos Indígenas y Garífuna de Honduras: (una caracterización) puede ser comprado en Amazon.