Interpretación y Explicación del Himno Nacional de Honduras

La letra del Himno consta de un coro y siete estrofas o voces que contienen, en cada una, ocho versos decasílabos con el acento en la tercera y novena sílaba como lo prescribe la métrica para que esta clase de composiciones resulten más cadenciosas (ritmo, armonía).

Su contenido es una relación en orden cronológico de los hechos desde la existencia precolombina hasta la independencia.

Explicación del Contenido Literario del Himno Nacional

Coro

El coro de nuestro Himno Nacional, se refiere a dos símbolos nacionales: La Bandera y El Escudo, ambos como expresiones del valor auténtico de la nacionalidad desde los aspectos material, moral e intelectual, propiciando el ideal, para formar conciencia de patria y patriotismo.

Enmarca a la bandera como representación de nuestro cielo azul y como adornada por el centro con el blanco de la nieve que baña y besa la cima de nuestras montañas; las cinco estrellas de azul pálido en el fondo blanco es una invitación a la Unión Centroamericana, gesto de hermandad que al materializarse como un hecho político, sería la realidad de un ideal de Francisco Morazán, soldado y estadista, símbolo de la unidad.

Inspira y enseña lo emblemático del Escudo Nacional, con sus mares, Atlántico y Pacífico, que con sus rumorosas ondas, acariciando las suaves y bellas playas, límite de vigoroso territorio, dan fuerza al sentimiento de libertad, simbolizada ésta por el sol tras la cima del volcán, índice este no solo de la pujanza de su suelo, sino también del forjamiento de ideales en favor de una Patria Hondureña, llena de bendiciones.

SOLO: Primera Estrofa

Dentro del marco histórico, esta estrofa analiza la belleza pura e inexplotada de nuestra tierra nativa, cuando a principios del siglo XVI la descubrió Colón, quien vivamente impresionado, olvidó entonces sus sacrificios de navegante en mares desconocidos, para admirar el esplendor de sus riquezas naturales. Antes del insigne navegante genovés, nadie había perturbado su paz natural de tierra virgen; pareciera que una Reina dormía rodeada por sus caudales, dulcificando su sueño el rumor cadencioso de sus mares, hasta sentir la caricia amorosa del extraño que llegaba a sus playas, para sumarla a los dominios políticos de España.

Segunda Estrofa

Aunque España es de los países occidentales de Europa, geográficamente para nuestro continente americano, la madre Patria está al oriente, y en ese sentido, siguiendo el derrotero diario del sol, del oriente vino Cristóbal Colón y luego los conquistadores españoles, quienes atravesando el Atlántico, en obediencia a ideales de ambición, grandeza o aventura, dieron fin a una empresa grandiosa llena de peligros, pero de gran trascendencia para el progreso y cultura del mundo. El descubrimiento de esta nueva tierra significó ensanchar el mundo conocido, abriendo rutas para actividades civilizadoras mediante el idioma español, al aborigen.

Bajo el claro y limpio cielo de esta tierra descubierta, la bandera de los Reyes Católicos de España, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, se levantó entonces en señal de coloniaje; la antigua organización de los pueblos aborígenes cedía ante la fuerza y audacia de los Europeos, portadores de una civilización extraña.

Tercera Estrofa

Nuestro indio aborigen, dueño legítimo de esta tierra conquistada, defendió con valor e hidalguía sus derechos; algunos perecieron en la lucha; entre ellos Copán Galel en Copán, y Lempira en la provincia de Cerquín, hoy municipio de Erandique, cerca de la actual ciudad de Gracias, zona montañosa del Occidente de Honduras. El macizo de Congolón, con sus cimas de Coyocutena, Piedra Alta y Piedra Parada, fue escenario de luchas heroicas donde los Españoles supieron del valor y fuerza de nuestros antepasados, los que vencidos al final, cedieron, siendo ahora inmortal su gesto ejemplar.

Resultado de ese enfrentamiento entre nativos y conquistadores fue la muerte a traición del gran caudillo Lempira, símbolo del valor, la independencia y autonomía de los Hondureños, hijo predilecto de esta tierra y primer forjador de nuestra nacionalidad.

Su actitud activa y digna de luchar hasta la muerte por la libertad u autonomía ha sido y será siempre cantada por los que se inspiran en las acciones nobles y desinteresadas en favor de la patria.

Cuarta Estrofa

Durante trescientos años, desde el 30 de julio de 1502, en que Colón descubrió a Honduras y luego se tomó posesión del territorio en nombre de la Corona Española en la desembocadura del Río Tinto, llamado por eso Río de la Posesión, hasta el 15 de Septiembre de 1821, en que nos separamos políticamente de España, fuimos una provincia de la Capitanía General de Guatemala, dentro del Imperio Colonial Español en América.

Durante esos tres siglos de vasallaje español, perdimos gran parte de nuestra primera civilización, nuestro territorio ocupado por extranjeros, aprendimos a adorar a otros dioses, empezamos a hablar en idioma español, cambiamos nuestras costumbres indias, adoptamos un sistema de gobierno que nos hizo subalternos, adquirimos una nueva cultura. Fuimos de esa época, mestizos o ladinos, formando parte por especial secuencia racial, latinoamericanos, más precisamente indoespañoles o indohispanos. Durante ese largo período de tiempo no fuimos libres, fuimos colonos. Se buscaron formas para ser liberados, hubo luchas de tipo social en el conglomerado, movimientos y actos políticos en donde intervinieron nativos criollos y descendientes de españoles, invocando justicia para la colonia, pero el justo reclamo de independencia no era oído.

Pero un día memorable para la humanidad, estos pueblos de América, supieron que un pueblo europeo, gobernado por reyes con poder absoluto durante siglos, se levantaba valiente, soberbio y con voz de justicia reclamando su derecho a gobernarse por sí mismo. Era un pueblo europeo, que cuál león enjaulado, rugía y estaba presto a romper sus cadenas, para sentirse soberano.

Quinta Estrofa

Centro América, y Honduras, como parte de ella, se aprestó a luchar por su independencia de España, estimulada por acontecimientos políticos de orden internacional como la independencia de Estados Unidos de Norte América, la separación de España por las colonias Suramericanas, hermanas por lengua, raza, religión y cultura; por ello fueron realidad las manifestaciones de tipo libertario internas Centroamericanas. Pero sobre todo fue la Revolución Francesa, en 1789, la que ofreció digno ejemplo de liberación, al proclamar los Tres Derechos Divinos del Hombre: Libertad, Igualdad y Fraternidad, dando en tierra con la monarquía absoluta y estableciendo la primera República Francesa. Este movimiento del pueblo Francés comenzó con la Toma de la Bastilla, el 14 de Julio de ese histórico año.

El gesto de Dantón, abogado y orador patriota de la Revolución, secundado por Mirabeu y otros denotados revolucionarios dio a Francia el mérito de dar pautas a los subyugados, como maestra de la Libertad.

La congregación injusta de los reyes dio paso a la razón que como diosa protectora, inauguraba entonces el gobierno por la voluntad de las mayorías, que es el Pueblo.

Sexta Estrofa

El 15 de Septiembre de 1821, la patria Centroamericana rompió cadenas, dejó el servilismo de la esclavitud colonial para convertirse en nación autónoma, enseñó al mundo su personalidad de pueblo libre; y tal como ave negra de fatales augurios que de fatales augurios que remonta el vuelo para alejarse de la denigrante colonia por la facilidad del mundo. Recios e ilustres varones, bien llamados Padres de la Patria, realizaron ese acto trascendental y memorable a la ciudad de Guatemala conquistando la gloria en el recuerdo de estos pueblos que parieron a Valle, Larreinaga, Gálvez, Beltranela, Castilla, Barrundia, Diegués, el cura Delgado, Molina y otros, nombres que la historia recoge con honra y reconocimiento, como maestros de la juventud.

Séptima Estrofa

Siendo libres, con capacidad para gobernarnos sin ataduras servilistas, pensar seriamente en nuestra responsabilidad de engrandecer a Honduras, para que nuestra Bandera Nacional, como símbolo de grandes ideales se eleve orgullosa y flamee airosa, cobijando a sus hijos al amparo de la paz y estos, a base de trabajo y cultura fortalezcan sus méritos y ofrezcan sus tesoros frente a su porvenir. Mantener libre, progresista, cultivada en todas sus fuerzas materiales e intelectuales, debe ser el anhelo fervoroso de todo Hondureño; y si por una aberración política otra nación intentara profanar su suelo, ofender su nombre o estropear su libertad de pueblo digno, ir todos unidos y llenos de fe, a defenderla con pundonor y gallardía, prefiriendo morir al pie de la Bandera antes que verla humillada. Solo así podríamos considerarnos dignos de ella.

Pero dentro de los límites a la altura de su capacidad como nación independiente, será la armonía, la paz entre nosotros mismos, llevando como estandarte el trabajo rendentor y la cultura como antorcha que ilumina y ennoblece, los mejores signos para expresar que la queremos y estamos listos a sacrificarnos por su bienestar, su honor y dignidad.

Tomado de «El Hondureñito: Cancionero Escolar», editado por Benjamín Acevedo.

Las Grandes Pestes que Asolaron al Mundo

Por: Augusto Irías Cálix

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad se ha visto azotada por grandes enfermedades epidémicas, que han causado enormes estragos en todos los pueblos de los diversos continentes, dejando centenares de millones de muertos y que los relatos históricos nos informan sobre estos grandes acontecimientos. La peste bubónica, la viruela de alfombrilla, el cólera morfus o víbrión cólera y la gripe asiática, entre otras, han sido las causantes de estas grandes desolaciones. La peste que invadió a Europa en el Siglo XIV se conoce hoy con el nombre de peste bubónica o peste negra. En aquellos tiempos se hablaba simplemente de «la gran mortandad», mal misterioso que diezmó comarcas enteras dejando tras sí tumbas llenas de cadáveres. En tres años pereció aproximadamente un tercio de la población de Europa, o sea unos veinticinco millones de personas. Sin embargo, y a pesar del pánico y la paralización que la muerte produjo, el mundo occidental mantuvo incólumes sus grandes valores humanos, sus tradiciones y su inquebrantable fe de supervivencia.

La epidemia llego de Oriente —como todas las anteriores. Una cadena de puertos comerciales enlazaba a Europa con Asia. Uno de ellos, el Puerto de Caffa actualmente Feodosia), en Crimea, era administrado por genoveses. En el año de 1347 las hordas tártaras sitiaron la ciudad y, mientras los mercaderes italianos se defendían dentro de los muros, la peste hacía morir a los sitiadores. Estos aprovecharon la contrariedad a su favor lanzando con catapultas a sus muertos dentro de la ciudad, en la que en forma relampagueante se propagó la enfermedad. Los genoveses aterrorizados huyeron por mar llevando en las bodegas de sus barcos un espantoso cargamento.

Cuando las naves arribaron a la ciudad de Mesina, la peste se adueñó del populoso puerto siciliano. «Viendo la catástrofe que les había caído encima por causa de los genoveses“, escribe un clérigo de la época, “la gente los expulsó de la ciudad, pero la enfermedad permaneció en ella para ocasionar una terrible mortandad. Ni los notarios podían recoger la última voluntad de los moribundos, ni los sacerdotes podían ejercer las confesiones. La isla se contagió rápidamente y algunos distritos quedaron vacíos.

En enero de 1348, tres de aquellos navíos arribaron a Génova. su puerto de origen, y, una a una, las ciudades italianas —bastiones de la cultura occidental— fueron contaminándose. Pisa perdió el setenta por ciento de su población; Luca, el 80. Siena tuvo que paralizar la construcción de lo que iba a ser la mayor iglesia de Italia. Los turistas que la visitan pueden aún hoy contemplar con espanto, las altas columnas de mármol del edificio fantasma, el cual es un monumento a la gran mortandad.

Giovanni Boccaccio, el poeta más relevante de aquella época, describe la peste en su libro «El Decamerón», tal como él mismo la vio en Florencia. «Al principio aparecían unos bultos en las ingles o en las axilas, algunos del tamaño de una manzana o de un huevo. Casi todos los que presentaban estos síntomas morían antes de tres días. Tan poderosa era la peste, que se propagaba de los enfermos a los sanos, con la voracidad de un fuego devastador. A los muertos los colocaban frente a las puertas de sus casas, de donde eran levantados amontonados en carretas de bueyes o de caballos. Cuando los cementerios estaban repletos, se abrieron zanjas y se enterraban los cadáveres uno sobre otro, cubriendo cada cuerpo con un poco de tierra».

«Por todas partes no había más que desesperación, aflicción y miedo» escribe Petrarca, otro coloso de la literatura italiana de la época. «¡Felices quienes vengan después de nosotros, pues considerarán nuestro sufrimiento como pura ficción».

Tras la epidemia, desconocida por la ciencia medieval, se dibujaba un infeccioso círculo biológico. La peste es el producto de una enfermedad de los roedores, y la rata es su principal portador. Las pulgas que picaban a las ratas enfermas contraían el virus y lo transmitían a sus congéneres. La pulga contaminada no suele picar al hombre, pero a falta de ratones, pica a cualquier criatura.

La enfermedad se propaga a través del sistema linfático. Entre sus síntomas se cuentan la postración, labios resecos, la lengua hinchada, fiebre y dolorosos forúnculos o bubones que aparecen en las ingles, axilas o el cuello. La muerte llega después de tres o cuatro días de crueles sufrimientos. Sin el uso de los fármacos modernos, la mortalidad supera el sesenta por ciento.

Una variedad de esta peste común o bubónica, la constituye la forma neumónica, que se transmite como el catarro común y se caracteriza por la acumulación de bacilos en los pulmones, a los que atacan rápidamente sin posibilidad de salvación. Es posible suponer que se dieran ambas formas durante aquellos años, pues hay relatos de personas que disfrutando de salud por la mañana, de repente empezaban a vomitar sangre y morían antes del anochecer; síntomas propios del tipo pulmonar.

Las ratas y pulgas fueron los principales portadores de la epidemia. Ocultas en los sacos y bultos de mercancías, contaminaron las rutas comerciales y marítimas de Oriente, de casa a casa. (¡Una pulga infectada puede vivir siete semanas!). La plaga se abrió paso al través de valles y montañas y de las puertas de entrada de las ciudades amuralladas, extendiéndose por las plazas de los mercados y en los monasterios y conventos. Sólo la orden Franciscana perdió en Alemania 124.000 monjes. Las ciudades de entonces, insalubres, con alcantarillas al aire libre y cabañas de techos de paja, ofrecían un refugio ideal para cualquier insecto.

Ya en la primavera de ese año, la peste había alcanzado un gran sector del Sur de Francia, y en un mes murieron 75 mil personas en Marsella. Las risueñas tierras de Borgoña, Gascuña y Champaña, perdieron su alegría. «La sentencia de muerte», anotó un observador francés, «está claramente escrita en el rostro de la gente». Otro cronista afirmaba: «Las ciudades han quedado vacías, miles de casas han quedado cerradas, en tanto que otras han quedado abiertas, pues todos los que allí vivían han muerto».

Los médicos estaban desconcertados, ante un virus mortal desconocido, sangraban a sus pacientes, abrían los forúnculos y prescribían lavativas. Con frecuencia ellos morían ante sus enfermos. Muchos huyeron y se escondieron, pero se sabe de valientes que supieron enfrentar la situación. Un millón de personas murieron en Inglaterra. Esta enfermedad se volvió a presentar en Europa en periodos cíclicos. En 1521 apareció nuevamente en Francia, y al médico-profeta Miguel de Nostradamus le tocó tratar enfermos durante cuatro años, salvándose de la contaminación. En 1546 se presentó nuevamente la peste. En ese tiempo, el conde de Saint German y el conde de Cagliostro: (José Bálsamo), también se
dedicaron a curar la peste.

Hoy la enfermedad existe aún en algunos lugares del planeta, pero ya no constituye una amenaza universal, contenida como está por el uso de insecticidas y medidas sanitarias. Hay un suero que reduce la mortalidad, y los modernos antibióticos ayudan a curar en unos días a los enfermos. «Cuando existe un tratamiento adecuado», asegura un médico inglés, que tiene varios años de experiencia en Asia y África; «la peste no resulta más grave que un sarampión».

Al recordar aquellos fatídicos acontecimientos, debemos admirar el valor y la energía con que la humanidad enfrentó aquella catástrofe. No hubo caos ni anarquía; aparte de algunos signos de desorientación muy comprensibles, se superó el desastre con la mayor serenidad y entereza. De esta manera, cuando la mortalidad cesó, la vida continuó su curso normal rápida y alegremente.

La Probidad Gubernamental y las Regalías a los Funcionarios Públicos

Por: Augusto Irías Cálix

En aquellos lejanos tiempos cuando nos iniciábamos en los estudios en la Facultad de Derecho en Tegucigalpa, me encontraba en el segundo piso del Hotel Honduras, frente al Parque Central en compañía de una prima y una pariente que venían de Estados Unidos; cuando llegó el Cnel. y Licdo. TOMÁS ROJAS CANELAS, amigo y paisano de la ciudad de Juticalpa; y me dijo: «Dentro de unos momentos llegará mi sobrino el DR. JUAN MANUEL GÁLVEZ (EL FUTURO PRESIDENTE DE HONDURAS), a él le gusta tener sinceros y buenos amigos, y por eso te lo presentaré; como sabes, yo soy LIBERAL, pero ya estoy muy viejo; y deseo aprovechar esta oportunidad para ayudar a mi familia».

En efecto: a los pocos minutos llegó el Dr. GÁLVEZ, acompañado de un gran grupo de amigos, y fui presentado, tuvimos una amena plática y llegamos a ser muy buenos amigos.

En aquellos tiempos se acostumbraba que el «11 de junio» (Día del Estudiante), el Presidente concediera un avión, para que un grupo de estudiantes viajara a algún lugar de la República a disfrutar de ese privilegio; y en esas condiciones me encontraba a las 7 de la noche en casa del Presidente Gálvez, solicitándole un avión de la empresa «SAHSA», para viajar a la ciudad de La Ceiba; el cual nos fue concedido.

Esa noche estábamos en la de la casa del Presidente Gálvez las siguientes personas: El Dr. Esteban Mendoza, Ministro de Relaciones Exteriores —el mejor ministro que hemos tenido en esa rama—; el que impuso la regla de los exámenes por oposición como condición para desempeñar los cargos diplomáticos y consulares en el exterior. Y recordamos que bajo esos requisitos fueron nombrados embajador y secretario de la embajada de Honduras en Francia el Dr. Carlos Roberto Reina y como secretario del buen amigo y paisano Dr. Enrique Ortez Colindres.

También se encontraban allí el Cnel. y Licdo. Roberto Palma Gálvez, el Licdo. Santiago Chavarría y el jefe de la Fuerza Aérea Cnel. Héctor Caraccioli.

En amena plática nos encontrábamos, cuando llegó un amigo del Dr. Gálvez, el Sr. Jesús Sahury; y le manifestó que venía a cumplir una misión de «la colonia árabe», la cual consistía en un regalo de un automóvil «Cadillac» negro, y le ofrecía las llaves del mismo al Dr. Gálvez; el cual le dijo lo siguiente: «Mi querido amigo Jesucito: siento mucho decirte que no puedo aceptar este regalo, ya que yo tengo afuera un carro «Packard» verde nuevo, y yo casi no lo uso; ya que voy a la Presidencial a pie. Me les dices a los amigos de «la colonia árabe», que les agradezco mucho, pero es como si lo hubiera aceptado. ¡Gracias!»

Después que se fue don Jesús Sahury, el Dr. Gálvez nos dijo: si hubiera aceptado ese regalo le hubiera costado muchos millones de lempiras al erario público; ya que en estas circunstancias estos regalos se pagan con creces!!!

Qué regalo de honestidad y honorabilidad de este humilde y gran ciudadano, que como un segundo Gral. José Trinidad Cabañas, nos deja su trayectoria luminosa en el inmaculado azul del cielo de la patria; para que las presentes y futuras generaciones lo imiten.

En esta permanente crisis política, económica e inseguridad ciudadana y jurídica en que vivimos, debido a que no se quiere enfrentar la responsabilidad de gobernar para beneficio del pueblo, en un constante diálogo de sordos, con el que se quiere favorecer a grupos privilegiados que lo que pretenden es el asalto al Poder Público.

Ya es tiempo que se reestructure el gabinete de gobierno y que recuerde quiénes lo llevaron al poder; y que se produzca de inmediato «EL CAMBIO YA».

Tomado de La Tribuna

Descubrimiento de Honduras

Cuarto Viaje de Cristóbal Colón

Cristóbal Colón descubrió Centro América en su cuarto y último viaje.

Salió de Cádiz en los primeros días del mes de mayo de 1502 para hacer su último viaje a las tierras que había descubierto. Lo acompañaban su hermano don Bartolomé Colón y su hijo Fernando, de 13 años de edad. La expedición estaba compuesta de cuatro embarcaciones, llamadas La Capitana, Gallega, Vizcaína y Santiago de Palos*.

Cruzó el Atlántico sin contratiempos y llegó a Santo Domingo, donde las nuevas autoridades españolas le prohibieron desembarcar, a pesar de que se anunciaba una tempestad.

La tempestad se desencadenó, y Colón, gracias a su experiencia de viejo marino, logró evitar que sus barcos fueran destruidos por la furia del viento y el mar.

Así que pasó la tempestad, las cuatro embarcaciones continuaron la navegación dirigiéndose al suroeste. El 30 de julio llegaron a la isla de Guanaja, a la cual Colón llamó Isla de los Pinos por los bosques de estos bellos árboles que cubren sus colinas.

Don Bartolomé desembarcó en la isla acompañado de un grupo de marineros, en tanto que Colón, cansado y enfermo de la gota, contemplaba desde la nave capitana la extraña vegetación de cocoteros y pinos.

Mientras los expedicionarios se encontraban frente a Guanaja, vieron acercarse a sus playas una canoa de considerable tamaño. En ella venía un grupo de indígenas, protegido bajo un toldo de petates. Eran comerciantes que viajaban entre las Islas de la Bahía y la costa norte de Honduras.

«Estos indios, de ellos escribió Colón en su diario, son más civilizados que los de las Antillas, pues no han mostrado asombro a la vista de los buques, ni temor al acercarse a los españoles; además, andan algo más vestidos que los otros isleños, y la clase de artículos que comercian es mejor».

Colón se dirigió en seguida hacia la tierra firme de Honduras, cuyas montañas se divisan desde Guanaja. El 11 de agosto llegó a la entrada de la bahía de Trujillo y dio a la punta arenosa que la costa forma frente a ella, el nombre de Punta Caxinas.

Continuando la navegación con rumbo al Oriente, las cuatro embarcaciones llegaron el 14 de agosto a la desembocadura del río Tinto. Don Bartolomé Colón desembarcó en este lugar y tomó posesión de las nuevas tierras en nombre de los reyes de España.

Por haberse celebrado allí esta ceremonia, Colón dio al río el nombre de Río de la Posesión. Bajo una ceiba corpulenta que crecía en sus orillas, fray Alejandro celebró la primera misa que se dijo en la tierra firme del Continente Americano.

Centenares de indígenas se acercaron a contemplar las ceremonias de los recién llegados, a quienes obsequiaron aves, pescado, granos y frutas. La mayor parte de los indios andaban desnudos y con la cara pintada de rojo y negro. Pero lo que más atrajo la atención de Colón fueron los grandes agujeros que tenían en las orejas, razón por la cual llamó al lugar La Costa de las Orejas. Estos indios con orejas deformadas eran jicaques o payas.

Continuó explorando la costa hacia el Este, con la esperanza de encontrar un estrecho o pasaje por donde seguir el viaje hasta llegar a las grandes ciudades de la India.

Navegaba frente a la Mosquitia, cuando se desató una furiosa tempestad, que casi hizo naufragar las pequeñas embarcaciones. «Otras tempestades he visto, escribió Colón a los Reyes de España, mas no durar tanto ni con tanto espanto.» Veintiocho días duró el mal tiempo.

Pero el 12 de septiembre, al doblar el cabo donde la costa centroamericana dobla bruscamente hacia el Sur, Colón encontró el mar en calma y en acción de gracias bautizó dicho cabo con el nombre de Gracias a Dios.

Impulsadas por vientos favorables, las naves continuaron explorando la costa hasta Panamá, de donde emprendió algunos meses más tarde el viaje de regreso a España.

Después de muchos serios contratiempos y vencer numerosos peligros, Colón desembarcó triste y enfermo en Sanlúcar de Barrameda, a fines de 1504.

El descubridor de América murió en la ciudad de Valladolid el 20 de mayo de 1506. Murió con la creencia de que en sus viajes había alcanzado las costas de Asia.

Fuente: Libro de Lectura de Cuarto Grado. M. Navarro. Tegucigalpa, 1965.