Evaluación de Impacto Ambiental

El año pasado, cuando cursé la clase de Educación Ambiental, me tocó hacer una investigación sobre «Licencias Ambientales». La información que obtuve en la DGA (Dirección de Gestión Ambiental) de la SERNA, me fue muy útil.

Quiero compartir esa información con quien pueda necesitarla.

Estos son los documentos que adjunto:

  • Evaluación de Impacto Ambiental (Proceso de Autorización). Presentado por el Lic. Oscar Enrique Iglesias. DECA/SERNA (Power Point)
  • Reglamento del Sistema Nacional de Evaluación de Impacto Ambiental. SERNA (Power Point)
  • Procedimiento de Denuncia Ambiental. SERNA (Power Point)
  • Reglamento de Residuos Sólidos. SERNA (PDF)

Pueden descargarlos aquí:

El robo de la Virgen de Suyapa

Por Longino Becerra

En medio del escándalo político descrito anteriormente, producto de la vulgar riña por un negocio asqueante, se produjo otro hecho que conmovió las fibras más profundas del pueblo hondureño. Nos referimos al robo de la estatuilla que representa a la Virgen de Suyapa, ocurrido en la madrugada del 2 de septiembre de 1986. Individuos sin escrúpulos, pensando que podían tener un alto provecho con los ornamentos de la imagen, violentaron la entrada del viejo Santuario e hicieron lo mismo con el retablo del Altar Mayor. La increíble acción fue descubierta a las 6:00 a. m. del mismo día, cuando el personal encargado del templo fue a disponerlo para los servicios religiosos de la mañana. Pocos minutos después se presentaron varios agentes de la Dirección Nacional de Investigaciones (DIN) en el sitio para tomar huellas dactilares y otras evidencias que pudieran conducir a la captura de los cleptómanos. También llegó el juez Primero de Letras de lo Criminal, Rafael Medina Irías, con el mismo propósito.

El pueblo hondureño se enteró del inaudito hecho a través de los noticiarios matutinos. Como era de esperarse, la información paralizó a la gran mayoría de los connacionales, seguidores del catolicismo y, por tanto, devotos de la Virgencita de Suyapa. Al llamado que lanzó el Arzobispo Héctor Enrique Santos para que «todos los fieles hijos de la Virgen rezaran con fervor a fin de lograr su retorno a casa», centenares de personas se dirigieron a pie hacia la basílica dispuestos a cumplir su solicitud. Muchos de estos fieles hacían el viaje musitando sus plegarias y no eran pocos los que lloraban con profundo dolor, tanto o más que si la desaparecida fuera un miembro muy cercano de la familia. Una anciana viuda, doña Amelia Morales, exclamó con fuerza y transida de angustia: «¡Nos hemos quedado solos!» «¡Nos hemos quedado solos!». Quienes la rodeaban repitieron de inmediato esta expresión acongojada, por lo que el camino hacia la basílica de Suyapa se volvió un lamento multitudinario.

Muchos ancianos hondureños recordaron, en su gran pena, que no era la primera vez que la Virgen de Suyapa sufría un asalto en su retablo. La primera de ellas ocurrió entre 5:00 y 6:00 a. m. del domingo 17 de abril de 1936 o sea 50 años atrás, de cuyo suceso publicó una notable crónica «La Época», el único diario que permitía el régimen político de entonces. Pero el hurto de aquella fecha no tuvo como móvil fundir los adornos metálicos que rodeaban a la imagen para hacer con ellos vulgares monedas. El motivo fue entonces un acto inconsciente de amor. ¿Porqué era inconsciente? Porque la persona que sustrajo la imagen era una enferma mental que, al rezarle ese domingo a la Inmaculada, escuchó de ella el pedido de «llevarla a pasear porque nadie la extraía de la caja transparente donde la metieron». La susodicha persona, era, pues, una mujer y se llamaba Dolores Chávez, conocida como «La Loca Lola» en el barrio de Comayagüela donde residía. Se supo que fue ella, porque, ya de regreso a Tegucigalpa, como a las 7:00 a. m., encontró varias señoras que iban para Suyapa a encenderle velas a la Virgen. A esas damas les dijo «La Loca Lola»: «Regresen a encenderlas en mi casa porque aquí llevo a mi TÍA». Al llegar al Santuario dichas señoras y enterarse de que la Virgen había desaparecido, recordaron las palabras de Dolores y las repitieron ante los sacerdotes, quienes muy bien conocían a la devota demente.

Cuando leemos la crónica del diario «La Época» sobre el suceso de 1936 y lo comparamos con el de 1986, nos surge la ocurrencia de pensar que estamos frente al mismo acontecimiento reflejado en un espejo, tan parecidos son en los efectos emocionales que produjeron, las reacciones explosivas del pueblo y los juicios que suscitó entre muchos. Para el caso, el autor dice: «La alarma se hizo inmediatamente por todos los rumbos y en todos los círculos sociales, notándose hasta indignación en los más religiosos. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿A qué hora? ¿Quién? Y toda la capital se puso en movimiento, tanto como jamás se había visto». También se refiere con las siguientes palabras al júbilo del hallazgo: «Tan pronto se supo el encuentro de la VIRGEN [esto ocurrió a media mañana del mismo domingo 17 de abril], la alegría cundió por todas partes. De la casa de la alienada la trajeron a la iglesia de Comayagüela, en procesión. Las campanas de la iglesia repicaban como nunca y una gran muchedumbre de personas de toda clase, de ambos sexos, de todas las edades y razas inundaron el templo ansiosos de ver a su adorada Patrona».

En el caso del segundo robo, es decir el de 1986, fue también bastante rápido el descubrimiento de la desaparecida imagen. A las 7:30 p. m. del mismo día del hecho una persona que no quiso identificarse llamó a las radioemisoras para informar que la Virgencita -tres pulgadas de alto desde la peana hasta la cabeza- había sido depositada en un sanitario del conocido restaurante «Merendero de don Pepe», en el centro de la Capital. Servidores de este negocio fueron de inmediato al sanitario y, efectivamente, hallaron allí la pequeña estatua envuelta en un fragmento de periódico. Monseñor Héctor Enrique Santos oficializó la noticia a las 8:20 p. m., después de confirmarla en el lugar. A partir de ese momento comenzaron en el Santuario de Suyapa, así como en el Parque Central, las manifestaciones de alegría por la gente que concurrió a ambos lugares. Mientras tanto, la imagen, a la cual le habían quitado su corona y su manto, fue entregada a manos expertas con el fin de que le restablecieran su decoración y su atuendo. Al completarse dicho trabajo, fue devuelta el sábado 13 de septiembre de 1986 a su hogar en el Santuario de Suyapa por una enorme multitud de fieles, en la que intervinieron el Presidente Azcona y numerosos funcionarios de su Gobierno. Asimismo, se hizo presente una unidad de la Academia Militar que contribuyó al brillo del solemne acto religioso.

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Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras», de Longino Becerra. Editorial Baktun (2009).

Así murió Gustavo Álvarez Martínez

La Biblia en una vida y en una muerte

Por Longino Becerra

Gustavo Álvarez MartínezCuatro días estuvo Álvarez en San José. El 5 de marzo, a la 1:00 pm. salió para Miami, a donde llegó a las 7:00 pm. En el aeropuerto fue recibido por autoridades norteamericanas las que lo llevaron a un alojamiento que le tenían predestinado. Su estancia en Norteamérica dura cuatro años, desde el 5 de marzo de 1984 hasta el 9 de abril de 1988, período en el cual se ocupó, básicamente, de dos cosas: 1) hacer informes sobre la situación política y militar del área centroamericana para organismos de inteligencia, y 2) asistir a los cultos de la iglesia protestante El Nazareno, a donde hubo de incorporarse por influencia de una hermana carnal suya, interesada en ayudarlo a compensar los desequilibrios emocionales que le producía el recuerdo de los crímenes perpetrados en Honduras. Inconforme con las condiciones de vida que llevaba en Norteamérica, pues él esperaba un trato mejor allí, según lo expresó en declaraciones publicadas en el diario La Tribuna el 4 de mayo de 1987, decide volver al país el sábado 9 de abril de 1988.

El arribo a las 3:40 desde Miami se hizo bajo estrictas medidas de seguridad y nadie pudo entrevistarlo. Fue hasta el día siguiente, domingo 10, que el periodista de ACAN-EFE, German Reyes, pudo hablar con él en la propia casa del General. Allí, ante varias preguntas específicas, declaró: «No temo por mi vida porque soy cristiano; obedezco lo que dijo Cristo en sus palabras y vivo de acuerdo a eso… Si alguien cree que yo he hecho eso [desaparecer y asesinar personas] y tiene algo contra mí, que me lo demuestre pero en los tribunales y que no anden hablando tonterías en la calle. No descarto que los subalternos que tuve hayan cometido algunas violaciones. Cuando se ocupan puestos en las Fuerzas Armadas, a uno siempre le cargan el muertito. Eso a mí no me preocupa. Primero me cargaron 300; luego me bajaron a 100, me hicieron un favor. No sé, me han ido bajando la cuota. A todos los que me hicieron daño los he perdonado, así como Dios me perdonó mis pecados, y yo no tengo que ser juez de nadie. Regreso a Honduras como un cristiano que recibió a Jesucristo como mi Señor y Salvador en agosto de 1985. Así como Dios me sacó de Honduras, porque fue por su voluntad que perdí mi trabajo y mi carrera, por su misma voluntad regreso al país».

Eso hizo exactamente, es decir, dedicarse a hablar de Cristo y del perdón de sus pecados. A los pocos días de su retorno comenzó a vérsele con una Biblia bajo el brazo en varias congregaciones protestantes de Tegucigalpa. Algunas veces los pastores lo hacían subir al púlpito para que predicara, lo que le fue formando en la cabeza otra paranoia distinta a la de matar: la idea de que iba en camino a la santidad. Así lo dijo el 25 de octubre de 1988 en La Ceiba, como informó al día siguiente un reportero de Diario Tiempo. «El ex-jefe de las Fuerzas Armadas, general Gustavo Álvarez Martínez, afirmó en comparecencia pública estar en proceso de «santificación», gracias a que el Espíritu Santo ha permitido que «muera lo negativo» y nazca dentro de él una nueva criatura». Lo que preocupó a varios sectores del poder político, hondureño y norteamericano, es que durante esas comparecencias de fanatismo religioso Álvarez aludía a los hechos en que se vio involucrado diciendo que él «obedeció órdenes de autoridades superiores, así que no era el único responsable».

De ese modo vino a sumarse un motivo más de los muchos que ya tenían varias fuerzas políticas interesadas en liquidarlo físicamente, unos por venganza y otros por miedo a que hablara más de la cuenta. Así llegó el miércoles 25 de enero de 1989. El general salía de su casa en la colonia Florencia Norte, de Tegucigalpa. Iba en busca, a las 10:15 a. m., de su hermano Armando Álvarez para que lo acompañara a una librería religiosa con el objeto de seleccionar un ejemplar de la Biblia que utilizaría durante una próxima campaña evangelizadora promovida por iglesias protestantes de Estados Unidos. Lo acompañaba en esta diligencia su chofer, el costarricence Adolfo Abreu. Al llegar su automóvil a la intersección del Bulevar Suyapa, frente a la Iglesia Episcopal, hizo el alto de rigor. En ese instante, un grupo de hombres que lo esperaban con uniformes de la Empresa de Energía Eléctrica y armados con subametralladoras, dispararon varias ráfagas sobre el vehículo, matando en el acto al chofer e hiriendo al tico Abreu. Por su parte, Álvarez recibió 18 proyectiles en distintas partes del cuerpo y no murió en el acto, por lo que, según Abreu, alcanzó a decir: «¡Ay, no hagan eso conmigo!». Varios minutos después, en ruta hacia el hospital, expiró.

¿Quién mató a Álvarez ese 25 de enero de 1989? Un grupo de izquierda, el «Movimiento Popular de Liberación Cinchonero (MPL-C)» dio un comunicado ese mismo día para atribuirse la hechura de la acción. Sin embargo, el documento no convenció a muchas personas por su pésima redacción, su estilo poco acorde con el habitual en una izquierda imbuida de doctrina revolucionaria y el empleo de giros propios de los ejércitos profesionales. Además, el comando que ejecutó la acción necesariamente tuvo que contar con un efectivo servicio de inteligencia para conocer el movimiento que iba a realizar Álvarez a esa hora, hecho que no estaba en la capacidad del modesto grupo «Cinchonero», aunque tuviera la asistencia del «Farabundo Martí» de El Salvador, como había ocurrido en el secuestro del avión SAHSA el 27 de marzo de 1981 y el asalto a la Cámara de Industria y Comercio el 17 de septiembre de 1982. Tomando el cuenta el tipo de operativo montado contra Álvarez y las numerosas fuerzas que en ese momento deseaban silenciarlo, entre ellas la CIA, el ejército, los guerrilleros de Honduras y El Salvador, los compinches suyos en APROH o en el gobierno, etc., siempre quedó la duda acerca de quién realmente mató al general aquella mañana de enero.

Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras» de Longino Becerra (2009). Editorial Baktún.

Juan Ramón Molina Cantó a la Juventud Olanchana

Por: Hostilio Lobo Díaz

Policarpo Irías Mendoza nació en la ciudad de Catacamas, en 1871, en el hogar formado por los acaudalados ganaderos don Juan Antonio Irías y Josefa Mendoza; desde su corta infancia absorbió las ideas liberales que germinaron en Francia bajo la influencia de los enciclopedistas, de Diderot, Montmartre, entre otros y que en Centro América alentaron figuras de la talla de Miguel García Granados, Justo Rufino Barrios, Ramón Rosa y Marco Aurelio Soto; luchando contra el sistema caduco, arcaico y clerical de la época, viendo su ideal realizado precisamente en el año en que nació Policarpo Irías Mendoza: 1871, y que en 1876 cimentó en Honduras el gobierno profundamente revolucionario de Soto y Rosa, que introdujeron al país profundas reformas en el aspecto social, cultural y administrativo. En la etapa finisecular, las ideas retrógradas cobraron vida y jóvenes idealistas dejaron el libro para empuñar el fusil y defender en los campos de batalla su ideal mancillado.

Dos catacamenses, Policarpo Irías Mendoza y Francisco Lobo Herrera, de 21 y 23 años, respectivamente, abandonaron la facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos de Guatemala ofrendaron sus vidas en el campo de batalla luchando contra el gobierno de facto de Ponciano Leiva, en el año de 1892. Hay que destacar que Policarpo Irías Mendoza murió en el sitio de El Corpus, lugar en donde acampó con ochenta y cinco hombres, cuando esta plaza fue tomada por 2.000 hombres leales al gobierno de Ponciano Leiva, mientras Francisco Lobo Herrera fue sacrificado en el sitio de Puerto Cortés.

Los pensadores más destacados de la época dedicaron a ambos páginas muy sentidas describiendo la heroica epopeya. El licenciado y poeta hondureño Felix A. Tejeda en 1892 escribió sobre Policarpo Irías lo siguiente: “No he conocido un temperamento tan fogoso, ni un joven tan entusiasta por los grandes ideales. Amaba el progreso, soñaba con los grandes triunfos de la civilización realizados, como en todo tiempo, por los grandes espíritus, y veía con desprecio a los hombres timoratos que sacrifican sus ideales a las contemporizaciones inútiles».

Hombre de acción, llevaba su entusiasmo a todas partes y lo difundía sólo con el ejemplo. Le gustaba sobremanera la filosofía positiva y se había convertido en propagador de ella, discutiendo juiciosamente y organizando sociedades en las que daba conferencias.

En sus 21 años, fugaces como relámpago, tenía honrosos hechos que hacían simpática su persona. En mayo próximo pasado tomó parte muy activa en la expedición realizada por Puerto Cortés. Allí peleó con bizarría, tomándose el cuartel, y fue de los primeros que se expusieron al peligro. Vio caer a sus pies a compañeros de armas, y sereno y valeroso defendió su puesto de soldado.

En la pasada lucha electoral de Guatemala fue un tribuno infatigable. Un defecto físico le hacía tartajear muy a menudo; pero fue tribuno por su entusiasmo, tribuno por su fogosidad, por audacia, por su impetuosidad y por su decisión. A veces tenía rasgos felices; más de una tocó los límites de la elocuencia, y en las más salpicaba de bellas imágenes sus improvisaciones siempre fogosas. Era estudiante y no tenía quietud. Amigo y decidido iniciador de las asociaciones, muchas debieron a él su existencia, distinguiéndolo siempre sus compañeros con los puestos más honoríficos. En tan corta edad había sido periodista, y periodista en la época de lucha, en que las pasiones desbordadas acumulan los peligros.

Nuestro malogrado poeta Juan Ramón Molina (1875-1908) escribió una oda a Policarpo Irías Mendoza, que con su Adiós a Honduras constituyen sus dos únicos poemas de corte combativo.

EN LA MUERTE DE POLICARPO IRÍAS MENDOZA

Por Juan Ramón Molina

Corre hoy mi acerada pluma
entre raudales de llanto,
porque el dolor entretando
me despedaza, me abruma.
Allá lejana consuma
La muerte su cruel venganza
En mi amigo que se lanza
A defender el derecho,
llevando dentro del pecho
el fuego de la esperanza.

II
¿Qué genio mueve sus alas
sobre la raza hondureña,
que hace tiempo se empeña
en marchitarle sus galas?
Rodando el carro de Palas
Miren en la batalla fuera,
mientras mortuoria bandera
en huesas hondas frías,
cubre a Policarpo Irías
al lado de Lobo Herrera.

III
«Sobre la tumba que encierra
los despojos de mi hermano
llorar no puedo, el tirano
está oprimiendo a mi tierra»,
dijo, y lanzóse a la guerra
con su frase consecuente.
Murió.., pero heroicamente
descansa el último sueño,
porque el que dice hondureño
dice sin duda valiente.

IV
¡Qué de cosas concebimos
cuando con ojos inciertos
quedamos sobre los muertos
llorando los que vivimos!
Ayer alzarse los vimos
en la tribuna, arrogantes,
hoy¡… sombras amenazantes
parecen aquellos seres,
es sombra Fernando Pérez,
sombra Santiago Cervantes.

V
Quedándole van a Honduras
de sus deslumbrantes glorias.
sólo imágenes mortuorias
en lúgubres sepulturas
fueron jóvenes figuras
timbre y prez de aquella tierra.
nido de águilas que encierra
entre las cinco naciones,
los más egregios varones
en las ciencias y en la guerra.

VI
Pobre patria! Condenada
para aumentar sus dolores,
a ver que sus defensores
rodando van a la nada!
Su frente tiene doblada
la verguenza, la mancilla;
Mientras la infame cuadrilla
escarnio de nuestra raza,
dando de cuervos La traza
la acosan sobre la silla!

VII
Pobre patria que doliente
sobre su poder en ruinas,
una corona de espinas
es la diadema en su frente!
Camina rápidamente
al deshonroso Calvario,
donde el feroz mandatario
la envolverá cuando muera,
en la humilde bandera
por no tener un sudario.

VIII
Ah! Si nos hinchas las venas
sangre, y tenemos conciencia,
¿Quién ve con indiferencia
los grillos y las cadenas?
Ante la crueles escenas
de la infanda tiranía.
Se sacude el alma mía
del letargoso desmayo,
vibrando indignada el rayo
de la indignada poesía.

IX
¡Ay de vosotros tiranos
Que la soldadesca ampare!
Sangre llevais en la cara.
Sangre tenéis en las manos;
Sangre los cabellos canos
del usurpador derraman;
Sangre! los que la gente aman
de ese desgraciado suelo,
venganza y sangre reclaman!

X
Grupo criminal e inmundo
es ese de americanos,
los más odiosos tiranos
de los tiranos del mundo
monstruos que arroja el produnfo
infierno de sus mansiones
corrompidos corazones
que parodiando los reyes,
imponen inicuas leyes
para asolar las naciones

XI
Llevan dos ejecutores
de crímenes sin disculpa,
con el peso de la culpa
la carga de los temores
los mendigados honores
del poder en la altura
recibe el uno; en impuras
bacanales vil a aleve,
impunemente se bebe
el otro el llanto de Honduras.

XII
Infames! Hasta el ataúd
llevaréis en vuestra frente
toda la sangre inocente
de la muerta juventud
Dejo las cuerdas del laúd
vencido por la emoción…
Que siento en el corazon
con el odio que batalla,
una tempestad que estalla
sobre ellos en maldición!

Juan Ramón Molina

Tomado del diario La Tribuna, del 7 de octubre de 1988.