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El Tamarindo del Colegio

Por: Medardo Mejía

I

Después de larga ausencia en que el recuerdo
como un martillo me golpeaba a diario
invitando al retorno presuroso,
he vuelto a las colinas matinales.
Ah, dulce adolescencia, veo a Manuel
con su libro de siempre, a Federico
en brioso potro. Cuando llego al parque
se reaparecen mis lunarias novias.
Y sin tardar, con instintivo impulso
visito al tamarindo del Colegio.

Está lo mismo…
Poco a poco ha cambiado en su conjunto prócer:
tronco rugoso, de sombrío follaje,
lleno de flores, próximo a dar frutos,
para ofrecer regalos agridulces
a la traviesa muchachada de hoy.

Este es el árbol
que aquella juventud a fin de siglo
quiso tomar de punto de partida
espiritual en prestigiadas rutas,
y que partió en tropa bullanguera
a lides de fracaso y de victoria.

Este es el tamarindo
que fue amigo del grupo escandaloso
de mi generación; que daba vivas
al general Sandino; daba mueras
a los marinos yanquis, y aclamaba
el reto de Darío en la Oda a Roosevelt.

Guardo silencio
un zodiacal minuto…
Y de pronto, maestro esclarecido
me invita al verso, al lírico saludo
de escogidas imágenes nativas,
sin darse cuenta que en mi sangre hierve
un delirio de estrofas caudalosas.

II

Es viejo el tamarindo del Colegio;
por viejo sabe más que los archivos.
Pero nadie le arranca el testimonio
de antañonas tragedias regionales:
incestos, adulterios, homicidios
por herencias de tierras y ganados…
Y a quien le hace preguntas atrevidas,
recurre al viento para replicarle
con las voces de un himno que se encumbra
a la luz del cenit, alma del día.

A nadie ha dicho
que vio pasar al blanco Misionero
anunciando un horrible Apocalipsis,
el hambre en las aldeas, y la guerra
de casa a casa, y la implacable peste
en las comarcas, y por fin, la Muerte.

A nadie cuenta
que en la guerra social contra los diezmos
y las primicias del 65,
en medio del horror de la ahorcancina,
colgaron de sus ramas con «bejucos
de corral» numerosos campesinos.

Menos revela
que vio un día pasar a Cinchonero
en una yegua negra, asustadiza;
al bandido en las gacetas oficiales;
al héroe en la leyenda de los llanos
narrada siempre en torno a las fogatas.

Nadie le arranca
la extraña relación de aquel hidalgo
que pidió esposa, resultó su hermana;
desesperado descendió a los vicios;
penitente fue a Roma y de regreso
alcanzó jerarquías obispales.

Mejor que sea así…
Que viva el tamarindo del Colegio
en el silencio oscuro del Asvata,
árbol cósmico de la India fabulosa,
alimentado de limos del abismo
y florecido de astros infinitos.

III

Quienes fuimos y seguiremos siendo
afirmativos en escuadrón de Ilíada
con el auxilio de este tamarindo,
sabio como Quirón, aquí aprendimos
a amar el cosmos, la vida multilátera,
la sociedad pugnante, el pensamiento
seleccionado, el ideal contemporáneo,
la acción creadora. Aquí nos inspiramos,
después nos despedimos entusiastas
para seguir sembrando el optimismo.

¿A qué buscar sistemas filosóficos
en los confines, en vuelos atrevidos,
tocando ínsulas, buscando continentes
donde hay sabios como constelaciones…?
Aquí Domínguez recordó a Lucrecio
en el prodigio del «Himno a la Materia»,
donde los cóndores de sus endecasílabos
dan fe de lo infinito y de lo eterno…
Y así la juventud halló el secreto
de la objetiva verdad del Universo.

¿A qué buscar doctrinas sociológicas
que impresionen por el atrevimiento
de sus nociones reales o ficticias
sobre el Género Humano en viaje siempre..?
Aquí Guillén Zelaya, augur y artista
en «La Espiral de la Historia» dejó dicho
que es el lucro el que engendra la discordia
y la funesta guerra de exterminio;
pero que un día acabará ese daño,
llegando a ser la Humanidad feliz.

¿A qué buscar el numen que estimule
la voluntad en otras latitudes,
si arriba alumbran las estrellas mayas
y abajo están los muertos inmortales..?
Aquí Turcios, poeta en prosa heroica,
con grito propio de jinetes ásperos
vivió exigiendo a la América Latina
acción conjunta, fuego endemoniado,
hasta abatir el coloniaje impuesto
por el imperio del dólar y el garrote.

He de agregar, la poesía es captación
de la belleza real de cuanto existe
en órfico movimiento permanente,
expresada en lenguaje esclarecido,
en polo opuesto a la fealdad profusa.
Ellos cantaron las formas, las esencias
de cuanto vuela en los días, en las noches.
Ellos, como los dioses, castigaron
a aquellos que traicionaron la Cadencia…
Ellos son los mentores… Alegrémonos
por conocer el arte de los rumbos.

IV

Amado tamarindo del Colegio,
que la salud te asista a toda hora
bajo este sol de alegre luz nativa,
sobre esta tierra de corrientes lácteas.
Necesario es que existas largamente
con tus cofres colmados de secretos
regionales que valen más que el oro.
Preciso es que domines los centenios,
Demócrito vegetal, maestro silente,
en medio de juventudes renovadas.
Debes llegar sin pactos como Fausto
a firme duración de largas épocas
para ver sociedades superadas.

Certidumbre

Por: Ángela Valle

Porque me cedes la palabra, digo:
nada es de nadie nunca. Y sin embargo
cómo nos afanamos todos, todos,
en retener, en poseer algo preciso.

Nadie es de nadie nunca, ni los hijos.
Ni el más cercano amor, ni el más lejano.
¡Y cómo nos besamos! ¡Con qué estrago
Se nos va incinerando en eso el cuerpo!

Él que me lo juraba, lo sabía.
Nada era de él, y nada mío
¡Y éramos aún dueños del infinito…!

Era tan sólo de los dos, la idea
devoradora, torturante y cierta:
¡Nadie es de nadie sólo que lo quiera!

Costumbres Navideñas de la Danlí del Recuerdo

Las Posadas

Se inician el quince de diciembre y simbolizan la llegada de José y María. Sale del Templo Parroquial hacia una casa fijada de antemano, al llegar al lugar donde se recibirán los Santos Peregrinos, los de afuera tocan la puerta y piden posada, cantando los de adentro, lo niegan, ruegan los de afuera y por fin las puertas se abren con suma alegría, después del rezo los acompañantes son obsequiados con ricas golosinas, la noche siguiente se dirige a un nuevo albergue; las más entusiastas dirigentes de esta festividad son: Doña Amparo de Medina, Martinita de Valle, Matilde Vega de Galeas, Goyita Rodríguez, Margarita Sosa, Castidad Salandía y otras que nuestra memoria infiel no nos permite recordar, pero que han dejado un recuerdo imperecedero con hondo sabor tradicional.

Navidad

La noche buena era una fiesta hogareña, donde la tradicional torrija y el incomparable nacatamal ponían la nota solemne a esta conmemoración del nacimiento del Salvador del Mundo. Los Nacimientos más famosos eran: el de Don Pancho Ramírez, Mariana Valle de Castillo y Tula de Alcántara; lo más simpático de esta festividad era la pérdida del niño que sucedía en nuestra ciudad tal como lo describe el ilustre Filólogo hondureño, Dr. Alberto Membreño de la siguiente manera: «Puesto el nacimiento y abierto al público las noches de pascua, concurre la gente en pandillas a verlo.

Uno de tantos amigos de la casa se roba al niño; pasado el último día de la pascua, el dueño del nacimiento y el que se robó al niño se ponen de acuerdo para la buscada y en la fecha convenida salen en procesión por las calles hombres, mujeres y muchachos de la casa del nacimiento, con música, cohetes a buscar al niño. Llegan a una casa y luego a otra en su busca, a lo que llaman Posadas y después de un breve canto en cada posada alusivo al acto, se dirige la procesión a aquella en la que va a tener lugar la fiesta y en la que hallan al niño. Sigue un baile de confianza, que concluye después que los concurrentes han tomado el ponche de piña o de leche.

Las paseadas de Chimina Romero

Chimina Romero, es quizá el personaje más representativo de nuestro lar nativo. La paseada salía de su casa de habitación situada en el Barrio Tierra Blanca, exactamente a las nueve de la noche iniciaba el desfile la incomparable Chimina, con su inseparable peineta andaluza, sus bien limpias y almidonadas enaguas, su collar de negros pacones y sus desproporcionados aretes, le daban la apariencia de una linajuda Dama Española, pero más nos recuerda el perfil de la reina Victoria.

Acompañaban la alegre paseada hombres, mujeres y niños, quienes caminaban por enmedio de la calle, el conjunto musical que iniciaba el desfile ejecutaba alegres marchas, al llegar al nacimiento escogido, se bailaba hasta el amanecer.

Las arengas de Chimina eran conminatorias: «la que se quiera ir con su novio —sentenciaba— que lo haga de su casa, de las paseadas, jamás, porque me desprestigian».

Así era Maximina Romero, franca, bonachona y servicial, que un infausto —día del mes de enero de 1973, dejó el mundo de los vivos para traspasar los umbrales de lo ignoto.

Las Pastorelas del Padre Reyes

En la época navideña las pastorelas del Padre Reyes tenían un lugar preferente y por así decirlo una aceptación general. Crucita Novoa Mayorquín, con un entusiasmo poco común, reunía jóvenes de ambos sexos, y con la técnica rudimentaria de una teatrista en ciernes repasaba los papeles de sus actores.

La noche que se presentó la Pastorela Olimpia en el atrio de la casa parroquial, fue para Crucita Novoa, la mejor de sus noches, pues los aficionados del teatro la ovacionaron hasta el delirio, estos sinceros aplausos fueron recompensa que recibió como un estímulo por mantener viva la llama de las tradiciones nativas.

Tomado de «Danlí en el Recuerdo». Segunda Edición. Por Darío Gonzáles.

Carlos Alberto Uclés

Carlos Alberto Uclés

Carlos Alberto Uclés nació en Tegucigalpa el 5 de Agosto de 1854, de noble tronco y emparentado cercanamente por la sangre con don Marco Aurelio Soto y con don Ramón Rosa. Falleció en Tegucigalpa el 15 de Enero de 1942.

Don Carlos Alberto Uclés es uno de los exponentes más fulgorosos de nuestra literatura. Su vida no sufrió jamás los vaivenes de la incertidumbre, ni fue acosado nunca por la miseria. Nació, vivió y murió gran señor.

Se graduó Doctor en Derecho de la Universidad de Guatemala y regresó a Tegucigalpa, allá por el año de 80, cuando se lesgislaba y se reformaba al son de las liras endomingadas, y cuando Valle de Ángeles era el Petit Trianon de los escogidos.

Ninguno de los eminentes varones que formaron en los tercios del magnífico Marco Aurelio, había cumplido los cuarenta años, por lo que se puede afirmar, sin hipérbole, que las bases de la República fueron fijadas por las manos de una gloriosa muchachada.

En este ambiente de reformas y aristocratizante, el Doctor Uclés, como un árbol temprano, se alzó lleno de lozanía, floreció y cuajó el pulposo fruto. Eran los años del Romanticismo y nuestros poetas templaban sus liras según Musset, Víctor Hugo, Byron, Heine y Espronceda. Nuestro poeta, como un provenzal, hilvanó sus canciones y bordó madrigales y repujó sus castellanísismos romances. Asumió galantes posturas del más refinado rendimiento cabe al piano de la amada, y se murió de amor ante las rejas empapadas de luna y florecidas de claveles, tras las que soñaba la niña de azules orejas. Toda la poesía del bardo está saturada de romanticismo, sin que pueda otro cantor disputarle este puesto.

Pero el rebuscamiento acabó por ahogar sus afanes líricos, dejándonos de él nada más que el orador y el político.

Pocos años antes de morir, el Doctor Uclés recopiló y publicó su obra en dos volúmenes, tanto en verso como en prosa.

Tomado del libro «Páginas Hondureñas», editado por Miguel Navarro Castro. Tegucigalpa, 1958.