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El Sisimite

Por: Javier Durón Padilla

Según se cuenta, el sisimite es un animal parecido a un mono, su cara es como la de una persona, vive en las montañas y es muy enamorado, dicen que si encuentra a una muchacha que le guste, se la lleva y se pierde para no volver jamás. En todos los relatos que se cuentan se dice que procrea un hijo, que es el que más tarde le da muerte.

Su mayor peculiaridad es que sus pies son al revés, o sea que los dedos los tiene atrás y el talón adelante.

Al sisimite se le ha visto después de una quema, ya que al parecer le agrada comer ceniza caliente y oler los troncos de los árboles recién quemados, aunque es vegetariano. Al igual que el SIPE, el cual es de menor estatura, vive en las espesuras de la Montaña de la Flor. Si camina para adelante deja las huellas como si fuera caminando para atrás, y si camina para atrás, deja su rastro como si fuera para adelante.

Dicen que en cierta ocasión vivían dos hermanas con la abuela que las cuidaba. Un día la abuela fue a hacer un mandado, diciéndoles a las muchachas que no salieran, pero una de ellas desobedecía, saliendo a buscar unos mangos, mientras que la otra se quedó haciendo el oficio.

Se llegó la noche y la muchacha no regresaba, por lo que la abuela alarmada, reunió a la gente de la aldea para que le ayudaran a buscar a su nieta.

Cuentan que nunca la encontraron, pero hallaron por todo el monte pares de huellas al revés que llegaban juntas a la cima de un cerro. Por eso dijeron que había sido el sisimite come ceniza que se había llevado a la muchacha para siempre.

Tomado del Libro Leyendas, Azoros y Relatos de mi Pueblo de Javier Durón Padilla. Editorial Hibueras. 2005.

Procesión de los Angelones en el Día de Difuntos

En otros tiempos, en los que en la ciudad de Comayagua se celebraban las festividades religiosas con más esplendor y solemnidad que ahora, para el día de Finados, dos de noviembre de cada año, las iglesias enlutaban sus naves con largos cortinajes y practicaban solemnes ritualidades litúrgicas.

Desde las cuatro de la tarde comenzaban en todos los templos, las esquilas de difuntos, las que venían repitiéndose de hora en hora, hasta otro día, al amanecer, en que los Sacerdotes celebraban las tres Misas de difuntos, en un solo acto.

A las siete de la noche salía de la Santa Iglesia Catedral, una lúgubre procesión, por todas las calles de la ciudad, con la Cruz alta y los ciriales, encontrándose en aquellos momentos, la ciudad, triste, fría y azotada por los fuertes aquilones de noviembre.

Un sacristán piadoso, portando una palangana de plata y una sonora campanilla, iba enseñando devotamente, el Santo Rosario, y al mismo tiempo pedía a los fieles de la ciudad, una limosna para las Ánimas benditas del Purgatorio.

Al llegar la enlutada procesión, a cada casa, entonaba a grandes voces el canto monótono y quejumbroso que decían: Ángeles somos que del Cielo venimos a pedir pan para el Sacristán… y entonces, el dueño de la casa, lleno de miedo y tembloroso alargaba su mano, por el postigo de la puerta o de la ventana y daba su limosna.

Entonces los Angelones, agradecidos por la piadosa dádiva para el alivio de las benditas Ánimas, entonaban, con las mismas voces estentóreas, este otro canto: Estas puertas son de cedro y las almas en el cielo…

La procesión de Angelones seguía caminando por las calles, rezando el Santo Rosario y cantando el Miserere, hasta llegar a la puerta de la otra casa, en donde repetían su pedimento de limosna para las ánimas, siempre entonando sus monótonos y quejumbrosos cantos.

Pero si desgraciadamente en aquella casa no respondían o no salían a la puerta o postigo, para dar el pan para el Sacristán, entonces los angelones, airados y con voces estentóreas, entonaban este canto: Estas puertas son de hierro y las almas en el Infierno…

Y mientras la funeraria procesión recorría los tristes y silenciosos barrios de la ciudad, las campanas de los templos, plañideras y dolientes, llenaban los espacios con sus esquilas de difuntos; y el viento de noviembre, tétrico y funerario, gemía sobre los húmedos tejados de esta legendaria y conventual Valladolid.

A las diez de la noche, la procesión de los Angelones hacía su regreso hacia la Catedral, en donde se decían las últimas preces, para el alivio y descanso de las Benditas Ánimas del Purgatorio; y después de lo cual, todos los Angelones se dispersaban, entonando el Ave María, para ahuyentar el Demonio que también deambulaba por calles y plazas, en aquella noche de difuntos.

Después de la procesión de Angelones, y como a eso de las doce de la noche, aseguraban nuestros abuelos, que salía de la derruida y antigua iglesia de San Blas, distante como un kilómetro de la ciudad, la macabra procesión de Ánimas, formada de muertecitos que semejaban muchachitas como de doce años, todas ellas vestidas de largos y blancos camisones, con las cabezas peloncitas y los pies desnudos y amarillentos, los que no tocaban el suelo; pues se les veía caminar como a un pie de la superficie, llevando todas, en las manos, candelas encendidas que despedían luces amarillentas, parecidas a fuegos fatuos.

La primera visita que hacían era al Cementerio, en donde todas las tumbas se abrían, saliendo los esqueletos de los difuntos, quienes se postraban sobre las lozas de sus nichos, con los brazos extendidos en forma de cruz, y entonaban, con voces roncas y destempladas, el Miserere.

Después de estos cantos, salían en macabro consorcio, en procesión por las calles de la ciudad, hasta llegar a los cementerios de los viejos conventos de San Francisco y La Merced, en donde repetían sus salmodias y cantos funerarios, entre esquilas y dobles de campanas de los templos que no cesaban durante toda la noche…

Pero si algún curioso se atrevía a salir o a asomarse a la puerta o postigo de la ventana, en el acto volaba una Ánima Pelona y se le plantaba al frente, dándole una candela que despedía  mortecina luz fosforescente, la que, al tomar en la mano el atrevido curioso, se le convertía en hueso de muerto, por lo que el aterrorizado curioso huía lleno de espanto, al interior de su casa, medio loco y con fuerte frío de calentura.

La procesión de Ánimas continuaba deambulando, entre cánticos de tumbas, dobles y esquila de funerarias campanas y bajo la helada y pertinaz lluvia, hasta el amanecer que cantaba el primer gallo, con lo que, como por encanto, se esfumaba y desaparecía aquella macabra procesión.

Momentos después, las campanas de los templos llamaban a los fieles a oír las tres Misas que los Sacerdotes oficiaban, para alivio y descanso de las benditas Ánimas del Purgatorio.

Fuente: Leyendas y Mitos de las Hibueras. Autor: Ramiro Colindres Ortega. Graficentro Editores. 2000

Roatán, Morat y Barbareta

Por: Jesús Aguilar Paz

Los nombres de estas tres islas, que corresponden al archipiélago hondureño, que constituye el departamento de Islas de la Bahía, antigua Guanajos; según la leyenda, no son de origen indígena, que el primero si lo es, Roatán, ni español, sino que viene del inglés, lo que se explicaría por la usurpación hecha, por Inglaterra en los tiempos de las guerras de España. Bien sabemos que la grandeza de algunas naciones se la deben a esta América, que por medio de España, les remitía su oro constante y sonante, en la compra de efectos comerciales, que la madre patria no fabricaba, por la imprevisión de sus gobernantes, o bien por la piratería detestable.

Pero tratamos de saber el origen de los nombres citados y a ello vamos.

Los primeros piratas que ocuparon la principal de las islas, después de desalojar las guardias coloniales, precisamente se encargaron de recibir a los personajes usurpadores, unos animalitos dignos de ellos, por los roedores: las ratas. Impresionados los piratas por tal acontecimiento, exclamaron: ¡Rat-land!, o sea tierra de ratas, de donde salió el nombre de Roatán.

Desde luego, pronto no cupieron en esta isla y según la pirática costumbre de esa nación, de ocupar toda la tierra, muy luego fueron a dar que hacer a la siguiente islita, hacia el norte. Allí aparecieron a hacerles igual recibimiento, varias bandadas de ratas, por lo que los empedernidos aventureros, asustados, exclamaron nuevamente: ¡More-rats! Es decir, más ratas, por lo que la isla se bautizó con este nombre, o sea, Morat.

No satisfechos, como ya lo hemos hecho constar, dichos aventureros quisieron ocupar más tierras, y los piratas ingleses se fueron a ocupar la isla siguiente, que es la de Barbareta.

Aquí la regla anterior no falló y los congéneres de los piratas, los roedores, salieron prestos a recibirlos, pero en cantidad enorme. Los piratas, que una vez pintó tan justamente su propio paisano, el dean Swift de Jonatán, en sus viajes de Gulliver, asombrados de semejante peste, exclamaron: ¡Barbar-rats!, es decir, barbaridad de ratas, de donde resultó el nombre de la citada isla: Barbareta.

Cansados de ver ratones los piratas, no siguieron por entonces su incursión usurpadora, pero no porque se curaran de su megalomanía dominante, como lo atestigua la historia, pues de las islas hubo que sacarlos a cañonazos limpios, según el Mariscal Matías de Gálvez.

Como se sabe, después volvieron a cometer la necesidad de ocupar nuevamente estas Islas de la Bahía, indisputablemente de Honduras, pero esta última vez fue el General Guardiola, quien los sacó… ¡a sombrerazos!

Tomado del libro «Canasta Folklórica Hondureña» de Eduardo Sandoval. JES Ediciones.

Imaginerías populares de Danlí

El cadejo
Imagen: Lanza del Destino

Por: Darío González

En todas las regiones de nuestro país, existen creencias populares. Danlí no podría ser la excepción; a través de generaciones se ha arraigado en la conciencia del pueblo la existencia de estos personajes que es raro que alguien no sienta temor por la sucia, la chula o los molestos duendecillos.

La sucia

Aparece en noches de luna atrayendo a los hombres lujuriosos a lugares despoblados, donde ser ríe de ellos y les muestra sus senos voluminosos, diciendo tomá tu teta.

La chula

Es un ser misterioso que provoca en los niños un miedo terrible, la chula está en todos lados y siempre está dispuesta a concurrir al primer llamado que se le haga.

El cadejo

Es un cuadrúpedo fantástico de ojos chispeantes, tiene la apariencia de un perro y topetea a los transeúntes que andan a las doce de la noche en cosas no muy santas.

La carreta sin bueyes

En noche sin luna y cuando Danlí carecía de luz eléctrica recorría la ciudad una carreta sin bueyes, el rechinar de sus ejes se oía a lo lejos, lo mismo que el quejido lastimero de almas en pena.

La mano pachona

Aparecía en la Escuela «Pedro Nufio» a los alumnos desaplicados y malcriados; se representa como una mano peluda y aparecía según narraban los escolares cuando menos se esperaba, dándole su merecido al alumno desaplicado.

El duende rojo

Es un hombrecillo de escasa estatura que gusta vestir de rojo, se enamora de las muchachas hermosas que seduce con canciones y promesas; se cuentan en nuestra ciudad varios pasajes de este misterioso hombrecillo que al ser rechazado en sus pretensiones causa un sinnumero de represalias.

Tomado del libro «Danlí en el Recuerdo», de Darío González.