Por Salvador Turcios R.
Cuando se estudie serenamente la personalidad polifacética del general Francisco Morazán, con la mentalidad libre de prejuicios de campanario, sectaristas y miopes, con vistas a la verdad científica, se llegará al convencimiento de que fue un revolucionario insigne que se adelantó muchos lustros, en Hispano América, al triunfo de las ideas madres que estructuran el alma de las naciones.
Hay que tomar en cuenta que al Prócer solo se le ha deturpado por sus enconados adversarios, sin reconocérsele ninguna virtud ni cualidad sobresaliente, lo cual es completamente absurdo ante la luz de la más elemental filosofía, pues es bien sabido que nada es absoluto en la vida, que todo es relativo y está sujeto a los altos y bajos de la apreciación humana, que por cierto no es infalible, pues está expuesta a los vientos de las pasiones, no siendo, por lo mismo, el fallo de los adversarios un veredicto que encierra un sentido justiciero y ecuánime de la enorme personalidad del Gran Reformador americano que bien puede considerarse como uno de los gloriosos precursores del reinado de la verdadera libertad en la América indo-hispana.
Siempre hemos creído que las titánicas luchas del General Morazán, tuvieron como finalidad inmediata el afianzamiento de los ideales positivos de la Independencia Centroamericana, si es que estudiamos un criterio elevado y patriótico ese ciclo fundamental de la historia patria, pues hay que tomar muy en cuenta que el acto cívico del 15 de septiembre de 1821, fue solamente la expresión del sentimiento libertario de una selecta minoría intelectual criolla, en el asiento mismo de la Capitanía General, secundado después por esa misma clase de hombres, pensantes y patriotas, en los centros importantes de población del resto de Centro América, y sin que el pueblo, la inmensa mayoría de la clase desheredada de la fortuna, se impresionara vivamente por un hecho de tanta trascendencia, que no llegaba a apreciar debidamente por el estado de postración intelectual en que lo había mantenido el coloniaje ibérico.
Por eso se ha dicho, y creemos que con marcado fundamento, que la guerra por la Independencia en Hispano América, en general, se hizo entre españoles peninsulares y españoles criollos, por conquistar el poder y el dominio del gobierno de estos pueblos, considerándosele, en tal sentido, como una verdadera guerra civil, en la cual, los nativos, los aborígenes, los poseedores de la tierra, tuvieron que aprender, con el desgarramiento de sus propias carnes, a través de la magna lucha, a rendirle un culto sacrosanto a la verdadera libertad.
La gesta ciclópea del General Morazán, siguiendo este orden de ideas, tuvo, pues, como fin esencial, coronar victoriosamente la obra incompleta de la Independencia, al proclamarse ésta en la forma expuesta, y la cual fue confirmada con su sangre generosa de redentor de pueblos, en el patíbulo apoteósico de San José, en la fecha misma en que aquella fue proclamada, como para hacer más simbólica y eterna su consagración histórica.
Como resultado del triunfo del Ejército aliado protector de la Ley, compuesto de hondureños y salvadoreños, en 1829, tuvo que enfrentarse el General Morazán, en Guatemala, con todos los prejuicios de la Colonia; con todos los vicios que se habían hecho crónicos durante tres siglos de dominación exótica; y, así fue que, el vencedor, que no podía concebirse que fuera originario de una humilde provincia, de una modesta cuna, se le empezaron a formar en su camino triunfal toda clase de obstáculos, toda resistencia, por innoble que fuera, con tal de echar abajo los cimientos de su obra formidable de Libertador; y, así, vemos que se inventaron contra él todos los epítetos hirientes para desacreditarle, como el de «hereje», «tirano, «excomulgado, «anticristo», y otros que, a los oídos de las gentes ingenuas, sonaban como vocablos infernales que infundían en ellas un gran pavor y desconcierto.
La participación del clero era franca y decidida en esta lucha, especialmente del clero español y muy escasamente del criollo, contra el General Morazán, por todas las razones de supremacía que aquel había ejercido durante varios siglos y que, no esperaba abandonar, no obstante los anuncios innegables de las nuevas auroras que empezaban a esbozarse en el seno de una naciente humanidad, surgida por efecto del comercio de las ideas en su marcha incontenible por los cauces infinitos de la renovación y del progreso.
Y, así vemos que, Fray Ramón Casaus y Torres, el aragonés Arzobispo de Guatemala, al enfrentarse directamente con el General Morazán, a raíz de la victoria de éste, surgió, como era natural suponer, el choque inevitable entre las dos tendencias o doctrinas políticas que venían disputándose el predominio en Centro América, y sucedió a esto un estado de cosas que era irremediable en una revolución trascendental que sentó los fundamentos políticos y jurídicos de nuestros pueblos.
Uno de los hechos históricos por el cual se ha criticado acerbamente al Prócer, fue el fusilamiento del Padre Mariano Durán, ejecutado el 30 de octubre de 1838, en el campamento de Fraijanes, después de haber sido vista su causa en tres consejos de guerra y de comprobarse plenamente su participación en la guerra que hacía Carrera, juntamente con otros sacerdotes como Aqueche, Jirón y Lobo, y por haber sido avanzado como combatiente en la sangrienta acción de armas de Villanueva, y no porque el General Morazán fuera enemigo de la religión y del clero, pues entendemos que sería un error lamentable confundir las creencias religiosas con los rudos ajetreos de la política militante, pues no se concibe como correcto que un representante de Cristo en la tierra, se mezcle en las saturnales en que el hombre se ensagrienta las manos por la conquista de cosas temporales y efímeras, que no concuerdan con su apostolado de luz y de redención espiritual.
Por este y otros hechos anteriores, es que bien se explica el contenido del Decreto del Congreso Federal, fechado desde el 2 de mayo de 1832, por el cual se permitió la tolerancia de cultos, «declarando que todos los habitantes de la República eran libres para adorar a Dios, según su conciencia, y que el Gobierno nacional los protegería en el ejercicio de esa libertad»
Bien dice en sus memorias don José Antonio Vijil, en relación con este tópico: «Yo no me propongo defender o juzgar los procedimientos del General Morazán, pero sí creo que era joven inexperto en una multitud de ideas, y muy especialmente en el arte de gobernar; lo cierto es que él jamás volvió a tocar ningún asunto de religión, y que cuando lo asesinaron, porque no puede dársele otro nombre a su muerte, dijo en su testamento que había rectificado sus ideas en la carrera de la revolución, y que muchos clérigos ilustrados y virtuosos seguían sus banderas, siendo pocos y muy pocos, los que le combatían y algunos de ellos que yo conocí y que no miento porque respeto mucho la idea de paz con los muertos, tal vez lo hacían engañados por la malicia de cierta gente que no tiene respeto a nada».
Que era católico el General Morazán no cabe duda, a pesar de las diatribas de sus contumaces deturpadores de ayer y de ahora, pues no otra cosa se deduce de los actos esenciales de su vida, y de los recuerdos íntimos que se conservaron en el santuario de su hogar, y que han trascendido hasta nuestros días, al saberse que él pertenecía a la orden de San Francisco, desde su niñez, y que en la espiritualidad de su culto católico, sin hacer ostentación de ello, no era de extrañarse de que siempre llevara una insignia interior, al lado de su corazón, que bien era una imagen de San Francisco o del Sagrado Corazón de Jesús.
Las creencias espirituales se afirman en los actos trascendentales de la vida de los hombres; y, por lo que hace al ilustre Paladín Unionista, no tenemos más que insertar aquí los siguientes conceptos del señor Vijil, contenidos en su trabajo relacionado, y que hacen luz sobre esta tesis y cuando aquél era prisionero en Cartago:
«Al día siguiente- dice- muy temprano, el quince, nos quitaron los grillos, y cuando estaban incluyendo esta operación, llegó un sacerdote anciano, cuyo nombre no recuerdo, y después del saludo a todos en general, se dirigió al General Morazán, bañado en lágrimas, con una voz profundamente notable, diciéndole, por dos o tres veces, estas palabras: «General Morazán, vengo a ofrecerle mis servicios porque va usted, General Morazán, a comparecer ante el General de los Generales, ante el Héroe de los Héroes, ante el Príncipe de los Príncipes. El General le decía, con su natural afabilidad: Siéntese, señor pero el anciano sacerdote, lleno de dolor y con el poderoso sentimiento de religión, repetía, como dije, aquellas palabras. Se nos mandó salir a don Francisco, a mí y a los centinelas, de donde puede decirse que el sacerdote logró su objeto, y puede también juzgarse, porque salió sin derramar lágrimas y lleno de consuelo».
Este acto prueba, pues, que el Mártir-Libertador, se confesó pocas horas antes de que fuera asesinado, lo que demuestra efectivamente su fe católica, que se comprueba, una vez más, con el testimonio perdurable y trascendental contenido en su testamento -el documento palpitante y fúlgido de su vida procera- al iniciarlo con estas palabras de una sinceridad absoluta: «En el nombre del autor del universo, en cuya religión muero».
El anciano sacerdote que menciona el señor Vijil, y que, entendemos, no podía ser otro, por su jerarquía eclesíastica, que el Vicario Foráneo de Costa Rica, Presbítero don José Gabriel del Campo, residente en Cartago, tuvo el privilegio histórico de escuchar en confesión al Gran Paladín Unionista, cuando éste se preparaba heroicamente para ascender en triunfo épico a la región de una perpetua inmortalidad, sellando así su vida de católico convencido y de Apóstol ecuménico de los ideales redentores.
Tegucigalpa, D.C., 10 de noviembre de 1941
Tomado de diario El Heraldo del 12/09/99, que a su vez tomó del libro «Conociendo la Historia Patria», crónicas históricas, Ediciones culturales del diario «El Cronista, Imprenta Calderón, Tegucigalpa, D.C., julio de 1942.
soy de Mexico,y nsiento una gran fuerza al leer sobre El general Morazan,hombres como el nacesitamos en toda la America,la hiostoria es ee toda Mesoamerica ojala y todos nos despojaramos de los regionalismo, tengo un gran cariño hacia la hiostoria de estas naciones
Si los latinoamericanos guardaramos en nuestros corazones fuerza, valentía y dignidad, recordariamos las ideas de la unión centroamericana y talvés solo talvés tendriamos deseos de ser independientes.