Por Jorge Federico Travieso.
tiene cuarenta colinas,
firmes de pinos al hombro
y banderas de neblina;
cuando DANLÍ se despierta
le cantan con voces finas
un himno de trinos altos
en flautas y mandolinas.
DANLÍ tiene cielo azul
llenito de serafines.
Las iglesias los persiguen
con las torres para arriba,
y cuando dan en el blanco
caen sobre las colinas
los serafines heridos
hechos crepúsculos lilas.
Ciudad de los abolengos,
bien fundada y bien crecida,
un llanto de valses rotos,
te acarician las mejillas
y un apego de blasones
y romances con hombría
te sueña de España antigua
y te baila de cuadrillas.
Ciudad donde la pobreza
juega con la jerarquía
un damero de peones
coronados y vencidos;
en que brilla como nunca
ganadora la hidalguía
sobre frentes ruborosas
y ancianitas de mantilla
¡Ah, ciudad de mis amores!
Cuando la muerte me mire
será por los ojos claros
de tus cuarenta colinas;
más no te diré en qué brazos
pues camino de venida
traía mi corazón
en tres rodajas partido.
DANLÍ de mis ensoñares,
Danlí de las serranías,
Danlí de gallos sonámbulos
y de vacas sin esquila,
fresco de rosas abiertas
y loco de golondrinas,
divino de tres amores
en mi corazón partido.
Espera, espérame, espérame
que ya regreso, en seguida,
para decir un «te quiero»
por el resto de mi vida
un «te quiero» de cristal
en que estarás comprendida
tú, la de mis ensoñares.
¡Mi ciudad de las colinas!
Tomado del libro «Páginas de Oriente» de Federico González C.