Por: Frank Rodríguez
Claro que hay golpes de estado buenos, no todos tienen que ser por definición malos.
Un golpe de estado es simplemente una brevísima guerra civil, en vista de que uno de los bandos tiene las armas y el otro no. Otra forma de verlo es un cambio de régimen instantáneo por la fuerza. Todos estamos de acuerdo en la guerra contra Hitler, en la cual el gobierno de EE.UU. gastó sangre y fortuna por lograr un cambio de régimen de un gobernante que inicialmente fue electo democráticamente, pero que luego se hizo totalitario.
Luego entonces, hay cambios de régimen que se logran por (1) guerras internacionales, (2) guerras civiles o su variante la guerra de guerrillas y (3) golpes de estado, sangrientos o no sangrientos, como el de Honduras.
De estos tres métodos el golpe de estado es el menos violento para lograr un cambio de régimen. Pretender que la única manera de salirse de un tirano es por medios pacíficos y legales va contra toda lógica, ya que el tirano, por definición, opera con violencia y fuera de la ley. No hay manera bonita de salirse de un déspota.
El objetivo del ciudadano de a pie en Honduras es que haya JUSTICIA y LIBERTAD, amén de paz. El vehículo normal para llegar a la JUSTICIA es la LEY, y el de llegar a la LIBERTAD es la DEMOCRACIA.
El ciudadano común y corriente, no los profesores duchos en análisis político, están interesados en que haya justicia: que no se le despoje a nadie de lo que le pertenece, que los inocentes no sean culpados, que los culpables no salgan inocentes, que haya un sitio donde un juez pueda oír una querella civil.
Pero cuando Hitler, Chávez y Zelaya utilizan la democracia para terminar con la libertad, hay que centrarse en la libertad y no en la democracia.
El ciudadano promedio está interesado en que haya libertad: que pueda entrar y salir de su país, que pueda mudarse de casa o de empleo, que pueda meterse en el negocio que desee, que pueda expresar su opinión y ser del partido o de religión que desee.
Y cuando Hitler, Chávez y Zelaya utilizan la ley para negar la justicia, tenemos igualmente que oponernos a ellos.
La única pregunta que queda es si Zelaya era un dictador o no. Teniendo en cuenta lo que sus aliados habían hecho al cambiar las constituciones para perpetuarse en el poder totalitario, y viendo cómo violó la constitución y arrebató por la violencia las urnas con tal de hacer lo mismo, es obvio que se había convertido en dictador. A las pocas horas, los militares lo “desdictadorizaron”, e inmediatamente devolvieron el poder a lo civiles. Siempre actuaron en el marco de la constitución.
Julio, 2009