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Elogio a Medardo Mejía

Por: José María Palacios Mejía

Medardo Mejía

Por: José María Palacios Mejía

Frente a la entrada de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos, en Guatemala, cuando salíamos de una de las actividades del Primer Congreso Centroamericano de Estudiantes Universitarios, que ahí se había celebrado, se encontraba un señor a quien yo no conocía. Uno de los compatriotas que estudiaba en esa universidad, dijo: «es Medardo Mejía». Para entonces no había leído nada de él, pero sí era sabedor de quién se trataba, de su prestigio, de su renombre como escritor, como periodista, como poeta; en especial como un luchador por los derechos de los desposeídos del mundo. No pude dominar la emoción que me embargó, al sentirme frente a aquel hombre que desde muy niño había admirado, por las referencias que de él había escuchado de mi padre y de una tía, que lo conocían. De inmediato, me dirigí a él y saludándolo con la expresión —no sé de dónde me salió— de «hermano», le di un abrazo; con las dos manos me separó, viéndome con sorpresa y casi como con burla, para luego preguntarle a una persona que lo acompañaba, «y éste que me está tratando de hermano, ¿quién es?». Me sentí amohinado; él supo valorar el efecto que en mí había producido su actitud y, en un gesto muy cordial, me tomó del brazo y se interesó en conocer mi nombre, mi lugar de origen, en fin. Así principió una amistad que duró hasta su muerte. Antes de regresar a Honduras pasé a visitarlo en su lugar de trabajo e igual hice al año siguiente (1953), en tránsito hacia Rumanía, en donde tendría lugar otro evento estudiantil. En esta ocasión me obsequió su libro «Arévalo, el humanismo en la Presidencia», primero de su pluma que leí.

Cuando él estuvo de nuevo en el país, después de la caída del régimen democrático del coronel Jacobo Arbenz Guzmán, en la que jugó un papel vergonzoso nuestro gobierno, fui beneficiario de su sabiduría, en las conversaciones en que yo prácticamente sólo escuchaba y preguntaba. Hubo una época en que me llegaba a la Imprenta La Democracia de don «Milo» Ayes, en donde con frecuencia encontraba a Medardo, y era, en realidad, un verdadero deleite y una oportunidad de aprender, escuchar los diálogos en que, con profundidad, abordaban los más disímiles temas, en especial los que hacían relación a los problemas del país, había ocasiones en que se referían a cuestiones jurídicas, entonces, con suma prudencia, me atrevía a meter baza.

El 20 de octubre anterior se cumplieron cien años de haber venido al mundo en San Juan de Jimasque, aldea del municipio de Manto, en Olancho. Con ese motivo, el último número —tal parece que ya no habrá más— de la revista de la Universidad Pedagógica Francisco Morazán que hasta esa edición dirigió el doctor Víctor Manuel Ramos Rivera, fue dedicado precisamente a tan ilustre olanchano. Y, también, la Secretaría de Relaciones Exteriores, con igual motivo, publicó un valioso libro, en el cual, así como en la revista, encontramos parte de su producción, en poesía, narrativa, ensayo, historia. Ahí volví a leer el estudio sobre el maravilloso poema de José Antonio Domínguez, «Himno a la materia»; volví a leer el «Canto a Victoria López», y otros trabajos más. Por primera vez me encontré con el poema a Edgar Allan Poe, con la polémica entre Salatiel Rosales y el padre Augustín Hombach, sobre la teoría del autor de «Origen de las Especies» y de «Origen del hombre». Me impresionó sobremanera su escrito autobiográfico «Refiere, Anisias, el paso de aquel milpero». En cuanto a narrativa, me ha hecho reflexionar «La silla vieja», tanto por el mensaje que contiene, como porque me ha hecho recordar un relato de José Saramago, intitulado «Silla», que aparece en la obra «Casi un objeto». El hondureño nos cuenta que «En el interior de la casa reinaba un silencio grande, grandísimo. A tal grado que dejaba oír el claveteo de la polilla en un libro desencuadernado», el portugués nos habla de que la carcoma (un coleóptero del género hilotrupes o anobium) va royendo el asiento de Antonio Oliveira Salazar hasta que se desploma la dictadura que por treinta y seis años hizo sufrir al pueblo lusitano. Es impresionante ver cómo dos escritores, que en distintas épocas y en situaciones diferentes, teniendo la misma concepción del mundo y de la sociedad, manejan mutatis mutandis una temática similar.

Termino estas líneas haciendo memoria de una anécdota de la cual fui testigo. Durante algunos años tuve el honor de formar parte de la planta de maestros del mejor centro de educación comercial que, así lo creo, ha habido en Honduras, el Instituto Héctor Pineda Ugarte, dirigido por el el licenciado don Gustavo Adolfo Alvarado, maestro y caballero distinguido, respetado y querido por los estudiantes; y no sólo por ellos. Pues bien, la historia que quiero contar es la siguiente; una tarde, a la salida de clases, estábamos Don Gustavo Adolfo, algunos maestros y varios alumnos, en amena conversación, a la entrada del colegio; en esos momentos pasaba Medardo por la otra acera, frente a la Imprenta López, con su andar cansino; el licenciado Alvarado le preguntó a los estudiantes: ¿saben ustedes quién es ese señor? Los muchachos contestaron que no lo conocían; el maestro, entonces, les dijo, con mucho énfasis y en tono admonitorio: «Pues tienen el deber de conocerlo, ahí va el cerebro mejor organizado de Honduras, se llama Medardo Mejía».

Tegucigalpa M. D. C., diciembre de 2007

Tomado de la «Revista de la Academia Hondureña de la Lengua». Enero-junio de 2007.

En el brocal de los sueños

Por: Sara Rolla

Quebradas
las aristas del río
me instalé
en el brocal de los sueños.

Helen Umaña

Soy, aclaro, una decidida enemiga del biografismo. Sin embargo, hay circunstancias claves en ciertas vidas que no se pueden soslayar. En el caso de Helen Umaña, se trata de la marca definitoria del exilio.

Es necesario, por lo tanto, mencionar de entrada que Helen nació en Honduras, pero siendo muy niña su familia debió emigrar a Guatemala porque su padre era un ferviente opositor de la dictadura cariísta. En ese país creció, se educó y formó, con Francisco Aguilar, una bella familia con cuatro hijos. Pero el destino de su padre —además de su digna y valiente conducta cívica— habría de repetirse en ella, invirtiendo el itinerario. La infame «guerra sucia» la obligó a principios de los 80, a emprender, sola, el regreso a su tierra natal, que practicamente desconocía.

De esa experiencia dejan constancia muchos versos de su poemario Península del viento. Por ejemplo, «Exilio», que apela a la consagrada metáfora kafkiana para testimoniar su doloroso extrañamiento:

En el nuevo espacio,
Gregorio Samsa
renace cada día.
(p.29)

Conoce la soledad a fondo:

Toqué los muros del silencio
y en carne viva me comió la soledad.
(p. 50)

Vive, en fin, su «temporada en el infierno»:

Pasé los nueve círculos.

Dejé el polvo de mis huesos
en la espiral hacia el abismo.
(p. 57)

Pero, poco a poco, esta tierra la fue reconquistando. Percibió que la realidad social y humana era, en el fondo, la misma («El mismo dolor/ el mismo cielo indiferente.», p. 58). Surgieron lazos afectivos que paulatinamente fueron neutralizando la angustia inicial. Y en ese proceso, juega un papel esencial su vocación. Descubre la literatura hondureña, un territorio por entonces casi inexplorado por la crítica, y empieza su vasta labor ensayística en esta especialidad (al principio, terapia; luego, obsesión).

Poco a poco se va adentrando en las letras de Honduras, con «densidad conceptual, rigor analítico y afán comunicativo» (Ramón Luis Acevedo), a lo que se agrega «la finura de su estilo» (Humberto Senegal). Primero, lo hace a través de ensayos independientes, a veces agrupados por lazos temporales o de género (Literatura hondureña contemporánea, Ensayos de literatura hondureña, Narradoras hondureñas, Francisco Morazán en la literatura hondureña). Después, siguiendo un criterio historiográfico que, unido a la sistematización genérica, la lleva a ofrecer, paulatinamente, lo que considero las piezas de una vasta y completa (y tan necesaria) Historia de la literatura hondureña (Panorama crítico del cuento hondureño, La novela hondureña y La palabra Iluminada). A todo ello se suma el esfuerzo didáctico por difundir las letras nacionales, plasmado en Literatura hondureña (textos escogidos), una selección de obras representativas de los distintos géneros acompañada de guías de aprovechamiento, y su reciente antología de microrrelatos titulada La vida breve. Asimismo, trabaja, desde hace tiempo, sobre la literatura infantil de Honduras y tiene proyectado ocuparse del teatro.

Claro que dejamos de mencionar tantas otras luchas quijotescas de Helen (usando el adjetivo en su dimensión más luminosa), traducidas en revistas, suplementos periodísticos, página web, charlas, talleres, etc. Todo esto, a lo largo de unos veinticinco años, en que Helen, ya irreversiblemente enamorada de este suelo y su gente, ha repartido su vida entre sus dos patrias, cruzadora incansable de la frontera con un posible record Guinness. Siempre añorando el regreso al hogar y siempre postergándolo en aras de la culminación de ese titánico y solitario trabajo. Tratando de compaginar su labor docente con la investigativa. Aferrada a ese obstinado esfuerzo lleno de dificultades y carente de apoyo institucional, pero cuyos resultados poseen un valor cultural e histórico inestimable.

Helen ha ejercido en Honduras —dentro y fuera de las aulas— un magisterio de una proyección enorme. Digna, perseverante y sensible, invaluable como persona y como intelectual (dos categorías que no siempre corren parejas), hace honor a esa denominación —en realidad, divisa— que preside su correo electrónico: helenhumana.

Nota: las citas de poemas corresponden a: Helen Umaña, Península del viento. Guatemala, Letra Negra, 2004.

San Pedro Sula, marzo de 2007

Tomado de la «Revista de la Academia Hondureña de la Lengua». Enero-junio de 2007.

Datos curiosos sobre Manuel Zelaya Rosales

  1. Su nombre completo es José Manuel Zelaya Rosales, pero es conocido en Honduras como «Mel Zelaya». El nombre José se omite por ser extremadamente común.
  2. El padre y abuelo de Manuel Zelaya llevaban su mismo nombre: José Manuel Zelaya.
  3. En Olancho, el abuelo de Manuel Zelaya era conocido como «Melón», el padre como «Mel» y él mismo como «Melito».
  4. El padre de Manuel Zelaya era derechista, simpatizaba con los regímenes militares, y prestó su hacienda para el asesinato de un grupo de campesinos (masacre de Los Horcones). Estuvo un tiempo en la cárcel y fue liberado por un indulto de la Asamblea Nacional Constituyente.
  5. Manuel Zelaya asegura ser ganadero, pero en realidad se dedicaba como su padre a cortar madera: era un maderero.
  6. Manuel Zelaya asegura ser originario de Catacamas, Olancho, pero en realidad es de Lepaguare, Olancho.
  7. Olancho es una región de Honduras a la que algunos comparan con el Viejo Oeste norteamericano, pero que tiene influencia del folklore mexicano.
  8. La música preferida de Mel son las rancheras, y aprendió a tocar la guitarra desde joven. Él ha hecho de su bigote, el sombrero stetson y las botas tejanas parte de su identidad.
  9. Zelaya empezó a estudiar ingeniería civil, pero pronto se retiró. Nunca culminó una carrera universitaria.
  10. Zelaya se casó con una prima en segundo grado: Xiomara Castro. Fue un matrimonio arreglado. Su suegro tiene nombre de mujer: Irene.
  11. Zelaya empezó su carrera política como miembro del Partido Liberal, de tendencia algo conservadora. A Zelaya nunca se le conoció como un político de izquierda hasta que estuvo en la presidencia.
  12. Zelaya, siendo diputado del Partido Liberal en los años 80, se opuso a las pretensiones continuistas del presidente Roberto Suazo Córdova, y se solidarizó con el narcotraficante Juan Ramón Matta Ballesteros cuando éste fue expulsado ilegalmente del país.
  13. Zelaya fracasó en su primer intento por obtener la candidatura presidencial del Partido Liberal. El movimiento interno que él presidió se conoció como Movimiento de Esperanza Liberal (MEL).
  14. Mel dijo en diario La Tribuna que le gustaría reencarnar en un potro olanchano.
  15. Zelaya, siendo presidente, iba a las ferias de los pueblos, y desfilaba en ellas montado en su caballo Coffee.
  16. Zelaya es aficionado a las motocicletas Harley Davidson.
  17. Relación con Micheletti: Antes de iniciar su gobierno, Zelaya gestionó para que Roberto Micheletti fuera presidente del Congreso. Micheletti fue el que le impuso la banda presidencial a Mel. Zelaya también apoyó a Micheletti en su aspiración de ser candidato presidencial.
  18. Zelaya apareció comiendo melón en CNN, para desmentir problemas fitosanitarios.
  19. Siendo presidente de la República, Zelaya se auto-nombró gerente de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica por corto tiempo.
  20. Zelaya entregó a los militares la dirección de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica por corto tiempo.
  21. Zelaya dio de que hablar con sus extravagancias durante su gobierno: cantaba acompañado de su guitarra en reuniones políticas, les dedicaba canciones a sus críticos, voló en un avión F5 por diversión, cantó con los Tigres del Norte, y estuvo a punto de ahogarse al sumergirse en traje de buzo en el mar.
  22. Hugo Chávez bautizó a Zelaya como «comandante vaquero» en la ceremonia de adhesión al ALBA en Tegucigalpa.
  23. Zelaya ordenó que cuidaran a un burro en la casa presidencial para regalárselo a un cacique indígena. Él bautizó al burro como «Palmerolo», haciéndo referencia al aeropuerto Palmerola de Comayagua.
  24. Zelaya ordenó que los militares construyeran el nuevo aeropuerto de Palmerola.
  25. Zelaya olvidó el Padre Nuestro mientras rezaba en público por un un periodista secuestrado.
  26. Se dijo que habían sacado en pijama a Zelaya en el golpe de Estado, pero en los videos se puede observar que usaba una camiseta blanca con cuello en forma de V sobre una camiseta gris. Los militares dijeron que él había salido con su vestimenta normal.
  27. Antes del golpe de Estado, en las frecuentes cadenas nacionales que convocaba, Zelaya daba la impresión de estar drogado.
  28. Al principio del golpe se dijo que Zelaya había firmado una carta en la que renunciaba a la presidencia por problemas de salud mental. Zelaya negó haber renunciado.
  29. Zelaya le dijo a Obama que si él tenía la voluntad, lo podía restituir a la presidencia en cinco minutos. Obama respondió que «él no podía apretar un botón y restituir a Zelaya».
  30. Después del golpe se descubrieron unas estatuas que Mel había mandado a hacer de sí mismo.
  31. En una asamblea de la ONU Mel se refirió al primer ministro de España como «Felipe Rodríguez Zapatero», cuando su verdadero nombre es José Luis Rodríguez Zapatero.
  32. En una visita a México, Zelaya dio a entender que el presidente legítimo de México era Andrés Manuel López Obrador, aunque luego trató de negar lo dicho. Después de ser recibido como jefe de Estado, la manera en que se le sacó de México fue un tanto vergonzosa.
  33. Unos meses después del golpe, Zelaya entró secretamente en Honduras y se refugió en la embajada de Brasil, con la esperanza de iniciar una revuelta popular que lo retornara al poder, pero fracasó en su intento, por falta de apoyo popular. El presidente electo después del golpe, Porfirio Lobo, decidió sacarlo de su encierro por medio de un salvoconducto.
  34. Durante su encierro en la embajada de Brasil, Zelaya llegó a imaginar que lo atacaban con gases tóxicos, y que utilizaban tecnología israelita para torturarlo psicológicamente por medio de vibraciones de alta frecuencia.
  35. En su exilio en la República Dominicana los gastos de su estadía corrieron por cuenta del gobierno anfitrión. Zelaya pasaba los días tocando guitarra, jugando ajedrez y navegando en Internet.

Las narraciones del Ing. Pompilio Ortega acerca del Padre Subirana

Principia el Ing. Ortega con “El Misionero”, en el que afirma: “Tenía que suceder”, dicen las viejecitas. “Así lo anunció El Misionero”, sin admirarse de lo que ven, pues aseguran que todo lo que sucede fue profetizado por él, y que todo cuanto dijo era la purísima verdad…. Este hombre tenía un poder de atracción extraordinario y por muchos motivos puede colocársele entre los humanos de espíritu vidente, que tienen el don de profetizar y adivinar lo que ha sucedido…”

Entre las historias cuentan las siguientes:

“El Misionero y Ña Leona.”

Esta señora había seducido a un hombre casado, con quien vivía maritalmente en Opoteca, Depto. de Comayagua. Al llegar el Misionero, ella se alejó del lugar… Cuando iban para otro lugar el Misionero dijo a los acompañantes: “tened cuidado, que pronto nos encontraremos con una pantera: es una leona”. Por la vuelta del camino vieron asomar a Ña Leona, que venía de huir. Allí viene, dijo el Misionero, y se quedó en silencio hasta que ella estuvo cerca. “Mujer, le dijo: no mal te pusieron Leona”. La señora le pidió perdón. “Anda, le dijo, devuelve su marido a aquella mujer y su padre a aquellos hijos”.

“El Misionero y el hechicero”.

En el pueblo de Ojos de Agua, Depto. de Comayagua, había un hombre a quien todos temían porque practicaba la Magia Negra y era hechicero en toda forma. Dicen que iba a la iglesia a solas para cortar pedacitos a la piedra de Ara; que se hacía lechuza, coyote y hasta hormiga; era, en una palabra, el terror de aquellas sencillas gentes… Gracias a la intervención del Misionero, el viejo dejó las hechicerías.

“Profetizó la venida de extranjeros”.

“No pasarán cincuenta años”, les decía, “sin que este bello país de ustedes sea invadido por extranjeros de todas las naciones de la tierra: los sajones, los chinos y los judíos serán los primeros. Aseguren sus propiedades ejidales para que siempre tengan donde trabajar en común; porque los dueños de los terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Uds. se descuidan, por la facilidad con que viven, pero día vendrá en que todo será distinto; necesitarán mucho dinero para sostener la vida, y eso lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del extranjero. Trabajen y dejen los vicios para que no vallan a perder su bella tierra”.

“El Misionero y los Indios”.

Donde fue verdaderamente admirable el Misionero, fue en la región de Yoro y Olancho, con los indios xicaques y payas. Por miles bajaban hombres, mujeres y niños a donde él estaba, para ser bautizados. Unos decían que venían a donde él porque habían soñado, otros porque lo habían adivinado, otros porque veían a sus amigos venir hacia él, y así por el estilo.

El misionero les enseñó a vestirse, a leer y a creer en Dios. Cuentan que cuando quiso bautizar al cacique Cohayatlbol, éste y el sacerdote tuvieron una larga discusión. El cacique le decía que a él le convenía creer en Malotá (Dios del Mal) mas que en el Dios de los cristianos, porque el primero nada le prohibía, mientras que el segundo le restringía sus derechos. El Misionero hizo que le diera un fuerte dolor de cabeza y después le preguntó: ¿Te ha dolido la cabeza alguna vez? —En estos momentos me duele más que nunca, dijo el cacique—. Si te dejas bautizar, agregó el Misionero, ese dolor se te quitará inmediatamente. Cohayatlbol se admiró tanto de aquel milagro, que le dio permiso para bautizar a toda su gente. Esto sucedía en las proximidades del nacimiento del río Cuyamapa. En un bello paraje al pie de las montañas de Pijol: extensas sabanas verdes, pinares espesos combinados con los bosques de liquidámbar; todo fragante, fresco y vivificante. En este lugar se encuentra la aldea de Subirana, para cuyos habitantes el recuerdo de aquel hombre constituye la mejor página de su historia.

EL MISIONERO CASTIGA A UNA MUJER DESNATURALIZADA

Terminada la misa, pues no hubo sermón, llamó a una señorita de aquel pueblo por su nombre. “Fulana de tal pase a las gradas del altar”, dijo el Misionero, sin bajarse del púlpito. Esta obedeció. El Misionero dijo a los fieles que lo siguieran y toda la procesión se dirigió a unos cerros vecinos; llegando por fin a un sitio pedregoso… El Misionero, dirigiéndose a la desfallecida mujer, le dijo: “Levanta esa piedra”. La mujer no podía levantarla… El Sacerdote le dijo: “Ayer tuviste fuerza para colocar esa piedra donde está y hoy no la puedes levantar, haz un nuevo impulso, pues Dios quiere libertar tu conciencia y salvar a este pueblo de un gran peligro”.

La mujer levantó la piedra, bajo la cual estaba enrollada una enorme culebra. Tómala en tus brazos, dijo el terrible juez… Tan pronto como el diabólico animal estuvo en sus brazos, levantó la cabeza que se prendió en uno de los pechos de la señora.

“Todos a la iglesia”, dijo el Misionero y entonces la procesión fue encabezada por la señora que amamantaba la serpiente. Cuando estuvieron de regreso, el padre ordenó a la señora que colocara la culebra en una esquina del templo, y principió un sermón en el que condenaba la conducta de ciertas mujeres que por salvar efímeras apariencias sociales, asesinan a los hijos… Al terminar, se dirigió a la señora en estos términos: “Toma tu hijo. Vete a darle sepultura en el lugar donde se entierra a los cristianos y da gracias a Dios, que por mi medio te has librado de la vida de amargura que te preparaba tu conciencia”. La estupefacción fue general cuando al dirigir las miradas hacia el lugar donde habían colocado la culebra, vieron a un niño con moretes en la garganta, estaba muerto, manos infames lo habían estrangulado…

“El Misionero en Esquías”.

Llegó a hospedarse en casa de Escolástica Flores. A poco de haber llegado, llamó a la señora y le dijo: “Tu hija Clara ha sido invitada para un baile esta noche, ¿verdad?”. Sí, señor, contestóle Escolástica. “Pues no la dejes ir”, terminó el Misionero. La muchacha fue al baile, sin que lo notaran. El Misionero le dijo a la señora Flores: “Prepárate para entre nueve meses”, y así fue.

El Misionero y la Legión.

En una ocasión dijo a los habitantes de Esquías, que en aquel lugar había una legión de espíritus malos; que era necesario hacer una plegaria general para conjurarla, que todos los vecinos fueran a la iglesia al siguiente día. En el momento en que el Misionero hacía la imprecación, oyeron un ruido semejante al retumbo de un volcán que hace erupción y se sintió un fuerte temblor de tierra…; pero a una palabra del Misionero todo quedó en calma…

“Apersoga una mujer en la plaza”.

Existía en aquel pueblo una señora casada que había abandonado a su marido para irse a vivir en concubinato con su padrastro. El Misionero la mandó a llamar, y como ella negara lo que hacía, dando muestras de disgusto y falta de respeto, el Misionero la mandó apersogar en el centro de la plaza, diciéndole: “Bestia humana, así permanecerás esta noche, y ya verás lo que está reservado para todas las de tu clase”. A eso de la media noche se desató un huracán horroroso… Al día siguiente vieron a la mujer, ya sin el lazo, dirigirse a casa de su marido, sin explicar a nadie lo que había visto en aquella horrible noche.

“Como aquél que multiplicó los panes”….

En la aldea de Rancho Grande, entre Esquías y El Espino, existía el rancho público más grande de la vía. Al llegar a este lugar el Misionero, quien por mucho tiempo fue asistido por el señor José de la Cruz Hernández, vecino de El Espino (San Jerónimo, Depto. de Comayagua), oyó que éste le decía: ¿Qué haremos con toda esta gente en este lugar donde no hay dónde comprar comida? —“¿Qué tienes en la cocina nuestra?”, le preguntó el Padre. “Nada más que un poco de arroz”, replicó el cocinero. “Pues ponlo a cocer y les das”, y continuó aquél, al parecer ignorante que el arroz no era más que unas cuantas puñadas. El cocinero lo puso a cocer, y todos comieron, sin que faltara para nadie.

“El novio que intentó engañar al Misionero”.

Lo que era de cajón en cada lugar donde el  Padre Subirana llegaba, eran los casamientos. Ruedas interminables de contribuyentes, viejos y jóvenes… El ciudadano Domingo Cruz, abuelo materno del profesor Augusto Urbina, formaba parte de una interminable rueda de aspirantes a matrimonio, en Sulaco. Contaba el señor Cruz que al llegar con la vista hasta donde cierto sujeto, le dijo: “Esa no es la que será tu esposa, anda y entrega esa niña a sus padres y vuelve mañana con fulana de tal, a quien debes tomar por esposa. ¿Qué creías que iba a hacer ella para criar esos cuatro hijos que con ella tienes? El mencionado sujeto obedeció.

“La ciudad subterránea”.

A muy avanzada edad murió hace pocos años don Francisco Durón, hijo de don Lucas, el mismo de los Guacos. Contaba don Chico que su padre había ido con la comitiva de cueveños, hoy trinitecos, a dar un paseo por una ciudad subterránea cuya entrada se abría al lado norte del cerro Casque, invitado por el Misionero Subirana. (En el Depto. de Comayagua).

“Admirables consejos”.

Lo primero que el Misionero Subirana hacía al llegar a un pueblo, era aconsejar a sus habitantes que permanecieran en él, si le parecía situado en un buen lugar, o que le abandonaran si adivinaba un futuro peligroso. Muchos pueblos se cambiaron de localidad y otras tantas aldeas se fundaron por su iniciativa.

La muerte del misionero

Para morir, el Misionero Subirana escogió la casa de un enemigo suyo. Cuentan que en las proximidades de Santa Cruz de Yojoa, vivía un hombre para quien el nombre del Misionero era una continua pesadilla. Siempre hablaba mal de él y terminaba diciendo: “Le odio, le odio; si le viera de cerca acabaría con él”.

El Misionero dijo a sus indios que les dejaría porque ya se acercaba el fin de su vida y le faltaba que hacer una conquista. Ellos lloraron su ausencia por largo tiempo.

Llegó a la casa de su gratuito enemigo, y en cuanto lo vió, lo llamó por su nombre, diciéndole: — “He escogido tu casa para pasar los últimos momentos de mi vida sobre la tierra, que por cierto ya están muy cerca”. El hombre olvidó completamente su odio y prodigó al Misionero toda clase de atenciones.

“La Fuente de Subirana”.

El último milagro que hizo estando en esta vida aquel hombre extraordinario, fue cerca del lugar donde murió en El Potrero de Oliva. Cuentan que el antiguo enemigo en cuya casa se hospedaba, se disgustó por la aglomeración de gente en su casa, especialmente porque el agua les quedaba lejos. Al notar eso, el Misionero le dijo: “No te apures por eso, que de dejaré una fuente aquí cerca de tu casa”, y saliendo al campo, escarbó el suelo con el dedo y de allí brotó una fuente de agua… Es la Fuente de Subirana….

“Palabras y Sonrisas, una semana después de muerto”.

Cuando su última hora fue llegada, dijo al nuevo amigo que su deseo era que su cuerpo fuese enterrado en la iglesia de la ciudad de Yoro. Una inmensa procesión de indios vino de todas aquellas montañas a cargar los queridos restos. Cinco días duró el viaje y era sorprendente la liviandad del ataúd. A pesar de que esto sucedió en la época de lluvias ni una gota de agua cayó donde ellos iban; los aguaceros caían a su alrededor, pero nunca sobre los que lo llevaban, y el cuerpo del Misionero, en vez de descomponerse como los otros humanos, despedía un perfume de rosas. Entre llantos y frase cariñosas, entró aquella procesión fúnebre en la iglesia de Santiago de Yoro. El cura de la parroquia hizo abrir el ataúd para ver por última vez el rostro de aquel hombre maravilloso, dando en sus labios inertes un suave beso de despedida. El Padre Subirana abrió los ojos y con una sonrisa en sus labios yertos, le dijo: “Siete años después de haber depositado mi féretro en esa fosa abrirás mi sepulcro y encontrarás un tesoro”. Y cerró sus ojos azules, esta vez para siempre.

“Guacos en una procesión funeraria”.

La parte cómica en las tradiciones que con tanta veneración recuerda nuestro pueblo acerca del Misionero Subirana, la forman las inevitables orejeadas que daba a los amigos de la Magia Negra. “Mi tata quien sabe que tenía, no ve que él fue uno de los que orejeó el Misionero, por brujo, y eso de los guacos en su entierro, nada que me ha gustado”. Este era el epílogo de un cuento que una buena señora contaba a mi madre, cuando yo todavía era un muchacho.

“A principios de este siglo [XX] murió en el caserío de la Meseta (La Trinidad, Depto. de Comayagua) un anciano a quien yo conocí… Desde que don Lucas entró en el período de agonía, principió a reunirse gran número de guacos en la arboleda vecina, poniendo una nota casi tenebrosa con su agorero canto: “ya ca-bó…… Ya ya ya cabó”. Aquellas aves no se retiraron hasta que salieron con el difunto para enterrarlo en el cementerio de pueblo, y los guacos volando de rama en rama acompañaron la procesión fúnebre, o mejor dicho formaron otra que en vez de caminar por el suelo, volaba por el aire, y los macabros graznidos no cesaron hasta que el difunto fue cubierto de tierra… El guaco nuestro es el mismo Yacabó del Orinoco, especie de gavilán….

Fuente: Patrios Lares, por Pompilio Ortega. Visto en El Misionero Español: Manuel Subirana, de Ernesto Alvarado García. 1964.

Pompilio Ortega

Nació en La Libertad, Comayagua (1890), falleció (1959). Autor de: Nociones de agricultura. Tegucigalpa, 1921, El cultivo del café en Honduras. Tegucigalpa, 1946, Patrios lares. Tegucigalpa, 1946, y numerosas cartillas relativas al cultivo del cafeto. De acuerdo a José Reina Valenzuela, «dedicó sus estudios no solo al agro hondureño sino a recopilar sus tradiciones y leyendas, recogiendo pacientemente la música nacional en pueblos y aldeas para formar el alma musical de nuestro folklore».

Tomado de «Diccionario de Escritores Hondureños». Mario R. Argueta. Editorial Universitaria. U.N.A.H.