Por: Enrique Ortez Colindres
Anteproyecto.
Un día, en París, me puse a reflexionar sobre mis orígenes y, se me vino la idea de escribir algo sobre mis antepasados oriundos del departamento de Olancho, uno de los más grandes de la República de Honduras y, destacar algunos rasgos característicos y sobresalientes de su personalidad.
Habiendo nacido de madre olanchana y en las pródigas tierras de Olancho, he convivido con su gente la mitad de mi vida, parte de la escuela primaria (4 años), en la escuela Manuel Bonilla, tres años de mi secundaria en el Instituto La Fraternidad, y unos 30 años ya en mi edad adulta, frente a un proyecto agrícola en el Valle de Ulúa, jurisdicción del municipio de Silca.
En ese largo camino recorrido he podido captar una serie de rasgos característicos de los habitantes de este departamento, que como los tejanos en Estados Unidos, tienen un especial carácter e idiosincracia, los cuales trataré de referir para dejar plasmado el boceto o retrato de este hondureño que, a veces siento ha hecho de su departamento otra Honduras.
Nuestro país desde la época colonial no ha podido integrarse, por una serie de circunstancias adversas, entre ellas la falta de una adecuada infraestructura. Para cualquier observador que haya permanecido un tiempo con nosotros podrá darse cuenta que existen cuatro Honduras en una: 1. La Honduras bananera que cubre la costa norte y los principales departamentos, (Cortés, Atlántida, Yoro y Colón), 2. La Honduras parásita, que está representada por el departamento de Francisco Morazán, sede del gobierno, y cuya principal industria es la política. 3. La Honduras foránea, que es la parte occidental, Copán, Ocotepeque y Lempira, adonde ha tenido más influencia El Salvador y Guatemala sobre esos departamentos que nuestras propias autoridades, y adonde ha circulado más el Colón y el Quetzal que el Lempira, y que no incluye Choluteca ni Valle, que es un enclave pacífico aparte, y 4. La Honduras de nadie, que la conforman Olancho y Colón, que por su falta de vías de comunicación adecuadas, su extensión superficial y su escasa población, la han hecho por varios años mantenerse desconectada del gobierno central y de sus planes de desarrollo.
Razas.
Racialmente, el olanchano es una mezcla de varias razas, el ladino con indio, mulato, india con negro, zambo. Le pregunté a mi mujer que otra raza podía existir, para el caso india, y me dijo: “Decíme uno”. Y honestamente no le pude contestar, pues en efecto todos tienen el pelo musuco. Existen varias tribus de otras razas como son los payas, por el lado de San Esteban, los tawankas en Krausirpi, en el triángulo que forman Gracias a Dios, Colón y Olancho; en Occidente los Mayas y los Lencas; en el sur los Chorotegas y los Pipiles; y los llamados negros, de los cuales se recibían procedentes de la isla de San Vicente; y de indios de Venezuela y de Brasil, los llamados garífunas, en Sambocreek en Atlántida, en La Nueva Armenia,La Masica, Ceibita, San Juan Tornabé y Punta de Sal en Tela, y Cristales en el departamento de Colón, cerca de los cerros Capire y Calentura.
Los mulatos que habitan principalmente en los municipios de Concordia, Silca y Salamá, hicieron su hábitat en el sitio del Murciélago y en el Valle de Lepaguare, Olancho, provienen de una embarcación negrera que se dio vuelta en la costa norte cerca de Trujillo, y al desear salvarse se internaron en la selva de Colón y después pasaron a Olancho, adonde los ocuparon después para la extracción de metales, principalmente en las minas del río Guayape y en Agalteca.
Para vivir en Olancho.
Mi abuelo, el abogado Néstor Colindres Zúñiga, era olanchano de cepa originario de Concordia. Su padre se llamaba Juan Colindres, y su madre Petronila Zúñiga. Mi bisabuelo don Juan se ganaba la vida llevando a Guatemala, con posterior destino a Cuba, partidas de ganado, y esa fue la razón para que mi abuelo, el abogado Colindres Zúñiga, estudiara su carrera de Derecho en la Universidad de San Carlos de Borromeo. Fue un magnífico profesional del derecho y su tesis versó sobre el Espíritu de las Leyes de Montesquieu.
Mi abuelo me decía que si quería vivir en Olancho debía respetar tres importantes reglas: a) No le toques la mujer a un olanchano, b) no le debas un centavo y c) no le traspases un hilo de alambre. Y yo le he agregado una más a mis hijos: e) no bebas con los olanchanos.
Medidas.
En Olancho las distancias solían medirse por jornadas a caballo, lo que da origen a la “caballería”, que si es antigua arroja 64 manzanas, y si es moderna tiene 50 de ellas. Cuentan que para medir los grandes sitios un jinete montado en su corcel encendía un puro, y cuando éste se le terminaba concluía su jornada, y ello equivalía a su vez a una caballería de tierra.
Se debe tener cuidado cuando se piden direcciones, puesto que gran número de sus pobladores no saben diferenciar el kilómetro, la legua y especialmente las medidas métricas. Ello se debe a la influencia española que colonizó el país y el departamento. Me contaba para el caso un auténtico olanchano, Manuel Zelaya Ordóñez, “Melón”, que una vez viajando por la zona de los payas se le accidentó su caballo y tuvo que “echarse la montura al lomo”, y al encontrar a uno de estos olanchanos tribales, le preguntó que dónde quedaba el pueblo más cercano, y aquel le dijo que a unos 4 kilómetros de distancia. Me refería “Melón” que después de haber caminado con la pesada carga unos diez kilómetros aún no encontraba el pueblo, el que vino a encontrar como a los quince kilómetros de camino. Días después “Mel” volvió a pasar ya en su cabalgadura y encontró nuevamente al Paya que le había dado la dirección, y al verle le reclamó que si no se había equivocado al darle sus cálculos sobre la distancia, comentándole que si no serían “leguas” en vez de kilómetros la verdadera distancia o la lejanía a la que se refería, y el informante cuando escuchó pronunciar la palabra “leguas” le respondió: “de esas, de esas fue que le dije”.
Moneda de pago.
Por otra parte, el olanchano es sumamente desconfiado y muy cuidadoso con lo que dice. Para el caso, si viene de cortar café de la montaña, y ha sacado en el corte unas mil latas, y usted le pregunta que si tiene cafetal y que cuánto le produce, él le contesta: “Sí, tengo unos granitos”. Si para el caso le pregunta a un hacendado que si tiene ganado, le responde: “Sí, tengo unos centavitos”. El olanchano cuando hace operaciones de compraventa de café, ganado o grano, anda los billetes doblados en dos en la bolsa de adelante, y menciona los colores de los billetes que usa, porque sus transacciones solo las hace con billetes de cien o de cincuenta. Jamás un olanchano le va a pagar por un torete con una cantidad que termine en veinte, diez o cinco.
Pasión por las armas.
La mayor ilusión de un olanchano —desde que es un mozalbete— es cargar un arma, ya sea colgada, por fuera o camiseada. Su arma preferida es el revólver 357, y el mayor piropo que alguien le puede echar cuando se la ven es decirle: “¡Qué mazo el que carga compañero!” o “¡Qué bruta la que carga!”. O si lo quiere alegrar coméntele: “¿Qué marca es ese nudo de ocote que carga?” o “Enséñeme esa libra de moho”. Otra de sus armas preferidas en sus orígenes y para el olanchano humilde es el machete, destacándose entre ellos el más largo, se usó tanto en los combates cuerpo a cuerpo en una aldea del departamento, entre Catacamas y San Esteban, que se llama “Guaricamo”, que llegó a ser sinónimo de machete bien afilado, como lo que sucedió con las navajas de rasurar “Gillettes”, que se hicieron sinónimo de hojas de afeitar. Cuando el olanchano puede adquirir su revólver, sino es 357 por ser muy caras, prefiere comprar una 38 especial Smith & Weston, la prefiere “marcar vieja”, y para comprarla le hala el martillador, le aprieta el gatillo con el dedo puesto sobre aquel para que no se vaya o percuta de una sola vez y se la pone junto al oído para escuchar con atención si se oyen los tres “tics” de sus engranajes, lo que les indica que el revólver está nuevo o no está gastado.
Patriotismo o provincialismo.
Muchos de los olanchanos creen que Olancho no es su departamento, sino su patria, y sienten mucho orgullo de haber nacido en las pampas olanchanas. Mi madre para el caso, cuando tuvo sus tres hijos: Rosario, Gustavo y el que escribe, los fue a tener a Juticalpa. Hay otros hondureños que llevan a sus mujeres a parir a los hospitales de los Estados Unidos para poder ostentar después la nacionalidad americana.
En tiempos del famoso coronel Padilla, en la década de los 70’s, al entrar al departamento de Olancho por la carretera que viene de Tegucigalpa, se podía leer un gran rótulo que decía: “Bienvenido al libre y soberano territorio de Olancho”. Sobre este original sentimiento patriótico me contaba el coronel Rafael Aguilar Cerrato, quien fue por muchos años cónsul de Honduras en Hamburgo, que una noche transitando por los muelles de este famoso puerto, oyó en un bar por el que pasaba varios disparos, y que al sonar el último también escuchó un grito que decía: “¡Viva Olancho hijos de la gran puta!”. Hace tanta gala de su orgullo y valentía, que antes cuando alguien llegaba a un restaurante o a un bar, y se veía que entraba a su vez un olanchano, se escuchaba decir: “Vámonos que aquí ya se va armar la de San Quintín”. Ya que un olanchano con tragos se vuelve pendenciero. Si cuando alguien está tomando sus cervezas o su flor de caña no le habla al entrar, éste dice: “¿Porqué no me hablás?”. Y si le habla, éste le responde: “¿Y a vos qué te pasa?”. En tal forma que si uno enchuta pierde y si no enchuta también.
Ha llegado a tal extremo el comentar este valor que según algunos, cuando quieren molestarles ya no existe o no lo poseen, que cuando existió en Catacamas el famoso hermafrodita llamado “La Chantal”, para hacerle burla a los olanchanos que de estos y de su valor ya solo había quedado la leyenda, puesto que la fama de un hombre de Olancho se había venido abajo cuando decidió definirse por ser mujer en vez de hombre. En una ocasión oí este tipo de comentarios hechos en sorna y burla a un olanchano amigo originario de la aldea de Jimasque del municipio de Manto, y éste respondió a los hirientes comentarios: “Oiga amigo, nosotros los olanchanos tenemos güevos hasta para cortarnos los güevos…”.
La música y el baile.
Las radiodifusoras en el departamento de Olancho suelen escucharse en los receptores de baterías en las aldeas rurales. Al olanchano le encanta escuchar rancheras cuando está lazando, capando o herrando. Sus conjuntos preferidos son: Los Tigres del Norte, Bronco y Los Bukis. Las rancheras primero de Jorge Negrete, después de Pedro Infante, luego de Vicente Fernández, y recientemente las de su hijo Alejandro, se escuchan con preferencia por todas partes. México y su folklore tienen una gran influencia en Olancho, donde a sus habitantes les gusta también las carreras de caballos, las carreras de cintas y el juego de gallos. Todo llega a concluir, a diferencia de otros departamentos como los de la costa norte y occidente, que en Olancho no existe un folklore propio, sino que se imita profusamente el mexicano.
Exponentes de Olancho.
En el campo político se destacan como presidentes el general Manuel Bonilla y Francisco Beltrán, el primero de ellos dejó en su período redactadas las principales leyes del país, Código Civil, Códigos de Procedimientos y Código Penal. Beltrán por su parte fue quien ordenó la construcción del precioso Palacio Presidencial, a orillas del río Choluteca, que hoy se conserva como museo.
En el mundo de las letras se destacan grandes y profundos pensadores, entre los que cabe mencionar a Alfonso Guillén Zelaya, Froilán Turcios, Federico Peck, Medardo Mejía y la poetisa Clementina Suárez.
Respuestas ocurrentes.
Ese mismo grado de ingenuidad lo suelen utilizar también los olanchanos cuando no quieren asumir responsabilidades y se hacen los papos. Por ejemplo, cuando la muchacha de la cocina quiebra un vaso o los platos y se oye el “chililín”, no crea usted que va a asumir responsabilidades… Si usted la concreta y le dice: “¿Qué pasó?”, guarda silencio, y si usted insiste en la pregunta tratando de confirmar los sucedido, preguntándole nuevamente quién quebró el vaso, ella, o el olanchano que se encuentre en similares circunstancias, se encoge de hombros y responde: “¡Sabe!”.
¡Sólo un olanchano sabe como piensa otro olanchano!
(París, 21 de junio de 1998)
Tomado de “La Tribuna”, del 12 de septiembre del 2010.