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Poesías en honor al cacique Lempira

Indio Lempira

LEMPIRA

Por: Francisco P. Figueroa

Esta es la figura más alta de toda la historia
sangrienta y macabra de nuestra conquista.
Él se alza nimbado de gloria
por sobre los Andes, en la más enhiesta
y elevada arista.
Él fue la protesta
de la raza toda, tenaz y porfiada.
Era irreductible. Su espíritu altivo
no admitía medios ni conciliaciones.
Valeroso y joven, fornido y terrible,
amaba a su tierra
y nunca dio oído a tratos de paz.
Decía: “¡Libertad o muerte! la guerra
no debe cansar nunca a enteros varones
y el triunfo es de aquellos que resistan más”.
¡Hombres de mi raza, no se rinden; mueren
mueren como ha muerto ya Tecún Umán,
y mueren matando, como en Cuzcatlán
Atlacatl ha muerto; mientras tengan vida
y armas tengan, hieran!
¡Venid a tomarnos, vosotros de los rostros fieros,
truenen vuestros rayos; que vuestros aceros
se hundan en los pechos! ¡Con la frente erguida
caeremos cadáveres más no prisioneros…!
Y herían los aires sonoros vocablos
y en copiosas lluvias, piedras y venablos.
Las huestes iberas,
aquellos soldados feroces, hoscos y bravíos
que habían sembrado la muerte, quemando comarcas enteras,
que habían teñido de sangre los ríos;
veían pasarse los días, los meses, en vanas esperas,
sin que hubiera medio de vencer al bravo
que altivo, prefirió mil veces,
morir como libre que vivir esclavo!

Y los españoles,
los aventureros, sin Dios y sin ley,
pasaban los días frente a los peñoles
mirando agotarse su mermada grey.
Entonces —¡Vergüenza de la estirpe hispana,
vergüenza de todos los siglos, baldón
de los estandartes de Castilla y León!
se pensó en vencerlo de manera insana
por las malas artes de negra traición.
¡Sólo así se pudo reducir a nada
tanta valentía! ¡Sólo así se pudo!
Mas Rodrigo Díaz del Vivar, El Cid,
hubiera hecho trizas su yelmo y su escudo;
hubiera hecho trizas su invencible espada,
ante la ignominia del infame ardid.
Mengua al español
que un día nefasto, bajo el sol de América
frente a un primitivo y agreste peñol
manchó la pureza de la gloria ibérica.
¡Loor a Lempira! ¡Baluarte postrero
de las libertades, su flecha nos traza
la ruta de gloria, nos dice el sendero
que seguir debemos contra el mundo entero,
en defensa augusta de tierra y de raza.

LEMPIRA

Por: Felipe Elvir Rojas

Vertical, como pino de mi tierra
hizo frente al intrépido español,
Lo vieron muchas lunas, muchos soles,
luchando por la Patria de su amor.

Aquel indio valiente y temerario
que luchó por su raza y por su Dios,
fue el altivo “Señor de las Montañas”
y el Monarca del frío Congolón.

Gonfalón de heroísmo sin medida
demostrando su audacia y su valor.
Hizo besar el polvo a los hispanos
que lograron vencerlo a la traición.

Sin embargo, nosotros lo soñamos
en las sierras nevadas de Cerquín,
erguido y sin temor desde la cumbre,
disparando sus flechas hasta el sol.

LEMPIRA

Por: Santos Juárez Fiallos

Señor incorruptible del gran ideal utópico
que diste generoso la sangre en la contienda;
eres como un coloso que llena la leyenda
con una hazaña mítica que vio la luz del trópico.

Y porque tu figura —señor de la floresta—
bordó del más heroico ribete la conquista,
mereces que la Historia, nombrándote se vista
esplendorosamente con un cantar de gesta.

Te vieron impasible, consecutivos soles,
sembrando de inquietudes los pechos españoles
—cacique, hermano digno del gran Caupolicán—.

El rayo que alevoso hirió tu roble fuerte,
quitándote la vida, te levantó en la muerte
y alzó tu monumento soberbio de titán.

LEMPIRA

Por: Franz Brach

Allí está, impasible, en la llanura,
con su fiera actitud, ese leopardo;
tendido aún el arco hacia la altura,
que rasgó con el filo de su dardo…

¿Qué nos dicen sus ojos de obsidiana,
de mirar triste, de pupilas yertas…?
¿Simbolizan la raza del mañana,
o son recuerdos de las razas muertas…?

Sedimento de tribus luchadoras
que así dejaron por doquiera rastros,
en silencio se pasa largas horas,

arrojando sus flechas a los astros…
Héroe sin redención y con historia,
todo lo fue: ¡coraje, idea, gloria!

LEMPIRA

Por: Carlos Manuel Arita

De pie en el Congolón el gran Lempira
con penacho de plumas en la frente
y en la diestra el carcaj resplandeciente
descubriendo en el cielo algún lucero.

Vivía en paz soñando en el sendero
y en cada amanecer, altivamente
se alzaba en el peñol, y era imponente
aquel indio gallardo y altanero.

Y fueron transcurriendo muchos soles
hasta el arribo de los españoles,
y ese día a rebato tocaron los tambores.

Y jamás lo vencieron con la espada
y allí quedó su efigie levantada
para asombro de los conquistadores.

Tomado del libro “El Declamador Nacional” y “Laureles Patrios” de Carlos Manuel Arita.

Himno a Lempira

Lempira fue un líder indígena de origen lenca que comandó con éxito una alianza de tribus contra las fuerzas del imperio español en lo que hoy son los territorios de Honduras, por esa razón él se convirtió en un símbolo de la resistencia anti-imperialista, anti-colonial, anti-española y anti-blanca, así como símbolo de la identidad hondureña. Cuenta la historia que los españoles no lo pudieron vencer en buena lid y tuvieron que recurrir a un engaño traicionero. Vinieron a él con una bandera blanca simbolizando paz, y cuando se descuidó le dispararon con un arma de fuego. Hay quienes ponen en duda esa historia, como el historiador Mario Felipe Martínez (ver acá).

La moneda nacional de Honduras lleva el nombre de Lempira en honor a este reconocido personaje. Esto se hizo el 9 de marzo de 1931 con el decreto número 114. El billete de a uno lleva una efigie que lo representa, así como las monedas de veinte y cincuenta centavos.

El 20 de julio de cada año se celebra en Honduras un día de fiesta cívica nacional dedicado a Lempira. Esta fecha fue establecida formalmente mediante el decreto constitucional número 80-96 y publicado en «La Gaceta» número 28027 del martes 27 de agosto de 1996, aunque ya se celebraba mucho antes en las escuelas. En las escuelas de educación primaria se representa ese día el drama de la traición mencionada antes, y hay concursos de «indias bonitas». Es decir, que hay desfiles de niñas vestidas de indias.

Himno a Lempira

Letra: Luis Andrés Zúniga
Música: Francisco Ramón Díaz Zelaya.

CORO

Hondureños en épica lira
y en estrofas de magno fulgor
entonemos un himno a Lempira,
al patriota de heroico valor.

SOLO

Gran caudillo de huestes bravías
nuestros valles y agrestes montañas
contemplaron sus rudas hazañas
por ser libre por siempre luchó.
Semidios en su afán libertario,
él fue grande con todo grandeza,
él fue puro puro con toda pureza,
y a la patria su vida ofrendó.

SOLO

Invencible, soberbio, grandioso
de alma audaz y de cuerpo de acero
para herir al terrible guerrero
fue precisa la odiosa traición.
Y sin lucha valiente y sin gloria
al caudillo por fin derribaron;
mas los Andes nevosos temblaron
al caer en el gran Congolón.


Artículo relacionado: Comentario sobre el himno a Lempira

Lempira está en nosotros…

Lempira está en nosotros con su grito constante. El Señor de Piraera y el aguerrido Mota, recorren nuestras venas en busca de la Patria. Etempica en sus sueños vio llegar a Montejo y midió sus impulsos desde el llano a la cumbre. Copantl Galel entona su caracol gigante, cuyas notas resuena como un eco lejano. Cicumba lo comprende y prepara sus hombres, el Ulúa es testigo de sus cruentos combates. Benito es el baluarte de Olancho y Comayagua, sus puntos de vanguardia nada saben del sueño. Toreba lo secunda de Trujillo al Guayape, el temible guerrero del ataque al ataque. Nosotros somos ellos, su tierra es nuestra tierra. Todos en un abrazo somos un solo aliento.

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Refranes sobre indios

  1. Indio comido, puesto al camino.
  2. Conforme es el indio, es la maleta.
  3. El indio montañero a todos sin excepción palea.
  4. El indio no se ablanda ni siquiera en el amor.
  5. Demasiados caciques y pocos indios.
  6. Si poropo almuerza india, poropo le da a indio.
  7. Según el indio, así es el motete.
  8. Muchos indios y pocas tortillas.
  9. Un indio menos, una tortilla más.
  10. Un indio menos, un plátano más
  11. Se me subió el indio.

La historia del cacique Lempira

El cacique Lempira

Lempira fue un importante líder de la resistencia indígena contra la dominación española. Su zona de operaciones fue un extenso y áspero territorio en la mitad sur de lo que ahora es el departamento de Lempira en Honduras.

El cronista Antonio de Herrera describe a Lempira —cuyo nombre significa ‘Señor de la Sierra’— como “de mediana estatura, espaldudo y de gruesos miembros, bravo y valiente y de buena razón, nunca tuvo más de dos mujeres y murió de 38 a 40 años”.

En el año de 1537, después de la muerte del cacique Entepica, de quien fue lugarteniente, Lempira logró convocar a 200 pueblos para que pelearan unidos contra los españoles, incluyendo a la tribu de los Cares, tradicionales enemigos de la tribu de los Cerquines a la que pertenecía Lempira.

Lempira logró persuadir a 30,000 hombres para luchar por su libertad, y ofreció ser su capitán para conducirlos a la victoria, prometiendo afrontar los mayores peligros, porque consideraba inaceptable que tantos hombres valientes fueran sometidos por unos pocos extranjeros.

Los guerreros se posicionaron en sitios altos y fortificados, llamados “peñoles” por los españoles, a los que conducían a toda la comunidad con abundantes provisiones.

Los principales peñoles de la alianza indígena fueron el cerro Gualapa, el pico de Congolón, el cerro de Coyocutena, el Peñón de Cerquín, el cerro de El Broquel y las lomas de Gualasapa.

Pero el atrincheramiento más importante fue sin duda el Peñón de Cerquín, dirigido por el propio Lempira. El gobernador español de la provincia, Francisco Montejo, entendió que si se quería avanzar en el proceso de la conquista había que apoderarse de esta fortaleza, para lo cual designó al capitán Alonso Cáceres, quien con sus hombres sitió al peñol durante seis meses; pero los indios —que estaban con sus mujeres e hijos bien aprovisionados de víveres— resistieron valientemente el sitio, causando numerosas bajas españolas con sus fechas provistas de agudas piedras de pedernal.

Viendo la valiente resistencia indígena el capitán Alonso Cáceres decidió tomarse la fortaleza por medio de la traición. Para ello dispuso que un soldado se aproximase con su caballo a una roca donde Lempira estaba de pie, y que, mientras le hacía proposiciones de paz, otro soldado cabalgando a la grupa, le disparara con su arcabuz. La estratagema se cumplió al pie de la letra, y al morir el capitán indígena, la numerosa tropa que lo acompañaba se dispersó por los montes, y poco después se rindió a los españoles.

El cronista Herrera narra así el episodio de la traición: “el capitán Cáceres ordenó que un soldado se pusiese a caballo, tan cerca que un arcabuz le pudiese alcanzar de puntería, y que este le hablase, amonestándole, que admitiese la amistad que se le ofrecía; y que otro soldado estando a las ancas, con el arcabuz le tirase; y ordenado de esta manera, el soldado trabó su plática y dijo sus consejos y persuasiones, y el cacique le respondía que ‘la guerra no había de cansar a los soldados ni espantarlos, y que el que más pudiese vencería’; y diciendo otras palabras arrogantes, más que de indio, el soldado de las ancas le apuntó cuando vio la ocasión, y le dio en la frente, sin que le valiese un morrión, que a su usanza tenía, muy galano y empenachado”.

Por tradición se sostiene que Lempira cayó en el sitio de Piedra Parada, cerca de el Pico Congolón, aunque también hay otro sitio conocido como Piedra Parada cerca de Erandique; pero las investigaciones en el terreno conducen a pensar que el héroe indígena pereció en el propio Peñón de Cerquín.

El historiador hondureño Mario Felipe Martínez ha puesto en duda la versión de la muerte de Lempira de Antonio de Herrera, después de descubrir en el Archivo de Indias una probanza que presentó en 1558 ante las autoridades españolas de México el soldado Rodrigo Ruiz.

El documento es de suma importancia, porque confirma la existencia real de Lempira —al que algunos hondureños de escasa fibra patriótica consideran una leyenda— el nombre del cacique (al que se refiere como El Empira), la descripción de la guerra y el escenario de la misma.

El propósito del soldado Rodrigo Ruiz al escribir esta probanza era impresionar a las autoridades españolas con el fin de obtener una pensión para los últimos años de su vida. Allí Rodrigo cuenta la hazaña de haberse enfrentado solo ante Lempira, provisto de su espada y rodela, llevando su cabeza como trofeo y recibiendo en el camino muchas heridas de parte de los indios, heridas que casi le provocan la muerte.

Aunque Rodrigo apoya su dicho con el informe de varios testigos —algunos supuestamente presenciales— no se puede confiar totalmente en el testimonio de unos compañeros de guerra dispuestos a ayudar a su amigo en un hecho de unos veinte años atrás.

Por su parte el obispo Cristóbal de Pedraza —quien se destacara por su defensa de los indígenas— en una fecha tan fresca como lo es el 18 de mayo de 1539 informa desde Gracias a los Reyes de España que a Lempira fue necesario vencerlo con ‘cierta industria’, es decir, no en combate frontal, como dice Ruiz.

Fuente: Evolución Histórica de Honduras.
Longino Becerra. (2009)

La Casa de la Justicia

Por: Roberto Sosa

Entré
en la Casa de la Justicia
de mi país
y comprobé
que es un templo
de encantadores de serpientes.

Dentro
se está
como en espera
de alguien
que no existe.

Temibles
abogados
perfeccionan el día y su azul dentellada.

Jueces sombríos
hablan de pureza
con palabras
que han adquirido
el brillo
de un arma blanca. Las víctimas —en contenido espacio—
miden el terror de un solo golpe.

Y todo
se consuma
bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.


Interpretación del poema

La Casa de la Justicia es un poema que forma parte de una colección de poesías en el libro «Los Pobres» del autor hondureño Roberto Sosa. El libro fue publicado por primera vez en Madrid en 1968, recibiendo el premio Adonais de poesía. El tipo de poesía de este libro se conoce como poesía social en España, que era un género de poesía de denuncia social con trasfondo político de izquierda. Más que poesía social se le puede considerar «poesía socialista»: el arte poético al servicio de una ideología marxista. Para 1968 este tipo de poesía ideológica ya se consideraba fuera de moda en España, por lo que causó cierto desconcierto la adjudicación de este premio a este libro. Quizá se pensó que el autor hondureño merecía cierta deferencia por el solo hecho de ser de origen tercermundista y estar comprometido con la línea de izquierda.

Sin tener un carnet que lo acreditara como miembro de un partido comunista, Roberto Sosa deja poco lugar a la especulación sobre la influencia política ideológica de sus obras. Las que son referencias veladas en sus primeras obras como Los Pobres y un Mundo para todos dividido se vuelven acusaciones directas en su obra panfletaria Secreto Militar, en la que se deshumaniza sin pudor y se insulta sin delicadeza a los caudillos y autócratas latinoamericanos que surgieron de la reacción anti-comunista contra el bolchevismo soviético, pero en la que se aprecia un silencio ensordecedor ante los crímenes de los regímenes totalitarios de inspiración marxista. La indignación —es fácil verlo— es selectiva.

En su obra poética, Roberto Sosa ve a la sociedad hondureña como una sociedad corrupta y corrompida por el capitalismo, lo que se refleja en la descripción de los paisajes y personajes que pertenecen a la élite social. Los parajes y vistas urbanas dan testimonio de esa corrupción, inspirando un sentimiento de desolación y tristeza, mientras que los personajes ricos y poderosos reflejan la deshumanización del sistema. Los pobres y marginados, en cambio, reflejan la esperanza de un mundo nuevo más justo y humanizado.

Es dentro de ese marco ideológico que Roberto Sosa inserta su poema sobre su visita a «la casa de la justicia de mi país». El sistema judicial estaría viciado por causa de los perversos incentivos monetarios del sistema capitalista, de ahí su idea de que «todo se consuma bajo esa sensación de ternura que produce el dinero». La solución, de acuerdo con su visión marxista, no sería aplicar una reforma judicial, ni formar a ciudadanos más honestos, sino realizar una revolución de tipo comunista.

Como efecto del sistema capitalista también existe el problema de la alienación y la despersonalización, de ahí sus versos en los que afirma que «dentro se está como en espera de alguien que no existe».

Los alegatos de los abogados son solo trucos de «encantadores de serpientes», es decir, de personas que hacen uso de las palabras para manipular al prójimo con fines que no son altruistas.

«Temibles abogados perfeccionan el día y su azul dentellada». El color azul tiene un significado ominoso en la poesía de Sosa. En versos que se encuentran en otro de sus libros de poesía social, Un mundo para todos dividido, sentencia: «El cielo aterroriza con sus cuencas vacías». «La guerra fría tiende su mano azul y mata». El cielo azul es indiferente ante el sufrimiento humano de los pobres. Dios no existe y la religión es un opio del pueblo. El templo de la casa de la justicia es el templo de un dios que no existe, de un dios que representa a un sistema falso y opresor.

A los jueces, como representantes de un sistema inhumano, se les presenta con caracteres sombríos: «Jueces sombríos hablan de pureza con palabras que han adquirido el brillo de un arma blanca». Las abstracciones del lenguaje legal pretenden ocultar la violencia estructural del sistema capitalista.

Ya en 1968, año de la invasión soviética a Checoslovaquia y del mayo francés, se podía apreciar que el marxismo soviético había fallado en su promesa de construir un paraíso en la tierra, es por eso que la poesía social ya se percibía como algo anacrónico; pero a los que se aferraban al comunismo como a un dogma y tabla de salvación les costó mucho tiempo asimilar la realidad de ese fracaso: años, décadas. La poesía socialista de Sosa es un ejemplo de esa lamentable ceguera.

Fuera de lugares comunes ideológicos, el problema de la corrupción de la justicia es algo ya conocido en la literatura y la cultura popular. Hay un dicho muy conocido en Honduras, que asegura que en este país: «La justicia es como las serpientes, sólo muerde a los pies descalzos». También se dice que Honduras es «un país en el que el plomo flota y el corcho se hunde». Lo que daría a entender que el problema de la corrupción es mayor que el que se da en otros países.

Un poema muy conocido por los hondureños, «Verdades Amargas», pone el dedo en la llaga en lo que respecta a la perversa influencia del dinero en la justicia:

La sociedad que adora su desdoro
persigue con saña al criminal,
mas si el puñal del asesino es de oro,
enmudece y el juez besa el puñal.

Una visión alternativa del problema de la corrupción de la justicia nos muestra que es un problema existencial del ser humano.

El problema de la alienación en el sistema judicial es un problema propio de todo sistema burocrático, y eso es algo que no cambiaría en un estado socialista.

«Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: Yo, el Estado, soy el pueblo».
— Nietzsche

«¿Justicia? — Obtienes justicia en el mundo venidero. En este tienes la ley».
― William Gaddis, A Frolic of His Own

«Lo siento mucho por ustedes, pero es un mundo injusto, y la virtud triunfa solo en las representaciones teatrales».
― W.S. Gilbert, The Mikado

«Las leyes injustas son la telaraña a través de la cual pasan las moscas grandes y las más pequeñas quedan atrapadas».
— Honoré de Balzac

«Las leyes son siempre útiles a los que tienen y molestas para los que no tienen nada».
― Rousseau

«Es injusto ser justo, porque la vida es injusta».
― Farley Maglaya