Morazán
Por: Pablo Neruda
(chileno)
Alta es la noche y Morazán vigila
¿Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes.
Cinta Central, américa angostura
que los golpes azules de dos mares
fueron haciendo, levantando en vilo
cordilleras y plumas de esmeralda;
territorio, unidad, delgada diosa
nacida en el combate de la espuma.
Te desmoronan hijos y gusanos,
se extienden sobre ti las alimañas
y una tenaza te arrebata el sueño
y un puñal con tu sangre te salpica
mientras se despedaza tu estandarte.
Alta es la noche y Morazán vigila.
Ya viene el tigre enarbolando un hacha
Vienen a devorarte las entrañas.
Vienen a dividir la estrella.
Vienen,
pequeña América olorosa,
a clavarte en la cruz, a desollarte,
a tumbar el metal de tu bandera.
Alta es la noche y Morazán vigila.
Invasores llenaron tu morada.
Y te partieron como fruta muerta,
y otros sellaron sobre tus espaldas
los dientes de una estirpe sanguinaria,
y otros te saquearon en los puertos
cargando sangre sobre tus dolores.
¿Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes.
Hermanos, amanece. (Y Morazán vigila).
A Morazán
Por: Primitivo Herrera
(dominicano)
Epónimo y excelso creador de la Epopeya:
yo miro tu Pegaso con sus crines aladas
como si de repente fuera a estampar su huella
en un rojo horizonte de lívidas espadas.
Bien estás en el bronce que confirma y resuella
el fragor impetuoso de tus grandes jornadas;
y donde vigorizan su plenitud más bella
el laurel y el acanto de tus cumbres amadas.
Aun vibran por el aire los pífanos marciales
de la heroica fanfarria que en tus horas triunfales
pasó soliviantando las selvas y el peñol.
Y en el alba de gloria que a tu nombre se aferra,
sobre los lambriquines de tu corcel de guerra
flotan cinco banderas desplegadas al sol…
Morazán
Por: Jacobo Cárcamo
Por montañas de pinos imposibles…
por valles de verdura impenetrable…
por ríos que paraban hasta el viento…
por calles, por abismos,
por sombras, por inviernos
iba en cascos de rayo tu caballo guerrero.
Y ni la noche vertical de odios…
ni la herida de cauce pavoroso…
ni murallas de espadas…
ni huracanes de pólvora
nulificar podrían tu marcha luminosa.
Llegabas a los pueblos…
te llenaban de escudos todos los corazones…
El Golfo de Nicoya tiene en perlas tus frases
la voz de tus cañones esconde el Momotombo,
es barro de tus botas el oro en el Guayape.
Hombres te acompañaban…
de acero toledano,
de toledano ensueño,
era el sol obediente de tu espada.
Y reían los árboles
y cantaban los niños
Y bailaban los héroes de los libros de escuela
y afloraban en canción la libertad
y nacían banderas
y venían soldados
cuando se abría en llamas tu rosa liberal.
Hoy lejos de tu mano
ha crecido tu ejército…
la huella de tus plantas es órbita de astros….
en tu dolor aprenden a quererse los hombres…
es un cielo de lucha la tumba en que te hundiste
Bolívar de los pobres
Napoleón de los tristes.
Y cuando un golpe artero precipitó tu sangre,
cuando tu voz perdióse,
para nacer más honda,
cuando tu espada loca de fulgor
se te fue por los ojos hasta el héroe,
y te perdiste
y te alejaste
y naufragaste
tras un negro dominio de fusiles,
todos te saludamos,
todos te revivimos.
Vivo están en el bronce…
firme en la miserable carne de cinco pueblos…
erguido en tus heridas…
en el volcán que elogia tu corazón de fuego
y en el hombre que exalta tu muerte con su vida.
Francisco Morazán
Por: José Antonio Domínguez
Él es el semidiós de nuestra historia,
que, cual un nuevo Homero, con su espada
escribió la epopeya de otra Iliada
y se bañó en los lampos de la gloria.
Paladín inmortal que la victoria
a su genio mantuvo esclavizada
y de laurel la frente coronada
vive del pueblo en la feliz memoria.
Luchar con la reacción fue su delito;
fue unir a Centroamérica su anhelo;
mas el triunfo esquivóle al fin la suerte.
Recorrió el viacrucis del proscrito;
y cuando pudo redimir su suelo,
mártir excelso, fue un Tabor su muerte.
Estatua-Morazán
Por: Antonio José Rivas
Frente al vano reposo yo transijo.
Tu figura: península del viento.
Curso del mar. Sustancia. Padre, hijo
y espíritu terrestre del sustento.
Luz de perfil. El germen que prolijo
levantaste a la altura del tormento,
tiene que ser un sol, pero no fijo
porque la luz se mueve en tu momento.
Como no sé qué hacer para envolverte
con la cintura de la Patria y verte
de tu amor la estatura y su concierto;
desde mi tiempo-antonio te venero.
Y tu vida y tu muerte recupero.
Y estás en la mañana. Y no estás muerto.
Francisco Morazán
Por: Carlos Manuel Arita
Pasó como un relámpago divino
regando la simiente del ideal
y su sola presencia abrió el camino
de la unión de la América Central.
Su espada fue un ariete diamantino,
su palabra era un sol en el erial.
¡Cinco pueblos forjaron tu destino,
cinco pueblos te hicieron inmortal!
En Las Charcas te esperan tus soldados
y aún están tus jinetes denodados
abriendo brecha allá en Perulapán;
y aún admira el tiempo tus hazañas,
y a la par del perínclito Cabañas
eres el sol del istmo, Morazán.
Canto a Morazán
Por: Raúl Gilberto Tróchez
Se hizo carne la idea, y hecha carne bullía
en el lago de sombras de la Patria irredenta.
Morazán era el genio, que por alma traía
un chispazo divino de volcán que revienta.
Era el barro con vida desatándose en ira;
denunciando imperioso el terrible pasado;
que viviendo las glorias del cacique Lempira
vino airoso a la lucha como fiero soldado.
Era llama vibrando por fundir las cadenas
de tres siglos de oprobio, de fanáticas greyes,
de burgués muchedumbre que llevaba en las venas
el microbio maligno de irrespeto a las leyes.
Morazán, el divino, construyó nuestra historia;
por amor a la Patria, consagró el Unionismo;
fue muy grande su idea, pero más fue su gloria,
fue el Bolívar segundo de estas tierras del istmo..
En la torre de un siglo te contemplo, severo:
va tu potro volando, dando al viento las crines;
la tizona en tu diestra, que ilumina el sendero,
con regueros de estrellas, y rumor de clarines…
Sueña Morazán
Por: Jorge Federico Travieso
Si hay más allá que sea hermoso y bueno
para tu gran amor atormentado.
Algo como tu ensueño realizado
en la escondida realidad del sueño.
Si hay más allá que tengas cinco estrellas
bajo tu mando, ¡General osado!
y pasees la vista emocionado
con un solo fulgor prendido a ellas.
Si hay más allá, mi General, espero
que te adorne el ojal de la solapa
un escudo con cinco pebeteros
en campo azul, y vivas prisionero
para no ver tu desunida patria
en hipnótica torre de luceros.
Al héroe
Por: Rigoberto Paredes
Para empezar
digamos que no luces tan bien en esa estatua
y da lástima verte a sol y agua
espada en mano
guerreando contra nadie
sitiado por la oscura maleza del vacío
tanta vuelta y revuelta
sudorosas distancias batalladas
todo el tiempo ganado en esos años
¿tan sólo para el manso latido de este bronce?
la realidad
(tu más cierto homenaje)
sobrevive
debajo de las patas de tu potro fantástico
bájate
descabalga esas alturas
dale historia y quehaceres a tu espada.
Morazán Vive
Por: Roberto Sosa
No.
No estas ahí de bruces
indefenso en el polvo.
Ni se oculta tu estatua entre los fríos
picoteados por los pajaros
Vives entre nosotros, trabajas,
tienes sed. O profundo en el monte
se anudan en tu barba
los hilos de lo trágico.
Cabalgas por la selva
Triangulado
El espacio de nuestra geografía.
Miramos tus señales
desde los grandes pinos.
Oímos tus espuelas arañando el vacío.
El eco de tus botas por los mapas de guerra.
No eres signo escarnio
congelado en la boca.
Ni falsísimo brillo de medallas.
Eres bajo del lodo
una espada continua.
Nuestro honor y destino
que custodian los mares.
Que lo aprendan los jóvenes
y resurja el milagro
del pan y de los peces.
Vuelves de todas partes desde tu dignidad.
Estás entre nosotros
Bajo la misma noche.
Repartiendo la luz, todos los dias.
Mi General a solas
Por: Rafael Paz Paredes
Atento estoy a darte los buenos días
General, mi General a solas,
Padre de tantas patrias repartidas,
venero inagotable de heroísmos,
Capitán infeliz, suma del sueño,
hijo de la luz recién nacida
en campos desolados que no atinan
a perfilar tu imagen todavía.
Atento estoy a tu reclamo, Padre,
pues ya mi madre tierra está rastreando
las secas huellas de tus lágrimas.
Por ellas corre un río manantial
el espejismo que empujó tu sino
hacia el mortal madero del ensueño.
Todos los días, al nacer el alba
busco tu nombre en mi breviario;
busco la sangre que no alcanza
a colmar la amargura de tu cáliz.
Tus ojos visionarios corren pares
con tu impar hidalguía de soldado;
pionero de las ansias libertarias,
General de la idea, baluarte recio,
donde acuna su amor mi Centroamérica.
Hoy quiero confesarte, Morazán,
que tu trágica partida
no restañó la herida
abierta en el costado del pueblo.
Tus huestes invencibles aún cabalgan
por cerros y por montes solitarios
cuyo seno de rocas se conmueve
bajo el peso ancestral de tus pisadas.
Escruta en vano la mirada terca
el cielo de la noche, constelado
de rútilas estrellas incendiadas.
Tu rostro ya no brilla iluminando
la eterna noche de mi patria.
Regresa, General de las luciérnagas,
íntegro escudo, lanza invencible,
capitán de veras, armado caballero del decoro,
regresa un día a conquistar de nuevo
la tierra que copió tu imagen limpia
el perfil de tu bronce que aún resuena
cual campana de luz —clarín alerta—
en la noche sin fin de la esperanza.
Tu pueblo está aguardando tu retorno
con los puños en alto, como antenas,
elevándose más allá de tus pinares
y de la onda nebulosa en que circula
el mensaje de unión que nos legaste.
Romance de la Muerte de Francisco Morazán
Por: David Moya Posas
El silencio se estregaba
contra todas las paredes.
San José de Costa Rica
tiene el corazón ausente.
Como sombra de la tarde
que en los altos cerros muere
va Francisco Morazán
por caminos de la muerte.
Su alta frente le reluce
con resplandores celestes
y sus botas de combate
con el paso duro y fuete.
No le cuelgan charreteras
en el hombro, ni sostienen
la guerrera y los botones
sus geografías de leche.
Francisco -el hijo- se cuelga-
de su cuello porque quiere
unos ojos sin sentido
y mil muscúlos inertes.
Villaseñor a su lado
en su hamaca de inconsciente
camina con los pies altos
y un carbón entre las sienes.
Saravia sueña ya muerto
con fusiles impotentes
y un anillo de alas blancas
que entre los dedos mantiene.
Una luna sin luz blanca
en la tarde, absurda, tiende
su papalote redondo
entre murallas de nieve.
En su pecho reventaron
granadas de sangre y muerte,
de una descarga cerrada.
Hombres como él, no se mueren.
Entre una negra humareda
su cabeza hermosa yergue
y una nueva voz de mando
sobre la tierra le tiende.
Antonio Pinto se mira
lleno de sangre inocente
y en los rincones de su alma
oscuros gusanos muerden.
Sobre la plaza con luna
a esas horas, como siempre,
la negra araña nocturna
costura telas silvestres.
Fuentes: ·El Declamador Nacional, de Carlos Manuel Arita. ·La Tribuna del 3 de octubre de 1982.