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Oradores Políticos Hondureños

Por: Pedro Salinas Navarro

Cuando se trata de personas que disertan ante un auditorio, siempre ronda en los pasillos populares una mala apreciación al decir: «Fulano o zutano» no ocupa papelitos para hablar en público. ¡Es gallo para improvisar!

Pero a decir verdad, improvisar no es hablar sin soporte de referencia, desde mi punto de vista, el que improvisa y lo hace bien, se apoya en lecturas, textos o incluso en discursos previamente leídos, lo cual lo hace más suelto de palabra «lógica y coherente». Pero aquel que se para en un estrado y dice lo primero que se le viene en gana, ¡no es improvisado, sino un valiente!

Seguramente se ha leído y escuchado sobre todo de aquellos ya peinan canas, que en Honduras existió un amplio grupo de conspicuos ciudadanos que sabían cómo tratar de manera exquisita el castellano. Personajes como: Marco Aurelio Soto, Ramón Rosa, Policarpo Bonilla, Álvaro Contreras, Modesto Rodas Alvarado y Ramón Villeda Morales entre otros. Eran brillantes (Unos mejores que otros, claro) pero encantaban, eran grandes motivadores y encendedores de masas, electrizantes, pujantes y altamente carismáticos.

Existen y existieron también personajes políticos de otros países latinoamericanos, que sinceramente es un placer escucharles, más allá de su estilo, ideología política, filosófica o doctrinal. Lo que envuelve es la manera de captar la atención. Sus discursos están vigentes. Personajes como: Jorge Eliezer Gaitán (Colombia), Alan García (Perú), Fidel Castro (Cuba), Ernesto «Che» Guevara (Argentina), Hugo Chávez (Venezuela), Mario Vargas Llosa (Perú), Luis Donaldo Colosio (México), Luis Carlos Galán (Colombia), Raúl Ricardo Alfonsín (Argentina), entre otros.

A mi edad, (ya pasaditas las tres décadas) he visto y presenciado algunos «tamagases» más que discursos en el país, prácticamente desde el año 1997 hasta la fecha (tiempo en que adquirimos un poco de conciencia en estos temas).

Nuestros políticos básicamente «las dos últimas generaciones» como «oradores», han dejado mucho desear, digo esto, porque los que saben de historia política, siempre rememoran los pasillos del ayer, haciendo alusión a los personajes antes mencionados.

En su auge como oradores constantes, figuras como: Rafael Pineda (QDDG) y Oswaldo Ramos, no eran excelsos, pero para decir algo, Pineda tenía dominio escénico y voz recia envolvente, y en el caso de Ramos su discurso era florido.

Presidentes como: Roberto Suazo Córdova y José Azcona, la verdad no se dice casi nada de ellos como oradores, más que eran de contenido lineal, sencillo y llano, con esquemas folklóricos en el caso de Suazo. Pero, lo triste es, que ni esperanzas existen de ver o escuchar sus actuaciones de aquellas épocas en videos o audios.

1. Rafael Leonardo Callejas (Nacionalista 1990-1994)

Por suerte he visto recién unos videos de sus mejores años como político, en su campaña de (1989) El poseía un discurso enérgico, fluido de palabra, de voz alzada que por la emoción vibrante la perdía por momentos. Discurso desarrollado casi siempre en la emotividad y coherente en la estructura de su contenido. Contenido que era de crítica permanente a sus oponentes de aquel entonces.

2. Carlos Roberto Reina (Liberal 1994-1998)

Sinceramente no recuerdo alguno de sus discursos, y no hay material vigente o al menos accesible para verle u escucharlo. Pero volviendo al «me cuentan» dicen que su fuerte estaba en la retórica y en la improvisación con buen suceso y de contenido superfluo. Lo que si recuerdo, es que poseía una voz bastante modulada.

3. Carlos Roberto Flores (Liberal 1998-2002)

Él es un político con gesticulaciones pronunciadas, (se expresa con las manos) marcando muy bien sus pausas. Es levemente emotivo pero casi siempre intenso, ilusionista en gran medida su contenido. Poseedor de una voz melódica, y por momentos su estilo descansa en lo poético.

Los más recientes

Desde mi óptica ha sido el grupo de políticos menos dotados con este recurso.

1. Ricardo Maduro (Nacionalista 2002-2006)

Un líder con un discurso común, se comunicaba con su masa partidaria casi como cualquier plática de amigos. Prácticamente enmarcado en tecnicismos financieros, muy sencillo y sin contenido oral atrayente.

2. José Manuel Zelaya (Libertad y Refundación 2006-2010)

Es un político de voz recia y amplia, mesurado en ciertos momentos. Su discurso duerme en el populismo envuelto con frases dominantes, carece siempre de guión alguno. Además, entra en la distracción y al mismo tiempo navega en «la jocosidad». «Mel» es un experto en el entretenimiento masivo, apoyándose en herramientas estrictamente folclóricas.

3. José Porfirio Lobo (Nacionalista 2010-2014)

«PP», de voz templada y contenido plano. Sus discursos políticos se hacían sentir con fuerza, pero sinceramente expresaba poco o nada. Además no contaba con solvencia lírica para llamar la atención. De estilo campechano, jocoso y de corte populista.

4. Juan Orlando Hernández. (Nacionalista 2014- 2018)

El actual presidente es un político de voz fuerte de aceptada tonalidad, siempre y cuando navegue en tonos no exacerbados, porque en espacios intermitentes tiende a perder el control por su excesiva emotividad. Su discurso descansa en las comparaciones, de argumento confrontativo y extenso, de contenido llano y muy repetitivo.

En conclusión la proyección de la oratoria hondureña se vislumbra poco optimista, ya que a nuestros políticos se le olvida, que la oratoria es parte esencial de una figura pública, más cuando se pretende alcanzar cimeras posiciones en la estructura pública del país.

Para casi todos, el creer hacerlo bien, ya es suficiente.


Extenso

(Poema)

La vida renueva su magia al llorar de la nada, y presiona
El botón de las viejas costumbres, para mermar la humedad.
¿Que sueña el que sueños ha cumplido?, ¿El que ha dormido
Sin temor a la profundidad? ¿Y sin temor a nadar en lo perdido?

Miles de sueños rotos por el filo de una noche,
Tirados al vacío que esconde su nombre, manchando su cielo,
De viejos, de ligeros sueños que devoraron mi juventud,
Sagacidad sin preguntar, sin temor de mentirle a la verdad.

El tiempo se ha escurrido, y las gotas
Mojan con júbilo el cristal, se inhibe lo silente del camino,
Se prestan a volver, y los titanes apetitos, que no
Fueron atrás vencidos, hoy quieren florecer.

Déjame cruzar y estar de ese lado, aun
Sabiendo, que al volver las huellas se habrán borrado,
Que habré sido hechizo, para atar tus pies al suelo,
Ya así la miel derramará cada gota lentamente.

Volveré a la locura añorada, al trastorno que sigila 
El futuro, prendiendo el horizonte a mis ojos tibios,
Envolviendo el deseo que en tu lecho ha sucumbido,
¡Atrás de ti princesa!.. Atrás de ti, mi luz quedó encendida,
Y tras tu caída, quedo un peñón; con sus alas extendidas.

Pedro Salinas Navarro
Honduras C.A. 14/03/2015
DR

Cuatro Palabras Audaces ponen fin a una Fiesta Palaciega


Gral. Terencio Sierra

Por: Froylán Turcios

Aquel día hallábase el presidente Sierra en una de las raras fechas felices de su calendario. Por humanidad, y entre manifestaciones estruendosas, pasó en el Congreso no recuerdo qué iniciativa suya que juzgaba de gran trascendencia en el futuro del país. Para celebrar el acontecimiento invitó a los diputados y algunos de sus amigos a tomar con él y a sus ministros una copa de champaña.

En el pasillo que servía de comedor a la familia presidencial reinaba el más desbordante entusiasmo. La servidumbre iba de un lado para otro con bandejas de aceitunas, frutas frescas, galletas, sandwichs, copas de coñac cinco estrellas, y toda clase de exquisitos vinos: porto, vermouth, jerez, moscatel. Las risas y las conversaciones formaban un solo rumor de colmena.

De pronto callaron todos, pues comenzaba a circular el champaña.

De pie, de frac y con una copa en la mano, Sierra pronunció un corto brindis patriótico, que al punto fue contestado por varios palaciegos con frases de la más espesa adulación. Íbase ya por la tercera ronda, y nadie pensaba en discursos, cuando alguien golpeó la mesa, reclamando silencio…

Era el talentoso licenciado Manuel Membreño, quien con impasible dureza de expresión en el semblante, y con voz aguda y un tanto agresiva, dijo más o menos lo siguiente:

—General Sierra: —Estamos festejando aquí una de las innumerables farsas con que el poder público procura engañar al pueblo. Somos todos actores en un sainete ridículo que alguna vez debiera avergonzarnos. Ni usted, ni los diputados que servilmente curvan de miedo en su presencia el espinazo, ni ningún hondureño creen que se realizará lo que decretó el Congreso por orden suya. Juro que no lo creen, como yo no lo creo; y, sin embargo todos nos prestamos a tomar un papel en esta comedia grotesca. Usted está acostumbrado a la frase melosa de los turiferarios, y, por lo mismo mis francas palabras deben estar resonando en sus oídos como la expresión de la más audaz intemperancia o como las desacordes vociferaciones de un demente. Pero es preciso que las oiga entre la consternación de los pusilánimes y el secreto aplauso de los hombres íntegros, para que usted no se imagine que todo el pueblo hondureño es una manada de asnos rebuznando al compás de los embustes oficiales.

Un rayo cayendo sobre la regocijada concurrencia no habría producido la sorpresa y el espanto que causaron aquellas exageradas expresiones. Todos miráronse con las caras alargadas. Concentrando después su atención en el gobernante. Éste hallábase como el que ha recibido un balazo y no sabe en qué sitio. Sus amarillentos ojos movíanse rápidamente como los del tigre próximo a saltar. Así pasó medio minuto en el que no se oyó el vuelo de una mosca. Ni por un millón de dólares habría ninguno querido estar en la piel del licenciado Membreño.

—Vea, pariente, —exclamó al fin el temible jefe con voz resonante, rompiendo el dramático silencio —usted mismo lo ha dicho: es irresponsable de las grandes ofensas que gratuitamente ha proferido contra mí. Por su boca habló algún malévolo espíritu que el demonio del alcohol puso en su lengua. Rotundamente se equivoca al juzgar farsantes a los ciudadanos que con la mayor energía trabajamos por el progreso y la gloria de Honduras. Usted no es más que un…

En ese instante se sintió cariñosamente cogido por un brazo. Su hija Brígida, enterada por algún amigo de lo que pasaba, le habló en voz baja… Tras de una corta vacilación, dejando la copa intacta sobre la mesa, hizo un saludo y desapareció por la puerta que se abría a sus espaldas.

Cada cual buscó su sombrero, y entre el ruido de los que se marchaban, oyóse un grito del presidente:

—¡Detengan en la guardia al señor Membreño!

A éste se le habían evaporado los traidores tragos y pálido y nervioso explicaba su actitud a los que partían. Al oir aquella orden acercóse a mí —y aunque no nos hablábamos hacía muchos años, por motivos que no es del caso explicar—, me pidió que interviniera en su favor. Así lo hice en el acto con doña Carmen, quien me facultó para que dijera al jefe de la guardia que le dejara salir. Entre tanto Sierra, aunque calmado con amenas pláticas de sus más íntimos cortesanos, y con fricciones de agua de Colonia en la cabeza, paséabase en camisa con el puro en la boca, bufando a lo largo de la estancia.

Marzo de 1938.

Tomado del libro «Anecdotario Hondureño», por Froylán Turcios.

Telegramas Singulares

Traje de Leva

Traje de leva.

Por: José Armando Sarmiento Montoya

Olancho es una tierra donde el realismo mágico parece que hubiera nacido, antes que los grandes novelistas lo convirtieran en tema de éxito editorial. Pero hay una parte de esa singularidad olanchana que todavía no se ha divulgado y es el ingenio de sus habitantes.

Antes que caiga al olvido, vamos a dar a conocer unos telegramas ingeniosos cruzados por un matrimonio a principio del siglo [XX].

Manuel Bonilla, cuando joven tuvo un amigo íntimo, compañero de correrías amorosas y de serenatas románticas, llamado Rafael Becerra, más conocido por Ballito, con quien había formado un dueto musical. Ballito tocaba la guitarra y don Manuel la flauta; la vida separó a los viejos amigos.

Don Manuel buscó su destino por los caminos de la guerra y Ballito se quedó en Juticalpa ejerciendo el oficio de zapatero, dando conciertos de guitarra por las tardes a sus amigos y vecinos que lo buscaban para disfrutar de su plática chispeante y de su carácter jocoso.

Don Rafael Becerra estaba casado con una señora de nombre muy sujestivo llamada Pura Meza de Becerra. Cuando don Manuel llegó a la Presidencia mandó a llamar a su viejo amigo de la adolescencia y lo nombró segun parece, Jefe del Presidio de la Capital.

Cuando el Gobierno de don Manuel dio el primer baile de gala, invitó a don Rafael a la fiesta. Ballito, deseoso de rozarse con la alta sociedad tegucigalpense, envió a su esposa, residente en Juticalpa, el siguiente telegrama: “mándame leva, lánzome baile palacio”. La esposa le contestó, para consternación de Ballito, así: “Leva roída, masticación ratones”.

Según dicen viejos olanchanos, los telegramas los conservan los ancianos profesores Olga y Armando Sarmiento, vecinos de Juticalpa y nietos de la pareja protagonista de esta historia.

Tomado de “El Olanchano”. Juticalpa, 16 de agosto de 1984.

La renuncia forzada del presidente Francisco Bertrand


Francisco Bertrand
Imagen: proekt-wms.narod.ru

Por: Marvin Barahona

Es interesante comparar la crisis política hondureña del 2009 con la similar que ocurrió en 1919, tal como nos la cuenta el historiador Marvin Barahona. En ambos casos, la crisis se desató pocos antes de las elecciones, y Estados Unidos tuvo un papel importante en ellas.

El caso de las elecciones hondureñas de 1919

En abril de 1919, los ciudadanos hondureños debían elegir al presidente, el vicepresidente y los diputados al Congreso del país para el período de 1920–1924. Los tres candidatos a la presidencia eran, Alberto Membreño del Partido Nacional Democrático; el general Rafael López Gutiérrez del Partido Constitucional Democrático y Nazario Soriano del Partido Liberal Constitucional.

Nazario Soriano era cuñado del presidente saliente, Francisco Bertrand, quien ocupaba la presidencia del país desde 1913. Siendo vice-presidente del gobierno presidido por Manuel Bonilla desde 1912, Francisco Bertrand lo había reemplazado después de su muerte en 1913, para ser elegido enseguida para un nuevo mandato en 1915.

Cuando se preparaban las elecciones de 1919, la oposición acusaba al presidente Bertrand de nepotismo y de manipulación del proceso electoral, atribuyéndole la intención de conservar el poder por intermedio de su cuñado.

[…]

Las acusaciones dirigidas por la oposición contra el presidente Bertrand no carecían de fundamento. En febrero de 1919, él había tomado medidas tendientes a intimidar los rivales políticos de su cuñado Nazario Soriano.

Según la Legación americana en Tegucigalpa, el presidente Bertrand había suspendido las garantías constitucionales y organizado el «control» de la prensa por el gobierno, sin llegar hasta una censura declarada. Al mismo tiempo, hacía cerrar las oficinas postales, los servicios telefónicos y telegráficos, los clubes, los hoteles, etc.

En julio, la situación en Honduras era descrita como «extremadamente grave». El 17 tuvo lugar un auto-golpe de Estado por medio del cual el presidente Bertrand aseguraba para sí poderes dictatoriales. Haciendo uso de los mismos, Bertrand se apoderó de algunos de los medios de la oposición (entre otros de El Cronista, del cual todos los empleados fueron arrestados).

La noche del mismo día, la tropa ocupaba los puntos más importantes de la capital y se dedicaba al pillaje. La represión alcanzó a todos los oponentes políticos. Diez de los ciudadanos más eminentes de la oposición fueron arrestados, flagelados y encarcelados; las casas de los principales líderes de la oposición fueron puestas bajo la vigilancia policíaca.

Algunos opositores buscaron refugio, unos en la legación americana, otros en el consulado británico. El 23 de julio, el ministro americano en Tegucigalpa informaba al Ministerio de Relaciones Exteriores de Honduras que Saturnino Medal, Rómulo E. Durón, Silverio Laínez, Francisco López Padilla, José Jorge Callejas y Paulino Valladares habían encontrado refugio en la legación.

Por su parte, Joseph Walter, cónsul de la Gran Bretaña en Tegucigalpa, señalaba a la Legación americana la presencia en el consulado, a título de refugiados, de Vicente Mejía Colindres, Venancio Callejas y Magín Herrera.

Sin embargo, otros opositores habían abandonado la capital para dirigirse a Nicaragua, con el fin de organizar allí la lucha armada contra el gobierno del presidente Bertrand. Desde finales de ese mes de julio, el general López Gutiérrez, uno de los candidatos presidenciales, como ya lo señalamos, encabezaba un movimiento que comenzando con la región fronteriza con Nicaragua (en el Este de Honduras), esperaba reconquistar el país. Simultáneamente, el coronel Vicente Tosta y otros jefes militares iniciaban la insurrección en las ciudades del occidente (La Esperanza, Gracias, Santa Rosa de Copán y Santa Bárbara) y en San Pedro Sula, en el norte.

La intervención americana en las elecciones de 1919: diplomacia y amenaza militar

Desde que los partidos de oposición al régimen del presidente Bertrand lo acusaron de querer manipular el proceso electoral, el Departamento de Estado intervino en la crisis.

Esta intervención se fundamentaba en el tratado de 1907, firmado por las cinco Repúblicas de la América Central, y por los Estados Unidos a título de garantes. Como lo señaláramos en el primer capítulo de este trabajo, ese tratado se inspiraba en la «doctrina Tobar» en virtud de la cual un gobierno surgido de un golpe de Estado o de elecciones ilegales no tenía ningún derecho al reconocimiento diplomático.

El principio del no reconocimiento diplomático a los gobiernos que no habían sido electos por sus respectivos pueblos significaba un paso adelante para el establecimiento de una legalidad democrática en Centro América. Sin embargo, su aplicación fue muy a menudo adulterada en beneficio de los intereses coyunturales o estratégicos de los Estados Unidos. En lugar de que la legitimidad de un gobierno implicara su reconocimiento, era generalmente el reconocimiento el que lo legitimaba. No entraremos en detalles relativos a esta situación, sin embargo, se podría extraer de la historia de las cinco repúblicas de Centro América numerosos ejemplos de gobiernos, nacidos de la violencia o del fraude, que los Estados Unidos «legitimaban» otorgándoles su reconocimiento porque así convenía a sus intereses.

De cualquier modo, los Estados Unidos, en el caso que nos ocupa, intervinieron a nombre del tratado de 1907 y de la doctrina Tobar, y su intervención siguió un orden progresivo que se podría presentar así: 1) Protesta por la vía diplomática; 2) Amenaza de no reconocimiento; 3) Ofrecimiento de buenos oficios; 4) Demanda de control del proceso electoral por observadores; 5) Amenaza del uso de la fuerza militar.

Desde el mes de marzo de 1919, el Departamento de Estado americano comunicaba a su ministro en Honduras:

«Usted está instruido para indicar oralmente al Presidente Bertrand que este gobierno espera una elección limpia en Honduras».

El presidente Bertrand aseguró al ministro americano que el orden reinaba en el país, que no había prisioneros políticos en Honduras y que su administración garantizaba la legalidad del proceso electoral.

En mayo, para apoyar su recomendación de organizar elecciones en Honduras, los Estados Unidos enviaban a Amapala la nave de guerra U.S.S. Machias, y el ministro americano en Tegucigalpa pedía al Departamento de Estado dejarlo allí hasta después de las elecciones.

En julio, cuando algunos miembros de la oposición se habían refugiado en la Legación de los Estados Unidos, el gobierno hondureño ordenó el bloqueo de las avenidas de la capital que conducían a los edificios de esa legación e hizo controlar las vías de acceso por la policía y el ejército, para impedir a cualquier ciudadano, americano u hondureño, entrar o salir de ella.

El Departamento de Estado ordenaba entonces a su ministro en Tegucigalpa:

«Si usted considera conveniente puede pedir al comandante del U.S.S. Machias y a su ayudante, de ir a Tegucigalpa para que estén con usted en este momento».

El presidente Bertrand se encontraba atrapado entre las exigencias americanas y la insurrección dirigida por el general López Gutiérrez. A fines de agosto, el ministro americano en Tegucigalpa sugería una tregua y la firma de un acuerdo con la oposición con vistas a la organización de elecciones libres, sin intervención militar. A lo cual el presidente Bertrand respondía:

«Espere algunos días, digamos una semana, y déjeme ver si puedo acabar la revolución, si no ya enviaré por usted».

El pensaba, en efecto, que estaría en mejor posición para discutir las exigencias americanas si primero podía aplastar la rebelión. Pero eso implicaba llevar a cabo combates en San Pedro Sula, y en la frontera con Nicaragua. Por lo cual, una nueva advertencia fue dirigida al gobierno hondureño:

«Los Estados Unidos no verían con indiferencia la violación del territorio nicaragüense».

En septiembre, el Departamento de Estado norteamericano ofrecía sus buenos oficios para mediar en la crisis. El ministro americano en Tegucigalpa recibió ordenes de informarlo así al gobierno hondureño. El texto del Departamento de Estado decía:

«Cualquier sugerencia de él (el presidente Bertrand) sería bienvenida si la misma invitara al uso de los buenos oficios de Estados Unidos, similar al uso hecho de ellos de enero a marzo de 1911, durante los disturbios políticos existentes en ese entonces en Honduras».

La oferta de los buenos oficios era acompañada de una amenaza de uso de la fuerza militar, en caso de rechazo:

«El gobierno de los Estados Unidos será obligado a considerar activamente su colaboración en el restablecimiento del orden y en la vigilancia de las próximas elecciones».

Este ultimátum llevó al presidente Bertrand a presentar su dimisión. Bertrand remitió sus poderes al Consejo de Ministros y abandonó el país con rumbo a los Estados Unidos.

Sin embargo, el ministro hondureño de Relaciones Exteriores presentaba una denuncia ante la Sociedad de Naciones contra la intervención de los Estados Unidos en los asuntos de su país. El precisaba, en un comunicado del 8 de septiembre, lo siguiente:

«El señor presidente Bertrand ha resuelto separarse del poder supremo antes que admitir imposiciones extrañas, antes que atraer sobre su patria el más grave de los ultrajes (…). En nombre del señor presidente, cumplo el deber de protestar, ante la Liga de las Naciones y ante el mundo civilizado, por el desconocimiento que se hace de la soberanía de un pueblo débil».

No hay duda que, interviniendo en la crisis hondureña de 1919, los Estados Unidos se proponía asegurar credibilidad a su política de reconocimiento diplomático en Centro América. Era el momento en que ese país consolidaba su hegemonía sobre los Estados de América Latina, sin temer la rivalidad de una Europa que salía debilitada de la guerra mundial. Para los Estados Unidos se trataba de hacer reinar la «Pax Americana» en todo el hemisferio occidental.

Si embargo, la intervención americana no habría tomado, sin duda, una amplitud tal, si la misma no hubiera sido reclamada por los mismos candidatos presidenciales hondureños. Los dos candidatos de la oposición solicitaron la ayuda americana, sugiriendo que la misma tomara la forma de una amenaza de no reconocimiento o incluso del envio de tropas americanas a Honduras. En julio de 1919, Antonio López Gutiérrez, hermano del general López Gutiérrez y ministro de Honduras en Washington, solicitaba secretamente al Departamento de Estado que tomara medidas con el propósito de asegurar unas elecciones libres en Honduras. Después de la dimisión del presidente Bertrand, y algunos días antes de la entrada en Tegucigalpa de las tropas del general López Gutiérrez, su hermano, Antonio López Gutiérrez, escribía a la División Latinoamericana del Departamento de Estado:

«… es necesario que un gobierno fuerte y central sea creado. Nosotros deseamos que el Departamento de Estado nos de su apoyo moral con este fin».

Por su parte, el Consejo de Ministros, depositario del poder supremo después de la dimisión del presidente Bertrand, autorizaba al ministro americano en Tegucigalpa para proponer al general López Gutiérrez la celebración de una conferencia a bordo de una nave de guerra americana, para asegurar «la completa imparcialidad y libertad de acción». Un poco más tarde, Francisco Bográn, presidente provisional de Honduras, demandaba el envío de un barco de guerra americano a La Ceiba para ejercer en ese puerto una influencia moral.

De este modo, las ambiciones de los políticos hondureños y su incapacidad para ponerse de acuerdo entre ellos mismos, hacían de la Legación americana en Tegucigalpa el centro de decisión más importante del país. Un reporte de E.M. Lawton, cónsul a cargo de la Legación americana en Tegucigalpa, es representativo de ésta situación. Al menor incidente, escribía Lawton:

«Los líderes de ambos partidos llegan a la Legación, cada uno protestando que el otro partido era responsable por el incidente».

La crisis de 1919 finalizó con la elección del general Rafael López Gutiérrez, líder de la insurrección contra el presidente Bertrand; su gobierno fue reconocido por los Estados Unidos.

Tomado del libro «La Hegemonía de los Estados Unidos en Honduras (1907-1932)», de Marvin Barahona.