Archivo por meses: mayo 2009

Así murió Gustavo Álvarez Martínez

La Biblia en una vida y en una muerte

Por Longino Becerra

Gustavo Álvarez MartínezCuatro días estuvo Álvarez en San José. El 5 de marzo, a la 1:00 pm. salió para Miami, a donde llegó a las 7:00 pm. En el aeropuerto fue recibido por autoridades norteamericanas las que lo llevaron a un alojamiento que le tenían predestinado. Su estancia en Norteamérica dura cuatro años, desde el 5 de marzo de 1984 hasta el 9 de abril de 1988, período en el cual se ocupó, básicamente, de dos cosas: 1) hacer informes sobre la situación política y militar del área centroamericana para organismos de inteligencia, y 2) asistir a los cultos de la iglesia protestante El Nazareno, a donde hubo de incorporarse por influencia de una hermana carnal suya, interesada en ayudarlo a compensar los desequilibrios emocionales que le producía el recuerdo de los crímenes perpetrados en Honduras. Inconforme con las condiciones de vida que llevaba en Norteamérica, pues él esperaba un trato mejor allí, según lo expresó en declaraciones publicadas en el diario La Tribuna el 4 de mayo de 1987, decide volver al país el sábado 9 de abril de 1988.

El arribo a las 3:40 desde Miami se hizo bajo estrictas medidas de seguridad y nadie pudo entrevistarlo. Fue hasta el día siguiente, domingo 10, que el periodista de ACAN-EFE, German Reyes, pudo hablar con él en la propia casa del General. Allí, ante varias preguntas específicas, declaró: «No temo por mi vida porque soy cristiano; obedezco lo que dijo Cristo en sus palabras y vivo de acuerdo a eso… Si alguien cree que yo he hecho eso [desaparecer y asesinar personas] y tiene algo contra mí, que me lo demuestre pero en los tribunales y que no anden hablando tonterías en la calle. No descarto que los subalternos que tuve hayan cometido algunas violaciones. Cuando se ocupan puestos en las Fuerzas Armadas, a uno siempre le cargan el muertito. Eso a mí no me preocupa. Primero me cargaron 300; luego me bajaron a 100, me hicieron un favor. No sé, me han ido bajando la cuota. A todos los que me hicieron daño los he perdonado, así como Dios me perdonó mis pecados, y yo no tengo que ser juez de nadie. Regreso a Honduras como un cristiano que recibió a Jesucristo como mi Señor y Salvador en agosto de 1985. Así como Dios me sacó de Honduras, porque fue por su voluntad que perdí mi trabajo y mi carrera, por su misma voluntad regreso al país».

Eso hizo exactamente, es decir, dedicarse a hablar de Cristo y del perdón de sus pecados. A los pocos días de su retorno comenzó a vérsele con una Biblia bajo el brazo en varias congregaciones protestantes de Tegucigalpa. Algunas veces los pastores lo hacían subir al púlpito para que predicara, lo que le fue formando en la cabeza otra paranoia distinta a la de matar: la idea de que iba en camino a la santidad. Así lo dijo el 25 de octubre de 1988 en La Ceiba, como informó al día siguiente un reportero de Diario Tiempo. «El ex-jefe de las Fuerzas Armadas, general Gustavo Álvarez Martínez, afirmó en comparecencia pública estar en proceso de «santificación», gracias a que el Espíritu Santo ha permitido que «muera lo negativo» y nazca dentro de él una nueva criatura». Lo que preocupó a varios sectores del poder político, hondureño y norteamericano, es que durante esas comparecencias de fanatismo religioso Álvarez aludía a los hechos en que se vio involucrado diciendo que él «obedeció órdenes de autoridades superiores, así que no era el único responsable».

De ese modo vino a sumarse un motivo más de los muchos que ya tenían varias fuerzas políticas interesadas en liquidarlo físicamente, unos por venganza y otros por miedo a que hablara más de la cuenta. Así llegó el miércoles 25 de enero de 1989. El general salía de su casa en la colonia Florencia Norte, de Tegucigalpa. Iba en busca, a las 10:15 a. m., de su hermano Armando Álvarez para que lo acompañara a una librería religiosa con el objeto de seleccionar un ejemplar de la Biblia que utilizaría durante una próxima campaña evangelizadora promovida por iglesias protestantes de Estados Unidos. Lo acompañaba en esta diligencia su chofer, el costarricence Adolfo Abreu. Al llegar su automóvil a la intersección del Bulevar Suyapa, frente a la Iglesia Episcopal, hizo el alto de rigor. En ese instante, un grupo de hombres que lo esperaban con uniformes de la Empresa de Energía Eléctrica y armados con subametralladoras, dispararon varias ráfagas sobre el vehículo, matando en el acto al chofer e hiriendo al tico Abreu. Por su parte, Álvarez recibió 18 proyectiles en distintas partes del cuerpo y no murió en el acto, por lo que, según Abreu, alcanzó a decir: «¡Ay, no hagan eso conmigo!». Varios minutos después, en ruta hacia el hospital, expiró.

¿Quién mató a Álvarez ese 25 de enero de 1989? Un grupo de izquierda, el «Movimiento Popular de Liberación Cinchonero (MPL-C)» dio un comunicado ese mismo día para atribuirse la hechura de la acción. Sin embargo, el documento no convenció a muchas personas por su pésima redacción, su estilo poco acorde con el habitual en una izquierda imbuida de doctrina revolucionaria y el empleo de giros propios de los ejércitos profesionales. Además, el comando que ejecutó la acción necesariamente tuvo que contar con un efectivo servicio de inteligencia para conocer el movimiento que iba a realizar Álvarez a esa hora, hecho que no estaba en la capacidad del modesto grupo «Cinchonero», aunque tuviera la asistencia del «Farabundo Martí» de El Salvador, como había ocurrido en el secuestro del avión SAHSA el 27 de marzo de 1981 y el asalto a la Cámara de Industria y Comercio el 17 de septiembre de 1982. Tomando el cuenta el tipo de operativo montado contra Álvarez y las numerosas fuerzas que en ese momento deseaban silenciarlo, entre ellas la CIA, el ejército, los guerrilleros de Honduras y El Salvador, los compinches suyos en APROH o en el gobierno, etc., siempre quedó la duda acerca de quién realmente mató al general aquella mañana de enero.

Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras» de Longino Becerra (2009). Editorial Baktún.

Juan Ramón Molina Cantó a la Juventud Olanchana

Por: Hostilio Lobo Díaz

Policarpo Irías Mendoza nació en la ciudad de Catacamas, en 1871, en el hogar formado por los acaudalados ganaderos don Juan Antonio Irías y Josefa Mendoza; desde su corta infancia absorbió las ideas liberales que germinaron en Francia bajo la influencia de los enciclopedistas, de Diderot, Montmartre, entre otros y que en Centro América alentaron figuras de la talla de Miguel García Granados, Justo Rufino Barrios, Ramón Rosa y Marco Aurelio Soto; luchando contra el sistema caduco, arcaico y clerical de la época, viendo su ideal realizado precisamente en el año en que nació Policarpo Irías Mendoza: 1871, y que en 1876 cimentó en Honduras el gobierno profundamente revolucionario de Soto y Rosa, que introdujeron al país profundas reformas en el aspecto social, cultural y administrativo. En la etapa finisecular, las ideas retrógradas cobraron vida y jóvenes idealistas dejaron el libro para empuñar el fusil y defender en los campos de batalla su ideal mancillado.

Dos catacamenses, Policarpo Irías Mendoza y Francisco Lobo Herrera, de 21 y 23 años, respectivamente, abandonaron la facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos de Guatemala ofrendaron sus vidas en el campo de batalla luchando contra el gobierno de facto de Ponciano Leiva, en el año de 1892. Hay que destacar que Policarpo Irías Mendoza murió en el sitio de El Corpus, lugar en donde acampó con ochenta y cinco hombres, cuando esta plaza fue tomada por 2.000 hombres leales al gobierno de Ponciano Leiva, mientras Francisco Lobo Herrera fue sacrificado en el sitio de Puerto Cortés.

Los pensadores más destacados de la época dedicaron a ambos páginas muy sentidas describiendo la heroica epopeya. El licenciado y poeta hondureño Felix A. Tejeda en 1892 escribió sobre Policarpo Irías lo siguiente: “No he conocido un temperamento tan fogoso, ni un joven tan entusiasta por los grandes ideales. Amaba el progreso, soñaba con los grandes triunfos de la civilización realizados, como en todo tiempo, por los grandes espíritus, y veía con desprecio a los hombres timoratos que sacrifican sus ideales a las contemporizaciones inútiles».

Hombre de acción, llevaba su entusiasmo a todas partes y lo difundía sólo con el ejemplo. Le gustaba sobremanera la filosofía positiva y se había convertido en propagador de ella, discutiendo juiciosamente y organizando sociedades en las que daba conferencias.

En sus 21 años, fugaces como relámpago, tenía honrosos hechos que hacían simpática su persona. En mayo próximo pasado tomó parte muy activa en la expedición realizada por Puerto Cortés. Allí peleó con bizarría, tomándose el cuartel, y fue de los primeros que se expusieron al peligro. Vio caer a sus pies a compañeros de armas, y sereno y valeroso defendió su puesto de soldado.

En la pasada lucha electoral de Guatemala fue un tribuno infatigable. Un defecto físico le hacía tartajear muy a menudo; pero fue tribuno por su entusiasmo, tribuno por su fogosidad, por audacia, por su impetuosidad y por su decisión. A veces tenía rasgos felices; más de una tocó los límites de la elocuencia, y en las más salpicaba de bellas imágenes sus improvisaciones siempre fogosas. Era estudiante y no tenía quietud. Amigo y decidido iniciador de las asociaciones, muchas debieron a él su existencia, distinguiéndolo siempre sus compañeros con los puestos más honoríficos. En tan corta edad había sido periodista, y periodista en la época de lucha, en que las pasiones desbordadas acumulan los peligros.

Nuestro malogrado poeta Juan Ramón Molina (1875-1908) escribió una oda a Policarpo Irías Mendoza, que con su Adiós a Honduras constituyen sus dos únicos poemas de corte combativo.

EN LA MUERTE DE POLICARPO IRÍAS MENDOZA

Por Juan Ramón Molina

Corre hoy mi acerada pluma
entre raudales de llanto,
porque el dolor entretando
me despedaza, me abruma.
Allá lejana consuma
La muerte su cruel venganza
En mi amigo que se lanza
A defender el derecho,
llevando dentro del pecho
el fuego de la esperanza.

II
¿Qué genio mueve sus alas
sobre la raza hondureña,
que hace tiempo se empeña
en marchitarle sus galas?
Rodando el carro de Palas
Miren en la batalla fuera,
mientras mortuoria bandera
en huesas hondas frías,
cubre a Policarpo Irías
al lado de Lobo Herrera.

III
«Sobre la tumba que encierra
los despojos de mi hermano
llorar no puedo, el tirano
está oprimiendo a mi tierra»,
dijo, y lanzóse a la guerra
con su frase consecuente.
Murió.., pero heroicamente
descansa el último sueño,
porque el que dice hondureño
dice sin duda valiente.

IV
¡Qué de cosas concebimos
cuando con ojos inciertos
quedamos sobre los muertos
llorando los que vivimos!
Ayer alzarse los vimos
en la tribuna, arrogantes,
hoy¡… sombras amenazantes
parecen aquellos seres,
es sombra Fernando Pérez,
sombra Santiago Cervantes.

V
Quedándole van a Honduras
de sus deslumbrantes glorias.
sólo imágenes mortuorias
en lúgubres sepulturas
fueron jóvenes figuras
timbre y prez de aquella tierra.
nido de águilas que encierra
entre las cinco naciones,
los más egregios varones
en las ciencias y en la guerra.

VI
Pobre patria! Condenada
para aumentar sus dolores,
a ver que sus defensores
rodando van a la nada!
Su frente tiene doblada
la verguenza, la mancilla;
Mientras la infame cuadrilla
escarnio de nuestra raza,
dando de cuervos La traza
la acosan sobre la silla!

VII
Pobre patria que doliente
sobre su poder en ruinas,
una corona de espinas
es la diadema en su frente!
Camina rápidamente
al deshonroso Calvario,
donde el feroz mandatario
la envolverá cuando muera,
en la humilde bandera
por no tener un sudario.

VIII
Ah! Si nos hinchas las venas
sangre, y tenemos conciencia,
¿Quién ve con indiferencia
los grillos y las cadenas?
Ante la crueles escenas
de la infanda tiranía.
Se sacude el alma mía
del letargoso desmayo,
vibrando indignada el rayo
de la indignada poesía.

IX
¡Ay de vosotros tiranos
Que la soldadesca ampare!
Sangre llevais en la cara.
Sangre tenéis en las manos;
Sangre los cabellos canos
del usurpador derraman;
Sangre! los que la gente aman
de ese desgraciado suelo,
venganza y sangre reclaman!

X
Grupo criminal e inmundo
es ese de americanos,
los más odiosos tiranos
de los tiranos del mundo
monstruos que arroja el produnfo
infierno de sus mansiones
corrompidos corazones
que parodiando los reyes,
imponen inicuas leyes
para asolar las naciones

XI
Llevan dos ejecutores
de crímenes sin disculpa,
con el peso de la culpa
la carga de los temores
los mendigados honores
del poder en la altura
recibe el uno; en impuras
bacanales vil a aleve,
impunemente se bebe
el otro el llanto de Honduras.

XII
Infames! Hasta el ataúd
llevaréis en vuestra frente
toda la sangre inocente
de la muerta juventud
Dejo las cuerdas del laúd
vencido por la emoción…
Que siento en el corazon
con el odio que batalla,
una tempestad que estalla
sobre ellos en maldición!

Juan Ramón Molina

Tomado del diario La Tribuna, del 7 de octubre de 1988.

Historia de las compañías bananeras en Honduras

La economía bananera: de la plantación campesina a las concesiones industriales

Por Marvin Barahona

Desde 1866, se nota la presencia en Honduras de algunas plantaciones de bananos, entre otros en Islas de la Bahía, en la región insular atlántica del país.

Esas plantaciones pertenecían a pequeños finqueros, hondureños y norteamericanos quienes exportaban las frutas hacia los Estados Unidos, aprovechando el pasaje de barcos mercantes americanos que hacían la travesía del Mar Caribe.

En otras regiones, las medidas tomadas por los reformadores liberales en favor de la agricultura estimularon la producción bananera. Esta se implantó sobre todo en el norte, en la proximidad de los puertos de La Ceiba, Omoa y Tela, favorecida también por la existencia en esta región de una pequeña red ferroviaria.

Hasta aquí, la producción estaba en manos de pequeños finqueros hondureños y norteamericanos, mientras que la comercialización del producto y su exportación eran realizadas por compañías extranjeras instaladas en los puertos.

La producción se desarrolló, hasta representar en 1988, el 23% de las exportaciones totales del país. Al mismo tiempo, el papel de las compañías exportadoras cobraba importancia. En los últimos años del siglo pasado -según Mariñas Otero- habían más de veinte compañías que buscaban asegurarse la recolección de bananos y su exportación hacia los Estados Unidos. Citemos, entre otras: la Atlantic Fruit Company, la Vaccaro Brothers Company, la Pizzati Brothers Company, la Cammors McConnel,…

Hasta poco antes de la primera guerra mundial, la explotación bananera no tuvo un carácter monopólico. Es preciso señalar, sin embargo, que un movimiento de concentración se inició desde principios de este siglo, cuando algunas de las compañías que hemos citado pasaron de la comercialización a la producción directa de la fruta. Mencionaremos, entre los primeros grandes productores extranjeros, las familias italianas Vaccaro y D’antoni, y el americano W.F. Streich. Los dos primeros se instalaron desde 1902 en La Ceiba, el tercero en 1905 en Cuyamel, donde el gobierno le otorgó una concesión.

La empresa de los hermanos Vaccaro prosperó rápidamente, después de haber sido beneficiados por el Estado hondureño, con el otorgamiento de 250 hectáreas de tierra por cada kilómetro de línea ferroviaria construida por ellos. La empresa Vaccaro deviene en 1924 en la Standard Fruit Company, ésta más tarde, en 1926, se convirtió en la Standard Fruit and Steamship Corporation.

Después de la revolución financiada por Samuel Zemurray en 1911 la política de otorgamiento de concesiones a los inversionistas extranjeros se intensificó. La intención era siempre la de desarrollar y modernizar la economía del país.

Se trataba, en efecto, de obtener de los inversionistas extranjeros, a cambio de las tierras que les eran concedidas, que ellos tomaran a su cargo el establecimiento de la infraestructura de carreteras, ferroviaria, marítima, etc. que permitiría una comercialización más fácil de los productos agrícolas, favoreciendo así el desarrollo de la agricultura.

La obligación, para el beneficiario de una concesión, de construir a cambio una determinada cantidad de kilómetros de vía ferroviaria, o de carretera, era acompañada de exenciones fiscales totales sobre todo lo que concernía a tales trabajos: importación de los materiales necesarios, construcción, mantenimiento, etc. Como en el caso de las compañías mineras, esas exenciones eran acordadas por un término renovable de veinte años. Además de la Vaccaro, ya citada, otras compañías, como la Cuyamel Fruit Company y la United Fruit Company, se beneficiaron de esa política.

Es interesante ver, brevemente, a través del desarrollo de estas compañías, como se aceleraba el proceso de concentración que finalizaría en el monopolio absoluto.

La Cuyamel Fruit Company fue fundada en 1911 por Samuel Zemurray. En 1912 esta compañía obtenía la concesión de 10.000 hectáreas de tierra en la región de Cuyamel, en el norte de Honduras (decreto No.78 del 4 de marzo de 1912). A esta concesión vinieron a agregarse las 5.000 hectáreas compradas por Zemurray a William Streich.

La United Fruit Company había sido fundada en 1899 bajo las leyes del Estado de New Jersey, hasta poco antes de 1914 su actividad en Honduras se limitaba a la comercialización de los bananos, y eso, por medio de compañías intermediarias, como la Salvador Oteri y la Michel Machecca, establecidas en La Ceiba. Desde 1905, sin embargo, esta se aseguraba el control, que conservó hasta 1918, del 46% de las acciones de la Vaccaro Brothers Company.

Desde 1905, igualmente, esta detentaba el 60% del capital de la Hubbard-Zemurray Company, la primera de las compañías creada por Zemurray; más tarde, hacia el comienzo de la primera guerra mundial, la United Fruit Company adquirió el 35% de las acciones de la segunda compañía creada por Zemurray, la Cuyamel Fruit Company.

En un segundo momento, la United Fruit Company pasó de la comercialización a la producción directa de los bananos en Honduras obteniendo concesiones a nombre de dos compañías que fundó a este efecto en 1912: la Tela Railroad Company y la Trujillo Railroad Company. En 1914, esas dos compañías detentaban en conjunto 15.000 acres de tierra, o sea más de 6.000 hectáreas.

En contrapartida de las tierras otorgadas por el Estado hondureño, la Tela Railroad Company se comprometió a construir 12 kilómetros de línea ferroviaria por porción de 6.000 hectáreas concedidas, y la Trujillo Railroad Company, 20 kilómetros por la porción de 10.000 hectáreas cedidas.

La United Fruit Company se había convertido de este modo en un verdadero imperio, un «Estado en el Estado» en cada país donde esta desarrollaba sus operaciones. Esta compañía poseía su propia flota (la White Fleet) y, hacia 1913, se evaluaba en alrededor de 852.000 acres, casi 345.000 hectáreas, las tierras que detentaba en América Latina. Era además propietaria de 669 millas de línea ferroviaria en los diferentes países de la región. Se le consideraba con toda razón la compañía americana más importante de la América Central.

Sin embargo, la prensa hondureña, sobre todo la liberal, criticaba muy a menudo la política demasiado generosa del Estado respecto a las compañías extranjeras. Por ejemplo, El Nuevo Tiempo, de Tegucigalpa, veía en ello una fuente de toda clase de males: políticos, económicos, y también morales.

Las demandas de concesiones de las grandes compañías despertaban, según ese periódico, la ambición de los funcionarios y los llevaba a la corrupción. Muy a menudo, decía, «se ha abusado de la consideración maliciosa de nuestros altos funcionarios públicos», y se ha estigmatizado la fórmula corriente: «ya sé que tendré que gastar algunos pesos y obsequiar algunas copas de champagne para obtener la concesión».

De hecho, la política de concesiones se revelaba como un mercado de abusos y timos, era además un fracaso para el Estado hondureño. Como era de esperarse, las compañías beneficiarias de las concesiones solo instalaban la infraestructura en la medida en que sus necesidades en intereses lo requerían.

El ministro americano en Honduras, John D. Ewin, lo observaba desde 1915:

«…en mi opinión, ellos nunca se propusieron cumplir con esto desde el principio. Ellos se propusieron usar esas líneas para sus propios propósitos particulares, en el transporte de la fruta de sus plantaciones a la costa y agotar el kilometraje estipulado».

Ewin agregaba que el gobierno hondureño estaba conciente de su impotencia frente a las grandes compañías, listas a emplear todos los medios, comprendida la corrupción y el fomento de insurrecciones, para defender sus posiciones.

Tales temores -decía Ewin- no carecían de fundamento, bastaba recordar a Samuel Zemurray y sus actividades de 1911:

«El contribuyó con 100.000 dólares y (…) sus naves transportaron armas y municiones para aprovisionar el movimiento revolucionario que puso al General Manuel Bonilla en el poder».

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Tomado del libro «La Hegemonía de los Estados Unidos en Honduras (1907-1932)», de Marvin Barahona. (CEDOH) Ver también El Enclave Bananero en Honduras, de Vilma Laínez y Víctor Meza.

Una Constituyente sin Partidos Políticos

Un blog pepista trajo a mi atención un viejo artículo escrito por Segisfredo Infante titulado El Juego de la Confusión.

En ese tiempo, las especulaciones de Patricia Rodas sobre una Constituyente parecían demasiado alocadas para ser tomadas en serio. Pero hoy vemos que esa locura quieren convertirla en realidad.

En un artículo de La Tribuna del 13 de Noviembre del 2008, Patricia Rodas expresaba que debe de crearse una Constituyente, pero sin los partidos políticos, para poder crear un nuevo sistema «que no sea excluyente».

Esto quiere decir que Patricia Rodas aboga por la destrucción de su propio partido, lo que no resulta tan sorprendente si tomamos en cuenta que Patricia Rodas no ha pertenecido al Partido Liberal. Lo curioso es que los liberales no defienden a su propio partido de su auto-destrucción a manos de esta idéologa (ideoloca).

En vez de partidos políticos, los que redactarían la nueva constitución serían los «gremios» y «organizaciones sociales», debidamente controladas por el gobierno. Se entiende que las «cúpulas» de las organizaciones empresariales y demás organizaciones desafectas del gobierno quedarían excluidas de la redacción de la Constitución, ya que estos grupos «son oligarquías que han hecho un profundo daño a la sociedad».

El escenario para un aumento en el nivel de confrontación está servido, y no sabemos hasta donde nos pueda llevar el aventurismo de este grupo de seguidores de Patricia Rodas.

Pepe Lobo, por su parte, al parecer sigue el mismo esquema que Patricia.

Chequen este artículo de El Heraldo: Mel confiesa que el objetivo es cambiar la forma de gobierno, en donde se confirma esta intención de desestimar a los partidos políticos, a cambio de una dudosa «democracia de gremios».

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El juego de la confusión

Por Segisfredo Infante publicado en diario La Tribuna, 20 Noviembre 2008

No queda ninguna duda que la licenciada Patricia Rodas ha planteado en forma casi directa la posibilidad de un golpe de Estado en contra de los partidos políticos y del frágil modelo democrático de Honduras. Sus declaraciones reproducidas en LA TRIBUNA del día jueves trece de noviembre del año en curso (página 71) son contradictorias pero al mismo tiempo contundentes. Lo más paradójico del caso es que la propuesta de organizar una “Asamblea Nacional Constituyente” proviene de los labios de la presidenta del partido legal que se encuentra usufructuando el poder.

Patricia Rodas expresó que se debe organizar “una Constituyente pero sin los partidos políticos, para poder crear un nuevo sistema que no sea excluyente”. Debemos suponer que su propio Partido Liberal quedaría por fuera de la ley y de igual forma los mismos partidos de “izquierda” (legales e ilegales) que existan en este momento o que pudieran llegar a existir en un futuro cercano. La pregunta respecto de la persona que podría llegar a dirigir tal institución de facto, conduce hacia la misma individualidad que ha hecho tal propuesta; o hacia alguno de los amigos más cercanos de ella, toda vez que jamás ha estado sola en semejantes cavilaciones y que el actual presidente de la República “Mel” Zelaya Rosales ha declarado simultáneamente (en la misma página) que “no se pretende prolongar ni un solo día, ni un solo minuto, las elecciones internas para el 30 de noviembre y mucho menos las elecciones generales del próximo año”.

Debemos aprender a deletrear las declaraciones y las insinuaciones entrelineadas de algunos dirigentes políticos de Honduras y evitar, en lo posible, las enormes ingenuidades en que caen algunos de los “opositores”. La licenciada en Historia doña Patricia Rodas añade veintidós párrafos adelante de su declaración pública, que “hay que recordar que nosotros no creemos en el continuismo aunque personalmente sí creo que pronto nuestras sociedades van a aceptar la reelección como lo hacen todos los países incluyendo los Estados Unidos y el continuismo es cuando alguien quiere continuar a la fuerza pero cuando se reelige eso no es continuismo”.

Por razones históricas es pertinente recordar que en Honduras el continuismo presidencial ha seguido, por regla general, dos caminos: El primero ha sido el de la imposición de las candidaturas oficialistas en contra de la voluntad del mismo partido de donde procede el candidato de ocasión. El doctor Policarpo Bonilla impuso, en 1899, la candidatura del topógrado Terencio Sierra, en contra de los deseos de los “manuelistas” (seguidores del general olanchano Manuel Bonilla) que eran la mayoría en el Partido Liberal. Ahí por 1902 el mismo Terencio Sierra impuso la candidatura del señor Juan Ángel Arias, provocando el resentimiento de casi todos los liberales (entre ellos Juan Ramón Molina y Froylán Turcios) que más tarde se alzaron en armas en tanto que el general olanchano había ganado las elecciones limpiamente. Para la ronda electoral de 1923 el gobierno de López Gutiérrez y de Ángel Zúñiga Huete, vuelven a imponer la candidatura oficialista del eterno perdedor Juan Ángel Arias, provocando, en los primeros meses de 1924, la guerra civil más sangrienta de toda la historia hondureña, en tanto que el profesor de aritmética Tiburcio Carías Andino había ganado las elecciones y los gobernantes de turno le impidieron el acceso pacífico al poder. En aquella fatídica fecha se aliaron los nacionalistas del general Carías con las fuerzas “coloradas” que seguían al doctor Policarpo Bonilla, fundador de por lo menos dos partidos liberales.

El segundo camino del continuismo político ha sido el de la dictadura, en donde el inquilino del poder público inventa unas circunstancias propicias para perpetuarse en el trono presidencial, sea por medios pacíficos más o menos fraudulentos, o por la vía de la violencia. En Honduras tenemos los casos del “conservador” José María Medina (protector del general morazanista José Trinidad Cabañas) a mediados del siglo diecinueve, y el de la reelección pacífica del general Tiburcio Carías Andino, durante el año de 1936. No queremos hablar de las dictaduras militares porque tal cosa sería como harina de otro costal. Pero el hecho es que en la mayoría de las situaciones en que se organiza una “Asamblea Constituyente” post-republicana, es para disolver un Congreso, legitimar un golpe de Estado o porque tal vez el grupo de que se trate tiene planes de finalizar su mandato de facto a fin de transitar hacia un nuevo régimen constitucional.

Cuando la amiga Patricia Rodas habla de continuismos electorales (o no electorales según sea el galimatías que se pretenda utilizar), sería interesante saber cuál es el nombre de la persona que ella está imaginando para continuar en el poder. En este caso el camino más expedito sería el de de la inestabilidad institucional y de la confusión en todos los niveles políticos y espirituales de Honduras, retrocediendo a las viejas “Asambleas Constituyentes” antidemocráticas de los siglos diecinueve y veinte. (sinfante1@yahoo.es)