La Biblia en una vida y en una muerte
Por Longino Becerra
Cuatro días estuvo Álvarez en San José. El 5 de marzo, a la 1:00 pm. salió para Miami, a donde llegó a las 7:00 pm. En el aeropuerto fue recibido por autoridades norteamericanas las que lo llevaron a un alojamiento que le tenían predestinado. Su estancia en Norteamérica dura cuatro años, desde el 5 de marzo de 1984 hasta el 9 de abril de 1988, período en el cual se ocupó, básicamente, de dos cosas: 1) hacer informes sobre la situación política y militar del área centroamericana para organismos de inteligencia, y 2) asistir a los cultos de la iglesia protestante El Nazareno, a donde hubo de incorporarse por influencia de una hermana carnal suya, interesada en ayudarlo a compensar los desequilibrios emocionales que le producía el recuerdo de los crímenes perpetrados en Honduras. Inconforme con las condiciones de vida que llevaba en Norteamérica, pues él esperaba un trato mejor allí, según lo expresó en declaraciones publicadas en el diario La Tribuna el 4 de mayo de 1987, decide volver al país el sábado 9 de abril de 1988.
El arribo a las 3:40 desde Miami se hizo bajo estrictas medidas de seguridad y nadie pudo entrevistarlo. Fue hasta el día siguiente, domingo 10, que el periodista de ACAN-EFE, German Reyes, pudo hablar con él en la propia casa del General. Allí, ante varias preguntas específicas, declaró: «No temo por mi vida porque soy cristiano; obedezco lo que dijo Cristo en sus palabras y vivo de acuerdo a eso… Si alguien cree que yo he hecho eso [desaparecer y asesinar personas] y tiene algo contra mí, que me lo demuestre pero en los tribunales y que no anden hablando tonterías en la calle. No descarto que los subalternos que tuve hayan cometido algunas violaciones. Cuando se ocupan puestos en las Fuerzas Armadas, a uno siempre le cargan el muertito. Eso a mí no me preocupa. Primero me cargaron 300; luego me bajaron a 100, me hicieron un favor. No sé, me han ido bajando la cuota. A todos los que me hicieron daño los he perdonado, así como Dios me perdonó mis pecados, y yo no tengo que ser juez de nadie. Regreso a Honduras como un cristiano que recibió a Jesucristo como mi Señor y Salvador en agosto de 1985. Así como Dios me sacó de Honduras, porque fue por su voluntad que perdí mi trabajo y mi carrera, por su misma voluntad regreso al país».
Eso hizo exactamente, es decir, dedicarse a hablar de Cristo y del perdón de sus pecados. A los pocos días de su retorno comenzó a vérsele con una Biblia bajo el brazo en varias congregaciones protestantes de Tegucigalpa. Algunas veces los pastores lo hacían subir al púlpito para que predicara, lo que le fue formando en la cabeza otra paranoia distinta a la de matar: la idea de que iba en camino a la santidad. Así lo dijo el 25 de octubre de 1988 en La Ceiba, como informó al día siguiente un reportero de Diario Tiempo. «El ex-jefe de las Fuerzas Armadas, general Gustavo Álvarez Martínez, afirmó en comparecencia pública estar en proceso de «santificación», gracias a que el Espíritu Santo ha permitido que «muera lo negativo» y nazca dentro de él una nueva criatura». Lo que preocupó a varios sectores del poder político, hondureño y norteamericano, es que durante esas comparecencias de fanatismo religioso Álvarez aludía a los hechos en que se vio involucrado diciendo que él «obedeció órdenes de autoridades superiores, así que no era el único responsable».
De ese modo vino a sumarse un motivo más de los muchos que ya tenían varias fuerzas políticas interesadas en liquidarlo físicamente, unos por venganza y otros por miedo a que hablara más de la cuenta. Así llegó el miércoles 25 de enero de 1989. El general salía de su casa en la colonia Florencia Norte, de Tegucigalpa. Iba en busca, a las 10:15 a. m., de su hermano Armando Álvarez para que lo acompañara a una librería religiosa con el objeto de seleccionar un ejemplar de la Biblia que utilizaría durante una próxima campaña evangelizadora promovida por iglesias protestantes de Estados Unidos. Lo acompañaba en esta diligencia su chofer, el costarricence Adolfo Abreu. Al llegar su automóvil a la intersección del Bulevar Suyapa, frente a la Iglesia Episcopal, hizo el alto de rigor. En ese instante, un grupo de hombres que lo esperaban con uniformes de la Empresa de Energía Eléctrica y armados con subametralladoras, dispararon varias ráfagas sobre el vehículo, matando en el acto al chofer e hiriendo al tico Abreu. Por su parte, Álvarez recibió 18 proyectiles en distintas partes del cuerpo y no murió en el acto, por lo que, según Abreu, alcanzó a decir: «¡Ay, no hagan eso conmigo!». Varios minutos después, en ruta hacia el hospital, expiró.
¿Quién mató a Álvarez ese 25 de enero de 1989? Un grupo de izquierda, el «Movimiento Popular de Liberación Cinchonero (MPL-C)» dio un comunicado ese mismo día para atribuirse la hechura de la acción. Sin embargo, el documento no convenció a muchas personas por su pésima redacción, su estilo poco acorde con el habitual en una izquierda imbuida de doctrina revolucionaria y el empleo de giros propios de los ejércitos profesionales. Además, el comando que ejecutó la acción necesariamente tuvo que contar con un efectivo servicio de inteligencia para conocer el movimiento que iba a realizar Álvarez a esa hora, hecho que no estaba en la capacidad del modesto grupo «Cinchonero», aunque tuviera la asistencia del «Farabundo Martí» de El Salvador, como había ocurrido en el secuestro del avión SAHSA el 27 de marzo de 1981 y el asalto a la Cámara de Industria y Comercio el 17 de septiembre de 1982. Tomando el cuenta el tipo de operativo montado contra Álvarez y las numerosas fuerzas que en ese momento deseaban silenciarlo, entre ellas la CIA, el ejército, los guerrilleros de Honduras y El Salvador, los compinches suyos en APROH o en el gobierno, etc., siempre quedó la duda acerca de quién realmente mató al general aquella mañana de enero.
Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras» de Longino Becerra (2009). Editorial Baktún.