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José Trinidad Reyes

José Trinidad Reyes

El Padre José Trinidad Reyes

Por: Esteban Guardiola

Este ínclito varón nació en Tegucigalpa el 11 de junio de 1797.

Tuvo por padres legítimos a don Felipe Santiago Reyes y a doña María Francisca Sevilla, modelos de bondad.

Recibió la instrucción primaria en una escuela privada, que servían gratuitamente unas señoritas de apellido Gómez.

Llegado a la pubertad, aprendió Latín con Fray Juan Altamirano, en el convento de La Merced; Música, con su padre, y Dibujo, con Rafael M. Martínez.

Para dedicarse a estudios superiores se trasladó a León. En la vieja Universidad de la metrópoli nicaragüense se perfeccionó en Castellano y Latín y cursó Matemáticas, Filosofía, Cánones y Teología hasta obtener los títulos de bachiller en las tres últimas materias.

Con esa preparación profesó en el Convento de Recoletos y en 1822 recibió la sagrada orden sacerdotal.

La guerra civil que en 1824 estalló en el Estado de Nicaragua obligó a Reyes a salir para Guatemala, en donde entró al convento en su orden. Allí, en los momentos que le dejaban libres las prácticas religiosas, se dedicó, en la rica biblioteca del monasterio, al estudio de las ciencias y a la lectura de los clásicos latinos y castellanos.

A principios de 1828 obtuvo del Guardián del convento permiso para venir a Honduras a ver a su familia; y en julio de este mismo año llegó a Tegucigalpa, instalándose en el abandonado edificio de los mercedarios.

La revolución de 1829 abolió los institutos monacales establecidos en Centro América y por este hecho quedó Reyes secularizado para bien de su patria. En ella ejerció el sacerdocio, fundó la Universidad, cultivó la Música, fue diputado al Congreso Nacional y pulsó la lira de poeta.

Como sacerdote, fue humilde, abnegado y caricativo. Su casa fue la despensa de los pobres. Como el Divino Maestro, amó entrañablemente a los niños. Nuestro insigne literato Ramón Rosa, refiere las encantadoras escenas que se efectuaban en la sacristía del templo de Nuestra Señora de la Concepción, cuando él, que apenas había salido de la infancia, iba a buscar al anciano y casto sacerdote, quien le colmaba de suaves caricias, le regalaba nardos y claveles, que recogía de los pies de la Virgen, y además algunos centavos para que comprara juguetes.

Contribuyó eficazmente a la erección y reparación de los templos de Tegucigalpa. El Papa Gregorio XIV lo designó obispo de Honduras; pero por una deplorable intriga fue nombrado para esa dignidad otro sacerdote.

Como fundador y Rector de la Universidad, se dedicó con desinterés a la educación de la juventud, abarcando en ella al hombre y a la mujer. Escribió un compendio de Física.

Como filarmónico, compuso la música que acompaña a varias de sus producciones poéticas y la de algunas misas y alabados. Introdujo el primer piano en Honduras.

Como diputado, trabajó para el bien del país; y como poeta, produjo himnos patrióticos, poesías amatorias, cantos elegíacos, lindos villancicos, punzantes sátiras y epigramas y sus bellas pastorelas Noemí, Micol, Neftalia, Zelfa, Rubenia, Elisa, Albano y Olimpia, de argumentos sencillos, pero llenos de encantos. No pulió su obra porque no pensó en la inmortalidad. Regocijar y moralizar a su pueblo fué su principal tendencia.

Es indudable que a las pastorelas, en las que insertaba el poeta sus epigramáticos Cuandos, siguen en interés los dulces villancicos que bien pueden figurar en el Cancionero Español. Están llenos de alabanzas y ternezas al Niño Dios y van acompañados de música regocijada que su mismo autor compuso.

Como muestra de villancicos léanse algunas de las seguidillas que van a continuación:

«Nació en Belén un niño
Tan admirable
Que sin ir a las aulas
Todo lo sabe.
Con ciencia tanta,
Toda la de los hombres
Es ignorancia;
Vamos a verlo,
Y que nos comunique
Algún destello.
Aunque yace tan pobre,
Su grande ciencia
Sabe formar metales
Y hermosas perlas
Es el que sólo
Ha encontrado el secreto
De criar el oro;
Mas lo desprecia,
Y al hombre ha prometido
Mayor riqueza.

—————————

A los villancicos siguen los Diálogos, que además de tratar de asuntos de navidad y adoración al divino Infante son verdaderas sátiras destinadas a combatir los vicios y ridiculeces de la sociedad. Uno de los más graciosos e intencionados es el titulado Las Mentiras. He aquí su génesis:

Vivía, por aquel tiempo, en Tegucigalpa, un competente carpintero (padre de un Licenciando y General que fué más tarde Presidente de Honduras) quien recibió un día del Padre Reyes algunas piezas de madera para fabricar unos candeleros destinados a la iglesia La Merced; pero el tiempo transcurría y había embrollo y plazos, y nunca llegaban a su destino los referidos utensilios. El Padre Trino compuso entonces un picarezco diálogo de Navidad y aprovechando el hecho de que el artesano incumplido llegaba con frecuencia a oír misa, en la primera oportunidad aprovechable, le dió un papel escrito en solfa para que lo llevara al coro y le indicó que lo tuviera en la mano frente al músico que debía ejecutar lo que allí iba escrito. Fué entonces cuando nuestro protagonista oyó cantar, estupefacto, lo siguiente:

LAS MENTIRAS

– Yo soy, Niño, un carpintero
Que al verte en un muladar,
Una cuna quiere hacerte,
Si la madera le das.
Y te haré unos candeleros
Sin pedirte medio real.
¡Mentiras! ¡mentiras!
Lo quiere engañar,
¡Y con la madera
Se quiere quedar!
Cajones de muertos y trompos hará;
Esas son pamplinas
¡Vaya por allá!
¡Que salga a chiflidos
Luego del Portal!

————————-

El carpintero, corrido y avergonzado, al día siguiente principió a fabricar los candeleros en cuestión.

Murió el Padre Reyes, el 20 de septiembre de 1855, dejando un imborrable recuerdo. Por tantas ejecutorias, exaltemos su nombre y digamos con Juan Ramón Molina, el aedo prodigioso:

«Loor al dulce poeta. Alabemos a Reyes,
porque llenó las almas con su cristiana luz;
y supo mostrar siempre a las humildes greyes
el poder de la lira y el poder de la cruz».

Tomado del Libro de Lectura de Quinto Grado, de Miguel Navarro (1945).

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Alfonso Guillén Zelaya, "Se parecía con Ernesto Renán"

Alfonso Guillén Zelaya
Alfonso Guillén Zelaya

Por: Raúl Gilberto Tróchez

Medardo Mejía, humanista coterráneo de Alfonso Guillén Zelaya, admirador incansable de la obra del poeta que fundara la escuela postmodernista en Honduras, sociólogo y periodista de altura, lo retrató así:

«Era de regular estatura, más alto que bajo. De raza blanca, como descendiente de los viejos criollos de Olancho, ennoblecidos con las mercedes del Rey de España. Cabeza grande y bien formada de pensador; pelo abundante, negro y sedoso; frente espaciosa y límpida; ojos entre oscuros y claros, de mirar penetrante; nariz aguileña, exactamente acomodada al conjunto facial; boca ancha, labios delgados, que conocían la sonrisa y nunca la carcajada. El rostro de Guillén Zelaya sugería al pensador francés. Se parecía con Ernesto Renán».

«Voz profunda y lenta. Movimientos pausados. Con el secreto de imponer su personalidad a primera vista. Trato suave y estimado de poeta. Cuidadoso de su persona. En su ropero existía la riqueza de trajes de un gentleman. En su mesa siempre había uno o dos cubiertos más para las personas que llegaran a la hora de las comidas. Fumaba puros finos. A las tres de la tarde solía tomar una taza de café, acompañado de sus amigos, en un salón elegante de México, por ejemplo Samborn’s. Guillén Zelaya sabía aconsejarse de la naturaleza. Tenía la sencillez de un campesino honrado que armonizaba con su grandeza intelectual. Era la antítesis del artificio, la pose, el engreimiento y la vulgaridad».

De su poesía, apenas se han rescatado sesenta poemas en Honduras, su vasta producción poética está perdida en los laberintos de revistas y periódicos de Estados Unidos y Centroamérica. Uno de sus cuadernos de versos que su viuda, doña Isabel, puso en manos de un Ministro de Educación, se perdió. Sin descansar un solo instante, aquella señora se dirigió al escritor Medardo Mejía, director de la Revista «Ariel», (nueva etapa), y en sus páginas se dieron a conocer sus versos en junio de 1972, con el título de «EL QUINTO SILENCIO», título de un bello poema que contiene aquella antología.

Medardo Mejía, haciendo honor a su distinguido paisano, había publicado en su Revista, en noviembre de 1965, un ensayo filosófico, titulado: «ALFONSO GUILLÉN ZELAYA EN LAS RUTAS DE LA DIALÉCTICA». Es un trabajo profundo, juicioso, en el que da a conocer a fondo al erudito escritor, al poeta liberado, a un Guillén Zelaya de cuerpo entero, militante decidido y sincero de las fuerzas renovadoras de escritores y poetas de este siglo.

A pesar de lo que se ha especulado, no concebimos a un Guillén Zelaya extremista, como lo configuran algunos fanáticos ignorantes. Entendemos que, sin estar comprometido en hacer literatura «hipotecada», fue vanguardista y, luego regresaba a su postmodernismo filosófico, a los González Martínez, creía en Dios y por eso siempre estuvo al lado de las causas justas, siempre poniendo en práctica su eterna filosofía para el logro de la «Unidad de la familia hondureña y el olvido del pasado». Desnudó su alma y demostró que tenía un corazón abierto para las nobles causas, generoso, como la feliz naturaleza que tiene todo para brindarse a todos.

Como periodista, -dice Rafael Heliodoro Valle- «Fue uno de los mejores estructurados para construir la obra que en diario «El Cronista» emprendió Paulino Valladares. Tenía su ventana espiritual abierta a las nuevas corrientes del pensamiento político y gracias a ello pudo ser buena receptora de numerosas emociones e ideas. De su capacidad para orientar a la opinión pública dejó muestras desde que editorializaba en aquel periódico y en «El Pueblo» de Tegucigalpa, periódico que fundó en 1931.

Supo mantener un diálogo constante con su pueblo desde un plano de serenidad, y con franqueza hizo la crítica más constructiva de los errores de la admnistración pública, defendiendo siempre su credo pacifista y la conveniencia de dar una organización previsora a la vida económica del país».

«Los gobernantes -decía Guillén Zelaya- se levantan y se hacen acreedores al respeto y a la estimación pública mediante su propia obra, no con disertaciones inconducentes sobre hechos y obligaciones. Los hombres de Estado no levantan la dignidad de las naciones ni empujan su progreso con manifestaciones. Lo imponen con la acción inteligente, legítima y justa».

Si levantamos el telón del escenario poético de Guillén Zelaya, nos encontramos frente a un mundo lírico maravilloso, con creaciones de alta calidad artística, tanto en los temas como en la trayectoria firme y segura de su nuevo verso, original, trascendente, siempre con sabor a los codiciados panales olanchanos, con olor a beso de sol primaveral sobre la húmeda sabana, con altura de montaña y policromía tropical como la que ostentan orgullosas las flores de la campiña nacional.

Adelantamos una muestra de la delicada poesía de don Alfonso, quien sembró la simiente de la vida con su mano cariñosa de soñador; él se dio por entero a su patria, a su tierra y a su pueblo en tranquilos versos de redención humana:

TIERRA Y SOÑADOR

Me tienes aquí, ¡Oh, tierra! Diligente
abro en tu seno el surco; conmovida
deposita mi mano la simiente;
mano de soñador que siembra la vida.
Yo sé que nada soy en el presente,
mas la siembra conmigo confundida
prolongarase indefinidamente
en la voz de la selva estremecida.
La cosecha de rosas y pomas
dará más tarde lo que el bosque diera
en color, sustento y en aromas.
Y tierra y soñador, ritmo diverso,
cantaremos en toda primavera
la eterna comunión del universo.

Como un convencido creyente, el poeta pide a Dios un camino para peregrinar. Solo espera su voz para echarse a la marcha. Se ofrecerá como báculo si encuentra algún caído. De padre, si hay un huérfano. De esperanza si hay olvido. ¡Pero échame a la senda que yo quiero rodar! Así, rodando por diversos caminos de ilusión y de esperanza, triunfante y sereno, conformó su destino, grandioso y ejemplar:

ÉCHAME A LA SENDA

Señor, dame un camino y empújame a la mar;
mándame a todo rumbo por bosques y desiertos,
por llanos y guijarros y por floridos huertos,
que me siento cansado de tanto descansar.
Dame cualquier camino para peregrinar,
hoy tengo los impulsos de la marcha despiertos;
échame a todos los mares, guíame a todos los puertos,
que amo la incertidumbre y no puedo esperar.
Sólo tu voz espero para hacerme a la marcha;
no temeré la espina ni me helará la escarcha,
y gustaré el sustento que me quieras brindar.
Me ofreceré de báculo si encuentro algún caído;
de padre si hay un huérfano; de esperanza, si olvido;
pero échame a la senda que yo quiero rodar.

El poeta Guillén Zelaya decía en su ensayo, «LA INCONFORMIDAD DEL HOMBRE»: Bendigamos la inconformidad que no admite la inercia ni la capitulación. Ella es acicate del destino. Por ella canta la alondra y tendrá que ser voz de libertad el iris silencioso del quetzal. Por ella, después de esta catástrofe, (la segunda guerra mundial), existe un reclamo de justicia en cada escombro y arde una estrella de redención en cada horizonte».

Sobre la democracia decía: «La democracia es la pugna libre de las aspiraciones distintas en el seno de las naciones o de los partidos, dispuestos a unificarse mediante la justa, legítima expresión de la mayoría. Quiere decir que la unidad y la armonía no se consiguen imponiendo la voluntad de un hombre ni de un círculo sobre la voluntad de los demás, sino mediante el ejercicio del derecho de cada uno, sin otro límite que el establecido por las leyes».

En México y en los Estados Unidos se encuentra lo mejor de su obra literaria. Vivió pleno de cosechas y cargado de frutos; gozó de plenas satisfacciones al cumplir con su misión de hombre y artista. Nacido en la ciudad de Juticalpa, Olancho el 27 de junio de 1887, (y no en 1888 como indican algunos textos). Falleció en la ciudad de México, DF el 5 de septiembre de 1947, a los sesenta años de edad. El poema que al final regalamos a nuestros lectores, es como un himno para todos los hondureños que lo declaman cada vez que recuerdan al insigne poeta hondureño, Alfonso Guillén Zelaya.

LA CASITA DE PABLO

La casita de Pablo, era verde y tendida
como un ala en el mar;
y en las grandes mareas semejaba una vida
que por miedo al naufragio se pusiera a rezar.
La casita de Pablo, siempre estuvo vestida
de bejucos del monte y en flor: era el altar
donde el sol y los pájaros en cada amanecida,
celebraban la misa primera del lugar.
La casita de Pablo, después quedó desierta,
sin misas y sin flores ¡Como una rosa muerta!
De Pablo ahora dicen que yerra sin parar.
Y del espacio humilde donde hicera su nido,
que perduran apenas, impidiendo el olvido,
cuatro postes rebeldes a los golpes del mar.

Tomado de «La Tribuna», del sábado 19 de marzo de 1994.

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Poema «El Oro» de Alfonso Guillén Zelaya

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Sobre el informe de la Biblioteca Legal del Congreso de EEUU sobre la destitución de Zelaya

El informe de la Biblioteca Legal del Congreso de Estados Unidos sobre el asunto de la destitución del presidente hondureño Manuel Zelaya, preparado por Norma C. Gutiérrez, especialista en Leyes Extranjeras, admite que «la Corte Suprema de Justicia tiene la facultad de conducir procedimientos judiciales en contra del Presidente» (es decir, que en Honduras no hay juicio político), y que las cortes hondureñas pueden requerir la colaboración de las Fuerzas Armadas para llevar a cabo órdenes de arresto. (Art. 306 de la Constitución).

(Leer el informe en inglés y español.)

El 28 de junio el Congreso destituyó al presidente de la República. El Congreso justificó esta decisión con el artículo 205 sección 20, que da al Congreso la facultad de aprobar o improbar la conducta admnistrativa del Poder Ejecutivo. Este artículo no contempla explícitamente la posibilidad de que el Congreso pueda destituir un presidente.

Según Norma Gutiérrez, el Congreso habría interpretado tácitamente que la palabra «improbar» también incluía la posibilidad de destituir al presidente.

El Congreso tiene la facultad de interpretar la Constitución, según el artículo 205, sección 10, de la misma Constitución. Gutiérrez considera que al destituir al Presidente Zelaya, el Congreso habría hecho uso implícito de esa facultad.

El único delito que se cometió fue expulsar al señor Zelaya del país, ya que la Constitución prohibe que un hondureño sea expatriado.

Este análisis jurídico difiere de la posición oficial del gobierno de Micheletti, que pone énfasis en el artículo 239 de la Constitución como justificación de la destitución de Zelaya. Este artículo prohibe la reelección presidencial, y castiga con el cese inmediato en su cargo del funcionario que intente reformarlo.

Con base en esta interpretación se dice que Zelaya ya no era presidente cuando fue capturado por los militares y enviado a Costa Rica. El Congreso solo habría formalizado esa destitución automática de Zelaya.

Zelaya dijo públicamente por lo menos una vez que otros funcionarios del Estado podrían servir en varios períodos, y que el asunto de la reelección presidencial sería tema de la próxima asamblea nacional constituyente.

El problema con la interpretación de Gutiérrez es que el Congreso no siguió el procedimiento formal para interpretar la Constitución al destituir a Zelaya. Este procedimiento requería hacerse en una sesión ordinaria del Congreso, lo que no fue el caso cuando se destituyó a Zelaya. La sesión del 28 de junio no fue ordinaria, sino extraordinaria. La Constitución deja claro que ningún funcionario público tiene más atribuciones que aquellas que le confiere la ley.