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Panorama General de la Novelística Hondureña

Por: Helen Umaña

Finalizando la década de los cuarentas, el crítico salvadoreño Gilberto González y Contreras escribió: «no es el de Honduras clima propicio a la novela, que no tiene ascendencia ni continuidad.» Una especie de punto muerto que negaba tanto el pasado como el futuro del género en el país. El eco de estas palabras todavía resuena en distintos ámbitos culturales, inclusive dentro del propio país. El «En Honduras no hay novela», es un eco lejano de tales palabras que la historia se ha encargado de echar por tierra.

En Honduras, la entrada de los escritores al campo de la novela fue tardía. Condicionamientos adversos de toda índole atrasaron su desarrollo. Pero no lo impidieron. Algunos escritores y escritoras —coincidiendo con la apertura educativa impulsada por el régimen liberal de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa— iniciaron el camino. Desafiando las limitaciones del medio, a fines del siglo XIX, se dieron a la tarea de pergeñar historias. Las perecederas páginas de periódicos y revistas les dieron el primer albergue. Poco a poco —al adquirir mayor seguridad— alcanzarían la relativa perennidad del libro.

El anterior ha sido un proceso con altibajos.

Una lenta adquisición de instrumentos técnicos y formales hasta lograr equiparse —en las últimas décadas del siglo XX— a lo que se realiza en otros países del área centroamericana. La historia de esa difícil andadura, así como el resultado del trabajo realizado, ameritan ser conocidos y valorados. Ello, para un mejor entendimiento del país, de Centroamérica y de Latinoamérica en conjunto.

Formalmente, sobre todo en los primeros tramos del sendero, quizá no sea pertinente exigirle un recorrido sui géneris, una técnica innovadora. Ello sería ubicarnos fuera del contexto histórico. Es inobjetable que esa fue una etapa de balbuceos narrativos, tal como lo ilustran los primeros textos de Lucila Gamero de Medina (Amelia Montiel, 1892; Adriana y Margarita, 1893 y Páginas del corazón, 1897) o el elemental trabajo de Angelina (1898) de Carlos F. Gutiérrez. Inclusive, andando el siglo XX, tampoco se abrió camino extra fronteras. Pero, en el proceso de desarrollo, lentamente, la novela ganó presencia y seguridad.

Actualmente, podemos hablar de un número aproximado de cien autores y autoras de textos novelísticos que, en conjunto, contabilizan alrededor de ciento setenta y cinco obras.

Después de leer la mayoría de esos trabajos hemos llegado a las siguientes conclusiones:

1. El canon romántico, dentro del cual nace la novelística hondureña, es persistente y se mantiene a lo largo de la pasada centuria. Lo inicia Lucila Gamero de Medina y lo sostiene, hasta bien entrado el siglo XX, Argentina Díaz Lozano. Con Froylán Turcios —que apuntala su expresión mediante la sabia asimilación del modernismo— el romanticismo incursiona, con buen pie, en el universo de la literatura fantástica, ese brumoso y ambiguo mundo que, con las sutilezas de la duda, deja entrever la existencia del misterio y de lo inexplicable (vr.gr., El fantasma blanco, 1910 y El Vampiro, 1911).

2. Con las complejidades de los movimientos de vanguardia, en cercano parentesco con la literatura fantástica o neo fantástica, en las tres últimas décadas del siglo XX, despuntan expresiones en deuda con lo real maravilloso y con el realismo mágico de Julio Escoto, El árbol de los pañuelos, 1972; César Rodríguez Indiano, Azul maligno, 2000). Sin faltar los autores que acuden a las modalidades de la ciencia ficción (Orlando Henríquez, Cuando llegaron los dioses, 2001).

3. Las escritoras y escritores hondureños, casi sin excepción, han hecho de la novela un instrumento de reflexión, de búsqueda de sí o de la problemática social. Esto puede aplicarse tanto a los que han dirigido sus preocupaciones a temas fantásticos, aparentemente evasivos (Froylán Turcios), como a aquellos que, en una lectura parcial o superficial, parecieran no haber rebasado la órbita sentimental y romántica (Lucila Gamero y Argentina Díaz Lozano). Desde los iniciales textos de arquitectura novelística deficiente, pero de honda raigambre social y humana (Bajo el chubasco de Carlos Izaguirre y La heredad de Marcos Carías Reyes), hasta los libros de seguro caminar, de dominio de las claves del arte narrativo (Una función con móbiles y tentetiesos de Marcos Carías; Rey del albor, Madrugada de Julio Escoto; La guerra mortal de los sentidos de Roberto Castillo; La turca de Jorge Luis Oviedo; Zona viva de Galel Cárdenas y Big Banana de Roberto Quesada). Desde las obras de impronta costumbrista y regional (El gringo lenca de Arturo Oquelí; Mis tías «Las zanatas» de Marco Antonio Rosa), pasando por ambientes cosmopolitas (El prófugo de sí mismo y Liberación de Arturo Mejía Nieto), hasta llegar a los thriller de influencia hollywoodense (El mensaje final, El IV Reich El regreso de Hitler de Otto Martín Wolf).

4. Como en toda Latinoamérica, la inquietud por dilucidar el ser nacional ha sido fecunda. Sus manifestaciones son amplias y caminan a lo largo del siglo recién finalizado. La preocupación indigenista en Ángel Porfirio Sánchez (Ambrosio Pérez, 1960). La apasionada reflexión sobre el binomio civilización-barbarie en Marcos Carías Reyes. La amplitud totalizadora del todavía no bien comprendido Carlos Izaguirre. El sensitivo lente de Julio Escoto, iluminando, paso a paso, las sucesivas etapas del pasado nacional. La mirada crítica en la perspectiva histórico literaria de Marcos Carías (La memoria y sus consecuencias, 1977). El creativo e incisivo sentido lúdico de Roberto Castillo que, asignándole calidad de símbolo totalizador del país, inquiere sobre una de las lenguas indígenas desaparecidas (La guerra mortal de los sentidos, 2002). La tenaz búsqueda de Marta Susana Prieto por llegar a las fuentes primeras forjadoras de la cultura hondureña. (Memoria de las sombras, 2005).

…Carías Reyes, a la preocupación por el criminal olvido del factor humano en la explotación minera que destaca Matías Funes (Oro y miseria o Las minas del Rosario, 1966). De los épicos días de la inicial penetración en la Costa Norte observados en Juan Ramón Ardón, con las asechanzas del anópheles, la barbamarilla y el colmillo de la fiera (Al filo de un guarizama, 1971), a la glorificación de la hazaña personal que tiende un velo sobre la masa humana que levantó los emporios del ferrocarril y del banano en Otto Martín Wolf (Amos del trópico, 2000). Sin faltar el señalamiento del dominio cultural mediante la instrumentalización de las sectas religiosas en Jorge Medina García (Cenizas en la memoria, 1994).

6. La situación explosiva del agro se ha ventilado con solvencia. Marcos Carías Reyes (Trópico, 1971), Carlos Izaguirre, Ramón Amaya Amador, Paca Navas de Miralda (Barro, 1951), Arturo Mejía Nieto (El tunco, 1932), Roberto Quesada (Los barcos, 1988) y Manuel de Jesús Pineda (Señas del abismo, 1988) han escrito páginas ejemplares. La explotación obrero campesina y su cauda de violencia cotidiana (salarios de hambre, barracones, insalubridad y muerte). La voracidad extranjera y su indispensable soporte en el servil entreguismo de políticos corruptos. El aparato militar al servicio de terratenientes y corporaciones transnacionales. Los artilugios legales que profundizan la extracción y el saqueo. El descontento y la respuesta popular.

7. El sufrimiento y la devastación provocados por las guerras civiles en cincuenta años de la historia, recorren las páginas de la novela hondureña. Desde el casi desconocido fragmento «La cacería del hermano» (1925) de Froylán Turcios, hasta llegar a Biografía de un machete (1999) de Ramón Amaya Amador. Y dentro de estos dos extremos, han ventilado el tema, entre otros, Lucila Gamero de Medina, Arturo Mejía Nieto, Argentina Díaz Lozano, Carlos Izaguirre, Ángel Porfirio Sánchez, Juan Ramón Ardón, Marcos Carías Reyes, Julio Escoto, Marcos Carías, Alfredo León Gómez…

La denuncia contra la expansión imperialista constituye un rubro destacado. Desde el descarnado realismo social con el cual Ramón Amaya Amador enfrenta el infierno verde de las bananeras (Prisión verde, 1950), a los textos de Julio Escoto remozados con la incorporacioń del mundo de la cibernética.

8. La relación entre el hombre y su entorno tampoco ha sido olvidada. Ángel Porfirio Sánchez y las imponentes caobas abatidas, río abajo, hasta llegar al vientre voraz de gigantescas embarcaciones, en ruta hacia los puertos del mundo. César Rodríguez Indiano poniendo el dedo en la llaga del falso ecologismo y denunciando a criminales consorcios industriales, en labor de acelerado exterminio del lago de Yojoa y de las costas hondureñas.

9. La complejidad del mundo indígena se ha enfocado dentro de una gama de alternativas. La romántica visión de Emilio Murillo (Isnaya, 1939) y Ramón Amaya Amador (El señor de la sierra, 1987). El abandono y la pobreza como parte inherente al sistema económico-social injusto y la inmersión del indio en un mundo degradado y abyecto en Ángel Porfirio Sánchez. Argentina Díaz Lozano y sus aristas eurocéntricas (Mayapán, 1950). La postura crítica de Julio Escoto insistiendo en la necesidad de asumir la raíz indígena de nuestra cultura (Bajo el almendro… junto al volcán, 1988). El rigor inquisitivo y la vuelta a valores de culturas ejemplares que plantea Roberto Castillo. La perspicacia intuitiva de Gipsy Silverthorne Turcios (Ojos de los perros mudos, 1993).

10. El oscuro y corrupto mundo de la política ha sido ventilado con amplitud. El involucramiento del estado en agresiones extra fronteras al servicio de intereses extranjeros. El constantemente renovado tema del dictador. La exposición de la crueldad de los métodos represivos. El contubernio de los políticos y militares en voraz adquisición de riqueza. Los imperativos de la doctrina de la Seguridad Nacional dirigidos al aplastamiento de la disidencia: el secuestro, la cárcel clandestina, las torturas, el desaparecimiento de los cuerpos. Ramón Amaya Amador (Destacamento rojo, 1962); Jorge Luis Oviedo (La gloria del muerto, 1987); Longino Becerra (Cuando las tarántulas atacan, 1987); Manuel de Jesús Pineda y César Lazo (Camaleón que se se duerme, 1999) dicen mucho al respecto.

11. La introspección. La vuelta al yo. La inacabable interrogación sobre los problemas existenciales. El lanzarse a la dilucidación de la condición humana ha ocupado lugar. La profundidad reflexiva de aplicabilidad general en Arturo Mejía Nieto (El prófugo de sí mismo, 1934 y Liberación, 1939). El perspicaz buceo en las entretelas de sí mismo en Roberto Quesada (El humano y la diosa, 1996). La búsqueda de universalidad en Galel Cárdenas (Zona viva, 1991).

12. La mirada crítica, comprensiva o ácida sobre el hombre y la sociedad, ha dejado una trayectoria de gran dignidad mediante el empleo del humorismo, de la ironía o del sarcasmo. El desprejuicio y la acre visión de la sociedad en Emilio Mejía Deras (Un detective asoma, 1932). La sarcástica palabra de Daniel Laínez (La Gloria, 1938). La desmesura deliberadamente grotesca en Jorge Luis Oviedo (La turca, 1988). El delirio futbolístico, la manipulación popular por parte de los medios de comunicación social en Galel Cárdenas (Fiebre sin fin, 1999).

13. Amplio es el venero de lo popular. Despliega su riqueza la expresión verbal, plena de ingenio y vitalidad: regionalismos, vulgarismos, juegos de palabras, refranes, coplas y chascarrillos. El acopio de mitos, leyendas y supersticiones. Lo pintoresco de las costumbres. Sin faltar el sabroso olor de las comidas o la volátil tentación de los extractos del coyol y del maíz. En sentido estricto, ningún novelista ha dejado de acudir a esta rica cantera. Con frecuencia es el único aspecto que redime o justifica a muchos de los textos.

14. El número de las mujeres novelistas es nimio. De los autores estudiados sólo doce dejaron una obra completa. Un dato que proclama una situación de preocupante marginalidad (¿o auto-marginalidad?) en razón de género. Sin embargo, la iniciadora de la novela fue: Lucila Gamero de Medina. Este hecho, a pesar de las pruebas documentales, se ha negado o soslayado en diversos estudios sobre la literatura hondureña. Pero ella no sólo fue pionera. Su continuado trabajo la convirtió en una de las autoras más prolíficas del país. Y de la más conscientes sobre puntos torrefactos del entorno. Especialmente: llamó la atención sobre la situación de desventaja de la mujer con relación al hombre y de la importancia de: la educación como requisito indispensable: para que asumiera un papel más efectivo y protagónico en el desarrollo social. Ejemplar es, también el caso de Argentina Díaz Lozano. Al igual que Gamero su acendrado romanticismo no fue óbice: para el olvido o la abstracción de la problemática social. Y no sólo de Honduras. Sus novelas poseen importantes aperturas hacia el área centroamericana. Con frecuencia, como ha sucedido con Gamero de Medina, su aporte, en forma absoluta ha sido ignorado o soslayado por los comentaristas. Por otra parte, otras autoras llevaron a la ficción una temática múltiple. Además de las mencionadas tenemos a Isabel Laínez de Weitnauer con Almas gemelas (1948) y Herminia Cisneros con Tiempo de nacer … tiempo de morir (1998).

15. Con mayor o menor acierto, las escritoras y escritores hondureños han cubierto casi todo el espectro de las diversas modalidades novelísticas. Sin que ello represente compartimientos estancos, podemos hablar de novelas de espacio (Prisión verde, Barro, La guerra mortal de los sentidos); de personaje (El árbol de los pañuelos, Zona viva, Big Banana); de acción (Los amos del trópico); sentimental (Blanca Olmedo); feminista (Aida); psicológica (El prófugo de sí mismo, El humano y la diosa); fantástica (El fantasma blanco); gótica (El vampiro); de folletín (Barrio encantado); de aprendizaje (Peregrinaje); indigenista (Ambrosio Pérez); detectivesca (Un detective asoma); política (Constructores, El candidato); de ciencia ficción (El IV Reich El regreso de Hitler, Cuando llegaron los dioses); histórica (Mayapán, El Señor de la Sierra, La memoria y sus consecuencias, Madrugada Rey del Albor, Memoria de las sombras); ensayo (La heredad, Bajo el chubasco); epistolar (Opalinaria La canción de los ópalos); humorística (La Gloria, El serio); picaresca (Mis tías «Las zanatas», El corneta); testimonial (Cuando las tarántulas atacan); didáctico-religiosa (El despertar de la consciencia); experimental y polifónica (Una función con móbiles y tentetiesos); novela rosa (El gran amor de un Rajá); de la posguerra (Zona viva, Cenizas en la memoria). Inclusive, se puede hablar de narconovela (Tormenta y Operación Pico Bonito).

Es preciso apuntar que, de los títulos señalados, no todos ostentan un nivel de excelencia. Se han mencionado porque representan manifestaciones del proceso de construcción de la narrativa hondureña. Ejemplifican las inquietudes por las cuales ha transitado la novelística del país. Además, con sus deficiencias, han detectado una llaga social, han palpado una tumefacción existente y, en forma abierta o leyendo el mensaje entrelíneas, han señalado un camino a seguir, una opción factible hacia la posible utopía de realización plena de lo humano.

La novela es el gran género del siglo XX. El de precario inicio en Honduras, pero de lenta y segura maduración. El que, con solvencia, actualmente, puede exhibir una serie de nombres cuyos trabajos no tienen nada que envidiarle a lo mejor que se ha hecho en las regiones vecinas. En sus nombres más destacados ya no hay balbuceos. Con sentido profesional saben que, sin técnica, sin dominio del instrumento verbal, sin ofrecer perspectivas novedosas y de acuerdo con el pulso del mundo, no hay perdurabilidad. La cosecha que se adivina, de cara al inmediato pasado, en sereno y severo aprendizaje de los pasos dados, tendrá que ser solvente y satisfactoria. Y ojalá, espléndida.

San Pedro Sula, 2006

Tomado de la «Revista de la Academia Hondureña de la Lengua». Enero-junio de 2007.

Cuatro Palabras Audaces ponen fin a una Fiesta Palaciega


Gral. Terencio Sierra

Por: Froylán Turcios

Aquel día hallábase el presidente Sierra en una de las raras fechas felices de su calendario. Por humanidad, y entre manifestaciones estruendosas, pasó en el Congreso no recuerdo qué iniciativa suya que juzgaba de gran trascendencia en el futuro del país. Para celebrar el acontecimiento invitó a los diputados y algunos de sus amigos a tomar con él y a sus ministros una copa de champaña.

En el pasillo que servía de comedor a la familia presidencial reinaba el más desbordante entusiasmo. La servidumbre iba de un lado para otro con bandejas de aceitunas, frutas frescas, galletas, sandwichs, copas de coñac cinco estrellas, y toda clase de exquisitos vinos: porto, vermouth, jerez, moscatel. Las risas y las conversaciones formaban un solo rumor de colmena.

De pronto callaron todos, pues comenzaba a circular el champaña.

De pie, de frac y con una copa en la mano, Sierra pronunció un corto brindis patriótico, que al punto fue contestado por varios palaciegos con frases de la más espesa adulación. Íbase ya por la tercera ronda, y nadie pensaba en discursos, cuando alguien golpeó la mesa, reclamando silencio…

Era el talentoso licenciado Manuel Membreño, quien con impasible dureza de expresión en el semblante, y con voz aguda y un tanto agresiva, dijo más o menos lo siguiente:

—General Sierra: —Estamos festejando aquí una de las innumerables farsas con que el poder público procura engañar al pueblo. Somos todos actores en un sainete ridículo que alguna vez debiera avergonzarnos. Ni usted, ni los diputados que servilmente curvan de miedo en su presencia el espinazo, ni ningún hondureño creen que se realizará lo que decretó el Congreso por orden suya. Juro que no lo creen, como yo no lo creo; y, sin embargo todos nos prestamos a tomar un papel en esta comedia grotesca. Usted está acostumbrado a la frase melosa de los turiferarios, y, por lo mismo mis francas palabras deben estar resonando en sus oídos como la expresión de la más audaz intemperancia o como las desacordes vociferaciones de un demente. Pero es preciso que las oiga entre la consternación de los pusilánimes y el secreto aplauso de los hombres íntegros, para que usted no se imagine que todo el pueblo hondureño es una manada de asnos rebuznando al compás de los embustes oficiales.

Un rayo cayendo sobre la regocijada concurrencia no habría producido la sorpresa y el espanto que causaron aquellas exageradas expresiones. Todos miráronse con las caras alargadas. Concentrando después su atención en el gobernante. Éste hallábase como el que ha recibido un balazo y no sabe en qué sitio. Sus amarillentos ojos movíanse rápidamente como los del tigre próximo a saltar. Así pasó medio minuto en el que no se oyó el vuelo de una mosca. Ni por un millón de dólares habría ninguno querido estar en la piel del licenciado Membreño.

—Vea, pariente, —exclamó al fin el temible jefe con voz resonante, rompiendo el dramático silencio —usted mismo lo ha dicho: es irresponsable de las grandes ofensas que gratuitamente ha proferido contra mí. Por su boca habló algún malévolo espíritu que el demonio del alcohol puso en su lengua. Rotundamente se equivoca al juzgar farsantes a los ciudadanos que con la mayor energía trabajamos por el progreso y la gloria de Honduras. Usted no es más que un…

En ese instante se sintió cariñosamente cogido por un brazo. Su hija Brígida, enterada por algún amigo de lo que pasaba, le habló en voz baja… Tras de una corta vacilación, dejando la copa intacta sobre la mesa, hizo un saludo y desapareció por la puerta que se abría a sus espaldas.

Cada cual buscó su sombrero, y entre el ruido de los que se marchaban, oyóse un grito del presidente:

—¡Detengan en la guardia al señor Membreño!

A éste se le habían evaporado los traidores tragos y pálido y nervioso explicaba su actitud a los que partían. Al oir aquella orden acercóse a mí —y aunque no nos hablábamos hacía muchos años, por motivos que no es del caso explicar—, me pidió que interviniera en su favor. Así lo hice en el acto con doña Carmen, quien me facultó para que dijera al jefe de la guardia que le dejara salir. Entre tanto Sierra, aunque calmado con amenas pláticas de sus más íntimos cortesanos, y con fricciones de agua de Colonia en la cabeza, paséabase en camisa con el puro en la boca, bufando a lo largo de la estancia.

Marzo de 1938.

Tomado del libro «Anecdotario Hondureño», por Froylán Turcios.

En el brocal de los sueños

Por: Sara Rolla

Quebradas
las aristas del río
me instalé
en el brocal de los sueños.

Helen Umaña

Soy, aclaro, una decidida enemiga del biografismo. Sin embargo, hay circunstancias claves en ciertas vidas que no se pueden soslayar. En el caso de Helen Umaña, se trata de la marca definitoria del exilio.

Es necesario, por lo tanto, mencionar de entrada que Helen nació en Honduras, pero siendo muy niña su familia debió emigrar a Guatemala porque su padre era un ferviente opositor de la dictadura cariísta. En ese país creció, se educó y formó, con Francisco Aguilar, una bella familia con cuatro hijos. Pero el destino de su padre —además de su digna y valiente conducta cívica— habría de repetirse en ella, invirtiendo el itinerario. La infame «guerra sucia» la obligó a principios de los 80, a emprender, sola, el regreso a su tierra natal, que practicamente desconocía.

De esa experiencia dejan constancia muchos versos de su poemario Península del viento. Por ejemplo, «Exilio», que apela a la consagrada metáfora kafkiana para testimoniar su doloroso extrañamiento:

En el nuevo espacio,
Gregorio Samsa
renace cada día.
(p.29)

Conoce la soledad a fondo:

Toqué los muros del silencio
y en carne viva me comió la soledad.
(p. 50)

Vive, en fin, su «temporada en el infierno»:

Pasé los nueve círculos.

Dejé el polvo de mis huesos
en la espiral hacia el abismo.
(p. 57)

Pero, poco a poco, esta tierra la fue reconquistando. Percibió que la realidad social y humana era, en el fondo, la misma («El mismo dolor/ el mismo cielo indiferente.», p. 58). Surgieron lazos afectivos que paulatinamente fueron neutralizando la angustia inicial. Y en ese proceso, juega un papel esencial su vocación. Descubre la literatura hondureña, un territorio por entonces casi inexplorado por la crítica, y empieza su vasta labor ensayística en esta especialidad (al principio, terapia; luego, obsesión).

Poco a poco se va adentrando en las letras de Honduras, con «densidad conceptual, rigor analítico y afán comunicativo» (Ramón Luis Acevedo), a lo que se agrega «la finura de su estilo» (Humberto Senegal). Primero, lo hace a través de ensayos independientes, a veces agrupados por lazos temporales o de género (Literatura hondureña contemporánea, Ensayos de literatura hondureña, Narradoras hondureñas, Francisco Morazán en la literatura hondureña). Después, siguiendo un criterio historiográfico que, unido a la sistematización genérica, la lleva a ofrecer, paulatinamente, lo que considero las piezas de una vasta y completa (y tan necesaria) Historia de la literatura hondureña (Panorama crítico del cuento hondureño, La novela hondureña y La palabra Iluminada). A todo ello se suma el esfuerzo didáctico por difundir las letras nacionales, plasmado en Literatura hondureña (textos escogidos), una selección de obras representativas de los distintos géneros acompañada de guías de aprovechamiento, y su reciente antología de microrrelatos titulada La vida breve. Asimismo, trabaja, desde hace tiempo, sobre la literatura infantil de Honduras y tiene proyectado ocuparse del teatro.

Claro que dejamos de mencionar tantas otras luchas quijotescas de Helen (usando el adjetivo en su dimensión más luminosa), traducidas en revistas, suplementos periodísticos, página web, charlas, talleres, etc. Todo esto, a lo largo de unos veinticinco años, en que Helen, ya irreversiblemente enamorada de este suelo y su gente, ha repartido su vida entre sus dos patrias, cruzadora incansable de la frontera con un posible record Guinness. Siempre añorando el regreso al hogar y siempre postergándolo en aras de la culminación de ese titánico y solitario trabajo. Tratando de compaginar su labor docente con la investigativa. Aferrada a ese obstinado esfuerzo lleno de dificultades y carente de apoyo institucional, pero cuyos resultados poseen un valor cultural e histórico inestimable.

Helen ha ejercido en Honduras —dentro y fuera de las aulas— un magisterio de una proyección enorme. Digna, perseverante y sensible, invaluable como persona y como intelectual (dos categorías que no siempre corren parejas), hace honor a esa denominación —en realidad, divisa— que preside su correo electrónico: helenhumana.

Nota: las citas de poemas corresponden a: Helen Umaña, Península del viento. Guatemala, Letra Negra, 2004.

San Pedro Sula, marzo de 2007

Tomado de la «Revista de la Academia Hondureña de la Lengua». Enero-junio de 2007.

Reseña del libro "Riqueza para Todos"

Dr. Carlos Sabillón

Carlos Sabillón tiene la solución para sacar a Honduras de la pobreza en tan solo cuatro años, según cuenta en su libro «Riqueza para Todos».

El economista asegura que la clave estaría en obtener rápidamente unas elevadas tasas de crecimiento económico que harían desaparecer el desempleo y la pobreza en tiempo record, a través de un sencillo manejo de la política macroeconómica.

Carlos Sabillón ha dedicado toda su vida a la búsqueda de la fórmula que permita sacar a Honduras de la pobreza, y después de haber sacado varias carreras universitarias y doctorados, y aprendido varios idiomas, todo con el objetivo de resolver este acuciante problema, ha logrado dar con la fórmula para el crecimiento económico, según su opinión.

Sabillón llama a su doctrina «manufacturismo», ya que, según su estudio de la historia económica de los países en desarrollo, todos tienen en común la manufactura y el desarrollo fabril como motor del desarrollo.

Sabillón echa por tierra y desacredita las teorías económicas sobre el desarrollo vigentes en el ámbito académico, tanto de izquierda como de derecha, y refuta con estadísticas los lugares comunes o clichés en los que se basa la política económica hondureña, y demuestra en forma convincente que solo el crecimiento económico acelerado es la respuesta a los problemas de desempleo, salud, educación y seguridad.

Sabillón considera que los responsables de la pobreza han sido los políticos que han dirigido al país, que han sido tanto corruptos como ignorantes en temas económicos. Rechaza la idea de que el hondureño tenga una inclinación cultural hacia la pereza, o que Honduras, por ser un país pequeño, esté siempre condenado al subdesarrollo. Sabillón gusta de citar el ejemplo de países como Luxemburgo, Suiza, Singapur y Qatar, que son más pequeños que Honduras, pero que han logrado impresionantes tasas de crecimiento económico.

En su opinión, lo que necesita Honduras es un dirigente sabio y honesto que lo guíe hacia el desarrollo.

Muchos de los problemas de Honduras se pueden resolver con crecimiento económico, por lo que este tema debería ser de interés para todos, sin embargo, muchos hondureños adoptan una actitud pesimista en cuanto al futuro del país, y les parece que los temas económicos son muy complicados, por lo que Sabillón trata de apelar en su libro a los intereses de varios sectores, aún los de aquellos a los que no les interesa el tema económico.

Él argumenta que con crecimiento económico es posible disminuir la delincuencia, aumentar los espacios y el tiempo para la recreación, permitiendo más oportunidades para encontrar el amor de pareja. Para los que viven la pasión futbolística, Sabillón les dice que el crecimiento económico puede convertir a Honduras en una potencia futbolística. Para los que se interesan por los derechos humanos y los derechos de la mujer, Sabillón demuestra con cifras que los derechos humanos son más respetados en los países con mayor crecimiento económico.

Sabillón tiene una gran fe en la ciencia para resolver los problemas humanos, sin por eso caer en el ateísmo, como lo hacen otros. Su inclinación siempre fue hacia las ciencias sociales, aunque desconfía de las teorías económicas aceptadas en círculos académicos.

Su enfoque en el crecimiento económico para resolver los problemas sociales podría dar la impresión de un economicismo crudo, pero en realidad es todo lo contrario. Él no cree que cada persona solo debe buscar su propio bienestar, y que mágicamente el sistema de mercado produciría un nivel óptimo de bienestar social. Su vida misma da testimonio de un servicio desinteresado a favor de la humanidad. Él no cree que el dinero sea lo más importante en la vida, sino servir a los demás; y es la ciencia, no el dinero, lo que ha mejorado el nivel de vida de la humanidad.

Este libro consiste en una sucesión de artículos independientes entre sí, todos con el tema en común del desarrollo económico enfocado hacia Honduras. Al final cuenta la historia de su vida, relatando su heroica búsqueda de la solución para la pobreza a través de la ciencia económica.

Mi crítica

Simpatizo con la crítica de Sabillón hacia el establisment académico de la economía, pero considero que este libro no explica la doctrina del manufacturismo, ni siquiera en forma esquemática. Solo se conforma con repetir que la manufactura es la clave del desarrollo, pero no explica que políticas debe seguir el gobierno para estimular la manufactura y producir esas asombrosas tasas de crecimiento del 30% anual.

Sus artículos estimulan la curiosidad y el deseo de conocer más sobre la doctrina del manufacturismo, pero esa curiosidad no se ve plenamente satisfecha. Tampoco se encuentran referencias hacia un desarrollo más profundo de la teoría, aunque Sabillón afirma que él ha debatido sus ideas con muchos expertos del campo de la economía, y los ha vencido intelectualmente.

A través del libro uno puede comprender que Sabillón considera que él es la persona más adecuada para dirigir los destinos de Honduras, ya que solo él tiene los conocimientos necesarios para producir crecimiento económico a una velocidad acelerada, y solo él ha dedicado su vida a buscar la solución para los problemas de Honduras. Esta afirmación puede molestar a más de alguno, por su falta de modestia, pero no por eso debe desecharse. Sabillón intentó postularse a una candidatura presidencial independiente, pero por alguna razón no lo consiguió.

Algunas partes de su recuento biográfico parecen difíciles de creer, como cuando asegura que después de culminar sus estudios de economía le ofrecieron un trabajo que consistía en visitar hoteles de lujo.

En general, Sabillón parece demostrar una tendencia hacia el narcisismo, hacia un concepto exagerado de la importancia de su propia persona, pero es fácil ver que si los reclamos que Sabillón hace son ciertos, las implicaciones son enormes.

La teoría de que la manufactura es lo más importante parece sugerir que hay que concentrar las inversiones del gobierno en este sector, en desmedro de otras áreas como la salud y la educación, lo que puede ser rechazado por personas de izquierda, además de que una posible incursión del gobierno en el campo de la manufactura puede ser rechazado por sectores de derecha.