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La economía doméstica del pasado en Catacamas

Antiguo pueblo de Catacamas, cuando era una ciudad de indios.
Imagen: Memoria Gráfica de Honduras

Por: Winston Irías Cálix

Pujante en el pasado la Economía Doméstica

Durante siglos, y hasta mediados del siglo XX, las familias catacamenses elaboraban numerosos productos de uso doméstico, que han sido suprimidos por la mal llamada «civilización», que en muchos aspectos no ha significado más que la pérdida de la cultura tradicional.

Si bien los artículos modernos ofrecen mejor presentación y comodidad, la economía doméstica constituía un valioso factor para el nivel de vida de los pobladores, pues sus ingresos se han reducido debido a que antes elaboraban muchos productos en casa y ahora son adquiridos a altos precios en el mercado.

Es conveniente comparar que antes los alimentos eran frescos y naturales, mientras que en la actualidad en su mayoría son dañinos para la salud por el uso de preservantes, la práctica de procesos químicos que transforman las materias y el escaso o nulo valor nutritivo.

Me referiré sólo a algunos de esos productos:

  1. Jarabe de limón.

     Durante la abundante cosecha del «limón indio» era preparado un concentrado del jugo de este cítrico, que era embotellado para usarlo en el resto del año. Una o dos cucharadas disueltas en agua, según el gusto, adquieren el sabor de una fresca limonada, siempre con la riqueza de la vitamina C.

    Este proceso es similar al que era utilizado en Estados Unidos antes de que la Coca-Cola fuera embotellada. El jarabe de este producto se disolvía en los puestos de venta y allí mismo era consumido por la clientela.

  2. La tradicional horchata.

     En las fiestas populares, durante la feria y al final de los actos cívicos del 15 de Septiembre nada era mejor que consumir un vaso de horchata, elaborada de arroz; le añadían pedacitos de cáscara de limón para darle mejor sabor; y en verdad es exquisita, saludable y alimenticia.

    El jarabe de limón, al igual que la horchata, eran muy populares; el primero fue olvidado y la segunda dejó de usarse casi totalmente cuando apareció en el mercado local el refresco de botella; penetró tanto este producto en los años 1950 que muchísimas personas, especialmente de escasos recursos económicos, se vanagloriaban cuando la consumían, a pico de botella, ese tipo de bebida.

  3. Vino de uva.

     Del producto de los gigantescos árboles de uva, que se extinguieron de los solares de las casas a mediados del siglo XX, algunas familias elaboraban vinos que añejaban para el consumo hogareño.

  4. Achiote.

     Al igual que una planta de limón, décadas atrás no faltaba en casa un arbusto de achiote; de la semilla preparaban una pasta, que era envuelta en tusa, para condimentar el arroz, la masa de los nacatamales y otros alimentos.

    En aquel tiempo se usaban también los cominos y la pimienta, el chile, tomate, cebolla y ajo para condimentar las comidad, que adquirían un sabor natural; no había pastas de tomate, cubitos, sopas en bolsa ni paquetitos de achiote.

  5. Esencia de Chile.

     En casa cocinaban el chile picante, pequeño, que era diluido y envasado duraba todo el año; también se usaba en forma directa, al igual que el chilpete, de pequeño tamaño. Nadie compraba el producto industrializado.

  6. Café tostado.

     Nada más estimulante que una taza de café de palo, esto es el fruto del arbusto tostado en casa, al que añadían pequeñas cantidades de dulce en rapadura. Sólo este tipo de café se consumía en Catacamas, hasta que a partir de los años 1960 la ciudad fue invadida por los productos de bolsa.

  7. Chocolate.

     Era muy apetecida la bebida de este producto elaborado del fruto del cacao, muy abundante antes en los solares de las casas y cultivado en pequeña escala en la montaña

  8. Tallarines.

     Los preparaban en casa, de masa de harina extendida sobre la artesa con el braso de una piedra de moler; los condimentaban con tomate y los servían revueltos en mantequilla ácida.

  9. Desde siglos, hasta que los comerciantes introdujeron las mantecas vegetales, los catacamenses consumieron exclusivamente la manteca de cerdo para freir frijoles, huevos carnes y chorizos, y cocinar arroz y otros alimentos; ahora casi sólo se usa para darle mejor sabor a la masa de los nacatamales.
  10. No existían los churros; en su lugar se elaboraban continuamente en casa o se compraba chicharrón con yuca, pasteles fritos, hechos de masa de maíz con carne, papas y arroz en su interior y enchiladas de tortilla frita con carne, ensalada y recubiertas con queso y una rebanada de huevo cocido.
  11. En casa se elaboraban tortillas de maíz y de harina; las mujeres solían ir cada tarde al río a lavar el nixtamal, el maíz cocido con lejía de ceniza. El grano era molido en piedra, posteriormente en molinos de mano, hasta que en los años 1960 se instalaron en la ciudad los primeros molinos artesanales.
  12. Pan blanco.

     Era elaborado en muchos hogares, antes de la industrialización de este producto.

  13. Mascaduras, pan dulce y galletas caseras;

     eran horneados en todos los hogares, aunque las mascaduras de Santa María de El Real siempre han sido las más apetecidas.

  14. Alfeñiques, colmenas, pirulines y huevos de mico.

     En casi todas las casas había un grueso clavo en una pared para batir, una y otra vez, la masa elástica de dulce de rapadura, disuelta en agua hirviente, que endurecía progresivamente hasta convertirse en el famoso y popular alfeñique; por los años 1950 solo valían un centavo y antes de que llegaran los confites eran los preferidos de los niños, lo mismo que los pirulines, las colmenas y los huevos de mico, que son esféricos y confeccionados de dulce.

    También se consumían en abundancia coyoles y mangos en miel, tableta de la cáscara y de la tripa de la naranja agria, pan de rosa, zapotillos y alborotos o sopapos, elaborados de maicillo con dulce.

  15. Jaleas de mango, piña, guayaba y de tomate;

      fueron reemplazados por productos envasados, de diferentes sabores.

  16. Dulce en rapadura.

     En los alrededores de Catacamas abundaban las moliendas, para procesar la caña, cultivada con profusión. Los frescos, jaleas y frutos en miel, lo mismo que el café, eran endulzados con dulce en rapadura. El azúcar, alimento preparado después de carbonizar la miel de caña, era desconocida en Catacamas a mediados del siglo XX.

  17. Chicha y cususa.

     Los catacamenses no pagaban impuestos por consumo de bebidas alcohólicas; bebían chicha elaborada generalmente de maíz nacido y cususa, aguardiente no refinado procesado en alambiques y conocido con el sugestivo nombre de «Gato de Monte», porque se le esconde para que no sea descubierto por las autoridades. A mediados del siglo XX la policía capturó a las «chicheras» -elaboradoras y vendedoras de chicha- y las obligó a desfilar sosteniendo en sus cabezas las tinajas de la famosa bebida; les quebraron los recipientes, les impusieron fuertes multas y las amenazaron con detenerlas nuevamente si continuaban esa práctica.

  18. El mezcal.

     Esta planta abundaba en Catacamas y se le utilizaba para elaborar cabulla, lazos, sacos, alforjas, matates y hamacas.

  19. Candelas de cebo.

     Antes de ser introducidas las candelas de espelma, ya en moda a mediados de los años 1959, los catacamenses se iluminaban con candelas elaboradas con el cebo de las vacas; la grasa se hervía y con ella se «bañaban», una y otra vez, un cáñamo (la mecha) que se iba engrosando a medida que se enfriaba el cebo; en algunas pulperías continuaban vendiéndolas hasta los años 1970.

  20. Jabón de tripa.

     Elaborados con los intestinos del cerdo; se usaba para el aseo corporal -jamás permitía la caspa- y para lavar la ropa.

  21. Monturas, jáquimas y fajas.

     Eran fabricadas en los pocos talleres de talabartería existentes en Catacamas

  22. Calzado.

     Zapatos y caites de puro cuerpo eran elaborados en los talleres de la ciudad; después de años de decadencia esta actividad ha florecido y existen varias fábricas de calzado en Catacamas.

Tomado del libro «Catacamas – del ayer al año 2000», de Winston Irías Cálix.

Reseña histórica del Correo Nacional de Honduras

Histórico Edificio del Correo Nacional en el Barrio Abajo de Tegucigalpa

Por: Nahúm Valladares

El enviar cartas o paquetes de un lugar a otro, fue una engorrosa tarea que efectuaban en el pasado los llamados “Hombres Postas”, servidores de la comunidad que a pié o a lomo de mula transitaban grandes distancias para hacer las entregas de misivas, documentos y presentes.

Los caminos que recorrían antes de construirse carreteras, eran peligrosos, pero ellos desafiaban todas esas adversidades para cumplir con su misión de correos de superficie terrestre.

Existieron en ese entonces correos municipales que se encargaban de transportar los documentos a los poblados de los términos, los correos especiales y los correos militares que eran utilizados para transportar correspondencia, partes de guerra y otros documentos de alta confidencialidad.

Los registros históricos no revelan nombres de los emisarios que provenientes de Guatemala llegaron a Tegucigalpa y Comayagua aquel 28 de Septiembre de 1821 y que tardaron 12 días para entregar a los principales ayuntamientos de la Provincia de Honduras los documentos contentivos del Acta de Independencia.

Aquellos correos especiales cabalgaron sorteando agrestes montañas, empantanados caminos por la época lluviosa, cruzando caudalosos ríos, pernoctando a campo traviesa y con enormes dificultades hasta entregar los famosos “Pliegos de la Independencia”.

Ese rutinario sistema fue evolucionando cuando se abrieron los primeros caminos para el paso de carretas y diligencias, pero siempre se utilizaban los “hombres postas” que se dedicaban a la entrega de misivas entre los poblados hondureños.

En 1877, durante el gobierno del Dr. Marco Aurelio Soto se organizó el Correo Nacional designándose como primer director al maestro cubano Don Tomás Estrada Palma.

El 1 de Enero de 1879, dos años después de haberse fundado, el Correo Nacional de Honduras pasó a formar parte de la Unión Postal Universal UPU con sede en Berna, Suiza, organismo que facilitó la emisión de los primeros sellos postales que se utilizaron en nuestro país.

Las oficinas postales se instalaron en un viejo inmueble construido en el Barrio Abajo a mediados del siglo XIX y que el sacerdote católico Monseñor José Leonardo Vijil acondicionó para instalar el primer hospicio en Tegucigalpa en 1868 que se conocía como la “Casa del Niño” y donde estuvo por muy pocos años la Escuela de Medicina.

El edificio que abarca la mitad de una amplia cuadra se levantó con gruesos adobes, contando con un amplio patio interior rodeado de altos corredores siguiendo el estilo clásico de las construcciones coloniales.

En ese patio central, se cargaban las mulas con los bultos del correo los que previamente seleccionados se enviaban al definir las rutas a los diferentes destinos del territorio nacional.

El Correo Nacional (FOTO 4) fue remodelado en 1949 haciéndole ciertas reformas en su fachada para formar un conjunto arquitectónico con el Palacio de los Ministerios y antes allá por 1930 cuando acusó problemas en sus paredes exteriores, se trasladaron las oficinas mientras se hacían las reparaciones del caso, a los bajos del edificio del Banco de Honduras tal como se aprecia en la FOTO 5 donde se observa un camión cargando los sacos de correspondencia.

En los años treinta, cuando el avión surgió como una alternativa para transportar el correo, comenzó a utilizarse ésta innovación y en el gobierno del General Carías se le otorgó a Lowel Yerex licencia para operar una aeronave para el correo aéreo y llevar pasajeros (FOTO 6) surgiendo después la empresa DEAN que operaba además de sus baronesas pequeños aviones para este fin.

En los años cuarenta se estableció en el Correo Nacional el sistema de apartados postales, casillas numeradas que los usuarios comenzaron a utilizar para evitar las entregas a domicilio y como una facilidad para el manejo de su correspondencia.

El Correo en Honduras avanzó y se modernizó en diferentes épocas, pero la tecnología ha limitado en los últimos años un servicio que lo fue volviendo obsoleto cuando las facilidades se optimizaron especialmente con la rapidez como sucede ahora con el sistema del Internet a través del correo electrónico.

Pero, además de los apuntes históricos, lo que pretendemos hoy en ésta sección es llamar la atención de las autoridades para emprender una obra de rescate de un histórico edificio en la capital que cada día se deteriora más y que se hace necesario restaurarlo porque encierra mucho de la historia de nuestra ciudad.

Gobernantes de Honduras

Aquí presento una lista de los gobernantes que ha tenido Honduras desde que Centro América se independizó de España. Esta lista incluye gobiernos militares y gobiernos de facto. Esta lista la tomé de un foro cristiano.

También es interesante revisar la lista de gobernantes hondureños de Wikipedia, y una lista sólo de presidentes constitucionales (no gobiernos militares o de facto). En estas últimas dos listas se ofrecen reseñas históricas de la mayoría de estos presidentes y Jefes de Estado.

Lista de Gobernantes de Honduras

Dionisio Herrera (Liberal, 1824-1827)
José Justo Milla (Liberal, 1827)
José Francisco Morazán (Liberal, 1827-1829)
Diego Vigil (Liberal, 1829)
José Francisco Morazán (Liberal, 1829-1830)
José Santos del Valle (Conservador, 1830-1831)
José Antonio Márquez (Conservador, 1831-1832)
Francisco Milla (Conservador, 1832-1833)
Joaquín Rivera (Independiente, 1833-1836)
José María Martínez (Independiente, 1838)
Lino Matute (Conservador, 1838-1839)
Juan Francisco de Molina (Liberal, 1839)
Consejo de Ministros (1839): (Mónico Bueso; Francisco de Aguilar)
Francisco Zelaya y Ayes (Liberal, 1839-1841)
Francisco Ferrera (Conservador, 1841-1842)
Consejo de Ministros (1843): (Juan Morales; Julián Tercero; Casto Alvarado)
Francisco Ferrera (Conservador, 1843-1844)
Consejo de Ministros (1844-1845: (Casto Alvarado; Coronado Chávez)
Coronado Chávez (Liberal, 1845-1847)
Consejo de Ministros (1847): (Casto Alvarado; Francisco Ferrera; José Santos Guardiola)
Juan Lindo (Liberal, 1847-1852)
Francisco Gómez (Liberal, 1852)
Trinidad Cabañas (Conservador, 1852-1855)
Francisco de Aguilar (Liberal, 1855-1856)
José Santos Guardiola (Liberal, 1856-1862)
José Francisco Montes (Liberal, 1862-1863)
José María Medina (Liberal, 1863)
Francisco Inestroza (Conservador, 1863-1864)
José María Medina (Liberal, 1864-1872)
Céleo Arias (Liberal, 1872-1874)
Ponciano Leiva (Conservador, 1874-1876)
Marcelino Mejía (Conservador, 1876)
Crescencio Gómez (Liberal, 1876)
Consejo de Ministros (1876): (Marcelino Mejía; Manuel Colindres)
José María Medina (Liberal, 1876)
Marco Aurelio Soto (Liberal, 1876-1883)
Consejo de Ministros (1883):(Luis Bográn Rafael Alvarado Manzano)
Luis Bográn (Conservador, 1883-1891)
Ponciano Leiva (Liberal, 1891-1893)
Domingo Vásquez (Liberal, 1893-1894)
Policarpo Bonilla (Conservador, 1894-1899)
Terencio Sierra (Conservador, 1899-1903)
Juan Ángel Arias (Conservador, 1903)
Manuel Bonilla (Conservador, 1903-1907)
Miguel Oquelí Bustillo (1907) (Presidente provisional Junta de Gobierno)
Miguel R. Dávila (Conservador, 1907-1911)
Francisco Bertrand (Liberal, 1911-1912)
Manuel Bonilla (Liberal, 1912-1913)
Francisco Bertrand (Liberal, 1913-1919)
Salvador Aguirre (Liberal, 1919)
Francisco Bográn (Liberal, 1919-1920)
Rafael López Gutiérrez (Liberal, 1920-1924)
Francisco Bueso (Independiente, 1924)
Tiburcio Carías Andino (Liberal, 1924)
Vicente Tosta (Liberal, 1924-1925)
Miguel Paz Baraona (Liberal, 1925-1929)
Vicente Mejía Colindres (Nacional, 1929-1933)
Tiburcio Carías Andino (Nacional, 1933-1949)
Juan Manuel Gálvez (Nacional, 1949-1954)
Julio Lozano Díaz (Liberal, 1954-1956)
Consejo Militar de Gobierno (1956-1957): (Héctor Caraccioli; Roque J. Rodríguez; Roberto Gálvez Barnes; Oswaldo López Arellano)
Ramón Villeda Morales (Liberal, 1957-1963)
Oswaldo López Arellano (Militar, 1963-1971)
Ramón Ernesto Cruz Uclés (Liberal, 1971-1972)
Oswaldo López Arellano (Nacional, 1972-1975)
Juan Alberto Melgar Castro (Liberal, 1975-1978)
Policarpo Paz García (Militar, 1978-1982)
Roberto Suazo Córdova (Nacional, 1982-1986)
José Azcona Hoyo (Liberal, 1986-1990)
Rafael Leonardo Callejas (Nacional, 1990-1994)
Carlos Roberto Reina (Liberal, 1994-1998)
Carlos Roberto Flores Facussé (Liberal, 1998-2002)
Ricardo Maduro Joest (Nacional, 2002-2006)
Manuel Zelaya Rosales (Liberal, 2006-2009)
Roberto Micheletti Baín (Liberal, 2009)

José Trinidad Reyes

José Trinidad Reyes

El Padre José Trinidad Reyes

Por: Esteban Guardiola

Este ínclito varón nació en Tegucigalpa el 11 de junio de 1797.

Tuvo por padres legítimos a don Felipe Santiago Reyes y a doña María Francisca Sevilla, modelos de bondad.

Recibió la instrucción primaria en una escuela privada, que servían gratuitamente unas señoritas de apellido Gómez.

Llegado a la pubertad, aprendió Latín con Fray Juan Altamirano, en el convento de La Merced; Música, con su padre, y Dibujo, con Rafael M. Martínez.

Para dedicarse a estudios superiores se trasladó a León. En la vieja Universidad de la metrópoli nicaragüense se perfeccionó en Castellano y Latín y cursó Matemáticas, Filosofía, Cánones y Teología hasta obtener los títulos de bachiller en las tres últimas materias.

Con esa preparación profesó en el Convento de Recoletos y en 1822 recibió la sagrada orden sacerdotal.

La guerra civil que en 1824 estalló en el Estado de Nicaragua obligó a Reyes a salir para Guatemala, en donde entró al convento en su orden. Allí, en los momentos que le dejaban libres las prácticas religiosas, se dedicó, en la rica biblioteca del monasterio, al estudio de las ciencias y a la lectura de los clásicos latinos y castellanos.

A principios de 1828 obtuvo del Guardián del convento permiso para venir a Honduras a ver a su familia; y en julio de este mismo año llegó a Tegucigalpa, instalándose en el abandonado edificio de los mercedarios.

La revolución de 1829 abolió los institutos monacales establecidos en Centro América y por este hecho quedó Reyes secularizado para bien de su patria. En ella ejerció el sacerdocio, fundó la Universidad, cultivó la Música, fue diputado al Congreso Nacional y pulsó la lira de poeta.

Como sacerdote, fue humilde, abnegado y caricativo. Su casa fue la despensa de los pobres. Como el Divino Maestro, amó entrañablemente a los niños. Nuestro insigne literato Ramón Rosa, refiere las encantadoras escenas que se efectuaban en la sacristía del templo de Nuestra Señora de la Concepción, cuando él, que apenas había salido de la infancia, iba a buscar al anciano y casto sacerdote, quien le colmaba de suaves caricias, le regalaba nardos y claveles, que recogía de los pies de la Virgen, y además algunos centavos para que comprara juguetes.

Contribuyó eficazmente a la erección y reparación de los templos de Tegucigalpa. El Papa Gregorio XIV lo designó obispo de Honduras; pero por una deplorable intriga fue nombrado para esa dignidad otro sacerdote.

Como fundador y Rector de la Universidad, se dedicó con desinterés a la educación de la juventud, abarcando en ella al hombre y a la mujer. Escribió un compendio de Física.

Como filarmónico, compuso la música que acompaña a varias de sus producciones poéticas y la de algunas misas y alabados. Introdujo el primer piano en Honduras.

Como diputado, trabajó para el bien del país; y como poeta, produjo himnos patrióticos, poesías amatorias, cantos elegíacos, lindos villancicos, punzantes sátiras y epigramas y sus bellas pastorelas Noemí, Micol, Neftalia, Zelfa, Rubenia, Elisa, Albano y Olimpia, de argumentos sencillos, pero llenos de encantos. No pulió su obra porque no pensó en la inmortalidad. Regocijar y moralizar a su pueblo fué su principal tendencia.

Es indudable que a las pastorelas, en las que insertaba el poeta sus epigramáticos Cuandos, siguen en interés los dulces villancicos que bien pueden figurar en el Cancionero Español. Están llenos de alabanzas y ternezas al Niño Dios y van acompañados de música regocijada que su mismo autor compuso.

Como muestra de villancicos léanse algunas de las seguidillas que van a continuación:

«Nació en Belén un niño
Tan admirable
Que sin ir a las aulas
Todo lo sabe.
Con ciencia tanta,
Toda la de los hombres
Es ignorancia;
Vamos a verlo,
Y que nos comunique
Algún destello.
Aunque yace tan pobre,
Su grande ciencia
Sabe formar metales
Y hermosas perlas
Es el que sólo
Ha encontrado el secreto
De criar el oro;
Mas lo desprecia,
Y al hombre ha prometido
Mayor riqueza.

—————————

A los villancicos siguen los Diálogos, que además de tratar de asuntos de navidad y adoración al divino Infante son verdaderas sátiras destinadas a combatir los vicios y ridiculeces de la sociedad. Uno de los más graciosos e intencionados es el titulado Las Mentiras. He aquí su génesis:

Vivía, por aquel tiempo, en Tegucigalpa, un competente carpintero (padre de un Licenciando y General que fué más tarde Presidente de Honduras) quien recibió un día del Padre Reyes algunas piezas de madera para fabricar unos candeleros destinados a la iglesia La Merced; pero el tiempo transcurría y había embrollo y plazos, y nunca llegaban a su destino los referidos utensilios. El Padre Trino compuso entonces un picarezco diálogo de Navidad y aprovechando el hecho de que el artesano incumplido llegaba con frecuencia a oír misa, en la primera oportunidad aprovechable, le dió un papel escrito en solfa para que lo llevara al coro y le indicó que lo tuviera en la mano frente al músico que debía ejecutar lo que allí iba escrito. Fué entonces cuando nuestro protagonista oyó cantar, estupefacto, lo siguiente:

LAS MENTIRAS

– Yo soy, Niño, un carpintero
Que al verte en un muladar,
Una cuna quiere hacerte,
Si la madera le das.
Y te haré unos candeleros
Sin pedirte medio real.
¡Mentiras! ¡mentiras!
Lo quiere engañar,
¡Y con la madera
Se quiere quedar!
Cajones de muertos y trompos hará;
Esas son pamplinas
¡Vaya por allá!
¡Que salga a chiflidos
Luego del Portal!

————————-

El carpintero, corrido y avergonzado, al día siguiente principió a fabricar los candeleros en cuestión.

Murió el Padre Reyes, el 20 de septiembre de 1855, dejando un imborrable recuerdo. Por tantas ejecutorias, exaltemos su nombre y digamos con Juan Ramón Molina, el aedo prodigioso:

«Loor al dulce poeta. Alabemos a Reyes,
porque llenó las almas con su cristiana luz;
y supo mostrar siempre a las humildes greyes
el poder de la lira y el poder de la cruz».

Tomado del Libro de Lectura de Quinto Grado, de Miguel Navarro (1945).

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