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Biografía de Lucila Gamero de Medina

Por el P.M. Don Roberto Gamero.

Lucila Gamero de Medina

NACIÓ DOÑA LUCILA GAMERO DE MEDINA EN LA CIUDAD DE DANLÍ, EL 12 DE JUNIO DE 1873.

Fueron sus padres el Doctor don Manuel Gamero y Doña Camila de Gamero.

Contrajo matrimonio con el distinguido ciudadano don Gilberto Medina. Sus hijos: Doña Aída Cora Medina viuda de Sevilla y don Gilberto Gustavo Medina, éste ya fallecido.

Tuvo una infancia feliz y fue una niña voluntariosa, llevando siempre la dirección en todos los grupos para hacer travesuras y para hacerles también a todos sus compañeros y a gente de mayor edad una serie de diabluras de su invención.

Desde muy niña comenzó a escribir y estaba en el campo cuando se le vino la idea de pasar al papel sus pensamientos, que la llevaron más tarde a ser la primera novelista del país.

En el siglo pasado, en sus dos últimas décadas, publicó su primera pequeña obra AMELIA MONTIEL y sus novelas ADRIANA y MARGARITA y PÁGINAS DEL CORAZÓN. De las dos primeras no se han podido conseguir ejemplares y la última está publicada en varios números de la Revista del Archivo y Biblioteca Nacionales.

A principios de este siglo publicó su famosa novela BLANCA OLMEDO, que ha hecho llorar especialmente a infinidad de jovencitas. Se publicó una segunda edición en 1933 y una tercera en 1954 y la reciente fue publicada en 1972. Parece que ha habido también ediciones clandestinas.

Sobre esta novela escribió un gran escritor nicaragüense, don Antonio Medrano, lo siguiente:

«BLANCA OLMEDO». Libro intensamente vivido y sentido. Libro en que la autora ha puesto Alma, Pasión, Dolor… Libro en que palpita el Amor y la Vida, que pasan como meteoros, que se esfuman… Sus páginas no se leen, se devoran, se viven, se sienten, y nuestras lágrimas las hacen inmortales. LUCILA GAMERO DE MEDINA está ya CONSAGRADA POR LA GLORIA.

Posteriormente aparecieron sus novelas AÍDA, EL DOLOR DE AMAR, LA SECRETARIA, AMOR EXÓTICO y BETINA.

La autora dejó de publicar PÉTALOS SUELTOS y PROSAS DIVERSAS, pues ya estaba muy cansada. En seguida le sobrevino la muerte.

Además de ser la primera novelista de Honduras fue la pionera del feminismo en este país. Desde muy joven luchó por los derechos de la mujer y sus frutos se han venido viendo en los últimos tiempos.

Era Doña Lucila miembro de varias asociaciones literarias de Centro América y miembro de la Academia Hondureña de la Lengua.

Ejerció la profesión de medicina con gran acierto, habiendo estudiado bajo la dirección de su padre. Le fue extendido un Diploma de Médica y Cirujana, siendo Decano de la Facultad de Medicina el Doctor Manuel G. Zúñiga.

Su autobiografía fue publicada en la Revista de la Universidad de Honduras, siendo Rector el Dr. Jorge Fidel Durón.

Falleció en Danlí el 23 de Enero de 1964.

Esta biografía fue publicada en Danlí, el 12 de junio de 1973, en el Centenario de su nacimiento.

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Tomada del libro «Páginas de Oriente» de Federico González.

Biografía de Manuel de Adalid y Gamero


Manuel de Adalid y Gamero

Nació en Danlí el 8 de febrero de 1872. Era hijo del Doctor Manuel Gamero Idiáquez y de doña Camila Moncada Lazo de Gamero.

De niño mostró grandes aptitudes para la música y la medicina, lo mismo que marcado interés por los estudios científicos. En vista de ésto, sus padres lo enviaron a estudiar a la capital de la República de Guatemala. Estuvo primero en el colegio LA ENSEÑANZA, y después en el INSTITUTO NACIONAL. Al mismo tiempo hizo estudios de música en el Conservatorio Nacional de la misma República. Posteriormente tomó un curso de Armonía con el Profesor Alex Ayel F. Holmes; de Contrapunto, con Deliponti; de Composición, con Cazzati, y de piano y órgano, con Peralta.

» En los años de 1893 a 1894, fue organista de la Iglesia de los Capuchinos en Guatemala, y de 1895 a 1900, en la Iglesia Parroquial de Danlí.

» Su amor a la música lo hizo, en temprana edad, formar en Danlí una Orquesta Eólica, compuesta de un número de veiticinco aficionados al arte de su predilección.

» En 1895, organizó, con este mismo personal y otro nuevo además, una Banda Cívica, todos jóvenes escogidos por él. Esta banda daba conciertos semanales en la ciudad, asimismo prestaba servicios gratuitos tanto en las gestas cívicas como en los actos militares: todo únicamente por amor al arte que ha inmortalizado a muchos grandes músicos. Tanto el repertorio de la orquesta como el de la banda, era compuesto de música selecta.

» Cuando el General Don Terencio Sierra visitó a Danlí en su carácter de Presidente de la República, quedó sorprendido y admirado de encontrarse con un cuerpo de músicos que ejecutaban tan bien, como no había oído otros en toda la República.

» En agradecimiento, y como acto de generosa justicia, dicho Presidente hizo obsequio personal al joven director de Adalid y Gamero, de un instrumental nuevo propio para Banda. Desgraciadamente, este instrumental desapareció por completo en los saqueos que hacen las fuerzas armadas en nuestras guerras intestinas.

» De 1915 a 1924 y de 1929 a 1932, fue Director General de las Bandas Militares de la República de Honduras y Director de los Supremos Poderes de Tegucigalpa.

» De 1929 a 1932, fue Profesor de Teoría y Armonía Musical y fundador y Director de la Escuela de Músicos Mayores, que tan excelentes resultados dió, formando elementos capacitados que hoy acreditan a Honduras.

» Escribió muchos artículos sobre teoría y práctica musical, y es autor del folleto «El Arte de Dirigir» (1921).

» Entre otras distinciones de que fue objeto figuran el haber sido nombrado Presidente de la Asociación de Músicos de Tegucigalpa, 1924; miembro Honorario de la Asociación de Cultura Musical, Costa Rica, C.A., y otras que por el momento no recordamos.

» Recibió Medalla de Plata en la Exposición de Panamá – Pacífico; medalla de Oro de la Colonia Italiana, Tegucigalpa; y Medalla de Oro de la Escuela de Músicos Mayores de Tegucigalpa.

» Sus numerosas composiciones musicales incluyen varias marchas, mazurcas, polkas y valses para Orquesta y Banda Militar. De éstas, hacemos memoria de las siguientes:

VALSES: Serenata de Copelia, Hada de Amor, Manola, La Garza del Ulúa, Barcarola, Por Tí, Rosas de Otoño, Voces de la Tarde. Remembranzas Hondureñas y otras más. MARCHAS: Los Héroes, Marcha de Saffo, Los Coroneles, Patrulla Joven, Guambuco, Los Jardines de Danlí, Mañana de Primavera en Washington, Soldados del Aire, Canto a Honduras (Himno), Bolero Danlideño, Los Funerales de un Conejito (Marcha Fúnebre), Suita Tropical, Una Noche en Honduras (Intermezzo Sinfónico) Danza di Bacco, La muerte del Bardo (Trío para violín, violencelo y arpa). POLKAS: Stella Matutina y otras.

» La mayor parte de estas composiciones no son conocidas en Honduras; unas de ellas fueron y son ejecutadas en Estados Unidos. La SUITA TROPICAL fue ejecutada con gran éxito en Sevilla, España, en un concurso de bandas que hubo en aquella ciudad; el poema sinfónico «LOS FUNERALES DE UN CONEJITO» lo tocó por primera vez la United Orchestra de Washington, en 1936.

ORQUESTRÓFONO: Concibió la idea de un órgano de cañuelas que reprodujera con la mayor fidelidad posible las voces y el timbre de los diferentes instrumentos de la orquesta, y después de varios años de estudio y de pruebas, vió realizada en parte su idea, al hacer construir en Estados Unidos un instrumento al que llamó ORQUESTRÓFONO. Siguió empeñado en perfeccionar su invento e hizo construir tres instrumentos más, cada uno de los cuales superaba a los anteriores; su mente de artista, siempre con ideas de mejoramiento, tenía proyectado y concebido mejoras importantes para su orquestrófono, mejoras que la muerte le impidió llevar a cabo.

» Tanto en Honduras como en Nicaragua ejerció en diferentes ocasiones la profesión de Ingeniero.

» Durante la administración del General Miguel R. Dávila desempeñó, en Puerto Cortés, la Gerencia del Ferrocarril Interocéanico, nombre que él le cambió por el de Ferrocarril Nacional, el cual conserva desde aquella fecha.

» Fue director de la Escuela Primaria de Danlí, y Profesor de varias asignaturas en el Colegio de Segunda Enseñanza que en la misma ciudad dirigió el notable pedagogo Don Pedro Nufio.

» Con un grupo de colaboradores aficionados a las letras, fundó y redactó EL PILOTO, semanario que durante algún tiempo se publicó en Danlí, bajo la dirección de Don Pedro Nufio.

» Sus artículos científicos, históricos y literarios y sobre música y otras artes, son tan numerosos que sería largo enumerarlos en una biografía escrita tan a la ligera como ésta.

» Tuvo como compañera de su vida a la virtuosa señorita SOFÍA UGARTE, quien no sólo fue una amantísima esposa, sino también una gran admiradora de las capacidades intelectuales de su marido.

» Guatemala, Nicaragua y Estados Unidos, son los países que visitó. En cada uno de ellos estuvo varios años, y muy de paso en Canadá.

» El Profesor de Adalid y Gamero falleció en Tegucigalpa, el 29 de Marzo de 1947, y conforme a sus deseos, fue conducido su cadáver a su ciudad natal, Danlí, y sepultado en el cementerio de su familia, en donde descansa al lado de los suyos, ya desaparecidos.

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Tomado del libro «Páginas de Oriente», de Federico González, quién a su vez lo tomó del libro «Cien Valores Humanos de la Cultura de Centro América y Panamá». El título original del artículo es «Resumen de los Datos Biográficos del Músico, Ingeniero y Profesor Don Manuel de Adalid y Gamero».

¿Era católico el general Francisco Morazán?

Por Salvador Turcios R.

Cuando se estudie serenamente la personalidad polifacética del general Francisco Morazán, con la mentalidad libre de prejuicios de campanario, sectaristas y miopes, con vistas a la verdad científica, se llegará al convencimiento de que fue un revolucionario insigne que se adelantó muchos lustros, en Hispano América, al triunfo de las ideas madres que estructuran el alma de las naciones.

Hay que tomar en cuenta que al Prócer solo se le ha deturpado por sus enconados adversarios, sin reconocérsele ninguna virtud ni cualidad sobresaliente, lo cual es completamente absurdo ante la luz de la más elemental filosofía, pues es bien sabido que nada es absoluto en la vida, que todo es relativo y está sujeto a los altos y bajos de la apreciación humana, que por cierto no es infalible, pues está expuesta a los vientos de las pasiones, no siendo, por lo mismo, el fallo de los adversarios un veredicto que encierra un sentido justiciero y ecuánime de la enorme personalidad del Gran Reformador americano que bien puede considerarse como uno de los gloriosos precursores del reinado de la verdadera libertad en la América indo-hispana.

Siempre hemos creído que las titánicas luchas del General Morazán, tuvieron como finalidad inmediata el afianzamiento de los ideales positivos de la Independencia Centroamericana, si es que estudiamos un criterio elevado y patriótico ese ciclo fundamental de la historia patria, pues hay que tomar muy en cuenta que el acto cívico del 15 de septiembre de 1821, fue solamente la expresión del sentimiento libertario de una selecta minoría intelectual criolla, en el asiento mismo de la Capitanía General, secundado después por esa misma clase de hombres, pensantes y patriotas, en los centros importantes de población del resto de Centro América, y sin que el pueblo, la inmensa mayoría de la clase desheredada de la fortuna, se impresionara vivamente por un hecho de tanta trascendencia, que no llegaba a apreciar debidamente por el estado de postración intelectual en que lo había mantenido el coloniaje ibérico.

Por eso se ha dicho, y creemos que con marcado fundamento, que la guerra por la Independencia en Hispano América, en general, se hizo entre españoles peninsulares y españoles criollos, por conquistar el poder y el dominio del gobierno de estos pueblos, considerándosele, en tal sentido, como una verdadera guerra civil, en la cual, los nativos, los aborígenes, los poseedores de la tierra, tuvieron que aprender, con el desgarramiento de sus propias carnes, a través de la magna lucha, a rendirle un culto sacrosanto a la verdadera libertad.

La gesta ciclópea del General Morazán, siguiendo este orden de ideas, tuvo, pues, como fin esencial, coronar victoriosamente la obra incompleta de la Independencia, al proclamarse ésta en la forma expuesta, y la cual fue confirmada con su sangre generosa de redentor de pueblos, en el patíbulo apoteósico de San José, en la fecha misma en que aquella fue proclamada, como para hacer más simbólica y eterna su consagración histórica.

Como resultado del triunfo del Ejército aliado protector de la Ley, compuesto de hondureños y salvadoreños, en 1829, tuvo que enfrentarse el General Morazán, en Guatemala, con todos los prejuicios de la Colonia; con todos los vicios que se habían hecho crónicos durante tres siglos de dominación exótica; y, así fue que, el vencedor, que no podía concebirse que fuera originario de una humilde provincia, de una modesta cuna, se le empezaron a formar en su camino triunfal toda clase de obstáculos, toda resistencia, por innoble que fuera, con tal de echar abajo los cimientos de su obra formidable de Libertador; y, así, vemos que se inventaron contra él todos los epítetos hirientes para desacreditarle, como el de «hereje», «tirano, «excomulgado, «anticristo», y otros que, a los oídos de las gentes ingenuas, sonaban como vocablos infernales que infundían en ellas un gran pavor y desconcierto.

La participación del clero era franca y decidida en esta lucha, especialmente del clero español y muy escasamente del criollo, contra el General Morazán, por todas las razones de supremacía que aquel había ejercido durante varios siglos y que, no esperaba abandonar, no obstante los anuncios innegables de las nuevas auroras que empezaban a esbozarse en el seno de una naciente humanidad, surgida por efecto del comercio de las ideas en su marcha incontenible por los cauces infinitos de la renovación y del progreso.

Y, así vemos que, Fray Ramón Casaus y Torres, el aragonés Arzobispo de Guatemala, al enfrentarse directamente con el General Morazán, a raíz de la victoria de éste, surgió, como era natural suponer, el choque inevitable entre las dos tendencias o doctrinas políticas que venían disputándose el predominio en Centro América, y sucedió a esto un estado de cosas que era irremediable en una revolución trascendental que sentó los fundamentos políticos y jurídicos de nuestros pueblos.

Uno de los hechos históricos por el cual se ha criticado acerbamente al Prócer, fue el fusilamiento del Padre Mariano Durán, ejecutado el 30 de octubre de 1838, en el campamento de Fraijanes, después de haber sido vista su causa en tres consejos de guerra y de comprobarse plenamente su participación en la guerra que hacía Carrera, juntamente con otros sacerdotes como Aqueche, Jirón y Lobo, y por haber sido avanzado como combatiente en la sangrienta acción de armas de Villanueva, y no porque el General Morazán fuera enemigo de la religión y del clero, pues entendemos que sería un error lamentable confundir las creencias religiosas con los rudos ajetreos de la política militante, pues no se concibe como correcto que un representante de Cristo en la tierra, se mezcle en las saturnales en que el hombre se ensagrienta las manos por la conquista de cosas temporales y efímeras, que no concuerdan con su apostolado de luz y de redención espiritual.

Por este y otros hechos anteriores, es que bien se explica el contenido del Decreto del Congreso Federal, fechado desde el 2 de mayo de 1832, por el cual se permitió la tolerancia de cultos, «declarando que todos los habitantes de la República eran libres para adorar a Dios, según su conciencia, y que el Gobierno nacional los protegería en el ejercicio de esa libertad»
Bien dice en sus memorias don José Antonio Vijil, en relación con este tópico: «Yo no me propongo defender o juzgar los procedimientos del General Morazán, pero sí creo que era joven inexperto en una multitud de ideas, y muy especialmente en el arte de gobernar; lo cierto es que él jamás volvió a tocar ningún asunto de religión, y que cuando lo asesinaron, porque no puede dársele otro nombre a su muerte, dijo en su testamento que había rectificado sus ideas en la carrera de la revolución, y que muchos clérigos ilustrados y virtuosos seguían sus banderas, siendo pocos y muy pocos, los que le combatían y algunos de ellos que yo conocí y que no miento porque respeto mucho la idea de paz con los muertos, tal vez lo hacían engañados por la malicia de cierta gente que no tiene respeto a nada».

Que era católico el General Morazán no cabe duda, a pesar de las diatribas de sus contumaces deturpadores de ayer y de ahora, pues no otra cosa se deduce de los actos esenciales de su vida, y de los recuerdos íntimos que se conservaron en el santuario de su hogar, y que han trascendido hasta nuestros días, al saberse que él pertenecía a la orden de San Francisco, desde su niñez, y que en la espiritualidad de su culto católico, sin hacer ostentación de ello, no era de extrañarse de que siempre llevara una insignia interior, al lado de su corazón, que bien era una imagen de San Francisco o del Sagrado Corazón de Jesús.

Las creencias espirituales se afirman en los actos trascendentales de la vida de los hombres; y, por lo que hace al ilustre Paladín Unionista, no tenemos más que insertar aquí los siguientes conceptos del señor Vijil, contenidos en su trabajo relacionado, y que hacen luz sobre esta tesis y cuando aquél era prisionero en Cartago:

«Al día siguiente- dice- muy temprano, el quince, nos quitaron los grillos, y cuando estaban incluyendo esta operación, llegó un sacerdote anciano, cuyo nombre no recuerdo, y después del saludo a todos en general, se dirigió al General Morazán, bañado en lágrimas, con una voz profundamente notable, diciéndole, por dos o tres veces, estas palabras: «General Morazán, vengo a ofrecerle mis servicios porque va usted, General Morazán, a comparecer ante el General de los Generales, ante el Héroe de los Héroes, ante el Príncipe de los Príncipes. El General le decía, con su natural afabilidad: Siéntese, señor pero el anciano sacerdote, lleno de dolor y con el poderoso sentimiento de religión, repetía, como dije, aquellas palabras. Se nos mandó salir a don Francisco, a mí y a los centinelas, de donde puede decirse que el sacerdote logró su objeto, y puede también juzgarse, porque salió sin derramar lágrimas y lleno de consuelo».

Este acto prueba, pues, que el Mártir-Libertador, se confesó pocas horas antes de que fuera asesinado, lo que demuestra efectivamente su fe católica, que se comprueba, una vez más, con el testimonio perdurable y trascendental contenido en su testamento -el documento palpitante y fúlgido de su vida procera- al iniciarlo con estas palabras de una sinceridad absoluta: «En el nombre del autor del universo, en cuya religión muero».

El anciano sacerdote que menciona el señor Vijil, y que, entendemos, no podía ser otro, por su jerarquía eclesíastica, que el Vicario Foráneo de Costa Rica, Presbítero don José Gabriel del Campo, residente en Cartago, tuvo el privilegio histórico de escuchar en confesión al Gran Paladín Unionista, cuando éste se preparaba heroicamente para ascender en triunfo épico a la región de una perpetua inmortalidad, sellando así su vida de católico convencido y de Apóstol ecuménico de los ideales redentores.

Tegucigalpa, D.C., 10 de noviembre de 1941

Tomado de diario El Heraldo del 12/09/99, que a su vez tomó del libro «Conociendo la Historia Patria», crónicas históricas, Ediciones culturales del diario «El Cronista, Imprenta Calderón, Tegucigalpa, D.C., julio de 1942.

Testamento de Francisco Morazán

Esto lo saqué de un viaje Libro de Lectura de quinto grado. (Cuando el quinto grado era el último de la escuela). Miguel Navarro, 1945.

San José: 15 de septiembre de 1842 – Día del aniversario de la independencia cuya integridad he procurado mantener.

En el nombre del autor del universo en cuya religión muero.

Declaro: Que todos los intereses que poseía, míos y de mi esposa, los he gastado en dar un Gobierno de Leyes a Costa Rica, lo mismo que dieciocho mil pesos y sus réditos, que adeudo al señor General Pedro Bermúdez.

Declaro: Que no he merecido la muerte, porque no he cometido más falta que dar libertad a Costa Rica y procurar la paz a la República. De consiguiente, mi muerte es un asesinato, tanto más agravante, cuanto que no se me ha juzgado ni oído. Yo no he hecho más que cumplir las órdenes de la Asamblea, en consonancia con mis deseos de reorganizar la República.

Protesto que la reunión de soldados que hoy ocasiona mi muerte, la he hecho únicamente para defender el departamento de El Guanacaste, perteneciente al Estado, amenazado, según las comunicaciones del Comandante de dicho departamento, por fuerzas del Estado de Nicaragua. Que si ha cabido en mis deseos el usar después de algunas de estas fuerzas para pacificar la República, solo era tomando de aquellos que voluntariamente quisieran marchar, porque jamás se emprende una obra semejante con hombres forzados.

Declaro: Que al asesinato se ha unido la falta de palabra que me dio el comisionado Espinach, de Cartago, de salvarme la vida.

Declaro: Que mi amor a Centroamérica muere conmigo. Excito a la juventud, que es llamada a dar vida a este país que dejo con sentimiento por quedar anarquizado, y deseo que imiten mi ejemplo de morir con firmeza antes que dejarlo abandonado al desorden en que desgraciadamente hoy se encuentra.

Declaro: Que no tengo enemigos, ni el menor rencor llevo al sepulcro contra mis asesinos, que los perdono y deseo el mayor bien posible.

Muero con el sentimiento de haber causado algunos males a mi país, aunque con el justo deseo de procurarle su bien; y este sentimiento se aumenta, porque cuando había rectificado mis opiniones en política en la carrera de la revolución, y creí hacerle el bien que me había prometido para subsanar de este modo aquellas faltas, se me quita la vida injustamente.

El desorden con que escribo, por no habérseme dado más que tres horas de tiempo, me había hecho olvidar que tengo cuentas con la casa de Mr. M. Bennet, de resultas del corte de maderas en la Costa Norte, en las que considero alcanzar una cantidad de diez a doce mil pesos, que pertenecen a mi mujer en retribución de las pérdidas que ha tenido en sus bienes pertenecientes a la hacienda de Jupuara, y tengo además otras deudas que no ignora el señor Cruz Lozano.

Quiero que este testamento se imprima en la parte que tiene relación con mi muerte y los negocios públicos. Francisco Morazán.

II

El testamento de Francisco Morazán es la página más bella de nuestra historia. Es la hoja, dijo Marco Aurelio Soto, en que debieran aprender a leer todos los niños de Centro América.

Morazán dictó a su hijo Francisco el glorioso testamento, pocas horas antes de marchar al patíbulo, en medio de los gritos de odio de las muchedumbres ignorantes y fanáticas.

Para mayor vergüenza de Centro América, Morazán fue fusilado el 15 de septiembre; y a la noticia de su muerte repicáronse las campanas en Nicaragua y en Honduras, celebrando el triunfo de la barbarie y la opresión.

Un testigo de la tragedia dice: «El hombre era guapo, porte de guerrero, alto y esbelto. Vestía un traje civil, su fisonomía revelaba firmeza, su mirada centellaba. No quiso ocupar el banquillo, permaneció de pie. Se descubrió; en la cabeza brillaban pocas canas. Con voz segura, entera, exclamó santiguándose:

–En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Después, como si se tratara de una maniobra militar:

–¡Soldados, preparen armas! ¡Apunten, fuego!»

Así murió el más grande hombre que ha producido Centro América. Con ningún otro hombre público del Istmo ha estado unido tan íntimamente el destino de la Patria como con Francisco Morazán. Quiso legarnos una Patria grande, mas las tinieblas no lo comprendieron.

Casi todos los próceres de América tuvieron alguna vez un desfallecimiento, un paso en falso. La vida de Morazán siguió una línea recta. Desde que apareción en la escena pública hasta su muerte, fue ejemplo de sinceridad cívica, de ardoroso amor a la patria, de valor legendario y de ecuanimidad y desinterés personal en todos sus actos.

Francisco Morazán goza de menos fama que Simón Bolívar y Jorge Washington, solo porque el teatro de sus hazañas fue pequeño; y porque las maquinaciones de las clases privilegiadas, la ignorancia y el fanatismo religioso, malograron sus empeños en engrandecer estos pueblos.

No es posible leer el testamento de Morazán sin que se encienda en nuestro pecho la llama de la admiración y el patriotismo. Libre de odio y mezquindad, en todas sus líneas palpita la grandeza moral, la visión del genio y su amor a Centro América.

MORAZÁN

El diplomático y viajero norteamericano John L. Stephens, conoció a Morazán en Guatemala en momentos en que Carrera ponía sitio a dicha ciudad, y en su obra «Incidentes de Viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán», lo describe así:

«El General Morazán, acompañado de varios oficiales, estaba parado en el corredor del Cabildo; una gran fogata había frente de la puerta, y sobre una mesa que estaba junto a la pared, una candela encendida y varias tazas de chocolate.

El era como de 45 años de edad, de cinco pies diez pulgadas de altura, delgado, con bigote negro y barba de una semana, con levita militar abotonada hasta el cuello y espada al cinto. Estaba sin sombrero y su fisonomía era dulce e inteligente.

Aunque todavía joven, durante diez años había sido el primer hombre del país y ocho años presidente de la República. Se había levantado y sostenido por su pericia militar y su valor personal; siempre conducía él mismo sus tropas y había estado en muchos combates, siendo alguna vez herido pero nunca derrotado».