Indígenas Pech que creen en extraterrestres

Por: Winston Irías Cálix

Pech creen que sus antepasados se comunicaban con extraterrestres

Esta raza, que otrora ocupara parte del municipio de Catacamas, conserva su propio lenguaje y elementos culturales; su estatura promedio es de 1.65 m, complexión fuerte, piel cobriza clara, rostro ligeramente ovalado, cabello liso, muy fino y escasos bigote y barba.

Mantienen la autoridad ancestral de un cacique, aunque en los últimos años lo han relegado más bien al nivel de un orientador, por su fuerza moral, porque las comunidades son administradas por un consejo de tribus.

Aun cuando el cacique ejercía absoluto poder, tuve oportunidad de observar en una comunidad pech la forma concertada en que esa máxima autoridad tribal tomaba desiciones. Ocurrió en La Danta, Culmí, en 1971, cuando le consulté sobre la conveniencia o no de un proyecto de desarrollo, el jefe observó uno a uno el rostro de una docena de personas que le seguían en el mando. Sus colaboradores no hablaron, pero él interpretó sus semblantes y dio respuesta conforme al criterio de la mayoría.

Hasta ese año mantenían una arraigada vida comunitaria: Poseían bosques, cultivos, granjas apícolas, avícolas y porcinas en común, práctica ancestral que se ha ido debilitando; para entonces, cuando una pareja se casaba o formaba su hogar por unión libre toda la comunidad le construía su casa.

Los Pech son una de las excepcionales culturas autóctonas del mundo que creían en la existencia de vida extraterrestre, según lo han revelado en los últimos años, pero con muchísima reserva, ancianos de las tribus a sus jóvenes dirigentes.

En cada tribu había un personaje especial, llamado “Watá”; era depositario de la sabiduría ancestral y seleccionaba a su sucesor, quien debía mantener en secreto todos sus conocimientos.

Si bien la tribu tenía su cacique, como lo conservan con todas sus funciones en Nueva Subirana, aun este jefe consultaba muchos asuntos con el sabio. Prácticamente existía una autoridad para dirigir las actividades terrenales y una autoridad espiritual: El “Watá”.

Este personaje tenía poderes sobrenaturales y poseía tanta sabiduría que predecía los acontecimientos y curaba las enfermedades con ritos, plantas y sustancias animales, según la tradición.

Aunque parezca inverosímil, la creencia de los pech es que el “Watá” se comunicaba con espíritus de otros planetas, tal lo que han revelado hace pocos años ancianos de Santa María del Carbón, de acuerdo al testimonio del dirigente de la Federación de Tribus Pech de Honduras (FETRIPH), Carlos Alberto López Catalán.

Incluso en la tradición pech hay un cuento muy particular que se refiere a una odisea espacial del “Watá”.

“Antes de esta Era, un extraterrestre visitó una de las comunidades pech y le reveló que en el ‘Séptimo Planeta’ habitaba otro “Watá”. El pueblo se reunió y le pidió a su jefe espiritual que visitara ese hermoso lugar para convencerse de la existencia de su “tucayo”. Después de una peligrosa odisea, el líder indígena conoció a su rival, se enfrentó a él, fue derrotado, pero con ayuda de una diosa pudo regresar vivo a la Tierra”, según la Mitología Indígena.

El “Watá” dominaba la naturaleza pero dejó de existir a partir de la conquista española, que intentó destruir la cultura y abolió la religión pech para convertirlos a otra fe, refirió López Catalán.

Fieles a su tradición, el dirigente aseguró que los pech siempre creen que “existen humanos en otros planetas”, pero “los gobiernos poderosos no quieren que se sepa para no intranquilizar a la humanidad, porque no se descartaría una posible conquista de La Tierra”, de acuerdo a su pensamiento.

Tomado del libro «Catacamas- del ayer al año 2000» de Winston Irías Cálix.

El asesinato del Presidente José Santos Guardiola

Por: Víctor Cáceres Lara

José Santos GuardiolaEl 11 de enero de 1862 a las cinco de la madrugada, el salvadoreño Cesareo Aparicio disparó su carabina contra el cuerpo del Presidente del Estado, Capitán General Santos Guardiola, produciéndole una herida mortal en el abdomen.

El progresista mandatario, gran patriota, celoso defensor de las libertades públicas y cuidadoso guardián de la integridad territorial, ya moribundo, saltó sobre el asesino y le arrebató la bayoneta de su rifle para intentar defenderse. La herida recibida era desgraciadamente mortal, el gran militar cayó al suelo y a continuación empezó a agonizar en los brazos de su hija Guadalupe, quien había acudido al lugar de la tragedia: la puerta de entrada del edificio residencia del Presidente en la ciudad de Comayagua justamente donde estuvo luego el presidio de la ex capital.

Aparicio se dio cuenta de que el Presidente se encontraba aún con vida y, puñal en mano, se lanzó contra él para rematarlo, pero la víctima le dijo en medio de los estertores de la muerte:

“¡Basta ya, no es necesario!”

El crimen había venido siendo preparado cuidadosamente por Pablo Agurcia, Mayor de Plaza de la ciudad. El mismo Aparicio había herido de muerte, el 10 de enero, al jefe de la Guardia Presidencial, Coronel Hipólito Zafra Valladares, y en la continuación del plan, Agurcia procedió a sustituir en la guardia a los elementos leales a Guardiola por asesinos listos para cometer el magnicidio. Al Presidente le hicieron saber el peligro que corría, pero él abundó en demostraciones de afecto y confianza que tenía cifradas en el Mayor de la Plaza.

La costurera del Palacio, Aniceta Lemus, expresó la desconfianza que le inspiraban los movimientos sospechosos en la guardia, pero no fue escuchada. De ese modo, cuando los asesinos tocaron las puertas y dijeron a grandes voces que algo grave pasaba en el Cuartel, el General Guardiola, pese a las prevenciones que le hacía su esposa doña Anita, se levantó en ropas menores, fue a abrir la puerta y se encontró así inerme ante sus asesinos.

El crimen no ha sido aún totalmente esclarecido y parece evidente que hubo dinero e intrigas de un país vecino de por medio, y hasta se afirma que intereses de una potencia de ultramar jugaron en la tragedia. El responsable directo de la muerte fue Cesareo Aparicio; el director intelectual Pablo Agurcia, y estaban comprometidos en el hecho Wenceslao Agurcia, Nicolás Romero, Juan Antonio Pantoja, Pedro Amador y Miguel Juanes. Algunos de ellos tuvieron muerte violenta poco más tarde; otros fueron capturados por el General Casto Alvarado, el Senador Francisco Montes, don Rafael Padilla y don Teodoro Aguiluz, y fusilados en la ciudad de Comayagua en forma sumaria cuando ejercía el mando provisional el Senador José María Medina en febrero del mismo año de 1862.

Tomado del libro Efemérides Nacionales, Tomo II. De Víctor Cáceres Lara. Publicaciones del Banco Central de Honduras. 1980.

El libro “Pueblos Indígenas y Garífuna de Honduras (una caracterización)”

Este libro del antropólogo Mario D. Rivas, que surgió como un estudio financiado por el Servicio Holandés de Cooperación Técnica y Social (SNV), es el resultado de extensas visitas de campo y del estudio de la bibliografía existente en varios idiomas. El objetivo del estudio era servir de base para la política de cooperación de esta organización con los pueblos indígenas.

En palabras del historiador Marvin Barahona: “El valor presente de esta obra consiste en la laboriosa elaboración de una síntesis abarcadora de los problemas más acuciantes de nuestros pueblos indígenas en la actualidad, una obra por largo tiempo esperada entre nosotros. Hemos tenidos trabajos monográficos valiosos sobre los pueblos étnicos de Honduras; sobresalen los de A. Chapman sobre los lencas, de J. M. Tojeira sobre los jicaques, de innumerables autores sobre los misquitos y los sumos, y bastante menos sobre los chortís y los pech, pero nunca, hasta hoy, una obra de conjunto, actualizada, revalorizada con testimonios vivos y heredera de una bibliografía que se ha enriquecido con el aporte de investigadores extranjeros, pero poco conocida en nuestro medio”.

En este estudio no se idealiza a los pueblos indígenas, ni se los mira como pieza de museo, tampoco es un libro de historia. Al contrario, se trata abiertamente con la cruda problemática actual de las etnias de Honduras.

El libro consta de siete capítulos, cada uno de los cuales se ocupa de una etnia en particular, en este orden: los lencas, tolupanes, chortís, garífunas, pech, tawahkas y misquitos.

Los garífunas y los misquitos no son propiamente hablando grupos autóctonos de Honduras, sin embargo, estos pueblos tienen una presencia cultural tan significativa que ningún estudio que trate sobre las minorías étnicas de Honduras estaría completo sin incluirlos.

Publicado por primera vez en 1993, y habiendo visto la luz de varias reimpresiones, este libro tiene el potencial de servir de base para futuras investigaciones, y para la creación de políticas de Estado, especialmente ahora que el gobierno de Lobo Sosa creó la Secretaría de las Etnias.

El libro Pueblos Indígenas y Garífuna de Honduras: (una caracterización) puede ser comprado en Amazon.

Bajo el Almendro, Junto al Volcán (resumen del libro)

En este libro sobre la guerra de 1969 entre Honduras y El Salvador, Julio Escoto nos presenta su perspectiva del conflicto a través de la historia sobre el Capitán Centella, quien es el protagonista del relato.

“Capitán Centella” es el nombre de guerra que adoptó Nicanor Mejía, el alcalde de un municipio no identificado del departamento de Santa Bárbara. Mejía también es un agricultor dedicado al cultivo de naranjas.

Ante la amenaza salvadoreña, el Capitán Centella, con más entusiasmo que acierto, decide entrenar por su propia cuenta a un grupo de humildes campesinos para defender sus dominios, obteniendo cómicos resultados.

Para remediar su ignorancia sobre los asuntos militares, el Capitán se desvela por las noches leyendo literatura militar, sin comprender mucho los textos, los cuales están llenos de palabras complicadas y tecnicismos. Pero él se motiva por la profunda admiración que siente por el quehacer militar.

El campesino Guillermo, quien no vuelve a aparecer en la historia, resulta ser el medio que utiliza Julio Escoto para expresar su opinión sobre la guerra. En su discurso Guillermo interpreta que la guerra entre El Salvador y Honduras se debe a la expulsión de miles de campesinos salvadoreños del territorio hondureño. La guerra fue el medio que la oligarquía salvadoreña utilizaba para para evitar que estallara un conflicto interno.

Pero, más que en denunciar a la oligarquía salvadoreña, Julio Escoto está interesado aquí en desprestigiar a la profesión militar. Por boca de Guillermo afirma que “los ejércitos han sido creados para defender a los poderosos y a los terratenientes y no al pueblo”. En referencia al ejército de Honduras dice: “siempre fracasaban en las guerras contra otros ejércitos, pero triunfaban cuando se trataba de apalear estudiantes y amarrar campesinos”.

Con toda su admiración por los militares, el Capitán Centella se desilusionó de ellos cuando un grupo de soldados hondureños acampó en la plaza central, la que había sido “su orgullo de alcalde”, ya que las obras que realizó en ella le dieron un prestigio que permitió su reelección.

Cuando miró los destrozos que los soldados le hicieron a su amado parque el Capitán Centella montó en cólera y confrontó al Mayor Gavilán, quien hablando a nombre de las Fuerzas Armadas de Honduras expresó un discurso lleno de cinismo contra la democracia. El Mayor Gavilán culminó su exposición con esta frase memorable: “En este país, alcalde, se puede vivir con medio cerebro”. A lo que el Capitán Centella respondió: “es cierto, pero nunca lo va a poder gobernar mientras otros lo tengamos completo”.

De particular interés es el episodio del encuentro de los seguidores del Capitán Centella con un grupo de cirqueros, por lo extraño e inesperado del evento. Este evento no resulta ser más que una forma pintoresca de ilustrar el concepto limitado de una democracia puramente electorera, del show mediático que montan siempre los políticos hondureños, según se desprende del último discurso del Capitán Centella.

Bajo el Almendro, Junto al Volcán fue la inspiración para una obra teatral del mismo nombre.

Este libro está disponible para comprar en Amazon, pero las existencias son limitadas (menos de cinco ejemplares).